Nicholas Blake (1904-1972) es el seudónimo bajo el cual el poeta Cecil Day-Lewis publicaba sus novelas policiacas. Nigel Strangeways fue el detective que creó para protagonizar casi todas ellas. La bestia debe morir es la más conocida, y con razón. Un escupitajo en la cara del lector más descuidado, esta novela es el perfecto ejemplo para que aquellos que piensan que la novela negra es la dura y la detectivesca la burguesa deban ir rápidamente a que se lo hagan mirar.
En su primer tramo, la novela toma la forma de diario. Un relato convulso, enfermo, venenoso. El hijo pequeño de Frank Cairnes es atropellado y el coche se da a la fuga. En su atormentado diario, el bueno de Frank comenzará a escupir su dolor y su veneno hacia el asesino, mostrando una enfermiza obsesión por asesinar a la bestia que mató al niño, convirtiendo este deseo de matarlo en el eje de su existencia. La ira, el tono desesperado del narrador, su odio, se dejan sentir en cada frase. Todo es hiriente. El sufrimiento que siente nos llega a través de sus retorcidas y malvadas opiniones, de sus comentarios dañinos fruto de la desesperación de aquel a quien le ha sido arrebatado lo único que llenaba su vida, de aquello que daba sentido a su existencia. Pero siempre resultan ingeniosos, tocados por la clarividencia de quien habla sabiendo que ya nada importa.
El protagonista, el mencionado Frank Cairnes, es escritor de novelas policiacas que firma con el seudónimo de Felix Lane. De continuo lanza bromas en el texto, su diario, sobre las frases o convenciones que se usan en tales novelas y que él no puede evitar utilizar. Esto añade, más si cabe, fuerza a la narración. Un solo paso de la ironía al sarcasmo, y lo da con frecuencia. Para deleite del lector, claro: el sarcasmo inteligente no tiene nada que envidiar a la ironía brillante.
Como he comentado, en su primera parte la novela desgrana el atormentado diario de Frank Cairnes, apabullante y demoledor en su mala baba. Tras esta tremenda entrada, sigue un paseo en barco por un río que ahoga el aliento. La narración abandona ya la primera persona para instalarse, desde aquí hasta el final, en la tercera. Y tras cortarnos la respiración, Nicholas Blake nos da un respiro presentándonos, hacia la mitad del libro, a su detective Nigel Strangeways y a su esposa Georgia en una deliciosa escena costumbrista. Breve, pues enseguida Nigel es reclamado para resolver un nuevo caso: aquél que afecta de manera directa a nuestro enloquecido por el dolor señor Cairnes. El enredo es mayúsculo, y el autor nos ha llevado hasta aquí de un soplo de forma magistral.
A partir de entonces la novela se convierte, eso sí, en un relato más o menos normal dentro de lo que es el género detectivesco: los sospechosos habituales encerrados en una casa y todos ellos con sus buenas razones para deshacerse de la maldita bestia ahora cadáver. Eso sí, su desarrollo descreído y su final amargo lo alejan de lo convencional.
Toda su primera parte resulta pues brutal y despiadada, negrísima. Cuando termina, comenzamos a navegar por aguas más seguras, reconocibles. Pero conservando aún en el rostro el espanto por el que acabamos de pasar, la tormenta infernal por la que Blake nos ha hecho zozobrar de continuo.
Excelente novela del papá de Daniel Day-Lewis, el famoso actor. Yo prefiero, de largo, al padre, claro.
BLAKE, Nicholas. La bestia debe morir. Traducción de J. R. Wilcock. Madrid: El País, 2004. 222 p. Serie negra; 31. ISBN 84-96246-92-2.
En su primer tramo, la novela toma la forma de diario. Un relato convulso, enfermo, venenoso. El hijo pequeño de Frank Cairnes es atropellado y el coche se da a la fuga. En su atormentado diario, el bueno de Frank comenzará a escupir su dolor y su veneno hacia el asesino, mostrando una enfermiza obsesión por asesinar a la bestia que mató al niño, convirtiendo este deseo de matarlo en el eje de su existencia. La ira, el tono desesperado del narrador, su odio, se dejan sentir en cada frase. Todo es hiriente. El sufrimiento que siente nos llega a través de sus retorcidas y malvadas opiniones, de sus comentarios dañinos fruto de la desesperación de aquel a quien le ha sido arrebatado lo único que llenaba su vida, de aquello que daba sentido a su existencia. Pero siempre resultan ingeniosos, tocados por la clarividencia de quien habla sabiendo que ya nada importa.
El protagonista, el mencionado Frank Cairnes, es escritor de novelas policiacas que firma con el seudónimo de Felix Lane. De continuo lanza bromas en el texto, su diario, sobre las frases o convenciones que se usan en tales novelas y que él no puede evitar utilizar. Esto añade, más si cabe, fuerza a la narración. Un solo paso de la ironía al sarcasmo, y lo da con frecuencia. Para deleite del lector, claro: el sarcasmo inteligente no tiene nada que envidiar a la ironía brillante.
Como he comentado, en su primera parte la novela desgrana el atormentado diario de Frank Cairnes, apabullante y demoledor en su mala baba. Tras esta tremenda entrada, sigue un paseo en barco por un río que ahoga el aliento. La narración abandona ya la primera persona para instalarse, desde aquí hasta el final, en la tercera. Y tras cortarnos la respiración, Nicholas Blake nos da un respiro presentándonos, hacia la mitad del libro, a su detective Nigel Strangeways y a su esposa Georgia en una deliciosa escena costumbrista. Breve, pues enseguida Nigel es reclamado para resolver un nuevo caso: aquél que afecta de manera directa a nuestro enloquecido por el dolor señor Cairnes. El enredo es mayúsculo, y el autor nos ha llevado hasta aquí de un soplo de forma magistral.
A partir de entonces la novela se convierte, eso sí, en un relato más o menos normal dentro de lo que es el género detectivesco: los sospechosos habituales encerrados en una casa y todos ellos con sus buenas razones para deshacerse de la maldita bestia ahora cadáver. Eso sí, su desarrollo descreído y su final amargo lo alejan de lo convencional.
Toda su primera parte resulta pues brutal y despiadada, negrísima. Cuando termina, comenzamos a navegar por aguas más seguras, reconocibles. Pero conservando aún en el rostro el espanto por el que acabamos de pasar, la tormenta infernal por la que Blake nos ha hecho zozobrar de continuo.
Excelente novela del papá de Daniel Day-Lewis, el famoso actor. Yo prefiero, de largo, al padre, claro.
BLAKE, Nicholas. La bestia debe morir. Traducción de J. R. Wilcock. Madrid: El País, 2004. 222 p. Serie negra; 31. ISBN 84-96246-92-2.
3 comentarios:
Vaya, este no lo tengo. Fui haciendo la colección de El País un poco a ojo, comprando lo que más o menos conocía en la época, y se me escaparon unos cuantos
Vaya, ¡qué casualidad! Justo me lo leí este año y puedo decir que es de lo que más me ha sorprendido. Quizá porque no soy un habitual de la novela negra o detectivesca, pero es que el libro tiene tela.
Tanto la brutal primera parte, como el escalofriante viaje en barco (es que uno se mete en la cabeza de cualquiera de los dos y tela...), como el juego de encontrar al culpable de la tercera parte (y que a mí, francamente, me sorprendió), junto a ese final, que adivino no demasiado habitual, mezclado con una gran capacidad para dar en la diana psicológica... Nada, que me pareció buenísimo. Y lo leí motivado por tres cosas principalmente: la curiosidad de quién era el autor, el título que atrae sin duda, y las primeras frases de la novela, que enganchan.
Tengo algunas de las novelas que salieron con El País, no todas, debería volver a leer alguna intercalándolas con las lecturas habituales, que siempre viene bien ir variando.
Mucho tiempo sin pasar por aquí. ¡Un abrazo señor Llosef!
No se preocupe, amigo Padawan, es fácil de encontrar. Como Borges y Bioy Casares lo seleccionaron como número 1 en la colección que dirigieron de novela negra, pues ya sabe usted que esto le da como "el visto bueno literario" que necesitan algunos y se reedita.
A mí me da más confianza la opinión del señor Sinclair, de la que se puede usted fiar con seguridad.
¡Amigo Sinclair! Cierto es, cuánto tiempo. Veo que a usted también le impactó esta tremenda novela. ¡No es para menos!
Nos leemos.
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