La
Sombra ríe
(The Shadow Laughs, 1931) es la
tercera aventura del mítico héroe pulp creado por Walter B. Gibson bajo su
seudónimo de Maxwell Grant. Aunque siempre emocionante y entretenida, a mi
gusto resulta inferior tanto a la trepidante Los ojos de La Sombra como a la fundacional La sombra viviente, y eso que aquí al fin el protagonismo de La
Sombra es absoluto, quedando su ayudante Harry Vincent ejerciendo el papel de
comparsa en apuros a falta de la damisela de rigor. Y es que el pobre Harry lo
pasa en esta ocasión bastante mal, llegando incluso a estar a punto de perecer
ahogado en un tenebroso pozo. Nuestro oscuro protagonista da salida a todo su
arsenal de apariciones increíbles surgiendo de entre las sombras o bien
ocultándose en ellas de manera por completo sobrenatural dejando escapar su carcajada
siniestra marca de la casa. Sin duda La Sombra se lo pasa pipa porque se tira
toda la novela desternillándose de la risa. Cada vez que en el relato una
sombra parece más espesa de lo común o se alarga sobre el suelo más de lo
normal ya sabemos que se trata de él, pero aunque sus entradas en escena están
narradas con brío algunas se nos antojan algo repetitivas.
Tenemos a todo el plantel de colaboradores de
La Sombra que poco a poco vamos conociendo más: Harry Vincent aparte, aquí
están de nuevo el eficiente agente de seguros Claudio Arma, el mayordomo
Richards y el radiotelegrafista Burbank. En el apartado de los malos de la
función, repiten el asesino Steve Cronin, con una breve pero mortífera
aparición, y el malvado Isaac Coffran, que no sé cómo le quedan aún ganas de
delinquir si el pobre está ya más viejo que Matusalén. Todo esto regado con el
plantel habitual de rateros, extorsionadores, asesinos fríos y despiadados y
tramposos de poca monta que conforman esos bajos fondos en los que La Sombra se
desenvuelve como en su propia casa. Son estas descripciones de personajes secundarios
y de locales infectos donde el hampa se oculta y vive su realidad paralela a la
del hombre de a pie donde Grant da lo mejor de sí mismo, al menos en esta
aventura en la cual el escenario final no acaba de ser tan fascinante como en
las ocasiones anteriores. Y es que una cueva con un pozo mortífero no es que
sea algo desdeñable, pero desde luego carece de la atmósfera macabra tan
intensa y conseguida por Grant al ambientar la anterior en un cementerio.
Como curiosidad, se empiezan a lanzar pistas
de que el millonario Lamont Cranston, que suponíamos era La Sombra de paisano,
quizás no sea sino otra máscara tras la que se oculta el oscuro héroe. El
extrañísimo capítulo VII, Lamont Cranston
habla consigo mismo, es esclarecedor al respecto: el rico playboy se
enfrenta a su doble que desde el pie de su cama le insta a que desaparezca por
un tiempo para que él pueda ocupar su lugar. ¡Vaya lío! Uno no termina de
entender para qué diablos La Sombra adopta la personalidad de Cranston: cada
vez que lo hace, debe mandar al millonario a recorrer mundo para ocupar él su
lugar. Vale, así queda oculta su verdadera identidad, pero en fin, quizá
bastaba con que Lamont Cranston fuera un personaje inventado desde el
principio… Pero estamos en el terreno pulp más desaforado, y cuantos más
misterios y tramas liosas se acumulen, mejor. Buscar algo de lógica en algunas
acciones o en determinados desvíos o soluciones de la trama quizá sea no solo
excesivo, sino jugar en un campo ajeno a la locura propia de estas historias donde
prima siempre antes la sorpresa que la lógica narrativa. No debe uno cuestionarse
ningún por qué, sino solo dejarse llevar sin hacer demasiadas preguntas. Aunque
también hacérselas y darle vueltas a las posibles respuestas tiene su gracia,
no lo vamos a negar.
Por lo demás, la trama de falsificadores de
billetes a los que La Sombra acosa sin piedad ni descanso atraviesa sótanos
siniestros, garitos de mala muerte, fumaderos de opio llenos de pasadizos con
trampas y la mencionada cueva donde tendrá fin la aventura. Pero pesa su
carácter de novela de transición: hay demasiadas referencias a Los ojos de la Sombra, se abre la duda
sobre quién es en verdad La Sombra, los malvados repiten aunque Coffran esta
vez carece de la fuerza que sí tenía en la entrega anterior y el conjunto acaba
por lucir más apagado pues los escenarios elegidos no terminan de rezumar toda
esa atmósfera de peligro que sin duda requerían. Aun así, no deja de resultar
fascinante cómo Grant consigue engancharnos con algunas de las apariciones de
este héroe sobrenatural: cuando sus entradas en escena funcionan, son
sensacionales. Siempre hay un punto entre las sombras donde la oscuridad es más
profunda, siempre se extiende sobre el suelo una forma imposible que salta
embozada en una capa oscura como las alas de un cuervo y un sombrero enorme que
semi oculta un rostro del que solo podemos percibir una nariz ganchuda como la
de un águila. Y es entonces cuando las aventuras del más oscuro de los héroes
brillan con más fulgor.
GRANT, Maxwell. La Sombra ríe. Barcelona:
Molino. Hombres audaces, La Sombra; 3.
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