lunes, junio 27, 2011

La décima víctima en la radio # 55: la revista Delirio



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Capítulo 55 de mi sección de literatura en el programa de Canal Extremadura Radio Los dos de la tarde. Emitido el día 21 de junio. Dedicado a la revista DELIRIO: CIENCIA FICCIÓN Y FANTASÍA. Un paseo literario lleno siempre de sorpresas y descubrimientos, con un apartado gráfico excepcional.


Mi sección ni de lejos llegó nunca a alcanzar este nivel, pero recomendándola y dándole nuestro espacio confiamos en que algo bueno habremos hecho.

viernes, junio 24, 2011

La décima víctima en la radio # 54: Hanns Heinz Ewers



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Capítulo 54 de mi sección de literatura en el programa de Canal Extremadura Radio Los dos de la tarde. Emitido el día 14 de junio. Todo un clásico de la literatura fantástica centroeuropea fue nuestro protagonista: el excesivo y visceral (¡y genial!) HANNS HEINZ EWERS.


Comentamos lo suficiente (o eso esperamos) de su novela La mandrágora (Alraune, 1911) para que no perdáis tiempo y os pongáis a leerla cuanto antes. Esta historia de una criatura creada artificialmente, perversa como un demonio e inocente como un ángel, es todo un clásico a la altura de los más celebrados del género. Y fuera de él.

Repasamos también de manera breve algunos de sus pocos relatos traducidos al español: La araña (favorito de H. P. Lovecraft), La novia del Tophar y De cómo once chinos devoraron a su novia.


Los artículos recomendados en el programa podréis encontrarlos en los siguientes enlaces a sus respectivos blogs:

O Xardín da Princesa (de A Princesa no Xardín) hace una estupenda reseña de Ewers AQUÍ. Tan breve como intensa.

El carnaval del Sr. Wolfville (de Wolfville) presenta una estupenda reseña de La mandrágora AQUÍ. Se me olvidó que una de las cinco películas basadas en esta novela es posterior a 1932... Que nadie se enfade por mis despistes, que hay más en esta entrega, que ya me queda poco.

Y José Pi escribe un magistral artículo sobre Ewers que podéis encontrar en el número 4 de la revista Delirio o bien AQUÍ, en su blog Signor Formica, donde también encontraréis traducidos los relatos La araña y De cómo once chinos devoraron a su novia.


viernes, junio 17, 2011

Mutante, de Henry Kuttner (1953)

He leído muy poco a Henry Kuttner, aunque ese poco me ha encantado. Encontré de saldo esta novela, Mutante, y allá que me lancé eufórico a leerla. Y, como pasa a veces, ha resultado un tanto decepcionante. No diré que es una mala novela, pero desde luego tampoco lanza uno cohetes al cielo al terminar su lectura. Diría que su planteamiento es interesante, pero en conjunto resulta algo fría y aburrida. Se lee con demasiada distancia.

En fin, digo novela y en realidad se trata de cinco relatos (cuatro de ellos publicados en la revista Astounding en 1945) enlazados por una historia que importa más bien poco. La excusa se queda en eso: en una manera de darle continuidad a los cuentos cuando no era necesario. Tampoco molesta, ¿eh? Esta forma de construir una novela a costa de “pegar” varios relatos se denomina en el mundo anglosajón fix-up.

Kuttner nos narra la evolución de una sociedad en la cual, tras una hecatombe nuclear, la población se ha visto disminuida de manera drástica. Pero no solo eso: la radiación ha provocado que una serie de individuos evolucione a un estado superior. Este estado consiste en poseer un sentido nuevo, una nueva capacidad: la telepatía. Desde sus titubeantes comienzos, cuando ser telépata es una mezcla de saberse superior con la vergüenza que provoca el saberse diferente siendo minoría, hasta la consabida supremacía final. Cada relato nos cuenta un estado más avanzado, un momento crucial, de esta evolución: las generaciones se suceden y a través de ellas contemplamos el futuro lejano de una humanidad distinta a la nuestra.

Mezcla de historia post nuclear con cómic de superhéroes y mucha reflexión social, en todos los aspectos se queda algo corta. Y es que Kuttner dedica demasiadas páginas a explicarnos en qué consiste esta telepatía y cómo funciona en sociedad. Da la impresión de que cuanto más se explica, más dudas surgen y más tiene que explicar, y llega un momento en que al lector, o al menos a mí, ya le importa un rábano cómo funciona exactamente el dichoso invento. Jopé, si te lo estás inventando y nos lo vamos a creer, no la líes… Porque al final uno piensa que de existir telépatas, desde luego así no funcionaría la cosa.

Esta sociedad en la que los telépatas forman una minoría y viven temerosos de que los humanos normales se cansen de ellos y decidan exterminarlos muestra unos síntomas bastante decadentes, por lo que de entrada uno está de parte de los telépatas. También porque los humanos normales apenas tienen personalidad: parecen una masa ciega que se mueve cual hoja que el viento arrastrara de una alcantarilla a otra. Dentro del grupo de telépatas que se quiere ocultar entre esta masa, hay una célula infectada: se trata de los paranoides, unos telépatas desquiciados que solo desean acabar con los estúpidos e inferiores humanos y dominar el mundo. Vamos, que estos serían los de Magneto.

Por supuesto, pese a que Kuttner no lo quiere así, a mí los que me caen bien son los paranoides, claro. Cada vez que entran en escena la acción se pone interesante y las reflexiones alcanzan una altura que es de agradecer debido a la confrontación de ideas distintas. Defienden la limpieza étnica, por lo tanto serían los malos, pero los “buenos”, los humanos normales, son los que inician dicha limpieza (vale, impulsados por los paranoides, que desean la guerra, pero la semilla del odio estaba más que germinada en ellos), y la solución pacífica que imponen los telépatas guays es de ponerse a hacer acampadas sin parar en sus cochinas puertas. No es la pretensión de Kuttner, repito, pero es lo que he sentido yo al leer la novela. Pasa igual con los tebeos de los mutantes de la Patrulla X, de los que sería un curioso antecedente (más que de la excelente novela de Robert Silverberg Muero por dentro, que es la que se cita siempre por el tema de la telepatía): al final, Magneto siempre cae mejor que el sosainas del profesor Xavier. Y es que el mal tiene su atractivo, qué demonios, que esto es ficción. Y como he dicho, el bando que hace lo correcto aquí es de temer de verdad: es como oír a un grupo de banqueros hablando de cómo ellos solucionarían los problemas económicos del mundo. Y que lo pusieran en práctica. Lo dicho, para acampar.

Se me olvidaba lo mejor, justo lo que en los momentos más aburridillos del libro me impulsaba a continuar porque me resultaba simpático: los telépatas tienen una cualidad física que los distingue de los humanos normales, y esta es… jajaja… ¡que son calvos! Sí, así los llaman: Calvos. Y para no llamar la atención y no parecer lo que en realidad piensan que son se ponen pelucas. ¡Ay! Si yo viviera en esta sociedad futura seguro que no tendría la suerte de ser un telépata (bueno, tal y como la pintan, en esta sociedad lo que me gustaría es estar muerto), pero sería un Calvo (que es lo que soy ahora): amigo entre mis enemigos y enemigo entre mis amigos, como rezaba aquella película de Mikhalkov. Vamos, como la vida misma.

KUTTNER, Henry. Mutante. Traducción de Horacio Vázquez Rial y José Manuel Pomares. Barcelona: Bruguera, 1983. 284 p. Colección Naranja, Ciencia Ficción; 14. ISBN 84-02-09389-2.

martes, junio 14, 2011

La décima víctima en la radio # 52 y 53: Philip K. Dick




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Capítulos 52 y 53 de mi sección de literatura en el programa de Canal Extremadura Radio Los dos de la tarde. Emitidos respectivamente los días 31 de mayo y 7 de junio. Hablando a una velocidad que hasta a mí mismo me cuesta seguirme, esta vez no me disculparé porque esa sea tal vez la manera adecuada de acercarnos al protagonista de esta doble entrega (anda que no tengo morro...): el genial, el delirante, el único PHILIP K. DICK


En la primera parte repasamos dos de sus novelas realistas, Confesiones de un artista de mierda e Ir tirando (esta, una de mis novelas favoritas de Dick), así como uno de sus clásicos de la ciencia ficción, Tiempo desarticulado, y otra de sus obras quizá algo más escondida pero no por ello menos apasionante, Un ojo en el cielo. Solo de pasada, no había tiempo para más, comentamos algún detalle de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y Tiempo de Marte. Y demasiado tiempo me lleva contar mi anécdota favorita de Dick...


La segunda demente parte cuenta como sorpresa especial con que el sonido de la grabación está mucho más bajo y como agregado destructor un sonido de fondo que al menos sirve para que mi voz no lo ahogue todo. Dad las gracias a mi torpeza uniendo los programas. ¡Y todo a ritmo esquizofrénico! Estáis avisados: si lo escucháis es bajo vuestra propia responsabilidad. Y ánimo, que ya quedan pocos.


Ubik, El hombre en el castillo, Una mirada a la oscuridad y la prodigiosa Valis centrarán la atención en este tramo final, así como la adaptación cinematográfica de la tercera, A Scanner Darkly, dirigida por Richard Linklater y que es mi película preferida de las basadas en su obra. 


Los libros sobre la obra de Philip K. Dick que recomendamos son Idios kosmos: claves para Philip K. Dick de Pablo Capanna y Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos de Emmanuel Carrère. Y por supuesto, como colofón a este aluvión de lecturas recomendadas, no puede faltar La experiencia religiosa de Philip K. Dick, el cómic de Robert Crumb dedicado a narrar los últimos días de uno de nuestros escritores predilectos.   


 

lunes, junio 13, 2011

Amazing Stories (1926-1935)

Selección de ocho relatos de la primera década (bueno, casi) de existencia de la mítica revista pulp dedicada a la ciencia ficción Amazing Stories que supone un recorrido apasionante por estos primeros tiempos del género, los que abrieron camino continuando los pasos de los pioneros y, que si bien a día de hoy andan algo olvidados, su conocimiento se presta necesario y revelador: muchos grandes nombres de la ciencia ficción publicaron sus relatos en esta revista o en otras como esta, y los que no, crecieron leyéndola. Su influjo es evidente, y aunque en muchos casos superados por los que vinieron después, nunca deja de resultar emocionante leer estos relatos que, mejor o peor escritos, sembraron de ideas un género que desde entonces no haría sino crecer hasta el día de hoy. Con sus altibajos, por supuesto, pero eso es lo que conlleva el no estar estancado.

La colección se abre con La llegada del hielo (1926) de G. Peyton Wertenbaker, un relato que falla en hacer creíble cómo el protagonista logra, gracias a un descubrimiento “científico”, la vida eterna, pero la sensación de soledad infinita en un mundo en el cual la raza humana ha perecido tiene su punto de fuerza. El último superviviente de lo que podría haber sido un paso hacia delante de toda la humanidad y no es sino al final un símbolo del fracaso del hombre ante su destino es una idea de una gran ironía y fuerza dramática. Wertenbaker no la aprovecha del todo, pero ahí queda este apunte de un relato más interesante por proponer esta idea que por su forma de desarrollarla.

Los huevos del lago Tanganica (1926) es un relato de cuando el conocido (entre los seguidores del cine de serie b fantástico) guionista y director Curt Siodmak tenía apenas 24 años. Es bastante malo, pero no deja de tener su gracia esta historia de… ¡moscas gigantes! Pero lo dicho: se me antoja muy malo, narrado de una manera muy torpe, como si estuviera escrito a trompicones.

La cosa se pone bastante mejor con el tercer relato: El hombre-máquina de Ardathia (1927), de Francis Flagg (seudónimo bajo el que se ocultaba el escritor George Henry Weiss). No deja de resultar curiosa esta historia de un visitante del futuro, un ser con un enorme cerebro (léase cabezón) y cuerpo diminuto y atrofiado metido en un cilindro transparente. Me encanta que a la mínima que al autor le surge alguna dificultad en el desarrollo de la trama de cómo es ese mundo futuro del que proviene el “hombre-máquina” lo resuelve con una alusión al “limitado vocabulario” del hombre del presente: por eso no se puede explicar con claridad y detalle. ¡Vaya argucia! Sin embargo, es atractivo comprobar cómo en estos primeros relatos pulp de ciencia ficción no todo eran space-operas, que es lo que los seguidores de Star Wars aducen para desacreditarla (ya sabéis, los que proclaman una defensa de la ciencia ficción basada solo en los autores serios y reconocidos, pero que después coleccionan todos los muñequitos de la saga galáctica más aburrida de todos los tiempos, se enorgullecen de conocer todos los entresijos de Star Trek o se obnubilan con Fringe, la serie más pulp que he podido ver en años), sino que también abundaban los intentos de mostrar mundos futuros, la evolución del hombre, en fin, historias más reflexivas, influencia de H. G. Wells, sí, pero con un marcado carácter teórico. Vale, vale, todo es tan raquíticamente literario que la cosa no va lejos, pero el intento se agradece. Y el sentido de la maravilla, de transitar lo desconocido, se acaricia en algún aislado momento.

Esta sensación se multiplica en el otro relato incluido en la antología de Francis Flagg: Las ciudades de Ardathia (1932). Un relato oscuro en el cual se nos presenta un futuro que en verdad a ninguno nos gustaría vivir. Heredero de Metrópolis, la película de Fritz Lang del año 1927, de la novela de Thea von Harbou (más en su ambientación que en su ideología confusa) y de las obras del anteriormente mentado H. G. Wells, su denuncia de los regímenes totalitarios de cualquier signo es radical pese a sus ropajes absolutamente pulps. Hombres ricos que viven en las alturas, entre el lujo y la comodidad extremos, y trabajadores explotados, una clase proletaria condenada a vivir en las cloacas, entre la suciedad, la miseria y la renuncia a cualquier atisbo de felicidad. El marco tenebroso en el que se desarrolla la acción, unos revolucionarios Igualadores raptando a Thora, la hija de uno de los corruptos líderes, la historia de amor entre esta y su raptor, el levantamiento armado llamado al fracaso… Todo suma para lograr sorprender al final con su mensaje amargo, con los líderes revolucionarios sentados al lado de los que los subyugaron compartiendo el poder. Resta, claro, el estilo tan “sin estilo” propio de los pulps, en el cual lo importante es que sucedan cosas sin parar. Pero el resultado es satisfactorio. Para nada una obra maestra, pero sí un relato bien curioso. Y en su parte final, más cruel aún y sorprendente de manera muy positiva, alejándose de los convencionalismos del final feliz propios de este tipo de relatos. Ese heredero de los antiguos revolucionarios que retorna del desierto montado en un burro cual Jesucristo entrando en Jerusalén, trayendo un mensaje de esperanza que le costará una muerte brutal, presentado sin ambivalencias como un Jesús del futuro, da el broche de excelencia a este relato absorbente. ¡Ah! Y nada que ver pese a su título con el otro cuento de Flagg incluido en la antología.

El último hombre (1929) de Wallace West nos presenta a unos Adán y Eva del futuro en un mundo dominado por mujeres andróginas. Sin duda, el de carácter más aventurero de la selección. A fin de cuentas, una historia que tanto la literatura como el cine han tratado en numerosas ocasiones con diversas variaciones (todas son mujeres, todos son jóvenes, todos son simios, etc.). Entretenido y poco más, por momentos me recuerda a esa película de Michael Anderson, La fuga de Logan (1976). Para lo bueno tanto como para lo malo…

Sin ser ninguna maravilla, La guerra contra la hiedra (1930) de David H. Keller ofrece buenos momentos de acoso y caos destructivo. La historia versa sobre una invasión de un tipo de hiedra con características animales, hasta casi vampíricas en su necesidad de alimentarse de carne humana, que asola la Tierra. O al menos lo intenta. Muestra buenas ideas (por mucho que uno despedace la hiedra en trozos, estos mantienen relación entre sí, como diversas partes que comparten un cerebro común que les da vida) desarrolladas de esa manera tan simple y directa de la literatura pulp. Pocas florituras y mucha acción. Entretenida pues cuando el relato es tomado por la invasión vegetal, torpe y primitivo cuando intenta desarrollar a los personajes (bueno, no desarrollar, no hay ni esta intención: digamos mejor presentar). Tampoco hay interés reflexivo o pretensión de hacernos pensar lo más mínimo. En fin, literatura de evasión en su esencia más pura. Y destacable como un curioso antecedente de la sí magnífica y estremecedora El día de los trífidos de John Wyndham.

El planeta del sol doble (1932) de Neil R. Jones es el segundo relato de la saga “Historias del profesor Jameson”. Los guionistas de la película Pitch Black (David Twohy, 2000) le deben unas cuantas rondas de cerveza y unas vacaciones pagadas en Urano al bueno de Jones. Porque le masacraron la brillante idea que da origen a este relato en dicha peli. Y no es una coincidencia, una casualidad o aquello menos grave de “se parecen”: “es casi un plagio completo de la misma”, como indica Francisco Arellano, el antólogo, traductor y editor de este volumen en la nota sobre el autor. Poco que añadir si conocéis esta película. Varían los protagonistas, claro, porque cinematográficamente unos cerebros dentro de cajas de metal con patas y que tienen como nombres una serie de números y letras sería el colmo, y hay valor para copiar pero no para adaptar con honestidad.

El cuento de Jones es apasionante en su sencillez. Es capaz de hacernos sentir cada mente escondida en cada una de estas dichosas cajas fuertes como otros escritores no consiguen escribiendo sobre humanos. Misterio, el sentimiento entre maravilloso y aterrador de hollar un mundo nuevo y desconocido, cómo poco a poco este mundo fascinante se va desvelando una trampa infernal, la idea de universos paralelos en colisión… Todo suma de manera positiva en este cuento de pulso firme y una emoción tan intensa como naif. El mejor, a mi gusto, de la antología.

La selección se cierra con Una visión de Venus (1933), de Otis Aldebert Kline. Se trata de un típico relato de aventuras venusinas (igual podría ser cualquier otro sitio), con esa idea tan explotada, pero que nació en cuentos como este, de que podemos seguirlas a través de los ojos de un terrestre “conectado” al venusino protagonista. La tecnología tomando el lugar de las drogas alucinógenas en este viaje.

Y este viaje en ocho paradas termina aquí. Un viaje que os recomendamos realizar sin dudar.

AMAZING Stories (1926-1935). Selección, introducción, traducción y notas de Francisco Arellano. Madrid: La Biblioteca del Laberinto, 2006. 213 p. Delirio, Ciencia-Ficción; 1. ISBN 978-84-934166-1-4.

jueves, junio 09, 2011

La décima víctima en la radio # 51: Alexander Lernet-Holenia




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El capítulo 51 de mis colaboraciones dedicadas a la literatura fantástica en el programa de Canal Extremadura Radio Los dos de la tarde se emitió el 24 de mayo de 2011. En esta ocasión, la sección estuvo protagonizada por el secreto y esquinado ALEXANDER LERNET-HOLENIA.


Sus novelas están siempre animadas por un hálito fantasmal, espectros en vida que caminan por mundos de ensueño en los que la muerte es la protagonista. El destino funesto, el hado fatal, pero también un sano y vital sentido del humor dan color a sus historias. Lernet-Holenia poseía esa capacidad única de introducir al lector en un entorno de un realismo descarnado para, de una manera tan sutil como elegante, embarcarlo en lo extraño. El paso es imperceptible, pero una vez dentro es inevitable. El barón Bagge (1936) y El hombre del sombrero (1937) son quizá sus dos obras maestras. Al menos de entre las que yo he leído.

El blog citado y que recomendamos en el programa es el de El Abuelito: El desván del Abuelito. ¡No dejéis de visitarlo!


"La realidad es desagradable y carece por completo de interés. La vida comienza a hacerse interesante en el momento en que deviene irreal." Quizá hayas pensado esto muchas veces, pero ya lo había escrito antes de que tú nacieras el gran Alexander Lernet-Holenia. O al menos eso me pasó a mí...

lunes, junio 06, 2011

Roberto Alcázar y Pedrín # 04


Pues seguimos adelante con las aventuras de los siempre intrépidos Roberto Alcázar y Pedrín. Esta entrega se abre con una de sus peripecias menos interesantes. La narración se desarrolla de manera precipitada y con soluciones de guión de las de magia potagia. Los miembros de la temible secta Los Hermanos de la Estrella, bajo el ideal de la liberación de Birmania del yugo occidental, cometen actos terroristas con el fin más mundano del robo de joyas. Vamos, que no son sino la típica banda de delincuentes que nuestros héroes van a desarmar en un santiamén. Así, Roberto Alcázar sale a la búsqueda de la guarida de los malvados y, en la siguiente viñeta, vete a saber cómo y por qué, ya ha dado con ella.



Pues eso mismo, va por la calle y “no hay duda”. La guarida resulta que es un almacén, así que dos o tres viñetas después ya han dado con el emplazamiento de la guarida real, pero son apresados por los malos, que los llevan prisioneros a ella no sin que antes Pedrín se escape. Su argucia es tremenda: el coche se detiene en un descampado, los malos descienden con nuestros héroes encañonados por sendas pistolas, y de buenas a primeras Pedrín echa a correr dejando a los malvados con un palmo de narices. Se llevan a Roberto para la casa perdida en mitad del campo, la siniestra guarida, y el coche en el cual los han llevado hasta allí se marcha. Y entonces vemos que Pedrín, ejem, estaba oculto debajo del coche. Jeje, desde luego hay que reconocer que a vosotros no se os hubiera ocurrido. Aun detenido, Roberto le suelta un par de ñoños al jefe de la banda, un enmascarado como mandan los cánones.




El resto, pues nada, unos chistecillos para amenizar cómo Pedrín da con la ayuda, la policía entrando en acción a tiro limpio y Roberto sacudiendo de nuevo el polvo a la chaqueta del enmascarado.

La siguiente aventura, El torreón de los jorobados, no es mucho mejor, pero sí que muestra algunos detalles que consiguen que nuestra atención no se distraiga demasiado. La primera de ellas, la clarísima referencia a la película de Edgar Neville y Emilio Carrere La torre de los siete jorobados, clásico primitivo del cine fantástico hispano, no solo por el título, también por su trama. Nos enteramos, nada más empezar, de que Roberto es dueño de unas acciones de unas minas africanas. Vamos, aclarando que dinero no es lo que necesitan nuestros héroes. Recurso de guión inteligente que evita las preguntas habituales de los que se creen que esto es la vida real e inquieren sobre los medios de vida de los héroes de las historietas.


Como es habitual, los malos se dedican a robar joyas a honestos banqueros. Uno de ellos denuncia el caso a Roberto, explicándole que el ladrón, al huir, perdió una tarjeta con una escritura cifrada. También que el ladrón parecía, por su figura en la penumbra, un mono.



Roberto investiga tipo Mandrake, esto es, me lo saco de la manga, y descifra la tarjeta y deduce que el ladrón es en verdad un jorobado en tan pocas viñetas que se tarda más en leerlas que en lo que Roberto y Pedrín tardan en sacar sus conclusiones.



¡Madre mía! Peligrosas calles recorren nuestros héroes en busca de la guarida de los siniestros jorobados.



Hasta que dan con uno, pero mientras nuestros amigos discuten si tocar el violín es una contraseña o una serenata a una enamorada, el jorobado les da esquinazo.




Roberto Alcázar y Pedrín, a pesar de esto, descubren qué casa oculta a los jorobados gracias a esa figura tan entrañable, hoy desaparecida, que es la del sereno. Así, haciéndose pasar por dos que quieren alquilar la casa, entran en la guarida de los malotes, que es un rato siniestra, con murciélagos y todo.



También hay una leyenda de fantasmas que la habitan y una trampilla secreta que da al torreón del título. El folletín se torna algo desquiciado, pero esto mismo es lo que le da un poco de interés a la historia que no deja de moverse, pese a todo, en el mundo de lo convencional y estereotipado. Ojo, que me encantan las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín, pero cuando son mediocres hay que reconocerlo, ¿no?

Se van de allí para informar a su jefe, el banquero que ha requerido sus servicios, pero resulta que los jorobados lo han raptado. Fijaos qué viñeta tan bonita (¡me gusta de verdad!):



Nuestros héroes se preparan para rescatarlo de las garras de los malvados jorobados. Me encanta que Roberto le cuestione a Pedrín el bastón y sin embargo le parezca bien que se lleve un martillo. La verdad es que utilizan los clavos, pero a mí me da que es para despistar: el martillo es un ARMA, como ya veremos. Dick Tracy, nenaza.




Los jorobados resulta que se dedican también a falsificar billetes. Aquí ya vale todo: el recuerdo del Dr. Mabuse de Fritz Lang mezclado con el clásico de Neville da lugar a un potaje de cuidao.




Nada, nada, nuestros héroes se introducen en el torreón, que como en la película de Neville se extiende hacia el fondo de la tierra, prestos a detener a los jorobados y salvar al honrado y honesto banquero. Tras varias peripecias por los oscuros y siniestros corredores subterráneos, dan con los fantasmas. Y con la solución al verdadero uso del martillo.





Y nada, amigos, palos a porrillo para cerrar la sesión en las ya de por sí molidas espaldas de los jorobados disfrazados de fantasmas.



Y esto ha sido todo por hoy. A partir de aquí las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín se irán haciendo más interesantes gracias a que los guiones se van desquiciando de manera paulatina, sumado esto a que pronto empiezan a adueñarse de la función doctores locos, vampiros de medio pelo, malvados morrocotudos, hombres mono y demás fauna maléfica propia del pulp más enloquecido. Ya veremos si vuestro espectro favorito tiene fuerzas para seguir despedazando estas historias ante tantos horrores como se acumulan. Por el momento, un abrazo envenenado de vuestro tío Llosef.