“Resulta muy tentador, cuando se cuentan
acontecimientos pasados, poner claridad y orden donde no había ni lo uno ni lo
otro.” (La gran borrachera, p. 31)
El escritor francés René Daumal (1908-1944)
dedicó gran parte de su vida a la búsqueda de lo Absoluto, una quimera propia
de un espíritu soñador para la cual siguió caminos bien terrenales: las
sustancias psicotrópicas y el alcohol. Ni fue el primero ni será el último en
esforzarse en hallar las musas de la creación y de la revelación de esta forma.
Su viaje fue un fracaso absoluto, con el resultado de su salud destrozada y
alcanzar la muerte enfermo de tuberculosis. Solo al final de su existencia se
apercibió de lo fútil de este camino y emprendió el de la religión, el del
pensamiento hindú y las creencias que por entonces difundía el iluminado
maestro Gurdjieff. No es que le fuera mejor, pero al menos su cuerpo encontró
un breve descanso que no pudo disfrutar pues la enfermedad ya lo había convertido
en su presa. En sus años de juventud escribió poesía, fundó una revista (Le Grand Jeu), formó el grupo
vanguardista “Los Simplistas” y se enfrentó de manera encendida con André
Breton y los surrealistas. Marginal entre los marginales, Daumal se sumerge en
las drogas y la bebida buscando “una realidad superior” que nunca encontrará.
Desencantado de esta vía, escribirá en 1938 su novela La gran borrachera (La grande
beuverie), en la que nos narra en sus dos primeras partes las formas de
búsqueda que había emprendido, dejando para el final la constatación de su
error y el inicio de un nuevo camino de iluminación. Todo esto queda
esclarecido de manera excelente en el prólogo de Javier Bassa Vila, ¡Desconfiad del alcohol y de la literatura!,
en la edición del libro por parte de la editorial Cabaret Voltaire,
introducción eso sí que recomendamos leer después de la novela de Daumal.
En La
gran borrachera Daumal no solo exprime su devenir existencial, siempre
enmarcado en una confusión, una marabunta de imágenes, lugares entrevistos,
ensoñaciones con la fuerza de la realidad misma y una realidad que se despereza
con la lentitud de la duermevela, adoptando las formas metafóricas,
extravagantes y experimentales de los movimientos vanguardistas que habían
revolucionado para no llegar a nada, tal como su propia experiencia le había
enseñado, el mundo de la literatura. Personajes imposibles que van y vienen y
hablan y beben: es el caos de la borrachera interminable, la lucidez etílica
que no es sino una sarta de sandeces, un engañabobos monumental para creadores
mediocres con ínfulas artísticas. Daumal se muestra sensacional en su
conjunción de fondo y forma, en muchos momentos deudor de su admirado y genial
Alfred Jarry: es más importante cómo nos narra sus aventuras, todas ellas
enmarcadas en el transcurso de una noche y el amanecer siguiente a ella, que lo
que de manera directa nos cuenta, pues por ese cómo descubrimos el qué y su
porqué. La segunda parte de la novela, Los
paraísos artificiales, es un paseo simbólico por el horrendo y falso mundo
de los Evadidos, los que ya no beben, atrapados sin ser conscientes de ello en
la convención y el auto engaño. Este viaje le sirve no solo para hacer una dura
y burlesca crítica de la sociedad, sino también del mundo vano y vacío de los
artistas, que contrapone con los verdaderos, que serían aquellos que no viven
allí y que además no son bienvenidos. En el mundo de las mentiras, la verdad
está exiliada. Las camarillas “artísticas” son atacadas de manera certera y sin
piedad: pintores, poetas, críticos, novelistas, escultores, cineastas, actores,
arquitectos, políticos, científicos, religiosos… Todos caen ante su guadaña,
pero no de forma gratuita: solo la sufren aquellos entregados a lo falso o a
objetivos espurios. Es cegador descubrir cómo su crítica es válida para
nuestros días de la misma forma y con la misma fuerza que entonces lo fue para
los suyos. Pero Daumal no se sienta a despotricar de los demás desde su
poltrona, es demasiado inteligente para esto, sino que se reserva un capítulo
para sí mismo, es responsable y consecuente: ve los grandes defectos en los
otros, pero no elude desnudar los suyos. Las búsquedas artificiales de la
felicidad o de la inspiración a través de ideales inventados o las drogas
suponen para Daumal otra falsedad orquestada por los mercaderes de armas, opio
y cocaína. Una quimera a la cual arrojar a los jóvenes para exterminar los
excedentes de humanos.
“Todo esto era tan aburrido, tan poco
consistente, y yo estaba tan al margen de todo que ni siquiera intenté ponerme
de pie, ni agarrarme, así que me encontré de repente al borde del agujero de la
trampilla, manteniendo el equilibrio en el filo, como una hoja muerta que
espera el siguiente golpe de viento sin preocuparse de dónde vendrá. Y el
siguiente golpe me hizo caer.” (La gran
borrachera, p. 168)
El tramo final es absolutamente soberbio, con
el protagonista tomando conciencia de esa gran casa-máquina en la cual él y
nosotros vivimos, con la luz del sol brillando e iluminando el cielo tras la
gran noche de la borrachera.
Su segunda y última novela, El Monte Análogo (Le Mont Analogue, 1944), quedó inacabada. Las ediciones francesas
de la misma en Éditions Gallimard, en 1952 y en 1972, recogían todos los textos
(sinopsis, un artículo, planes de trabajo y capítulos incompletos finales) que
permiten que nos sea posible conocer su desenlace. Con un maravilloso aire a
narración de aventuras en el más clásico estilo Jules Verne entremezclado con
una simbología diáfana, sin afán de oscurantismo, Daumal nos dejó aquí una
pequeña obra maestra que quizá provoque cierta frialdad al lector habitual de
literatura fantástica debido a su truncado final, pero que hará las delicias de
todos los amantes de lo raro y lo extraño. Y con un sentido del humor vital y
contagioso que ya da apuntes desde su mismo título, pretendidamente
grandilocuente y exagerado: El Monte
Análogo: novela de aventuras alpinas no euclidianas y simbólicamente auténticas.
Todo comienza cuando el narrador recibe una
carta entusiasta de un lector que ha leído un artículo suyo sobre el
significado simbólico de las montañas en diversas culturas, religiones y
mitologías, consideradas como una vía que une la Tierra con el Cielo, lo humano
con lo divino. Fue publicado en La
revista de los fósiles y, a pesar de haber transcurrido solo tres meses
desde su publicación, él mismo ya lo había olvidado. El desconocido lector le
propone, nada más y nada menos, una excursión a ese Monte Análogo, del que
desde su cima se podrá observar el Universo desde una nueva perspectiva, al
cual el protagonista hacía alusión en su texto. El autor de la eufórica misiva
es Pierre Sogol, un personaje estrambótico y genial, y sin duda uno de los
mayores aciertos de esta novela: uno de esos caracteres que, por medio de la
fascinación y el asombro que provocan en el narrador, se contagia enseguida al
lector. La presentación de Sogol es divertida y apabullante, digna de las
mejores páginas de Verne, desde su permanencia en un monasterio herético hasta
sus alucinantes inventos (el espejo que mire quien se mire en él se ve a sí
mismo con cara de cerdo, por ejemplo, o el alucinante sistema instalado en su
jardín con notas para recordar). La pasión de Sogol es la de entender, la
necesidad de saber el por qué de las cosas, de ahí su pasión por no dejar de
intentar alcanzar la cima del misterioso Monte Análogo. Este se oculta a la
vista debido a una curvatura del espacio a su alrededor. Einstein, Eddington y Crommelin
adaptados al más delirante y brillante relato fantástico.
Los títulos de los dos primeros capítulos
(los del tercero y cuarto son más convencionales), y en especial los extensos
subtítulos a la manera de las novelas antiguas, son geniales: suponen una
descripción irónica y muy divertida de todos los acontecimientos que se
narrarán en ellos, como un resumen en clave humorística. El coqueteo de Daumal
con las vanguardias, sobre todo con el surrealismo, con el cual pronto chocó
por la estrechez programática de André Breton y los suyos, y por su condición
de poeta han provocado que su obra en prosa sea analizada siempre desde un
prisma intelectual, cuando lo que precisamente más destaca y la convierte en
inolvidable sea aquello por lo que sus exégetas menos lo aprecian: El Monte Análogo es una brillante,
luminosa y magnífica novela de aventuras. Permite, cómo no, todo tipo de
lecturas filosóficas, como por otra parte sucede con muchas otras obras del
género, pero se olvida con frecuencia esta que, a mi gusto, es la que convierte
esta narración inconclusa en una joya. Aunque el viaje se presenta en su
preparación y desarrollo de una forma verista y detallada a la manera del
genial Verne, la inclusión de unos inventos que bordean la ciencia ficción
especulativa más naif rompe este tono ultra realista y nos mantiene en el
terreno de lo fugaz y lo imaginario. Esto y el sistema de medición de la
potencia del pensamiento humano de Sogol, una fruslería intelectual que se nos
antoja entrañable porque viene de él. Si hubiera sido cualquier otro quien nos
lo hubiese presentado de seguro nos habría parecido una banalidad insufrible.
El relato avanza con las sempiternas notas
divertidas, así el nombre del barco de la expedición, que no es otro que
Imposible, o bien, también siguiendo esa tradición de las novelas primigenias
desde El Quijote, utilizando el
recurso de introducir en el cuerpo de la narración principal un relato breve
que sirve de entretenimiento, en este caso, a la un tanto aburrida tripulación
mientras todos esperan encontrar la entrada al campo que rodea al Monte
Análogo, ese que oculta la isla sobre la que se alza a los ojos de los humanos.
“Esperar durante mucho tiempo lo desconocido desgasta el motor de la sorpresa.”
(p. 91) Así la maravillosa historia de los hombres-huecos y la Rosa-amarga, que
nos deriva de lleno al fantástico más desatado. Ya al pie del Monte, el más
extraño vergel de la Tierra, nos encontraremos con el Puerto de los Monos, cuya
fascinante población está formada por todos los descendientes de viajeros y
marinos de todas las épocas que han ido llegando hasta allí buscando coronar el
Monte. Algo de condenación, de penar eterno, subyace sin forma concreta pero de
manera real en esa sociedad en la cual los guías de la montaña suponen el
escalafón más alto de la misma. Los fenómenos ópticos y mecánicos imposibles se
suceden: las cámaras no graban ni registran imágenes, el sol sale y se hunde
por el mismo punto del horizonte… El hecho de dejar constancia de que entre los
viajeros ha habido diversas pero naturales fricciones fruto de tener que
compartir un espacio reducido, el del barco, es una prueba más del deseo de
Daumal de nunca dejar de contar una historia de aventuras a la Verne pero desde
la perspectiva más moderna de un autor de mediados del siglo XX. Como sucede
con el clásico autor, su obra se presta también a múltiples interpretaciones
filosóficas y religiosas, ya lo hemos comentado, pero no tienen por qué ser las
únicas, puede que incluso ni las prioritarias. Están ahí, son el producto de la
educación y las vivencias de ambos escritores, y como toda aventura las suyas
también son historias de iluminación y crecimiento.
El
Monte Análogo
termina de manera abrupta en el capítulo cinco, justo en mitad de una narración
que tiene como eje central el efecto mariposa. Daumal tenía previsto que
constara de siete capítulos. Dejó cuatro completos y un quinto incompleto, pero
por sus notas y guiones podemos conocer el resto de la historia. Se añaden
además en la edición de Atalanta otros textos que se relacionan o en algún caso
explican detalles de la obra, de los que destacaría unas líneas de gran belleza
que escribió Daumal para presentar su novela. También se incluye un sensacional
artículo, Unos cuantos poetas franceses
del siglo XXV (1941), que es toda una genial muestra de otro tipo de
ciencia ficción: el del ensayo sobre un tema imaginario o inventado. Daumal
ofrece dos cosas: una burla despiadada de todas las escuelas y corrientes
poéticas de su presente y un divertido retrato de cómo podría ser esa sociedad
del futuro vista a través del original enfoque de analizar a sus poetas. En
ambos casos, el autor sale triunfante. Lo cual presta mayor fuerza a su
conclusión final: la verdadera poesía está allí donde no se habla de ella.
Aunque Daumal la ha tocado con sus dedos en sus hermosas palabras finales.
En el epílogo de Clara Janés, curiosamente esta
atribuye el final de la expedición de los “rajados” que no van en la de Sogol y
el protagonista, esto es, la formada por los cuatro personajes iniciales que
deciden no acompañar a nuestros héroes, al desenlace de la expedición de estos.
Así pues ese viaje infernal a la codicia humana no es el que corresponde a los
primeros, sino a los que abandonaron el camino desinteresado y puro de los
protagonistas. El final ideado por Daumal está mejor explicado, y con más
claridad, en la Nota preliminar de
Alberto Laurent en la edición de la editorial Abraxas de la novela. El Monte Análogo es un clásico de la
novela de aventuras y también de la ciencia ficción. Merece la pena compartir
su fantástico viaje y perderse en las visiones de ese Monte misterioso e
incomprensible que por momentos nos recordó al que se eleva en el corazón de
esa otra obra magnífica y única que es Al otro lado de la montaña (La montagne
morte de la vie, 1963) de Michel Bernanos.
“Ahí, en ese pico, más puntiagudo que la
aguja más fina, sólo está el que colma todos los espacios. Allá arriba, en el
ambiente más sutil en que todo se hiela, solo subsiste el cristal de la última
estabilidad. Allá arriba, en pleno fuego del cielo en donde todo se quema, solo
subsiste el perpetuo incandescente. Allá, en el centro de todo, está el que ve
cómo todas las cosas se consuman en su comienzo y en su fin.” (p. 139)
DAUMAL, René. La gran borrachera.
Introducción, traducción y notas de Javier Bassas Vila. (Barcelona): Cabaret
Voltaire, 2011. 195 p. Cabaret Voltaire; 27. ISBN 978-84-937643-8-8.
DAUMAL, René. El Monte Análogo: novela de
aventuras alpinas no euclidianas y simbólicamente auténticas. Epílogo de Clara
Janés; traducción de María Teresa Gallego. Girona: Atalanta, 2006. 177 p.
Imaginatio vera; 6. ISBN 978-84-934625-5-0.
DAUMAL, René. El Monte Análogo: novela de
aventuras alpinas no euclidianas y simbólicamente auténticas. Edición y
traducción de Alberto Laurent. México D. F., Barcelona: Editorial Océano de
México, Editorial Abraxas, 2001. 155 p. Fantasía. ISBN 970-651-491-0.
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