lunes, julio 15, 2019

La era de Drácula (1992), de Kim Newman


“Lo bueno termina solo, lo malo hay que detenerlo.” (Charles Beauregard, p. 228)


Imaginemos por un momento que el viejo vampiro Drácula, el mismo de la obra homónima de Bram Stoker publicada en 1897, no hubiera sido derrotado por el doctor Abraham Van Helsing y su troupe, que alzándose victorioso de este fatal encuentro hubiera ido adquiriendo poder y posición hasta el punto de llegar a amancebarse con la reina Victoria de Inglaterra convirtiéndose así en su príncipe regente, dueño y señor del imperio británico y pilar fundamental para el destino de Europa. Pero hay más: imaginad que los vampiros, viendo ahora al más poderoso de su especie no solo salir a la luz sino convertido en uno de los personajes más influyentes del mundo occidental, dejaran de ser criaturas míticas y ocultas y comenzaran a convivir de igual a igual con los humanos. Conflictos, enfrentamientos, amistades extrañas… En fin, múltiples posibilidades de convivencia nunca tranquila pues no podemos olvidar que unos encierran en sus venas el alimento esencial de los otros. ¡Vaya panorama infernal! ¿Os lo estáis imaginando? Pues justo esto es el punto de partida de esta sensacional novela de Kim Newman, La era de Drácula (Anno Dracula, 1992), también conocida como El año de Drácula según una traducción anterior (no sé cuál será más exacto o hará más honor al original, pero este último resulta más sonoro, más evocador). 


Valiéndose de personajes extraídos de novelas, reales o de su propia invención, Newman construye un retablo infernal en el cual los vampiros resultan terroríficos, criaturas sedientas y malignas cuando no conspiradoras y decadentes. Alguno hay de buen corazón que intenta convivir en armonía con los humanos, cosa nada fácil porque tampoco es que estos sean un modelo de bonhomía y honorabilidad, pero mal que bien van tirando hacia adelante. Ambientada en la época victoriana dominada por el terror de los crímenes de Jack el Destripador, será su fulminante y aterradora carrera criminal la que centrará nuestra atención. Newman parte de una historia que ya está un poquito trillada, pero con una brillantez soberbia sobrepone la falta de sorpresas en el argumento con el añadido de un punto de vista particular y fantástico que acaba atrapando sin remedio al lector. El doctor Seward, el administrador del hospital psiquiátrico donde es internado Renfield, el esclavo mental de Drácula en la novela de Stoker, es aquí el asesino Jack. Que nadie se enfade porque desvele esto: lo sabremos al poco de comenzar La era de Drácula pues no estriba su interés en descubrir quién es el asesino. En un impactante capítulo inicial narrado en desesperada primera persona por el doctor a modo de diario, el cual va grabando en cilindros de cera con un fonógrafo, descubriremos que él y no otro es el siniestro Cuchillo de Plata. Todo lo contado por él y susurrado en la penumbra a su fonógrafo es espeluznante, crímenes y sentimientos expuestos con una fuerza mareante que convierten estas páginas en oro puro. Se añade, en un guiño genial, como víctima del Destripador Seward a Lulú Schön, personaje creado por Frank Wedekind y popularizado por la ópera de Alban Berg y la magnífica película de Georg Wilhelm Pabst La caja de Pandora (Die Büchse der Pandora, 1929). Y van apareciendo uno tras otro diversos caracteres extraídos de películas, novelas y la vida real: Florence, esposa de Bram Stoker; Lestrade, Mycroft y Sherlock Holmes; Frederick Abberline y las víctimas de Jack; Henry Jekyll; Lord Ruthven; Oscar Wilde… Pero sin caer en el carrusel de citar nombres y así no tener que preocuparse de crear y dar vida a un personaje, sino dotándolos de vida, creando su versión de ellos, que no tiene por qué coincidir con la del lector, para que sintamos su aliento y su respiración y no quede todo en un juego erudito pero intrascendente. La lista al completo de apariciones “estelares” de la novela la podéis encontrar AQUÍ, en la página de The Wold Newton Universe (siguiendo el enlace podéis enteraros con diáfana claridad de qué demonios es esto) dedicada a la saga del Drácula de Newman (La era de Drácula es la novela inicial de una serie de cuatro, a las que hay que sumar once relatos si bien el primero de ellos, Red Reign, 1991, es el que daría origen, una vez extendido, a la obra que nos ocupa).


Newman también triunfa en lo que a priori podría presentarse como lo más difícil: la reconstrucción de los hechos contados por Stoker en su inmortal obra que aquí se convertirán en el triunfo de Drácula sobre Van Helsing y los suyos. La narración de Seward de la caída de Lucy, la conversión de Mina y el enfrentamiento donde el grupo de Helsing termina diezmado y en fuga es emocionante y reverberante de tensión. Pero lo mejor de Newman no se queda solo en las estremecedoras páginas relatadas por el desquiciado Seward. Quizá su gran logro, o el mejor a mi gusto, sea su imponente capacidad de crear personajes de su propia cosecha que no tiemblan ante semejante plantel. El primero, la impresionante Geneviève Dieudonné, la vampira de cuatro siglos y medio de edad y 16 años de apariencia, proveniente de otra saga de novelas con ella de protagonista que Newman escribiera bajo el seudónimo de Jack Yeovill y que aquí adapta a sus nuevos intereses. Una vampira que intenta mantenerse del lado del bien, algo que el autor nos muestra con una fuerza y una credibilidad excelentes, y que no resulta blanda pues nos muestra el otro lado, el de los vampiros que se dejan llevar por sus instintos, con tal crudeza y crueldad que respiramos aliviados cuando aparece la bella Geneviève. ¡Por favor, algo de humanidad aunque provenga de un vampiro! Su otra gran creación es Charles Beauregard, miembro del Club Diógenes, agente del bien que intentará detener apenas con el único medio de su inteligencia el mal que ha emponzoñado Londres, o lo que es lo mismo, el planeta entero. Bueno, un poquito de ayuda sí que tendrá Beauregard, porque aparte de Geneviève, que ya es bastante, contará con el apoyo del cónclave de malvados (Fu-Manchú, Moriarty, el coronel Moran, Griffin el Hombre Invisible, el judío Sikes y Raffles) aliándose con él en la caza de Cuchillo de Plata, recordando esta alianza y forma de actuar a los matones de los bajos fondos en la película M, el vampiro de Düsseldorf (M, 1931) de Fritz Lang, en la cual la policía, en su búsqueda del asesino, dificultaba los negocios de los hampones y criminales, por lo que deciden colaborar en su captura y librarse de este modo de la atosigante presencia policial. 


Newman se toma su tiempo presentando personajes, en desvelar la trama, en introducirnos en la época y el universo por él construido, para que cuando hacia la mitad de la novela la acción se desencadene sin respiro estemos ya absolutamente inmersos en esa era victoriana que es casi más un sueño con tintes de pesadilla que una realidad. Una alucinación histórica cimentada por el recuerdo y el deseo de lo que pudo haber sido y su reflejo en novelas y películas, su maravillosa y subyugante distorsión. Una novela cuya lectura me ha fascinado, con el regalo añadido de que su continuación, El sanguinario Barón Rojo (The Bloody Red Baron, 1996) me ha gustado aún más. Pero esto es ya parte de otra aventura que contaremos más adelante.



NEWMAN, Kim. La era de Drácula. Traducción de Jaume de Marcos Andreu. Madrid: Alamut, 2010. 319 p. ISBN 978-84-9889-042-6.

4 comentarios:

Ramon dijo...

Hace dos o tres años tuve ocasión de leer este libro y me deslumbró, por lo que veo, tanto como a ti. Como a priori no esperaba gran cosa de él, fue una sorpresa increíblemente agradable, aunque no tanto como la de encontrarme de repente con una nueva entrada en La décima víctima. ¡Cuánto lo habíamos echado de menos!

Llosef dijo...

¡Hola, Ramón! Muchas gracias, aunque esta reseña no es nueva, la he recuperado de tiempos lejanos. Esta novela de Newman es espectacular, pero aún me gusta más la siguiente de la saga, "El sanguinario Barón Rojo". Aparte, siento de nuevo el deseo de escribir para La décima víctima. ¡Agradezco doblemente pues tus palabras! Un saludo: Llosef.

Luis MP dijo...

Sin quitarle ningún merito me parece que tanto la novela como las películas de Drácula tienen un error. Tras tanto tiempo de vampiro lo lógico es que hubiese vampirizado a muchísima gente, todo un ejercito de vampiros. Y sobre todo cuando va a Londres.

Llosef dijo...

Pues justo ese sería el punto de partida de esta novela, Luis: hay un montón de vampiros y, además, son los dueños del mundo. ¡Un saludo y gracias por comentar!