Segundo libro del gran Abraham Merritt que
nos ofrece la editorial Barsoom en su loable labor de recuperación y difusión
de todos esos autores de género que tanto admiramos. Ya comentamos la excelente
Los habitantes del espejismo (1932) AQUÍ. En esta ocasión, La mujer zorro y otras piezas breves
recoge relatos, artículos, poemas, fragmentos de novelas inconclusas… En fin,
como su título indica, toda su obra breve literaria, algunos de cuyos títulos
aparecieron de manera póstuma (de ahí la fecha indicada sabiendo que Merritt
falleció en el año 1943). Un volumen que por su misma condición completista
acaba resultando un tanto irregular, pero que sin ninguna duda preferimos así
antes que dejar fuera algún texto, cosa que tal vez hubiera ayudado a conseguir
un libro más equilibrado pero desde luego menos riguroso. En definitiva, un
punto, otro más, positivo para Barsoom por ofrecernos lo que todo lector desea.
Esto es: de los autores que nos gustan lo queremos todo, hasta lo malo. Aunque
con Merritt lo único malo es que no pudo terminar algunos de sus proyectos.
El mejor ejemplo de esto es la fantástica
historia inconclusa La mujer zorro
(1946), de la cual el ilustrador Hannes Bok escribiría una continuación y el
desenlace, como nos explica Javier Jiménez Barco en su detallado artículo
introductorio (un antecedente perfecto), en la que se percibe el conocimiento y
el gran respeto que Merritt sentía por la civilización china. Entremezclado con
el gusto tan propio del pulp de buscar ambientes y lugares exóticos para
localizar sus narraciones, siendo oriente todo un cajón de sastre tanto del que
tomar como inventar cosas, Merritt no deja de mostrarse cuidadoso con una
cultura que en repetidas ocasiones describe no solo como ancestral, sino como
sabia y superior a la nuestra. Hasta cuando aparece algún maléfico gángster
chino este demuestra tener más clase, elegancia y sabiduría que sus homólogos
de otras nacionalidades, norteamericanos incluidos. El factor exótico funciona
a la perfección: el Templo de los Zorros, perdido entre las montañas, desprende
todo el misterio y el hechizo de un lugar mágico y prohibido. La leyenda de las
mujeres zorro cobra así una fuerza en verdad sobrenatural. Aunque es de
lamentar que nos deje con la miel en los labios (si no os gusta le miel, pues
pensad en algo que os guste) al no poder Merritt terminarla, supone una
entretenida lectura con grandes apuntes fantásticos. Puede que incluso por
encima de su muy bien conseguida atmósfera sobrenatural, yo preferiría o me
quedaría con ese tenso y escalofriante diálogo que mantienen los dos hampones,
uno chino y el otro norteamericano, en el Hogar de las Revelaciones
Celestiales, curioso nombre para lo que no es otra cosa que el centro
neurálgico del hampa de Pekín. Todo un ejemplo de cómo crear tensión y hacer
bullir el interés solo con un juego de miradas, gestos y frases disparadas al
ritmo y con la fuerza de un arma de fuego.
El
zángano
(1934) es otro relato, como el anterior, sobre humanos con capacidad de
transformarse en animales… ¡y viceversa! Cuatro amigos mantienen una animada
conversación sobre este apasionante y verídico (para ellos) tema intercambiando
conocimientos y experiencias. Hasta que uno de ellos relata la más directa: su
encuentro con un hombre que podía convertirse en el insecto del título. La
increíble capacidad para dotar de dramatismo y tensión a transmutación tal con
una sencillez desarmante lo dice todo de Abraham Merritt como excelente
escritor de literatura fantástica.
Portales dimensionales y la magia de una
civilización ancestral, la china, cómo no, es lo que podemos encontrar en A través del Cristal del Dragón (1917). Se
percibe de nuevo el amor y la fascinación de Merritt por su cultura, aunque su
prosa es valiosa cuando se impone la aventura y la acción. En este caso, los
pasajes descriptivos a lo Lord Dunsany no son tan brillantes. El afán
completista del volumen comentado al principio lleva a incluir La senda blanca (1946), un fragmento de
un relato ubicado en el mismo universo que el anterior, más o menos. Aquí
apenas se describe el acceso por una puerta dimensional interna (una rendija
que parece estar “en algún lugar entre el cerebro y los ojos, en su propio cerebro”,
p. 97) a un misterioso camino blanco, el cual también ofrece su reverso oscuro.
En el cuento precedente el portal de marras estaba alojado en el corazón de una
joya valiosísima y extraña robada de la Ciudad Prohibida, Pekín. Lo importante
es que estén siempre en sitios raros. Incluso que ni haya sitio concreto y se
trate de un estado mental, como sucede en Tres
líneas de francés antiguo (1919). Enmarcado en la típica reunión de amigos
(uno de ellos el propio Merritt) en la que se cuentan historias increíbles
hasta que al final el que ha estado más callado toma la palabra y los deja a
todos de piedra con su narración verídica de algo imposible, aquí el autor
narra con firmeza y emoción la visión que lleva a un soldado de la Primera
Guerra Mundial a vivir una realidad alternativa. Entre el horror de las
trincheras podrá acceder a otro mundo donde la belleza y el amor están al
alcance de la mano. Merritt insiste en sus historias de accesos y portales a
universos paralelos, unas veces plagados de peligros y otras, como en esta
ocasión, paradisíacos. A mi gusto, Merritt está más acertado en la descripción
del espanto y la atrocidad de la guerra que en el mundo fantástico al que
escapa por unos breves instantes el atribulado soldado protagonista. El exceso
de almíbar no le sienta del todo bien.
Y con esto nos encontramos ya en la mitad del
libro. Justo el sitio donde nos espera el que sin duda es uno de los mejores
relatos de esta antología, no por nada era uno de los favoritos del autor: La mujer del bosque (1926). Un magnífico
cuento en el que Merritt deja de lado sus visiones y sus puertecitas a mundos
exóticos para centrarse en una historia de densa y conseguida atmósfera. Las
criaturas feéricas que pueblan el bosque, esos árboles que adoptan formas
humanas si tus ojos pueden percibirlas, anhelantes de venganza y justicia,
funden en sí a la perfección la fantasía con el horror, la belleza con los
sentimientos más básicos forjados en el odio y en una batalla contra el hombre
que hunde sus raíces, nunca mejor dicho, en el alba de los tiempos. Terrible y
dominado por la oscuridad, pero también bañado por una luz donde brilla el
fantástico en su más destilada pureza, La
mujer del bosque es un relato tan salvaje como poético. Es la naturaleza
desatada condensada en un puñado de páginas.
También es un buen relato El estanque del dios de piedra (1923), a
ojos de hoy diríamos que lovecraftiano, aunque no hace falta dilucidar quién
influyó a quién. Un enorme y antiquísimo dios de piedra que oculta un espanto
imposible, unos náufragos que para su desgracia lo encuentran, un estanque
cuyas aguas heladas reflejan la luz de la luna y las cabañas vacías y muertas
de una tribu perdida conforman sus sólidos muros. Y todo esto en una isla
desierta, por supuesto. Apenas cinco páginas para retratar de manera perfecta
el horror.
En el entretenido pero previsible Los habitantes del abismo (1918) podemos
encontrar condensados todos los temas habituales de Merritt: civilizaciones
perdidas ocultas tras un muro de niebla, construcciones ancestrales más allá de
toda comprensión, exploradores y científicos que dan con hallazgos tan
fascinantes como peligrosos, fantasía descriptiva detallada… Y cuando nuestro
autor deja el peso de la sorpresa a dicha descripción, pierde fuerza. Aquí, la
ciudad de los habitantes de ese abismo del título y los habitantes mismos, unas
babosas luminosas que, en honor a la verdad, no resultan muy de temer. Contiene
un par de ideas excelentes: el descenso al abismo por una escalera vertiginosa
que parece llegar al corazón del infierno y el narrador del relato que ha
dejado sus extremidades destrozadas en su desesperada y enloquecida huida.
Lástima que la velocidad a la que nos son narrados los hechos dificulten la
creación de la atmósfera opresiva y terrorífica que la historia pide a gritos.
Es entretenido, eso siempre, pero si Merritt hubiera conseguido que ese abismal
descenso hubiera sido tan terrible y desasosegante como pretendía, sin duda estaríamos
ante un relato magnífico. Tampoco seducen las pocas páginas que llegó a
escribir de la continuación de su novela The
Face in the Abyss (1923), Cuando
despiertan los dioses antiguos (1948): apenas dejan entrever el rostro de
un dios antiguo como está mandado y una pelea de enamorados narrada de manera
bastante torpe. Es el precio del carácter completista del libro: se rompe la
continuidad de excelencia del mismo, pero ya dijimos que lo preferimos así.
El
desafío del más allá
(1934) consiste en una historia “round-robbin”, esto es, escrita por varios
autores en sucesión, cada uno un capítulo o parte, hasta completarla. Confieso
que desconocía que se denominaran así. En esta ocasión son cinco autores
completando la narración entre los que aciertan, y con diferencia, precisamente
los menos conocidos o los que cuentan con menos adeptos convencidos. La
escritora Catherine L. Moore abriendo el relato y Frank Belknap Long cerrándolo
saben estar a la altura del reto. La primera, dando inicio a la historia de
forma sencilla pero atrayente dejando campo abierto y posibilidades de lucirse
a su continuador, una generosidad que los tres siguientes no mostrarán en
ningún momento. También magnífico Belknap Long cerrando el desastre egotista
que habían edificado sus antecesores con una efectiva narración en paralelo
donde consigue dar consistencia a toda la trama de forma inteligente, con una
carga de mala leche dirigida hacia los humanos y a favor de los extraterrestres
(aunque uno de los primeros se salve, no sin ironía), con el que además parodia
el fragmento de Robert E. Howard donde, en su más típico musculoso estilo,
muestra la primacía física del hombre ante cualquier civilización del espacio
exterior o no que se tercie. Howard es el autor del cuarto fragmento, donde de
un plumazo se deshace del delirante argumento siniestro y terrorífico de H. P.
Lovecraft, en el que su visión oscura y deprimente del destino del protagonista
en manos de Howard se convierte en un combate de boxeo interestelar. Con el
Hombre como cúspide de TODA la creación, claro. Del profundo pesimismo del
maestro de Providence al optimismo sin paliativos del creador de Conan. Atrás
queda pues el delirio cósmico terrorífico de Lovecraft, continuación de la
habitual en Merritt, autor del segundo fragmento, historia del explorador que
encuentra, a ver quién lo adivina, un portal a otro mundo. Y este es el
problema: Merritt, Lovecraft y Howard luchan por llevar el relato a su terreno,
una lucha de egos descomunal que hacen del conjunto un dislate muy divertido
pero al tiempo pesado de leer. Interesa más por jugar a identificar las maneras
y los temas propios de cada autor en su parte correspondiente que por la
historia en sí, que acaba por no atrapar en absoluto. Si hubieran dado muestras
de algo más de humildad, de saberse plegar al bien del conjunto antes que a una
demostración y prueba de estilo, estaríamos comentando un relato mejor. Pero
esto es lo que hay: nuestros admirados héroes, estos escritores que amamos,
también eran humanos y padecían, ay, de sus debilidades. Aunque a veces nos
cueste y nos duela reconocerlo. Por esta vez, los más modestos Moore y Belknap
Long los derrotaron sin piedad.
La
música de las esferas
(1934) es otro fragmento que forma parte de la historia colectiva o “round-robbin”
Cosmos. Entretenido y sin sorpresas,
sirve para llevarnos a la parte final del libro, donde se recogen diversos
artículos y poemas de Merritt. Cómo
encontramos a Circe (1942) no es sino un cómo se hizo de un artículo
arqueológico teñido de magia al tratarse quizá de la base real, el encuentro de
unos restos, que confirmaría la existencia de Circe, la hechicera de la Odisea de Homero. Acerca de la brujería moderna (1932) narra la historia de una niña
embrujada que es curada gracias al baño de sangre de un corderito recién nacido
abierto en canal y atado a ella. Basado en hechos reales, nada más y nada
menos. Una muy divertida reseña autobiográfica y dos poemas dan fin a este
libro irregular pero imprescindible para completar la obra de Merritt en español.
El viaje ha sido accidentado, pero algunas de sus paradas nos han llevado al
más maravilloso de los mundos. Por eso siempre valdrá la pena su lectura.
MERRITT, Abraham. La mujer zorro y otras
piezas breves. Introducción y traducción de Javier Jiménez Barco; ilustraciones
de Virgil Finlay, Hannes Bok y Neal Austin. Bilbao, Madrid: La Hermandad del
Enmascarado, 2013. 238 p. Los Libros de Barsoom, Zona Weird; 6.
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