Continuamos comentando los relatos incluidos
en esta excelente antología, Las mejores
historias diabólicas, elaborada por Albert van Hageland. Ya dijimos que en
ella el Maligno es el gran protagonista, aunque adopta miles de formas
diferentes y engañosas. Así en El
infierno de las doncellas (The
Paradise of Bachelors and the Tartarus of Maids, 1855), la segunda mitad
del relato cuyo título completo reproducimos en su idioma original, Herman
Melville traza a la perfección un dibujo oscuro y triste de la miserable
condición, casi de esclavitud, de un grupo de mujeres que trabaja en una
fábrica de papel. El lugar donde ésta se alza ya es toda una admonición de lo
que el viajero protagonista va a encontrar en su interior. En lo más profundo
de un valle denominado, con certera precisión, el Calabozo del Diablo, la
fábrica es un gigantesco demonio de ladrillo y máquinas infernales que devora
la vida de quienes en su interior se afanan por subsistir. Para Melville el
infierno está en la Tierra y sus nidos siniestros están formados por estas
enormes edificaciones, que convierten a sus moradores en pálidos fantasmas al
servicio de la inhumana industria, y los feroces capitalistas que las comandan.
Un retrato desolador y despiadado narrado con la maestría poderosa del inmortal
autor de Moby Dick. Bastante más
sencillo es La muchacha poseída por un
demonio (cuento popular) (La fille
possede du demon), recogido por Adolphe Orain en su libro De la vida a la muerte (De la vie à la mort, 1898), que no es
otra cosa sino una versión chusca y gamberra de la habitual historia de poseída
en plan El exorcista. La tradición
oral también sabía tomarse a choteo las posesiones diabólicas.
A Kurt Singer ya lo conocemos, al igual que a
Hageland, como compilador de historias fantásticas. Aquí accedemos a uno de sus
relatos de terror, coescrito con su esposa Jane, Los extraños espíritus del fuego (The Strange Fire Spirits, 1975), faceta que bien nos podíamos haber
ahorrado, al menos con este torpón artículo, pues de eso se trata más que de un
relato en sí, sobre la combustión espontánea, que los autores desechan llamar
así aplicándoles el nombre de fuegos misteriosos. Es la típica relación atropellada
y sin interés de un caso “real” tras otro, como si el hecho de enumerarlos y
amontonarlos ya les concediera carácter de veracidad, dando a entender que son
inexplicables y de origen sobrenatural. Hasta aquí, el único “cuento” que no
está a la gran altura de la compilación. Una chorrada de campeonato. Menos mal
que justo después llegaba El espejo de
las tinieblas (Mirror of Darkness),
de Bill Meilen, un excelente y aterrador relato con un espejo maléfico de
singular protagonista que resulta ser no otra cosa que un portal a un mundo
terrible y terrorífico. La narración se reserva una sorpresa que, aunque no es
tan sorprendente como fuera de esperar, sí que es efectiva al máximo y cumple
muy bien su función: hacernos estremecer por completo. Desconocía a este
escritor, también autor de novelas policíacas, y sólo puedo decir que ojalá
tenga oportunidad de leer alguna de ellas, y por descontado más cuentos
fantásticos de su mano, aunque a día de hoy sólo hay traducido a nuestra lengua
éste que se incluye en esta selección.
En El
trasgo campestre (Le lupeux,
1858), un relato incluido en su libro Légendes
rustiques (Leyendas campesinas),
la baronesa Amandine Aurore Lucile Dupin, que no es otra que la celebérrima por
sus amoríos George Sand, nos explica cómo los trasgos con sus bromas y sus
fascinantes historias apartan a los viajeros de sus caminos para, una vez
conseguido esto, ahogarlos en cualquier ciénaga solitaria. La autora sabe
mantener ese tono de narración contada en voz baja al amparo de la noche, el
perfecto para este tipo de fantasías.
Barrabás (Barabbas 1967, 1967) es un relato del
escritor belga Walter Beckers incluido en el volumen recopilatorio Anno Atlantae (1971). La noche de San
Lorenzo es la que elige el cazador salvaje Barrabás para comandar su horda de
espíritus en busca de almas pecadoras. Se nos narra cómo encuentran una de
ellas y le dan su merecido a lo bestia. No es un buen cuento, tampoco disgusta
demasiado, resultando en exceso lineal y predecible, de casi nula atmósfera a
pesar de que el clímax transcurre en una tormentosa e infernal jornada
nocturna. Se agradece que esta antología diabólica nos haga llegar obras de
autores belgas y franceses, que no se centre siempre todo en el mundo
anglosajón por mucho que nos guste. De forma independiente a la calidad de lo
seleccionado, el tener la posibilidad de acceder a ellos ya goza de nuestra
máxima atención. Como es el caso de Paul Morelle y El joven que hizo un pacto (Le
jeune homme qui pactisa, 1945), incluido en Historia de la brujería (Histoire
de la sorcellerie), en el cual creo que no hace falta ser muy sagaz para
adivinar que el pacto que hace el joven de marras no es otro que con el Diablo.
Es el caso típico del humano acuciado por las deudas que pacta con el Maligno
para que lo ayude. Y así acontece. Pero llegado el momento en el que es el
joven quien debe cumplir con su parte éste se retracta, como suele suceder. Una
historia que bebe del acervo popular y cuyo objetivo resulta más que evidente:
tranquilizar al lector ofreciéndole la vana ilusión de que siempre es posible
la redención, escapar de las garras de nuestro acreedor.
Pero lo bueno de verdad viene justo a
continuación: ¡tres relatos de Jean Ray (Jean Raymond Marie de Kremer)! Eso sí,
bajo su sobrenombre John Flanders, con resonancias anglosajonas para camelar a
los lectores que sólo aceptan lo fantástico cuando procede de regiones bien
conocidas. A las puertas del infierno
(Aux portes de l’enfer) es un
fascinante relato de mundos perdidos, de civilizaciones sumergidas bajo el mar.
Pero todo en un tono aún más extraño de lo habitual: este reino escondido está
conformado por una enorme puerta que da a un largo pasillo, el cual termina en
una sala abovedada que se abre a doce puertas y un anticuado despacho. ¡Y eso
es todo! Manipulando un mecanismo se activa un psicodélico juego de luces. Cada
color abre una de las mentadas doce puertas: algunas dan a mundos maravillosos,
otras a visiones infernales. En su primera parte, es una fantástica mezcolanza
de relato aventurero a lo Jules Verne con fantasía terrorífica, basculando entre
lo espeluznante y lo asombroso. La segunda parte cambia de protagonistas y de
escenario: una isla del Polo Norte sólo habitada por un grupo de cazadores y
pescadores daneses y dos científicos ingleses que van a estudiar el inhóspito
lugar durante tres meses. Con la aparición de la increíble Esfera de Fuego
entramos en el terreno de la más hermosa y delirante ciencia ficción. La imagen
de esta máquina prodigiosa surgiendo de las aguas es de esas que nos deja sin
aliento. Aunando leyenda, ciencia, mundos perdidos, islas volcánicas en mitad
del Polo e intrépidos aventureros, Jean Ray nos deja un excelente relato, uno
de esos muchos, por suerte, que nos hacen fácil amar la literatura. El diablo de cera (Le diable en cire) es un intenso y breve cuento narrado con toda la
perfecta sencillez de la que era capaz de hacer gala el gran maestro que era
Jean Ray. Una vela de cuatro siglos de antigüedad y un libro que oculta entre
sus páginas una maldita fórmula mística es lo que se precisa para abrir un
portal por el cual puede entrar en nuestra realidad el demonio. ¿O son gases lo
que emana del viejo cirio fabricado por brujos lo que provoca psicotrópicas
visiones y una obsesión suicida? Una duda maravillosa que nos atenaza y nos
hace avanzar con placer por las venenosas líneas de esta historia. El último
relato de Ray incluido en esta antología, que a estas alturas ya no podía amar
más, es El diablo y Peter Stolz (Le diable et Peter Stolz; lamento no
poder indicar las fechas de los cuentos, pero ni en La tercera fundación, mi
página de referencia junto a ISFDB en estas cuestiones, las he hallado). Ray
nos cuenta la hermosa historia de amor entre el Peter del título y un súcubo,
un relato sensacional que muestra el genio brillante de nuestro admirado autor
para el género fantástico de pura tradición europea. En conjunto, sus tres
aportaciones me han parecido tres pequeñas piezas maestras plenas de emoción y
verdadero sentido de lo extraño y lo maravilloso.
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