A mi modesto entender, hay una gran distancia entre Curtis Garland (Juan Gallardo Muñoz) y otros compañeros escritores que navegaron esas ya preteridas aguas del bolsilibro español. Literatura barata para lectores sin exigencia alguna, pero que sabían distinguir cuándo el producto daba lo que prometía. De ahí su éxito. No lo reivindicaremos tampoco como un genio olvidado, un gran escritor oculto y presto a ser rescatado, pero desde luego sí que merece ser tenido en cuenta en un panorama patrio con pocos autores de valor dentro del género terrorífico. Es una lástima que la tímida reivindicación actual de escritores de novelas y relatos pulp de origen norteamericano no alcance a autores europeos, y españoles en concreto, que poco tienen que envidiar de ellos. Porque el nombre de Curtis Garland no sería el único que merecería una modesta atención. Otros hay que bien se la ganaron: Clark Carrados, Silver Kane, Lou Carrigan o Ralph Barby serían algunos de los que no debería avergonzarse en exceso el crítico de pro si no resultara más cool (o más guay, para ser más exactos) limitarse a los que proceden del corazón del imperio. Tampoco es grave, no se trata de rasgarse las vestiduras ni nada parecido. Es tan sólo que da un poquillo de risa ver la cara de suficiencia en aquellos que van de sesudos, pero que no dudan en cantar maravillas cuando la misma calidad se ofrece en cine, en la tan mentada serie b, pero que cuando se trata de literatura tratan de marcar distancias. Ya se les pasará.
Porque si Yo encontré a Frankenstein se tratara de una de estas películas realizadas en los primeros años cuarenta, dirigida por ejemplo por un Erle C. Kenton, dentro del ciclo de aquellas tan deficientes como simpáticas peliculillas que ofrecían esos cócteles de monstruos con los que la Universal trató de reverdecer viejos laureles terroríficos, sería reivindicada sin pudor alguno. Desquiciada y delirante como ellas, al menos, lo es un rato.
Garland entra rápido en materia: tiempo y espacio obligaban a ello. Así, sus primeras páginas muestran, en rápida sucesión, un accidente de avión, un rescate desesperado entre una frenética tormenta en medio del mar de un par de supervivientes gracias a un barco danés, la subsiguiente deriva y hundimiento de éste debido al tremebundo temporal y el arribo a una isla perdida en las costas de Escocia. El tono lúgubre del mar embravecido, las olas y el viento con su fuerza incontrolable y la furia y soledad de la tempestad se hacen sentir de manera intensa, con una fuerza que es de agradecer. Como es habitual en Garland, todo comienza con garra y con una atmósfera conseguida. Otra cosa es que después la trama se desarrolle con más o menos acierto.
Y aquí, la historia narrada es delirante de por sí: nada más y nada menos que se nos cuenta el encuentro del protagonista con Viktor Frankenstein VI, descendiente del famoso doctor que hiciera mítico Mary W. Shelley en su imperecedera Frankenstein o el moderno Prometeo, y su no menos mítica criatura. Como no es extraño en Garland, éste comienza el relato con una cita de este magistral libro, y lo hará más veces a lo largo del relato. Sabe y conoce bien su fuente, al menos. Lo mismo sucede con la criatura, que aquí toma los rasgos bien conocidos desde las maravillosas películas de James Whale de Boris Karloff. Chistopher Lee y la Hammer son obviados. Y no sólo el aspecto: el sentir de la criatura, el de un alma torturada que llega al mal empujado por la crueldad de los hombres, es heredero directo tanto de la novela de la Shelley como de estas películas.
Pero bueno, seamos sensatos: el trabajo de Garland queda a años luz de sus referentes pese a su sugestivo y conseguido inicio. Era de prever. Al final todo deviene un relato demasiado convencional y tópico, con unos malvados de cartón piedra queriéndose aprovechar del monstruo para dominar el mundo, nada más y nada menos, como si a estas alturas el pobre fuera de temer. La criatura aquí también es una víctima, y si hace el mal, como he comentado, es por accidente o porque es impelido a ello.
En cualquier caso, el autor es consciente de las aguas que navega y ofrece con un mínimo de respeto al lector lo que promete: acción macabra, gotas de erotismo, atmósferas lúgubres bien conseguidas en algunos momentos y palos para los malos y boda y felicidad para la pareja protagonista como está mandado. Es la ventaja de prometer poco: es fácil cumplir. Y Garland lo hace con probado oficio. Otros con más prestigio no llegan ni a esto.
GARLAND, Curtis. Yo encontré a Frankenstein. Ilustración de portada, con una criatura que parece levitar en el éter: Desilo. Barcelona: Bruguera, 1978. 95 p. Selección Terror; 277. ISBN 84-02-02506-4.
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