A finales del siglo XIX y durante buena parte
de principios del XX lo paranormal era una moda: el contacto con espíritus
desencarnados del más allá alrededor de una mesita de té, la reencarnación, las
teorías filosófico-religiosas (con la Teosofía como gran estandarte de lo
novedoso), la fotografía de fantasmas y hadas (con el caso de las hadas de
Cottingley de Arthur Conan Doyle como ejemplo de uno de los más encantadores
engaños en el que el magistral escritor creyó como un niño), alegatos contra
las horrorosas falacias de la ciencia y un sinfín de gurús e iluminados que
animaban las veladas de las clases acomodadas demostrando sus poderes
extrasensoriales (como así podemos ver reflejado, por ejemplo, en la novela de
1920 del gran E. F. Benson Reina Lucía)
o bien solamente estando allí plantados poniendo cara de saber mucho y no poder
compartir nada con el vulgo. Todo este maremágnum llegó, ya se ha apuntado, a
la literatura. En ocasiones como decorado necesario en el devenir de la
historia, en otros como eje motor de la misma, novelas y relatos insuflados,
nunca mejor dicho, por este efluvio espiritual que los convertían casi en
tratados esotéricos más que en obras narrativas. Es el “realismo espiritista”,
término que Óscar Mariscal, también traductor de la novela, nos explica y sitúa
en el tiempo en un excelente prólogo. Término que en nuestro país acuñara ese
estudioso del género al que es imposible no amar si se ha leído su Historia natural de los cuentos de miedo
(1974), el gran Rafael Llopis. Mariscal nos regala una antesala perfecta para
enfrentarnos al relato de Charles Willing Beale (1845-1932) con toda la lección
aprendida. Y no solo eso: esta edición incluye un artículo del mismo H. P
Lovecraft, A propósito de los denominados
“fenómenos paranormales” (1931), donde da buena cuenta de las patrañas
espiritistas y de su abuso en la literatura de horror, algo que el de
Providence detestaba, y, como nota curiosa, un apéndice firmado por el mismo
Mariscal, Las casas de duendes de
Providence. Todo un arsenal acompañando la obra de Beale que se agradece
infinito y que demuestra el cariño con el que ha sido realizado este libro.
Beale escribió multitud de artículos sobre la materia, era teósofo, seguidor de
Madame Blavatsky, y autor de dos novelas: la presente El fantasma de la Mansión Guir (The
Ghost of Guir House, 1897) y la posterior The Secret of the Earth (1898).
El
fantasma de la Mansión Guir tiene un punto de partida intrigante y divertido que nos
atrapa sin remedio: el joven Paul Henley recibe por error una carta en la cual
se invita a alguien con su mismo apellido a visitar la mentada Mansión Guir, y
como la misma va firmada por quien él imagina, no sin calibrar los riesgos de
que quizá se equivoque en su apreciación, una bella joven, Dorothy Guir, quien
jamás ha visto en persona al destinatario de su misiva, el atrevido y algo
aburrido Henley decide hacerse pasar por él y acudir a la cita aceptando la
invitación. En fin, quizá la joven no sea tan hermosa como él espera y la
aventura no merezca la pena, pero con la idea de que si ella no le agrada en un
primer vistazo puede alejarse sin que la joven pueda saberlo jamás, se anima a
llevar adelante su descabellado y travieso plan. La Mansión Guir está perdida
en el confín de la Tierra, que diría nuestro amado Hope Hodgson, pero cuando
Henley llega a su destino y ve esperando allí a Dorothy Guir queda
irremisiblemente prendado de ella. No es para menos: Beale realiza un retrato
de la tan hermosa como extraña Dorothy que a ver quién es el mastuerzo que no
se enamoraría como un loco de la singular joven. El pobre Henley se ve así
impelido a continuar su farsa con el inconveniente de que no sabe nada acerca
de la vida de Dorothy, debe moverse a ciegas y con extrema cautela para no
descubrir su juego, y su intriga es la nuestra porque en verdad que Dorothy es
extraña y fascinante, y más aún lo es su tío Ah Ben, un trasunto del propio
Beale (nuestro autor era un firme practicante de la meditación trascendental y
el hipnotismo), y todavía más si cabe misteriosa es la propia Mansión Guir en
la que viven. Beale crea así una escenario que se mueve entre lo cotidiano y lo
irreal con una facilidad fantástica y un secreto poderoso que, si bien se
adivina pronto en qué consiste, nos atrapa sin remedio precisamente por ello.
Narrada casi como si nos fuera contada en voz
baja una noche de frío invernal, huyan de ella pues los que gusten de emociones
fuertes y sorpresas de las de darte vueltas los ojos (parece que no otra cosa
es válida en estos tiempos, y nada más lejos de esta novela en la que su único
secreto, como ya he comentado, se adivina con facilidad pues ni tan siquiera se
hace el esfuerzo de ocultarlo en demasía), El
fantasma de la Mansión Guir se mueve con delicadeza entre la novela
romántica más elegante, el cuento de fantasmas moderno y el relato espiritista,
esto último en las partes de la novela en que Ah Ben le explica a un fascinado
Henley los secretos de la otra vida. Una vida siempre superior, claro está.
Aunque sus teorías sobre lo que nos espera tras la muerte se me antojan un
dislate de los gordos, hay que reconocer que las visiones de la ciudad de
Levachan, allí donde viven las almas superiores, son hermosas, aunque resulta
curioso que ese otro mundo nos sea descrito como la típica ciudad oriental a lo
Bagdad que conocemos por tantos relatos y películas de aventuras. Lo exótico y
lo extraterrenal se aúnan en un cóctel que nos encanta pero que ayuda poco a
dar credibilidad a los planteamientos teosóficos de la novela. Pero da igual,
no reside aquí su valor. Lo que más nos ha atrapado de este relato sencillo
pero conmovedor es la amistad que surge entre esos dos hombres tan distintos como
son Ah Ben Y Paul Henley, y la en verdad hermosa y conseguida historia de amor
entre este y Dorothy Guir. El hálito melancólico que impregna sus páginas se
comparte de corazón, sus breves instantes de efusividad resultan contagiosos y
la envolvente atmósfera espectral y fantasmagórica nos hace avanzar en la
lectura con todo el placer que puede provocar el mejor de los relatos de
espectros. Unos fantasmas consumidos por la tristeza y el dolor, pero con la
resignación que dan los años, la soledad y la comprensión de cuál es su
destino. Fantasmas atrapados en un sueño de melancolía crepuscular que nos
atrapan con el velo fascinante de lo extraño, de lo diferente que se desvela
como igual en espíritu a nosotros.
BEALE, Charles Willing. El fantasma de la
Mansión Guir. Epílogo de H. P. Lovecraft; introducción y traducción de Óscar
Mariscal. Santa Úrsula: 23 escalones, 2012. 160 p. ISBN 978-84-15104-54-4.
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