viernes, noviembre 29, 2013

La mujer zorro y otras piezas breves (1917-1948), de Abraham Merritt



Segundo libro del gran Abraham Merritt que nos ofrece la editorial Barsoom en su loable labor de recuperación y difusión de todos esos autores de género que tanto admiramos. Ya comentamos la excelente Los habitantes del espejismo (1932) AQUÍ. En esta ocasión, La mujer zorro y otras piezas breves recoge relatos, artículos, poemas, fragmentos de novelas inconclusas… En fin, como su título indica, toda su obra breve literaria, algunos de cuyos títulos aparecieron de manera póstuma (de ahí la fecha indicada sabiendo que Merritt falleció en el año 1943). Un volumen que por su misma condición completista acaba resultando un tanto irregular, pero que sin ninguna duda preferimos así antes que dejar fuera algún texto, cosa que tal vez hubiera ayudado a conseguir un libro más equilibrado pero desde luego menos riguroso. En definitiva, un punto, otro más, positivo para Barsoom por ofrecernos lo que todo lector desea. Esto es: de los autores que nos gustan lo queremos todo, hasta lo malo. Aunque con Merritt lo único malo es que no pudo terminar algunos de sus proyectos.

El mejor ejemplo de esto es la fantástica historia inconclusa La mujer zorro (1946), de la cual el ilustrador Hannes Bok escribiría una continuación y el desenlace, como nos explica Javier Jiménez Barco en su detallado artículo introductorio (un antecedente perfecto), en la que se percibe el conocimiento y el gran respeto que Merritt sentía por la civilización china. Entremezclado con el gusto tan propio del pulp de buscar ambientes y lugares exóticos para localizar sus narraciones, siendo oriente todo un cajón de sastre tanto del que tomar como inventar cosas, Merritt no deja de mostrarse cuidadoso con una cultura que en repetidas ocasiones describe no solo como ancestral, sino como sabia y superior a la nuestra. Hasta cuando aparece algún maléfico gángster chino este demuestra tener más clase, elegancia y sabiduría que sus homólogos de otras nacionalidades, norteamericanos incluidos. El factor exótico funciona a la perfección: el Templo de los Zorros, perdido entre las montañas, desprende todo el misterio y el hechizo de un lugar mágico y prohibido. La leyenda de las mujeres zorro cobra así una fuerza en verdad sobrenatural. Aunque es de lamentar que nos deje con la miel en los labios (si no os gusta le miel, pues pensad en algo que os guste) al no poder Merritt terminarla, supone una entretenida lectura con grandes apuntes fantásticos. Puede que incluso por encima de su muy bien conseguida atmósfera sobrenatural, yo preferiría o me quedaría con ese tenso y escalofriante diálogo que mantienen los dos hampones, uno chino y el otro norteamericano, en el Hogar de las Revelaciones Celestiales, curioso nombre para lo que no es otra cosa que el centro neurálgico del hampa de Pekín. Todo un ejemplo de cómo crear tensión y hacer bullir el interés solo con un juego de miradas, gestos y frases disparadas al ritmo y con la fuerza de un arma de fuego.


El zángano (1934) es otro relato, como el anterior, sobre humanos con capacidad de transformarse en animales… ¡y viceversa! Cuatro amigos mantienen una animada conversación sobre este apasionante y verídico (para ellos) tema intercambiando conocimientos y experiencias. Hasta que uno de ellos relata la más directa: su encuentro con un hombre que podía convertirse en el insecto del título. La increíble capacidad para dotar de dramatismo y tensión a transmutación tal con una sencillez desarmante lo dice todo de Abraham Merritt como excelente escritor de literatura fantástica.

Portales dimensionales y la magia de una civilización ancestral, la china, cómo no, es lo que podemos encontrar en A través del Cristal del Dragón (1917). Se percibe de nuevo el amor y la fascinación de Merritt por su cultura, aunque su prosa es valiosa cuando se impone la aventura y la acción. En este caso, los pasajes descriptivos a lo Lord Dunsany no son tan brillantes. El afán completista del volumen comentado al principio lleva a incluir La senda blanca (1946), un fragmento de un relato ubicado en el mismo universo que el anterior, más o menos. Aquí apenas se describe el acceso por una puerta dimensional interna (una rendija que parece estar “en algún lugar entre el cerebro y los ojos, en su propio cerebro”, p. 97) a un misterioso camino blanco, el cual también ofrece su reverso oscuro. En el cuento precedente el portal de marras estaba alojado en el corazón de una joya valiosísima y extraña robada de la Ciudad Prohibida, Pekín. Lo importante es que estén siempre en sitios raros. Incluso que ni haya sitio concreto y se trate de un estado mental, como sucede en Tres líneas de francés antiguo (1919). Enmarcado en la típica reunión de amigos (uno de ellos el propio Merritt) en la que se cuentan historias increíbles hasta que al final el que ha estado más callado toma la palabra y los deja a todos de piedra con su narración verídica de algo imposible, aquí el autor narra con firmeza y emoción la visión que lleva a un soldado de la Primera Guerra Mundial a vivir una realidad alternativa. Entre el horror de las trincheras podrá acceder a otro mundo donde la belleza y el amor están al alcance de la mano. Merritt insiste en sus historias de accesos y portales a universos paralelos, unas veces plagados de peligros y otras, como en esta ocasión, paradisíacos. A mi gusto, Merritt está más acertado en la descripción del espanto y la atrocidad de la guerra que en el mundo fantástico al que escapa por unos breves instantes el atribulado soldado protagonista. El exceso de almíbar no le sienta del todo bien.


Y con esto nos encontramos ya en la mitad del libro. Justo el sitio donde nos espera el que sin duda es uno de los mejores relatos de esta antología, no por nada era uno de los favoritos del autor: La mujer del bosque (1926). Un magnífico cuento en el que Merritt deja de lado sus visiones y sus puertecitas a mundos exóticos para centrarse en una historia de densa y conseguida atmósfera. Las criaturas feéricas que pueblan el bosque, esos árboles que adoptan formas humanas si tus ojos pueden percibirlas, anhelantes de venganza y justicia, funden en sí a la perfección la fantasía con el horror, la belleza con los sentimientos más básicos forjados en el odio y en una batalla contra el hombre que hunde sus raíces, nunca mejor dicho, en el alba de los tiempos. Terrible y dominado por la oscuridad, pero también bañado por una luz donde brilla el fantástico en su más destilada pureza, La mujer del bosque es un relato tan salvaje como poético. Es la naturaleza desatada condensada en un puñado de páginas.


También es un buen relato El estanque del dios de piedra (1923), a ojos de hoy diríamos que lovecraftiano, aunque no hace falta dilucidar quién influyó a quién. Un enorme y antiquísimo dios de piedra que oculta un espanto imposible, unos náufragos que para su desgracia lo encuentran, un estanque cuyas aguas heladas reflejan la luz de la luna y las cabañas vacías y muertas de una tribu perdida conforman sus sólidos muros. Y todo esto en una isla desierta, por supuesto. Apenas cinco páginas para retratar de manera perfecta el horror.

En el entretenido pero previsible Los habitantes del abismo (1918) podemos encontrar condensados todos los temas habituales de Merritt: civilizaciones perdidas ocultas tras un muro de niebla, construcciones ancestrales más allá de toda comprensión, exploradores y científicos que dan con hallazgos tan fascinantes como peligrosos, fantasía descriptiva detallada… Y cuando nuestro autor deja el peso de la sorpresa a dicha descripción, pierde fuerza. Aquí, la ciudad de los habitantes de ese abismo del título y los habitantes mismos, unas babosas luminosas que, en honor a la verdad, no resultan muy de temer. Contiene un par de ideas excelentes: el descenso al abismo por una escalera vertiginosa que parece llegar al corazón del infierno y el narrador del relato que ha dejado sus extremidades destrozadas en su desesperada y enloquecida huida. Lástima que la velocidad a la que nos son narrados los hechos dificulten la creación de la atmósfera opresiva y terrorífica que la historia pide a gritos. Es entretenido, eso siempre, pero si Merritt hubiera conseguido que ese abismal descenso hubiera sido tan terrible y desasosegante como pretendía, sin duda estaríamos ante un relato magnífico. Tampoco seducen las pocas páginas que llegó a escribir de la continuación de su novela The Face in the Abyss (1923), Cuando despiertan los dioses antiguos (1948): apenas dejan entrever el rostro de un dios antiguo como está mandado y una pelea de enamorados narrada de manera bastante torpe. Es el precio del carácter completista del libro: se rompe la continuidad de excelencia del mismo, pero ya dijimos que lo preferimos así.


El desafío del más allá (1934) consiste en una historia “round-robbin”, esto es, escrita por varios autores en sucesión, cada uno un capítulo o parte, hasta completarla. Confieso que desconocía que se denominaran así. En esta ocasión son cinco autores completando la narración entre los que aciertan, y con diferencia, precisamente los menos conocidos o los que cuentan con menos adeptos convencidos. La escritora Catherine L. Moore abriendo el relato y Frank Belknap Long cerrándolo saben estar a la altura del reto. La primera, dando inicio a la historia de forma sencilla pero atrayente dejando campo abierto y posibilidades de lucirse a su continuador, una generosidad que los tres siguientes no mostrarán en ningún momento. También magnífico Belknap Long cerrando el desastre egotista que habían edificado sus antecesores con una efectiva narración en paralelo donde consigue dar consistencia a toda la trama de forma inteligente, con una carga de mala leche dirigida hacia los humanos y a favor de los extraterrestres (aunque uno de los primeros se salve, no sin ironía), con el que además parodia el fragmento de Robert E. Howard donde, en su más típico musculoso estilo, muestra la primacía física del hombre ante cualquier civilización del espacio exterior o no que se tercie. Howard es el autor del cuarto fragmento, donde de un plumazo se deshace del delirante argumento siniestro y terrorífico de H. P. Lovecraft, en el que su visión oscura y deprimente del destino del protagonista en manos de Howard se convierte en un combate de boxeo interestelar. Con el Hombre como cúspide de TODA la creación, claro. Del profundo pesimismo del maestro de Providence al optimismo sin paliativos del creador de Conan. Atrás queda pues el delirio cósmico terrorífico de Lovecraft, continuación de la habitual en Merritt, autor del segundo fragmento, historia del explorador que encuentra, a ver quién lo adivina, un portal a otro mundo. Y este es el problema: Merritt, Lovecraft y Howard luchan por llevar el relato a su terreno, una lucha de egos descomunal que hacen del conjunto un dislate muy divertido pero al tiempo pesado de leer. Interesa más por jugar a identificar las maneras y los temas propios de cada autor en su parte correspondiente que por la historia en sí, que acaba por no atrapar en absoluto. Si hubieran dado muestras de algo más de humildad, de saberse plegar al bien del conjunto antes que a una demostración y prueba de estilo, estaríamos comentando un relato mejor. Pero esto es lo que hay: nuestros admirados héroes, estos escritores que amamos, también eran humanos y padecían, ay, de sus debilidades. Aunque a veces nos cueste y nos duela reconocerlo. Por esta vez, los más modestos Moore y Belknap Long los derrotaron sin piedad.

La música de las esferas (1934) es otro fragmento que forma parte de la historia colectiva o “round-robbin” Cosmos. Entretenido y sin sorpresas, sirve para llevarnos a la parte final del libro, donde se recogen diversos artículos y poemas de Merritt. Cómo encontramos a Circe (1942) no es sino un cómo se hizo de un artículo arqueológico teñido de magia al tratarse quizá de la base real, el encuentro de unos restos, que confirmaría la existencia de Circe, la hechicera de la Odisea de Homero. Acerca de la brujería moderna (1932) narra la historia de una niña embrujada que es curada gracias al baño de sangre de un corderito recién nacido abierto en canal y atado a ella. Basado en hechos reales, nada más y nada menos. Una muy divertida reseña autobiográfica y dos poemas dan fin a este libro irregular pero imprescindible para completar la obra de Merritt en español. El viaje ha sido accidentado, pero algunas de sus paradas nos han llevado al más maravilloso de los mundos. Por eso siempre valdrá la pena su lectura.


MERRITT, Abraham. La mujer zorro y otras piezas breves. Introducción y traducción de Javier Jiménez Barco; ilustraciones de Virgil Finlay, Hannes Bok y Neal Austin. Bilbao, Madrid: La Hermandad del Enmascarado, 2013. 238 p. Los Libros de Barsoom, Zona Weird; 6. 

jueves, noviembre 21, 2013

EAM # 48-50: un cuervo maldito, alienígenas buscando esposa y marineros con coraje



Continúo escribiendo para la página de cine El antepenúltimo mohicano, aunque llevo tiempo sin poner al día mis colaboraciones aquí en La décima víctima. Hoy voy a cubrir un poco la distancia que lleva del lugar donde me encuentro al sitio donde he dejado atrás a este mi pobre y amado blog, quizá tan maltratado por mí precisamente por ser el sitio que más quiero. Y empezaré enlazando el comentario que escribí sobre una de mis películas favoritas, la amarga pero fascinante El cuervo (Le corbeau), dirigida por el gran Henri-Georges Clouzot en el año 1943. Podéis leerlo  






A continuación, una película por la que siento un gran cariño, una de esas series b que hacen que amemos la ciencia ficción de los 50 con verdadera pasión: Me casé con un monstruo del espacio exterior (I Married a Monster from Outer Space, Gene Fowler Jr., 1958). El título ya es por sí solo una maravilla, pero esta historia de alienígenas que solo buscan infiltrarse entre nosotros para sobrevivir y acaban siendo mejores maridos que los propios humanos es de un encanto irresistible. Yo siempre lo he creído: cualquier monstruo de la galaxia más lejana que imaginéis, por feo que sea, es mejor que el mejor de los humanos. Una película que defienda esta tesis ya tiene ganado mi corazón. El comentario en extenso: 






Y para terminar por hoy, un film que no tiene absolutamente nada que ver con los anteriores salvo que también se trata de una magnífica película: Capitanes intrépidos (Captains Courageous, Victor Fleming, 1937). El relato de Kipling jamás pudo contar con mejor representación en el cine. Una historia de aprendizaje y amistad como en muy pocas ocasiones podremos encontrar: mostrando coraje tanto en la rudeza como en las partes dominadas por la delicadeza de los sentimientos.