martes, junio 25, 2013

Karel Sterling: la Venus del espacio y el tiempo desarticulado



Luchadores del espacio se ha convertido con el tiempo en una de las más míticas colecciones de novela popular española gracias, en primer lugar, a las fascinantes portadas de José Luis Macías, un absoluto genio creativo que con sus ilustraciones dotó de una vida especial a unas obras que en manos de otro dibujante menos visionario no hubieran pervivido con la misma capacidad de sugerir maravillas, y en segundo lugar, a ser el hogar en el cual se desarrollaron las novelas que conforman la saga más famosa (con permiso de Ángel Torres Quesada y su El Orden Estelar) de la ciencia ficción española, la Saga de los Aznar, obra del valenciano Pascual Enguídanos Usach firmando bajo el seudónimo de George H. White, de clara resonancia al maestro H. G. Wells. Para haceros una idea de lo que fue esta colección, lo mejor es leer el fantástico artículo de José Carlos Canalda dedicado a los autores que en ella colaboraron: Los escritores de la colección Luchadores del espacio. También os recomiendo, antes que perder el tiempo con lo que yo os voy a contar, que sepáis quién es Karel Sterling de su mano: JulioPérez Blasco, alias Karel Sterling. El trabajo de Canalda dedicado a las novelas conocidas como de a duro es espectacular, absoluta referencia para mí, por lo que ya aprovecho y os invito a que no dejéis de leer su genial La gran historia de las novelas de a duro, 53 capítulos y un apéndice a los que podéis acceder de manera gratuita en los enlaces indicados.

Karel Sterling (de nombre real Julio Pérez Blasco) escribió trece novelas para Luchadores del espacio. La tercera de ellas fue Los mares vivientes de Venus (1957). En principio, adolece de demasiados errores gramaticales que la afean y dificultan la lectura. Cuesta trabajo concentrarse en la narración ante tal desbarajuste lingüístico. A su favor diremos que goza de un punto de partida fantástico: un extraño recipiente ha caído de los cielos procedente de Venus conteniendo un líquido negro que lo devora todo. Una especie de cosa pringosa al estilo de La masa devoradora (The Blob, Irvin S. Yeaworth Jr., 1958), adelantándose en un año a esta curiosa película, aunque de dimensiones algo más modestas. También resulta muy interesante la idea, si bien no está desarrollada como sería de desear, de que la acción acontezca en un 1978, entonces el futuro, en el que Nueva York ha sido destruida en El Punto Final de las Guerras. La Tierra vive pues un período de paz que los alienígenas están dispuestos a finiquitar. La trama desinhibida y vivaz ayuda a no abandonar la lectura ante la notable torpeza de la redacción. Y acaba resultando una novela muy divertida y entretenida, con un final trepidante y un tanto loco. Y es que a esas alturas ya la estaba disfrutando dejados a un lado, no sin algo de esfuerzo, todos los inconvenientes que he comentado.


El tiempo desintegrado (1959) fue la décima obra que Sterling entregó a la colección. Al tratarse de una novela más ambiciosa que la anterior, a mi gusto los defectos de su autor se hacen más evidentes. Si por un lado se agradece el intento de dotar de más profundidad a la historia, que nunca a los personajes, por otro queda en evidencia que Sterling se mueve mejor en la acción más aventurera que a la hora de prestar enjundia a la trama. En su parte final, El tiempo desintegrado deviene en una locura temporal: un Cataclismo, así con mayúscula pues es como sus habitantes lo han bautizado, se ha desencadenado en el planeta Hankhar (en la constelación de Las Pléyades), el cual consiste en una debacle total en la que se superponen todas las épocas del planeta con sus distintas civilizaciones enfrentándose entre sí a muerte. Esta idea apocalíptica que bebe en el caos del tiempo es muy bonita, pero su dificultad y belleza excede con mucho las capacidades literarias de Blasco. Todo resulta torpe y confuso. Funciona más porque el lector imagina lo que el autor nos quiere contar que por cómo nos son narrados los hechos. Una lástima, más aún cuando el inicio ha resultado un tanto aburrido, con el ataque a la isla donde se alza Centrolab, una ciudad de científicos, por parte de una criatura extraterrestre y las alteraciones temporales a las que se ven sometidos algunos de los humanos protagonistas a consecuencia del mentado asalto. La impotencia narrativa de Blasco resulta dolorosa. Su uso de la elipsis es terrible: de una página a otra han sucedido cosas trascendentales de las cuales nos enteramos… ¡porque un personaje se lo cuenta a otro! Se nos hurtan así escenas emocionantes de la historia que merecían más atención. Esto sí que acaba provocando agujeros temporales y caos sideral y no lo que Blasco se esfuerza por describir. Y digo esto con pena, porque de verdad que hay abocetadas buenas ideas en la novela, pero acaban siendo solo eso: burdos apuntes en los que el sentido de la maravilla es demolido por la vulgaridad y la pobreza narrativas. El sorprendente desenlace de El tiempo desintegrado ayuda a que la impresión final no sea tan negativa: oscuro e irónico, supone un golpe de efecto que rozaría la excelencia si hubiera estado en mejores manos. Lástima que su desarrollo se desenvuelva de manera tan farragosa. De no haber sido así, todo podría haber desembocado en una sencilla pero eficaz y bonita novela.

STERLING, Karel. Los mares vivientes de Venus. Ilustración de portada: José Luis Macías. Valencia: Editorial Valenciana, 1957. 128 p. Luchadores del espacio; 84.

STERLING, Karel. El tiempo desintegrado. Ilustración de portada: José Luis Macías. Valencia: Editorial Valenciana, 1959. 128 p. Luchadores del espacio; 135. 

lunes, junio 24, 2013

Preludio trágico (1939), de Ngaio Marsh


Preludio trágico (Overture to Death, 1939) es la octava aventura del Inspector Alleyn de las 32 que protagonizó de la mano de la escritora neozelandesa Ngaio Marsh, una de las grandes damas de la novela de misterio junto a Agatha Christie o Dorothy L. Sayers, bien conocidas de manera popular como las “Reinas del crimen”. Nunca había leído una obra suya y me apetecía mucho. El resultado ha sido algo decepcionante, aunque con algunos momentos excelentes que me han dejado con la duda de si intentarlo con otra novela o dejarlo estar. Si alguien me recomienda de manera especial una, sí que me animaría. Dejo pues hecha la invitación por si me queréis ayudar con Ngaio Marsh.

Preludio trágico, pese a su título, no puede comenzar de manera más brillante. Hay una excelente presentación de personajes y una gran exposición de la vida en un pequeño pueblo inglés. La asfixia provocada por una sociedad encerrada en sí misma y consumida por las apariencias y las buenas maneras superficiales que ocultan desaforados fuegos interiores están descritas con verdadero genio. La forma de mostrar la presión de las opiniones sobre los propios actos, los sentimientos exacerbados comprimidos hasta estallar en forma de crimen y el poder de la convención y las formalidades de la vida social no tiene nada que envidiar a esa novela negra que presume de ser un reflejo crítico o en negativo de la sociedad y que, en verdad, no va más lejos de lo que en esta novela de Ngaio Marsh se consigue llegar. Resulta demoledora, incluso un poco deprimente: rezuma oscuridad y mala baba, escarbando hasta lo más profundo de la psicología de sus personajes. Marsh no se detiene ante nada y el desarrollo de la enferma trama hasta la mitad de la novela es subyugante.

Pero entonces acontece el asesinato. Este es sorprendente, chocante, llama la atención de manera poderosa y nos deja descolocados. Y, sin embargo, a partir de aquí la historia se hunde en la habitual sima de interrogatorios, el baile de preguntas y respuestas ya consabidas, esas que si me las hicieran a mí no podría responder ni a una porque yo qué sé dónde estaba y qué demonios estaba haciendo el pasado martes a las 21 horas y 13 minutos: qué hizo usted a esta hora, dónde estuvo, con quién, se fijó si esa brizna de hierba estaba torcida… Bien que este maelström especulativo nació en las obras de Marsh y sus compañeras de viaje, pero eso no impide que resulte un auténtico rollazo, un bajón en la novela justo cuando habíamos entrado en ella a ciegas y estábamos por completo inmersos en ese rincón pequeño y perdido que puede ser cualquier rincón del mundo.  Está fantástico comprobar cómo la autora arma su complicado puzzle, pero la identidad del criminal importa un rábano y se deja de lado lo que hasta entonces suponía el punto de mayor interés: ese retrato despiadado de una comunidad aislada. A su favor, diremos que en el tramo final Marsh ofrece una pista potente para que no todo sea una sorpresa en el desenlace, recuperando en parte la trama más psicológica y enfermiza. Pero ya es algo tarde y lo mejor se ha quedado en el camino. Lo dicho, si me recomendáis una novela de Marsh que os haya encantado, lo intentaré de nuevo. Si no es así, no sé si volveré a ella. Y algo me dice que más de una de esas 32 novelas merece la pena. El intríngulis radica en saber cuál.


Lo que no se puede negar es que Ngaio Marsh se trataba de una señora elegante de verdad, ¿no?

MARSH, Ngaio. Preludio trágico. Traducción de Agnes Pierce de Zamora. México, D.F.: Editorial Cumbre S. A., 1954. 238 p. Laberinto.
  

lunes, junio 17, 2013

La Sombra ríe (1931), de Maxwell Grant


La Sombra ríe (The Shadow Laughs, 1931) es la tercera aventura del mítico héroe pulp creado por Walter B. Gibson bajo su seudónimo de Maxwell Grant. Aunque siempre emocionante y entretenida, a mi gusto resulta inferior tanto a la trepidante Los ojos de La Sombra como a la fundacional La sombra viviente, y eso que aquí al fin el protagonismo de La Sombra es absoluto, quedando su ayudante Harry Vincent ejerciendo el papel de comparsa en apuros a falta de la damisela de rigor. Y es que el pobre Harry lo pasa en esta ocasión bastante mal, llegando incluso a estar a punto de perecer ahogado en un tenebroso pozo. Nuestro oscuro protagonista da salida a todo su arsenal de apariciones increíbles surgiendo de entre las sombras o bien ocultándose en ellas de manera por completo sobrenatural dejando escapar su carcajada siniestra marca de la casa. Sin duda La Sombra se lo pasa pipa porque se tira toda la novela desternillándose de la risa. Cada vez que en el relato una sombra parece más espesa de lo común o se alarga sobre el suelo más de lo normal ya sabemos que se trata de él, pero aunque sus entradas en escena están narradas con brío algunas se nos antojan algo repetitivas.

Tenemos a todo el plantel de colaboradores de La Sombra que poco a poco vamos conociendo más: Harry Vincent aparte, aquí están de nuevo el eficiente agente de seguros Claudio Arma, el mayordomo Richards y el radiotelegrafista Burbank. En el apartado de los malos de la función, repiten el asesino Steve Cronin, con una breve pero mortífera aparición, y el malvado Isaac Coffran, que no sé cómo le quedan aún ganas de delinquir si el pobre está ya más viejo que Matusalén. Todo esto regado con el plantel habitual de rateros, extorsionadores, asesinos fríos y despiadados y tramposos de poca monta que conforman esos bajos fondos en los que La Sombra se desenvuelve como en su propia casa. Son estas descripciones de personajes secundarios y de locales infectos donde el hampa se oculta y vive su realidad paralela a la del hombre de a pie donde Grant da lo mejor de sí mismo, al menos en esta aventura en la cual el escenario final no acaba de ser tan fascinante como en las ocasiones anteriores. Y es que una cueva con un pozo mortífero no es que sea algo desdeñable, pero desde luego carece de la atmósfera macabra tan intensa y conseguida por Grant al ambientar la anterior en un cementerio.

Como curiosidad, se empiezan a lanzar pistas de que el millonario Lamont Cranston, que suponíamos era La Sombra de paisano, quizás no sea sino otra máscara tras la que se oculta el oscuro héroe. El extrañísimo capítulo VII, Lamont Cranston habla consigo mismo, es esclarecedor al respecto: el rico playboy se enfrenta a su doble que desde el pie de su cama le insta a que desaparezca por un tiempo para que él pueda ocupar su lugar. ¡Vaya lío! Uno no termina de entender para qué diablos La Sombra adopta la personalidad de Cranston: cada vez que lo hace, debe mandar al millonario a recorrer mundo para ocupar él su lugar. Vale, así queda oculta su verdadera identidad, pero en fin, quizá bastaba con que Lamont Cranston fuera un personaje inventado desde el principio… Pero estamos en el terreno pulp más desaforado, y cuantos más misterios y tramas liosas se acumulen, mejor. Buscar algo de lógica en algunas acciones o en determinados desvíos o soluciones de la trama quizá sea no solo excesivo, sino jugar en un campo ajeno a la locura propia de estas historias donde prima siempre antes la sorpresa que la lógica narrativa. No debe uno cuestionarse ningún por qué, sino solo dejarse llevar sin hacer demasiadas preguntas. Aunque también hacérselas y darle vueltas a las posibles respuestas tiene su gracia, no lo vamos a negar.

Por lo demás, la trama de falsificadores de billetes a los que La Sombra acosa sin piedad ni descanso atraviesa sótanos siniestros, garitos de mala muerte, fumaderos de opio llenos de pasadizos con trampas y la mencionada cueva donde tendrá fin la aventura. Pero pesa su carácter de novela de transición: hay demasiadas referencias a Los ojos de la Sombra, se abre la duda sobre quién es en verdad La Sombra, los malvados repiten aunque Coffran esta vez carece de la fuerza que sí tenía en la entrega anterior y el conjunto acaba por lucir más apagado pues los escenarios elegidos no terminan de rezumar toda esa atmósfera de peligro que sin duda requerían. Aun así, no deja de resultar fascinante cómo Grant consigue engancharnos con algunas de las apariciones de este héroe sobrenatural: cuando sus entradas en escena funcionan, son sensacionales. Siempre hay un punto entre las sombras donde la oscuridad es más profunda, siempre se extiende sobre el suelo una forma imposible que salta embozada en una capa oscura como las alas de un cuervo y un sombrero enorme que semi oculta un rostro del que solo podemos percibir una nariz ganchuda como la de un águila. Y es entonces cuando las aventuras del más oscuro de los héroes brillan con más fulgor. 

GRANT, Maxwell. La Sombra ríe. Barcelona: Molino. Hombres audaces, La Sombra; 3.      


lunes, junio 03, 2013

EAM # 42: Los intrusos, de Lewis Allen (1944)



Alguna vez lograré ponerme al día con los comentarios de películas que estoy escribiendo para la página de cine El antepenúltimo mohicano. ¡Tarde o temprano lo conseguiré! En esta ocasión la protagonista fue Los intrusos (The Uninvited), dirigida por Lewis Allen en 1944, una película que adoro y que supone una de las más perfectas uniones entre comedia y relato de fantasmas que jamás he tenido la oportunidad de ver. Puedes leer lo que escribí sobre ella

  


Lewis Allen supo poner el punto necesario de misterio y terror en los momentos que era preciso, pero también las maravillosas notas de comedia sentimental con un buen gusto y una elegancia fascinantes.


La mansión fantasmal se alza al borde de un acantilado, como es de rigor, y la introducción, con una voz en off que nos sitúa en la historia, resulta sugerente y de una poesía tan sencilla como poderosa. 




La iluminación expresionista del gran fotógrafo Charles Lang es todo un placer, pura atmósfera espectral conseguida con la maestría que da el saber contar una historia con imágenes.




Espectros vengadores y otros que no lo son tanto, jóvenes indefensas encerradas en manicomios, el sonido del mar como un canto fantasmal, momentos divertidos que siempre nos hacen sonreír y unos personajes entrañables. ¿Qué más podemos pedir? Una película prodigiosa que recomendamos desde La décima víctima de manera absoluta.