jueves, mayo 15, 2014

¿Dónde está mi cabeza? (1892), de Benito Pérez Galdós, ilustrado por Lorenzo Montatore



No afirmo nada del otro mundo si digo que hay lecturas que de niños nos marcan. Muchas para bien, pero aquellas que lo hacen para mal las guardamos como si de una afrenta insoportable se tratara. O al menos así hacía yo, que leer era lo que más me gustaba del mundo y encontrarme con un libro que me disgustara me provocaba un dolor especial, como si aquello que suponía tu mayor refugio, tu más leal aliado y compañero, te traicionara sin compasión. Y esto es lo que sentí con dos libros de esos que nos obligaban a leer en la escuela. Uno fue el para siempre ya odiado La Celestina, que todavía hoy me pregunto a qué mente desquiciada se le ocurrió incluirlo en los programas de lectura cuando uno aún no está formado ni sabe nada de la vida (no sé por qué hablo en pasado: sigo sin tener ni idea de la vida). Mejor ni os cuento qué cara se me puso cuando descubrí al fin qué demonios era eso a lo que se dedicaba la taimada viejuna de “coser el virgo”. El otro libro fue Trafalgar, de Benito Pérez Galdós. ¡Madre mía, qué truño, lo que me costó leerlo! Y, repito, para un niño cuya mayor pasión era leer toparse con algo así era particularmente doloroso. Se daba el caso además de que el archifamoso episodio nacional era adorado por los profesores más odiosos del colegio, los que nos pegaban más. Echaban fuego por la boca y demonios por los ojos cada vez que mentaban a “los ingleses”: solo por lo que estos les hacían sufrir yo ya los quería, para qué os voy a contar otra cosa. Por eso en los libros y en las películas, cuando los ingleses ganaban a los españoles, yo lo tomaba como una victoria personal. ¡No podía ser casualidad que, además, los profesores que más admiraba nunca le dieran importancia a estas derrotas del pasado! En fin, creo que con esto queda explicado por qué jamás me he vuelto a acercar a un libro de Galdós ni con un palo.

El tiempo fue pasando. De hecho, ha pasado mucho tiempo. Y entonces conozco a Loren, un genial ilustrador, un buen amigo, y mira por dónde a él le encanta Galdós. ¿Cómo es posible? ¿Cómo a Loren le puede gustar Galdós si Loren es de los buenos? Ay, ay, todo mi sistema de valores quedaba temblequeando, algo empezaba a romperse cuando resulta que Galdós no es solo El Garbancero (como lo llamaban en la época sus detractores porque escribía muchas novelas y todas duras como garbanzos), sino que alguien de tan demostrado buen gusto y mejor criterio es un gran admirador suyo. Recuerdo (seguro que él no) mi cara de sorpresa cuando Loren me comentó que le gustaba mucho Galdós y yo respondí con los ojos como platos: “¿cómo, que te gusta Galdós el Garbancero?” Y él respondió haciendo una apasionada defensa de su obra, mirándome quizá con la misma incredulidad con que yo lo miraba a él: “¿pero cómo diablos no le gusta Galdós a José Luis?”, lo imagino pensando al tiempo que yo discurría justo lo mismo pero al revés. Y ahora llega a mis manos este libro. ¡Un libro firmado por Benito Pérez Galdós e ilustrado por Loren, aquí Lorenzo Montatore! Cómo es la vida, ¿verdad? Y qué poco he aprendido de ella. Pero en esta ocasión he sabido corregir.


¿Dónde está mi cabeza? es un relato que en su momento fue publicado en el periódico El Imparcial en el número especial de diciembre de 1892. Y debo decir que me ha encantado. Un cuento de esos locos y sin pies ni, nunca mejor dicho, cabeza que tanto me gustan. Un Galdós divertido y con un punto delirante que nos narra una historia que solo por su planteamiento ya se nos antoja fantástica: un señor se despierta una buena mañana y, vaya, resulta que ha perdido su cabeza. Pero más que un despertar al más puro estilo Kafka, lo que encontramos aquí es una aventura tan cotidiana en su devenir como desquiciada en su esencia, recordando de manera poderosa a ese otro gran relato que es La nariz (1835-36), de Nikolai Gogol. Una carrera que se mueve entre la estupefacción y la investigación imposible sobre qué puede haber sucedido con la cabeza de marras, magnificado el efecto de comedia al utilizar Galdós la primera persona, resultando así las reacciones del protagonista más impactantes y divertidas. “Yo, yo mismo, reconociéndome vivo, pensante, y hasta en perfecto estado de salud física, no tenía cabeza” (p. 3). Este formal padre de familia que anda enfrascado escribiendo un tratado filosófico de suma profundidad, Aritmética filosófico-social, nos llegará a revelar en su desesperación que a lo mejor donde ha perdido su cabeza ha sido entre las faldas de su amante, la Marquesa viuda de X…  
  
Nuestros amigos de El Verano del Cohete han editado con el cariño al que nos tienen acostumbrados este relato de manera impecable. Solo abrirlo hace que nos sintamos llevados a épocas pasadas: el mismo tipo de papel elegido se nos antoja un acierto maravilloso, dando al conjunto un aire pretérito encantador potenciado hasta el infinito por la labor prodigiosa a la ilustración de Lorenzo Montatore, que aplica unos colores que nos retrotraen de una sola mirada al Madrid castizo y finisecular de Galdós, ese que él también ama, en una conjunción artística que pareciera que no solo ambos comparten el mismo universo, sino también un tiempo común en el cual hubieran estado hablando de cómo realizar y presentar este libro. Lorenzo Montatore enriquece el tono de comedia delirante del texto no solo con sus divertidos y siempre ingeniosos dibujos, sino que enloquece él mismo al colorear las planchas con colores puros y contrastados, rompiendo la formalidad de mantenerlos sujetos a los cuerpos o los objetos, jugando no con lo surreal, sino con una realidad alterada y distinta, una cotidianidad rota por la intrusión de lo fantástico que juega con lo imposible en los límites mismos de la realidad. Una absoluta delicia que nos lleva a pensar que si en la escuela en vez de Trafalgar nos hubiesen mandado leer este cuento, otro lugar bien distinto ocuparía en nuestro corazón Benito Pérez Galdós. Gracias a este libro le hemos abierto hueco. Creo que es lo más bonito que te puedo decir, Loren. Y a vosotros, tripulantes del más brillante de los cohetes.

(De regalo, os dejamos aquí con el vídeo de presentación de ¿Dónde está mi cabeza?, obra de Mayte Alvarado, que me parece deslumbrante por su forma tan perfecta de introducirnos en lo que este nos deparará cuando lo tengamos ante nosotros).




PÉREZ GALDÓS, Benito; MONTATORE, Lorenzo. ¿Dónde está mi cabeza? (Badajoz): El Verano del Cohete, 2014. 32 p. ISBN 978-84-942610-0-8.

miércoles, mayo 14, 2014

EAM # 52-54: Delmer Daves (con un intermedio para la ciencia ficción de cámara)



Ay, un proyecto que me tiene tan absorbido como fascinado ha hecho que haya dejado a un lado de manera temporal mis colaboraciones para la página de cine El antepenúltimo mohicano. Llevo poco más de un mes lejos de sus páginas virtuales y ya me siento incompleto, como si me faltara algo, así que volveré en breve porque me las tengo que ingeniar para poder con todo. Mientras, intentaré poner al día los artículos aquí en el blog, que también es algo que tengo aparcado y no, esto no puede ser. Así que hoy vamos con tres de ellos. Se trata de los comentarios a dos grandes películas del director Delmer Daves que tendrían que haberse publicado en sucesión, pero mi carácter disperso y poco propenso al orden me llevó a introducir justo en medio otro film que resulta difícil de casar con los dos westerns de Daves. Pero así es la vida. El tren de las 3:10 (3:10 to Yuma, 1957) es una fantástica película del oeste, tensa y poderosa, con un Glenn Ford espectacular. Podéis leer qué escribí sobre ella AQUÍ


La otra película que seleccionamos para comentar (pues por iniciativa del director de EAM, Emilio Luna, se acabaron eligiendo estas dos de Daves), fue la no menos excelente La ley del talión (The Last Wagon, 1956), inolvidable no solo por ese personaje genial que es Comanche Todd, en impecable personificación de Richard Widmark, sino también de manera especial, al menos para mí, por esos apaches espectrales que dominaban prácticamente en off todo el relato. AQUÍ.


Y justo en medio, como os decía, incluí una debilidad, un moderno film de ciencia ficción que se desarrolla en su totalidad en el salón de una casa de campo. El hombre de la Tierra (The Man from Earth, 2007) es una maravilla de progresión narrativa que hipnotiza y sorprende por igual. Una gran película envuelta en ropajes modestos escrita en los años 70 por Jerome Bixby y dirigida con precisión por Richard Schenkman. AQUÍ

Pronto volveré. No es una promesa: es una necesidad.

martes, mayo 13, 2014

El año del jardinero (1929), de Karel Čapek



“Hay personas, los críticos en particular, y también los oradores públicos, a quienes les gusta mucho hablar de raíces; proclamar, por ejemplo, que debemos regresar a nuestras raíces, o que tal o cual mal debe ser completamente desarraigado, o bien que necesitamos penetrar hasta las raíces del problema. Pues bien, me gustaría verlos si tuvieran que desarraigar, digamos, un membrillo de tres años.” (pp. 125-126)

Es más que curioso y de todo punto una maravilla ver a dos de los padres de la ciencia ficción europea, los creadores del término hoy universal ROBOT, dedicados uno a escribir (Karel Čapek) y el otro a ilustrar (Josef Čapek) sobre esa pasión en apariencia sencilla y pequeña que es el cultivo y el mantenimiento de un jardín. Una ocupación antigua que ha dado otras muestras de fantásticas obras de plumas tan prestigiosas como la del mismo Horace Walpole (hablamos de ello AQUÍ). Y es que el jardín es ciencia, religión, matemáticas y poesía. Lo minúsculo y cerrado como metáfora de la misma vida, porque lo más pequeño incluye aquí dentro de sí lo más grande: “El jardín nunca está terminado. En este sentido, el jardín se parece al mundo y a todas las empresas humanas.” (p. 119) Y desde esta perspectiva Karel Čapek nos narra en El año del jardinero (Zahradníkův rok, 1929) la vida en ese período de tiempo de un amante de la jardinería, cómo se dividen sus horas, sus días, sus meses, las estaciones y en definitiva cada segundo de su existir en relación con su más absorbente amor: el que siente por su jardín.


El año del jardinero traspira una profunda adoración a la vida y a la tierra que la sustenta, a todo lo que crece pese a los inconvenientes de la propia naturaleza, de pasión por ese suelo apelmazado o poroso, pletórico de humus o arcilloso como una pesadilla que albergará y dará calor a las plantas y las flores. Es una carta arrebatada de deseo y satisfacción de un enamorado eterno no de las nubes y el sol, las estrellas y el cielo, sino de ese tesoro rico e inagotable que es el que rezuma de vida bajo nuestros pies. Uno no puede dejar de leer y querer convertirse en un jardinero a su vez, de tal forma contagian sus palabras, vivir solo para su jardín y toda la belleza fecunda que puede colmar su corazón solitario y feliz. 

Dentro de un estilo de narración coloquial y cercana, Čapek pareciera que se estuviera dirigiendo a nosotros en persona en una charla informal, pero no ajena a la exaltación poética, y practicando en todo momento un humor blanco, ayudado en esto de manera especial por los divertidos y entrañables dibujos de su hermano Josef, que no elude breves fogonazos de crítica certera y deflagrante de la sociedad y del hombre como animal que vive en ella, nuestro autor nos deja perlas brillantísimas y páginas que parecen restallar en su sencilla belleza. Tal así cuando, por ejemplo, nos habla de las lluvias del mes de mayo: la fisicidad exultante de las gotas de agua, el respirar de la tierra mojada, la sensualidad del jardín en ebullición… Lo efímero de la belleza que quizá por eso nos embarga hasta el arrobo mientras permanece: porque es muy breve y tenemos poco tiempo para saborearla y disfrutar de ella. Y sus ocasionales pero no por ello menos acertados disparos sin compasión, como decíamos, a la condición humana, algo tan habitual en su obra: “Así van las cosas: cuanto más nociva es una inmundicia, más vitalidad tiene” (p. 11); “La esencia del sectarismo no es hacer algo con pasión, sino creer en algo con pasión” (p. 101). Y voy a dejar de reproducir citas porque acabaré escribiendo aquí el libro entero.

Será indiferente que vuestro interés por los jardines, por tener uno propio y cultivarlo y mimarlo, sea inexistente: Čapek os hará nacer ese deseo. Tal vez terminéis este pequeño libro y a los pocos días este arrebato desconocido y nuevo sea enterrado y olvidado para jamás nunca volver a florecer, pero en su breve primavera será hermoso. Y aquí yace la grandeza de esta obra y su autor: que nos instará a amar, aunque sea de manera fugaz, la más efímera y al tiempo más eterna de las artes.


ČAPEK, Karel. El año del jardinero. Ilustraciones de Josef Čapek; traducción de Esteve Serra. Barcelona: José J. de Olañeta, Editor, 2009. 144 p. El Barquero; 94. ISBN 978-84-9716-587-7.

lunes, mayo 12, 2014

En busca de X-Y-Z (1943), de Harry Stephen Keeler




“–¡Espera! –dijo Caleb. –¿Sabes tú hacer novelas, Ezra?
–¡Nada de eso Caleb! ¡Ni siquiera vivirlas!” (p. 34)


Pocos escritores encontraréis tan extraños y fuera de lo común como Harry Stephen Keeler (1890-1967). Y no por su devenir cotidiano, un hombre de vida tranquila, amante de su esposa y de sus gatos y de costumbres tan normales como pueden serlo las tuyas o las mías. Lo extravagante y lo original, con lo que esto puede tener de bueno pero también de negativo, se circunscribe a su obra, plagada de historias chocantes donde la casualidad es el motor fundamental de sus tramas. O al menos la resolución de las mismas. Su método de trabajo, explicado con detalle por él mismo en la que sin duda es su novela más popular, Noches de Sing Sing (Sing Sing Nights, 1927), consistía en lo que bautizó como webwork plot, una multitud de tramas disparadas conformando una tela de araña las cuales se unían y resolvían al final coincidiendo en una serie de casualidades imposibles y carambolas fortuitas que igual provocan admiración y asombro que sonrisas por lo disparatadas que en ocasiones pueden resultar. Él lo explicaba de manera mucho más compleja, por descontado, y leyendo cualquiera de sus novelas veréis que así era, pero como resumen orientativo y primer acercamiento a la locura absoluta que dominaba en sus novelas pues más o menos pueden valer mis torpes palabras. En busca de X-Y-Z (The Search for X-Y-Z, 1943), también publicada en EE.UU. en 1945 bajo el título The Case of the Ivory Arrow, pertenece a lo que podríamos definir como la segunda época de su obra, justo cuando deja de publicar en la editorial Dutton: su etapa de esplendor tocaba a su final y sus novelas devienen más desquiciadas que nunca. Las últimas solo encontrarían salida en la editorial española Instituto Editorial Reus, especializada en textos jurídicos, de auto ayuda y semejantes (hasta llegó a editar dos “pobres” tebeos en el año 1947, como nos indican en Tebeosfera, AQUÍ). Así, Keeler tiene novelas publicadas solo en nuestro idioma, aunque por desgracia no todas las que publicó en el suyo están traducidas al español.

En busca de X-Y-Z se abre con los habituales nombres estrambóticos que Keeler utilizaba para sus personajes, siendo el mentado X-Y-Z no un apodo o un sobrenombre, sino el nombre real del hermano del protagonista, Ezra Jenkins, un hermano desaparecido que el bueno de Ezra deberá localizar en cinco días pues si no lo consigue dará con sus huesos en la cárcel. Otro punto de partida habitual en las novelas de Keeler, donde por lo general sus héroes deben actuar a contra reloj. No llevamos ni cinco páginas cuando ya se ha desatado la locura: X-Y-Z ha dejado de dar señales de vida al irse a vivir a la ciudad de Wiscon City, quizá disgustado por un lío de tierras que ambos hermanos poseen en propiedad y en la cual crece, atención, la Ascorbia-B, un tipo de hierba “cuyo alcaloide derivado posee, entre otras muchas cualidades, la de hacer ver a los pilotos aviadores de ojos azules, más que de ordinario en la oscuridad” (p. 10). Solo los dos hermanos tienen los conocimientos necesarios para llevar adelante “su difícil cultivo.” Esto que en principio nos puede parecer un detalle de la mayor relevancia pues… En fin, Keeler despliega todo un arsenal de detalles y subtramas que van formando una red tupida en la que, creedme, uno no logra adivinar hacia dónde va aparte de que Ezra debe encontrar a X-Y-Z. Ezra parte pues hacia Wiscon para buscarlo allí. Su viaje en tren está lleno de encuentros con distintos personajes que, como siempre en Keeler, entablan delirantes conversaciones que no hacen sino liar la trama hasta puntos increíbles pero al tiempo apasionantes: uno no puede parar de leer sorprendido y de continuo desbordado por la apabullante imaginación de nuestro autor, quizá su punto fuerte y su gran valor como novelista.


Permitidme ahora un inciso al más puro estilo Keeler. Su relato The Search of Xeno fue publicado en 1922 en la revista 10 Story Book, de la que Keeler era editor, bajo el epígrafe A Mistery Story by York T. Sibby, nuestro autor usando un seudónimo para publicar en su revista. Casi cuarenta años después Keeler la reescribiría y la titularía Adventure in Milwaukee. Junto a otros dos relatos la envió a su editor español Reus para ver si se publicaban en un libro como Three Short Novels, pero nunca se llegó a editar. Este relato citado al principio ofrece un punto de partida muy semejante al de la novela que nos ocupa, pero el mismo Keeler en una nota a su traductor (“esforzado” traductor) Fernando Noriega Olea le indica que solo hay similitud en eso, en su arranque, pero en nada más. Esto, con muchos más detalles y mejor, lo explica Francis M. Nevins en su artículo On “Adventure on Milwaukee”, publicado en el boletín Keeler News nº 43 (editado por Richard Polt, podéis consultar el original AQUÍ), del cual lo que os acabo de contar en este inciso no es sino un descolorido resumen.    


Pero volvamos con Ezra Jenkins y su recién iniciada búsqueda. No voy a entrar en detalles de la historia, pues no desearía bajo ningún concepto destrozar las sorpresas de una novela que encierra muchas, pero sí os contaré algunas que no importa en demasía conocer y que os pueden servir para haceros una idea de qué tenemos entre manos. Keeler nos cuenta tantas cosas que resulta imposible adivinar cuáles son importantes y cuáles otras ni se volverán a mencionar en la historia. Esto hace que uno procure no perder detalle con la constante sensación de “ay, ay, seguro que aquí se me escapa algo.” Una tontería pensar de esta manera pues en las explicaciones finales no hay apuro: Keeler lo une y lo explica todo. O casi, porque lo que acaba ignorando queda ahí como regalo extra al lector, que queda fascinado por un detalle que a la larga resultará insustancial pero que no deja de ser hermoso quizá precisamente por ello. Un ejemplo perfecto de esto último es la descripción de la plaza donde se encuentra el hotel donde se alojaba X-Y-Z hasta el día de su desaparición: “La plaza de Leipsiger se componía en realidad de una sola casa, reflejada en una serie de espejos invisibles que se reflejaban mutuamente a su vez, de manera que se convertía en toda una línea de casas exactamente iguales.” (p. 82) ¡No me digáis que no es extraordinario! Esta idea me dejó fuera de combate durante un buen rato imaginándome calle tal. Y lo más increíble es que esta idea queda ahí en el aire, sin solución, solo un detalle loco más de ese mundo alucinante donde viven los personajes de Keeler, en el cual se entrecruzan el realismo más detallista con la visión más delirante del mismo. Otro ejemplo, pero este sí fundamental para el desarrollo de la trama, es la imposible habitación de hotel en la que se aloja Ezra al llegar a Wiscon, un cuartucho cuya ventana no tiene estores, ni cortina, ni persianas… ¡ni cristales! Todo el mobiliario es de metal, y dispone de una cuerda sujeta a una anilla para poder salir descolgándose por ella a través del hueco de la ventana hacia la calle. Pero en esta ocasión sí que disponemos de una precisa explicación de su por qué.

Keeler se detiene en todos los meandros imaginables de la historia, dejándonos tan perplejos y confusos como atrapados por la alucinante sucesión de hechos y personajes increíbles (y su obsesión por tunearlos con los más extraños modelos de gafas que uno pueda concebir). Más detalles: Ezra va a buscar a su hermano, sí, pero en su viaje en tren un desconocido le ha entregado una figurita de piedra rosa que representa a un elefante bicéfalo, el cual debe entregar en mano al yogui Ramshee, un místico vidente que lee el pasado, el presente y el futuro en una bola de cristal y que vive, cómo no, en Spirit Lane, una calle en la que solo habitan adivinadores, echadores de cartas y espiritistas. No han pasado ni un par de páginas cuando Ezra recibe una misteriosa nota, se la han dejado en el sombrero sin que él se aperciba, que le advierte seriamente de que ni por asomo se le ocurra entregar la dichosa figurita. En fin, la red de la trama se va formando y si en ocasiones la aventura parece avanzar despacio, en realidad no hay descanso en lo que se refiere a la ingente cantidad de información que Keeler va desplegando a cada párrafo. No hay manera, como he dicho, de saber si servirá todo para algo o no, pero este es el juego: si se acepta, hay que jugar. Y si se decide jugar, creedme que la diversión está asegurada.


Keeler puede fascinar con los sorprendentes, imaginativos y en ocasiones retorcidos trayectos que van conformando las tramas de su historia, pero resulta algo inconsistente en la psicología de sus personajes, quizá su gran punto flaco. Son siempre extraños y chocantes, estrafalarios, pero de personalidades algo opacas, las cuales no logran permanecer en nuestro recuerdo. Es fácil rememorar los giros increíbles y los argumentos locos de sus novelas, pero sus protagonistas suelen desvanecerse en la oscuridad. Este tal vez sea el detalle, no poco importante, que le separa de una más consistente genialidad, si bien la demuestra con creces en otros aspectos. Sus personajes terminan pareciendo sombras con disparatados nombres arrastrados por la trama, aunque esto también tiene su encanto, no dudamos de ello desde el momento en que siempre lo leemos con sumo placer, pero lamentar un poco esta realidad nos dará una idea más acertada y real de su valor como escritor y no llamaremos a engaños ni mistificaciones a aquellos que no lo hayan leído nunca y deseen hacerlo. Dar una imagen desvirtuada de Keeler no ayudará a que se le respete como autor. Hay que amarlo con sus bondades y también con sus pequeñas pegas. Y dicho esto, ojo que debo reconocer que En busca de X-Y-Z alberga en su corazón a dos de los personajes más bonitos, originales y de más probable persistencia en el recuerdo de todos los que he conocido suyos. Uno es el Triple Enigma de la Vida, el torso humano que se exhibe en el circo (sin brazos ni pies, con el cuerpo osificado, ingiriendo veneno en cada función), un hombre de perspicaz inteligencia, culto, formado y feliz con la vida que le ha tocado llevar en un dibujo lleno de humanidad en el cual Keeler brilla hasta la emoción. Y el otro, la asistente negra de este Triple Enigma, Madame Olivia Debrevois, no menos culta que aquél, una poeta con obra publicada y de una sensibilidad y corazón especiales. 

Hay más, mucho más en esta novela de Keeler, sin duda una de sus grandes obras, desde románticas asesinas que despedazan a sus amantes con un hacha hasta criminales que se ocultan disfrazados con una peluca en una habitación (con número fraccionado: 345 ½) de un hospital solo para mujeres y allí son atendidos por un personal que muestra como rasgo común el tener todos un tupido entrecejo… O la trama de la flecha, otra desquiciada delicia. Guarda Keeler para el final algunas sorpresas que, vale, algunas son sus típicas casualidades que nos hacen sonreír tal vez por resultar un poco ingenuas, desde luego atrevidas porque ningún otro escritor se atrevería a recurrir a ellas con el desparpajo que él lo hace, pero también otras que, lo digo con total sinceridad, me hicieron reír de pura felicidad por su imaginación, por cómo demonios resultaba tan genial con alguna de sus salidas, y con su sencillamente brutal detalle metaliterario, todo un gigantesco colofón que es un regalo para el lector. En conjunto, una maravilla de ingenio repleta de explicaciones finales divertidas y satisfactorias que suponen un disfrute absoluto y momentos que me dejaron, y esto no es una metáfora sino una descripción fotográfica, con la boca abierta de puro y feliz asombro. Keeler es un escritor único, ya lo dije al principio, tanto para lo bueno como para, a veces, lo malo, pero que aquí nos deslumbra con todo lo que atesora de bueno. En busca de X-Y-Z es un magistral Keeler. 

  
Imagen tomada de la genial página Harry Stephen Keeler Society.

KEELER, Harry Stephen. En busca de X-Y-Z. Traducción de Fernando Noriega Olea. Madrid: Instituto Editorial Reus, 1946. 494 p. 

lunes, mayo 05, 2014

Barsoom: la revista del pulp y la literatura popular, número 10 (navidades 2009)



Pues aquí estamos con el número 10 de la revista Barsoom dedicado en esta ocasión a los iconos del pulp, por cuestiones de espacio solo a algunos de los más representativos, esos héroes y villanos fascinantes que forman parte ya del acervo cultural y viven en nuestros sueños. Y cómo no, se inicia con un sensacional artículo centrado en uno de los malvados más emblemáticos de la literatura de evasión: Fu-Manchú.

Aunque en la actualidad su poder se ha difuminado un tanto y parece solo pervivir en las películas que se le dedicaron, Javier Jiménez Barco, en El insidioso Doctor Fu-Manchú y otros villanos orientales, ofrece un fantástico repaso a las novelas protagonizadas por el maléfico Doctor de Sax Rohmer, origen y epítome de la amenaza amarilla, todo un lugar común de la literatura pulp. La maldad refinada, los planes más enrevesados, rebuscadas torturas y sabiduría ancestral que en sus imitadores alcanzarían cotas de racismo que el mismo Rohmer jamás llegaría a mostrar de manera evidente. Nunca dejó de traslucir su fascinación por la cultura a la que pertenece el Doctor, un poco a la manera en que otro autor nos mostraría este mundo oriental de novela de misterio y crimen, Harry Stephen Keeler, el cual siempre supo compensar maldad y sapiencia en sus personajes, sin dejar de lado mostrar caracteres nobles dentro de la raza malvada por antonomasia, en la época, a ojos occidentales. Edgar Wallace, Jack Williamson o Robert E. Howard fueron autores que también recurrieron al tópico, y personajes míticos como The Spider o The Shadow tuvieron a su vez que vérselas con villanos de ascendencia tal. Y esto cuando no se trataba de “plagio descarado y premeditado”, según Jiménez Barco, como sucedió con The Mysterious Wu Fang, un Fu-Manchú al parecer bastante más truculento que el original. En fin, un aperitivo suculento que viene acompañado por un relato de Sax Rohmer (Arthur Henry Sarsfield Ward, su nombre real), claro está.


Cuarenta y cinco años después de su creación, Rohmer aún escribió alguna historia protagonizada por su icónico personaje. Así Los ojos de Fu-Manchú (The Eyes of Fu Manchu), publicada en dos partes el 6 y el 13 de octubre de 1957 en la revista This Week. Y todo seguía igual: damas en apuros, héroes aguerridos y peligros mil que se suceden de manera mecánica y con relativo interés. Hasta que hace acto de presencia Fu-Manchú in person y la emoción y la tensión se disparan. Lástima que todo lo que le rodea palidezca tanto ante su presencia.

The Shadow visto por Jim Steranko.

Quiero decirlo ya: a mi gusto, la gran joya de este número de Barsoom es La bahía del chantaje (Blackmail Bay), de Walter B. Gibson (alias Maxwell Grant). Una de las dos historias en formato breve de La Sombra, The Shadow, uno de mis personajes favoritos de toda esta pléyade de héroes increíbles. Este cuento resulta sensacional en su dosificación del misterio, en su cuidada, bien definida y bien descrita localización (una isla) y en las formidables apariciones de La Sombra, absolutamente electrizantes y medidas en su prodigiosa efectividad. Un excelente relato que entiendo que a quienes las aventuras de esta fascinante creación no les interesen lo más mínimo puedan pensar que exagero en mi apreciación, pero creo que podría pasar sin problemas la prueba de mi ceguera ante este personaje. Es un buen relato de intriga criminal, y su oscuro héroe solo lo hace brillar más aún con su grandeza.  

Seguimos adelante comentando las fantásticas ilustraciones de Virgil Finlay mostrando a Tarzán cuchillo en ristre, para en la página siguiente adentrarnos en el primer capítulo de Tarzán: la aventura perdida, la novela de Edgar Rice Burroughs que Barsoom a partir de este número nos irá ofreciendo por entregas. Un “fragmento largo” de El Borak de Robert E. Howard que hará las delicias de los completistas del autor texano y un extenso artículo, Los archivos secretos de Doc Savage, formado por extractos del ensayo Doc Savage: His Apocalyptic Life de Philip José Farmer, cubren el apartado de la revista dedicado a la aventura.


No podía faltar un relato del rey de la publicación pulp Weird Tales, Seabury Quinn, protagonizado por su héroe más popular, Jules de Grandin. De La capilla del horror místico (The Chapel of Mystic Horror), publicado en el número de diciembre de 1928 de la citada revista con una magnífica portada de Hugh Rankin, valdría decir lo mismo que ya dije AQUÍ acerca de Los señores del reino de los muertos. El artículo Las sobrenaturales aventuras de Jules de Grandin de Javier Jiménez Barco es otro fascinante repaso a un héroe pulp como sin duda lo fue el investigador de lo oculto Jules de Grandin. Su origen, su desarrollo y su final incluyendo una indispensable relación de todos los relatos por él protagonizados e indicando cuáles de ellos están traducidos a nuestro idioma. Y una selección de ilustraciones de Stephen Fabian con Conan de protagonista sirve como antesala a un relato del salvaje cimmerio. Aunque el dúo revisionista formado por Lin Carter y L. Sprague de Camp no muestra demasiada imaginación en el desarrollo de la trama de Luna de sangre (Moon of Blood), en realidad los prolegómenos de una batalla y la batalla en sí, pocas complicaciones se traen entre manos, la verdad es que mentiría si no dijera que pese a esto resulta enormemente entretenido. Suplen la posible falla comentada con buenas dosis de acción creíble y una gran ambientación y cuidado en los caracteres de los personajes, con lo cual consiguen trasladarnos de lleno a su mundo y que el relato fluya, si bien sin sorpresas, con efectividad.


El fragmento La senda blanca de Abraham Merritt ya lo comenté AQUÍ. El poema El puerto de H. P. Lovecraft y una breve selección de ilustraciones que nos presentan al héroe Northwest Smith de Catherine L. Moore nos conducen a otro excelente artículo: Acerca de la Legión del Espacio, de Javier Jiménez Barco. Un recorrido por las seis aventuras literarias de la mentada Legión, esos adorables héroes creados por Jack Williamson y que reciben aquí el merecido trato de amor y erudición que merecen. Y nada mejor para acompañarlo que incluir La suerte de la Legión (The Luck of the Legion), el último relato que escribiera Williamson protagonizado por ellos, si bien es la cuarta aventura de seis atendiendo a su cronología interna. Un cuento sencillo y emocionante donde quizá lo más bonito sea ver a nuestros héroes ya mayores pero igual de jóvenes en espíritu que siempre en acción. Fue publicado en el número 19, verano/otoño de 2002, de la revista Absolute Magnitude / Aboriginal Science Fiction.  


El horror de Magallanes (The Horror from the Magellanic) de Edmond Hamilton fue publicado en la revista Amazing Stories en su número de mayo de 1969. Tengo una lectura demasiado lejana de Los reyes de las estrellas (The Star Kings, 1949) como para que me haya resultado fácil ponerme y adentrarme de nuevo en el mundo de esta saga, en la cual esplende de manera especial el villano Shorr Kan, aquí ya aliado de “los buenos”, con toda su socarronería y picaresca, sus frases ingeniosas y divertidas, otro antecedente más de ese Han Solo que nos encanta de Star Wars. Space opera pura y dura, con acción a raudales y batallas sin fin. Un entretenimiento ingenuo tal vez, pero siempre honesto y sin fisuras. Relato nacido casi a contra corriente en pleno apogeo de la renovación del género con la New Wave o New Thing, ese grupo de escritores que llevaron la ciencia ficción un paso más allá, tan lejos que hoy día no se está logrando alcanzar ni por asomo, lo cual hace que podamos admirar a pioneros como Hamilton con más crédito. Ellos al menos dieron paso a sus continuadores, cosa que los que ahora reniegan de ellos parecen no entender. Toda evolución requiere sus pasos, y si estos se dejan a un lado y se olvidan, el género se muere porque se queda sin historia. Y así llegamos al final de este apasionante, como todos, número 10 de Barsoom con una entrega del Capitán Rido y su Legión del Espacio, la versión hispánica de esa variante del género que muchos dan por finiquitado pero que, no hay más que fijarse un poco dándose una vuelta por internet, sigue levantando revuelo a cada noticia relativa a la nueva película de las sagas de Star Wars o Star Trek. Buenos y malos sin zonas grises, como en los relatos de nuestros héroes favoritos. 



BARSOOM: la revista del pulp y la literatura popular. Número 10. Navidades 2009. La Hermandad del Enmascarado. 128 p.