Las
aventuras del señorito Bertie Wooster y su mayordomo Jeeves son una gozada, y
si no las conocéis os las recomiendo. Se pasa un rato divertido de mil
demonios. La cosa es siempre más o menos la misma: el descerebrado del señorito
que se ve envuelto en mil líos y el mayordomo que le salva de ellos. Lo genial
está en que, como se adopta siempre el punto de vista del petimetre de Bertie,
los hechos se narran desde una perspectiva, por decirlo suave, curiosa (esto
es: el pobre no se entera de nada). No es fácil que el narrador, Bertie
Wooster, transmita tanta estupidez y, al tiempo, todo lo que se nos cuenta
quede diáfanamente claro para el lector, mérito del estilo mordaz y no tan
edulcorado como en un principio se puede pensar del gran P. G. Wodehouse (Sir
Pelham Grenville Wodehouse, 1881-1975).
Debo confesar que Bertie me cae fenomenal.
Envidio (y lo digo de veras) que su única preocupación en este mundo sea el
campeonato de dardos que se celebra cada año en su Club, el Club de los
Zánganos. Bueno, y los encargos que le hace su tía favorita, o esos líos de
faldas que se le caen encima. O cómo cita a Jeeves para darse aires de
intelectual, equivocándose siempre y quedando como un idiota. En fin, que
resulta simpático por el calibre inmenso de su ineptitud: es una persona que no
sirve para nada. Ni falta que le hace.
En esta novela, Jeeves y el espíritu feudal (Jeeves
and the Feudal Spirit, 1954), la séptima de la serie protagonizada por el
genial mayordomo y su señorito botarate, los líos se suceden, entre otro montón
de cosas, gracias a Florence, una joven bella e intelectual cuyo novio tiene
amenazado de muerte a Bertie porque ella, por darle celos, flirtea con nuestro
héroe (que solo piensa en la paliza que le dará o no el cabreado novio). Un
ejemplo (podéis leer, pues esto no resume más que una página de la novela y no
desvelo nada): Florence desea visitar un garito, un antro de mala muerte, pues
quiere documentarse para una novela que está escribiendo (una novela con una
trama imposible, hay que decir). Recurre, claro está, al snob de Bertie, que se
los conoce todos, y allá que se van, él con pocas ganas pues teme demasiado al
novio de la bella y veleidosa Florence. En el local, la orquesta está tocando y
el cantante desgrana todo su almíbar. Y aquí entra el genial Bertie a describir
el número:
"Es curioso. Conozco a uno o dos
compositores de canciones y los cuento entre los más joviales de mis conocidos,
siempre dispuestos a sonreír y llenos de salidas graciosas y cosas así. Pero en
el momento en que aplican la pluma al papel, nunca dejan de adoptar el punto de
vista lúgubre. Me refiero a todas esas historias de "Nos estamos
distanciando y me rompes el corazón". La cuestión que este pájaro nos
exponía a través del micrófono tenía que ver con un tipo que lloraba sobre su
almohada porque la chica a la que amaba iba a casarse al día siguiente, pero, y
ahí estaba el quid o la pega, no con él. Eso no le gustaba. Contemplaba la
situación con pesadumbre. Y el del micrófono extraía hasta la última gota de
jugo de este planteamiento." (p. 41)
Genial Bertie Wooster. Y su papá, P. G.
Wodehouse.
WODEHOUSE, P. G. Jeeves y el espíritu feudal.
Traducción de Jordi Mustieles. Madrid: Anagrama, 2005. 203 p. Hoy libro. ISBN
84-9832-001-1.
Soy fan de Wodehouse tambien. Mi experiencia es "Pues Vaya!" en anagrama... humor delicioso. Buena reseña :D
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