“-Pero si investigara usted un crimen-
observó lady Swaffham-, habría de empezar por las cosas habituales, como
averiguar qué había hecho la víctima, a quién había visitado, y además buscaría
el móvil. ¿No es así?
-¡Oh, sí!- exclamó lord Peter-, pero muchos
de nosotros tenemos docenas de móviles para asesinar a las personas
inofensivas. Por mi gusto me agradaría asesinar a varias personas. ¿Y a usted?”
(p. 140)
Una tenebrosa voz interior me dice, aparte
de que yo también mataría con gusto a varias personas como así reconoce lord
Peter Wimsey, que ese “personas inofensivas” más bien se refiere en el original
a “personas inocentes”, pero dejémoslo estar. Ambas cosas.
Dorothy L. Sayers.
El
cadáver con lentes
(Whose Body?, 1923) es la primera
aventura del detective aficionado lord Peter Winsey, la gran creación de
Dorothy L. Sayers, una de esas damas del crimen inglesas que comparten panteón
con Agatha Christie y que, si bien son acusadas de dedicarse a montar unos líos
criminales de órdago y poco más, a poco que uno las lea descubre encantado que
sí, que vale, que es verdad, pero por el camino siempre dejan un retrato
tremendo de la sociedad en la que desarrollan sus tramas, con unos personajes
definidos a la perfección con pocas palabras y una ironía subterránea y un
cachondeo encubierto a medias que resultan encantadores. Y demoledores, porque
su humor parece amable, simpático y cordial, pero mientras te llevas el té al
que te han invitado a los labios y ves cómo tu taza se va vaciando, comienzas a
notar un sabor raro, tal vez un poco amargo pese al azúcar, y vislumbras allá
al fondo cómo los posos que se van formando tienen una tonalidad extraña. Das
el último sorbo y sabes ya que te han envenenado. Ay, qué grandes son. Las amo.
De esta forma, la cita del inicio no deja de
ser una bomba de relojería dejada caer ahí como quien no quiere la cosa, como
si fuera un chiste facilón, pero ojo, que lo que se está afirmando con total
tranquilidad es que todos deseamos en algún momento matar a alguien. Y si
tuviéramos la oportunidad de quedar impunes, lo haríamos. De hecho, la idea de
que siempre tenemos móviles para asesinar a alguien suele ser el embrollo
principal que plantean las novelas de crímenes de otra dama menos conocida pero
no por ello menos admirable: Georgette Heyer (AQUÍ). En sus tramas, la dificultad que encuentra su héroe de
ficción el comisario Hannasyde de Scotland Yard es que todos los sospechosos
tienen no solo razones de sobra para ser culpables del asesinato presentado,
sino que además no dudan en afirmar, casi con satisfacción, que se alegran de
su muerte, eso cuando no se sienten compungidos y lamentan que alguien se les
haya adelantado porque con gusto lo hubieran matado ellos mismos. Se habla de
crímenes entre risas y pastas y té caliente. Pero no por no vestir gabardinas
molonas ni dedicarse a repartir ñoños a la primera de cambio son más amables.
Sus criminales parecen más educados, pero cuando el ansia se apodera de ellos
son tan violentos o más que sus hermanos de sangre en la novela negra.
Esta primera historia protagonizada por lord
Peter Winsey no es quizá tan brillante como la otra que he tenido oportunidad
de leer de la serie, El misterio del
Bellona Club (1928, comentario AQUÍ),
pero se nos presenta diáfano el concepto de detective que Sayers persiguió
crear y que consistía en que este debía crecer y evolucionar novela a novela,
de ahí que en esta inicial Winsey es un niño bien repelente hasta la náusea,
pero también encantador y divertido, lo cual supone un fantástico acierto de
caracterización por parte de la autora. Peter confiesa de continuo que para él
todo esto de resolver crímenes es tan solo un juego. Pero ya se nos apunta su
evolución posterior cuando, avanzada la trama y llegado el momento en que el
asunto se pone serio y hay que aparcar las bromas, confiesa que es justo
entonces cuando desea abandonar la investigación. No quiere dañar a nadie con
su actitud despreocupada. Será su amigo Parker, detective de Scotland Yard,
quien le explicará que pese a su deseo de aparentar indiferencia y dedicarse a
investigar crímenes solo para distraerse, en realidad siente la llamada de la
verdad, de desenmascarar al asesino, porque en el fondo no deja de ser un
hombre responsable. Ante esto, aquí todavía Winsey responderá con una broma. Ya
evolucionará y tendrá otra respuesta más sincera, pero no en esta novela. Así,
Peter, el niño rico y acomodado, sin preocupaciones vitales importantes, y
Parker, el hombre de la calle que necesita trabajar y ganarse su sustento, se
complementan, porque pese a los chistes y esa apariencia de señorito
despreocupado algo late en lo más oculto del fatuo lord Peter: la necesidad y
el afán de descubrir la verdad, una preocupación real y sincera por aquello que
investiga. Parker, aunque en algunos momentos desee abofetearlo, lo tiene bien
calado y lo admira, incluso ahora, cuando Peter se muestra más petulante y vano
que nunca.
En su conjunto El cadáver con lentes es una novela muy entretenida con un crimen
de factura muy enrevesada, como era del gusto de Sayers, lo cual provoca que
prestemos atención a la explicación final, algo que reconozco una vez más no
suelo hacer. Aunque Peter ya nos da las pistas, es el propio criminal quien nos
lo detallará paso a paso en una carta en la que confiesa el asesinato, el
desmembramiento del cadáver y el robo y traslado por los tejados de la ciudad
de otro. Todo acaba siendo muy macabro: por eso nos encanta también. Pero a la
vez nos deja con la sensación de que, por mucho que uno desee matar, es tan
complicado borrar el rastro criminal que mejor es aguantarse las ganas. Al
menos de momento.
SAYERS, Dorothy L. El cadáver con lentes.
Traducción de Manuel Vallve; ilustración de cubierta de J. Bocquet;
ilustraciones interiores de J. Juez. Barcelona: Editorial Molino, 1949. 221 p.
Selecciones de Biblioteca Oro; 45.
A continuación, unas portadas de esta novela con un diseño muy a lo años 20, como corresponde:
Estas otras dos asemejan portadas de cómics: ¡me encantan! En especial la primera, con un lord Peter Winsey que más bien pareciera salido de una novela de Dashiell Hammett por mucho monóculo con que lo adornen. En la segunda, a quien se parece es a Opium, el malvado personaje del cómic creado por Daniel Torres. P. D.: añado una cuarta imagen que nos ha remitido el gran Alberto López Aroca en este bloque que nos muestra a un posible ancestro de Opium dedicado a tareas no sé si menos o más maléficas, pues anuncia una colonia.
Y un par más de ediciones en español. Conviene destacar la de la mítica colección Club del Misterio, con un lord Peter mostrando unas greñas setenteras de lo más inadecuado:
6 comentarios:
No conocía a la autora, pero tomo nota porque también me encanta esa mezcla de relato criminal y ambiente británico upper-class. Muy buena la antología de portadas, por cierto.
David, solo decirte que las novelas de Sayers protagonizadas por lord Peter Winsey serán entonces una apuesta segura. ¡Más british upper-class no se puede ser, jajaja!
Maravillosa entrada, adoro estos rescates de escritores/as hoy olvidados, y más cuando usted lo hace por su valor intrínseco, sin nostalgias ni gaitas. Es de justicia.
EL ABUELITO
¡Gracias Abuelito! Mi labor tiene poco mérito: ¡es tan fácil caer en sus garras! Más que mujeres fatales asemejan amables madres de familia... ¡pero no hay que fiarse! Son de armas tomar.
Hala! buscando chismes sobre esta novela me encontré con este interesantísmo blog.
Una consulta: el encasillamiento semítico... es irónico o racista?
Muy bueno el aporte gráfico, seguiré mirando y quién sabe, comentando
Hola niko, ¡gracias por comentar! La verdad es que no recuerdo con el detalle necesario a Sir Reuben Levy como para poder contestarte. Leyendo otras obras de Sayers te diría que irónico, pero también esta fue una de sus primeras novelas y quizá tiró de algún tópico...
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