¡Un
salvaje terror!, exclama la portada de Fiebre de
sangre (Blood Fever, 1982) de
Shelley Hyde. En fin, ya será menos. Me encantan estas
frases exageradas, casi alucinógenas en su exacerbación del contenido del
libro. Alucinógenas porque por desgracia rara vez coinciden con lo que de
verdad hay en el interior. En esta ocasión ni el dibujo atina: las víctimas de
esta fiebre tan curiosa no atacan con cuchillos, sino con uñas y dientes,
literalmente. ¿Parece salvaje? En la portada también así se nos indica. Pero de
eso nada. Esto es terror para aquellos que después desean dormir sin
pesadillas. Bueno, yo también quiero eso, entendedme, pero no en un libro.
En
un pueblecito norteamericano, uno de esos que tan bien conocemos gracias a
todas esas purulentas películas de terror (o no) que nos hemos tragado a lo
largo de los años, se desata un virus que contagia solo a las mujeres y las
transforma en seres inhumanos ávidos de sangre. Pero ojo: sangre de machote
humano, nada de hembras. Las mujeres unidas entre sí y convertidas en el
martillo aniquilador de su pareja sexista.
No
hubiera estado mal que la buena de Shelley Hyde (seudónimo bajo el que se
oculta la escritora Kit Reed) desatara su ira contra el macho arrogante de la
especie con una dosis de desaforada mala leche. Pero de nuevo no. Y mira que la
cosa no empieza mal, mostrando a un grupo de hombres con comportamientos, por
decirlo así a lo suave, machistas machacando psicológicamente a sus parejas
como quien hace lo contrario: esto es, en el nombre del amor se cometen abusos
inconcebibles en otros ámbitos. Y con la suficiente inteligencia en su discurso
como para no mostrar a todos los hombres de la misma forma, lo cual da
credibilidad y fuerza a su relato: al no ser todos los hombres despreciables,
la furia desatada dolerá porque no hace distinciones.
Sin
embargo, Hyde apunta esto pero pronto lo olvida, bien porque no le interesa,
bien porque hay que reconocer que como escritora pues no da para mucho, la
verdad. Por una parte se pierde una historia que podría haber resultado, cuando
menos, salvaje en serio. Pero por otra, hay que reconocer que precisamente por
asumir su corto alcance creativo Shelley Hyde acaba por darnos un relato cuando
menos entretenido. Al menos a ratos.
Hay
que dejar clara una cosa: que huyan como de la peste todos aquellos que esperen
encontrar algo de literatura aquí. El estilo de Hyde alcanza cotas de poesía
equiparables a las de la guía telefónica. Pero sabe cómo engarzar su relato y
mostrarlo interesante. Al menos si uno hace como que no ha leído los artículos
de periódico (la acción avanza en ocasiones con la técnica de incluir supuestas
noticias de periódico que resuelven, o eso se intenta, los problemas cuando la
acción se estanca) que la autora redacta dando muestras de una aguda artritis cerebral.
Si la intención era hacer burla del estilo periodístico, no está mal. Si la
intención era imitarlo, consigue empeorar el modelo, que ya son ganas. La
novela avanza al ritmo justo para no aburrir y, consciente de sus limitaciones,
sin detenerse en alardes psicológicos. Sus personajes son simples estereotipos
que hablan como se suponen que deben hablar a quienes representan. Y
representan poco, creedme. Total, importa poco si lo que queremos es la dichosa
fiebre de sangre descrita con detalle, ¿no?
Y
la narración comienza con unas páginas que prometen: una pelea animal entre un
matrimonio, ella ya contagiada. Venga, para qué empezar con otra cosa si esto
es lo que hay. Y por eso es de agradecer la actitud de la autora: en esto no
hay engaño. Los problemas vienen cuando, ¡ay!, ni aquí es capaz de llegar muy
lejos. Las páginas más brutas acaban resultando un poquito como de gacetilla
dominical de la iglesia de la esquina. Todo acaba resultando contenido en
exceso, la fiebre es más bien constipado y la sangre corre, sí, pero
esterilizada. Si no hay creación de atmósfera, ni tensión, ni deseo de mostrar
el horror en su verdadera amplitud, sino tan solo hilvanar un relato gore sin
muchas complicaciones, el resultado no puede ser tan aséptico. Más aún cuando,
en su tramo final, a Hyde se le notan las prisas por terminar y lo cierra todo
de cualquier manera.
Vale,
tampoco es que hubiera gran cosa por cerrar, pero si su único mérito estribaba
en cierta capacidad de medir la progresión de la historia, ni en esto acaba por
conseguir el aprobado al arribar a su final con tanta urgencia.
HYDE,
Shelley. Fiebre de sangre. Traducción de Domingo Santos; ilustración de
cubierta de Jordi Vallhonesta y Salinas Blanch. Barcelona: Martínez Roca, 1983.
155 p. Súper terror; 1. ISBN 84-270-0812-0.
5 comentarios:
¡Eso si que es una portada!
Esta novela sí que resultó mala. Coincido con todo lo que dices en tu reseña. La fantástica portada engaña, la prosa es de una calidad baja -aunque hay que ver si Domingo Santos no contribuye a eso con su traducción-, y se siente falta, como impuesta. Es una lástima: la idea es fantástica pero está muy mal desarrollada.
He leído novelas malas mejores que esta.
Saludos.
Ya lo habéis dicho: ¡lo mejor es la portada! También la norteamericana original, por cierto. ¡Un saludo y gracias a ambos por comentar!
Imposible de conseguir digital,una lastima
En papel, de segunda mano, está fácil de encontrar y a precio de risa...
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