Tenía muchas ganas de empezar a leer los
cuatro libros que escribiera Rodolfo Martínez protagonizados por Sherlock
Holmes, y el primero de ellos, Sherlock
Holmes y la sabiduría de los muertos (1996), me ha gustado mucho, desde
luego lo bastante como para querer seguir adelante con los otros tres. Me ha
encantado de manera especial la fantástica ambientación de la época, sumado a
que la recreación de nuestros héroes Holmes y Watson es en verdad excelente. El
autor, según propia confesión, se inspiró en la imagen que de él se nos daba en
la estupenda película dirigida por Bob Clark en 1979 Asesinato por decreto (Murder
by Decree), con un Holmes amable y hasta cariñoso con el buenazo de Watson.
Una opción que no es mi preferida pero que tanto en la película como en la
novela de Martínez funciona muy bien. Partiendo de tres de los casos no
contados por Watson pero citados en el canon (el corpus holmesiano obra de
Arthur Conan Doyle), el del gusano desconocido para la ciencia, la desaparición
de James Phillimore y el del desaparecido barco Alicia, Rodolfo Martínez recrea una aventura que los une dándoles
una solución.
Entre medias, la trama también se alimenta de
la secta del Amanecer Dorado (Hermetic Order of the Golden Dawn, la
chiripitifláutica orden hermética y ocultista de la que saliera escaldado el
mismo Arthur Machen cansado de lo que él consideraba falta de seriedad, vamos,
que aquello era un santo cachondeo por mucho que haya quien se empeñe en
presentárnosla, exagerando sin medida, como algo esotérico y creíble; no me
refiero a su uso literario, claro, que para eso está), la cual aparece por allí
en medio aunque más como invitada de piedra que otra cosa: el misterio que
deben resolver Holmes y Watson proviene del robo del mítico Necronomicón
lovecraftiano que obra en poder de la mentada secta y que ha sustraído nada más
y nada menos que el padre del solitario de Providence. Lovecraft y Doyle así
unidos para placer de los que gustamos de la obra de estos dos autores ya
míticos. El propio Conan Doyle aparece como personaje junto a otros tomados
tanto de la realidad como de la ficción, pero el creador del famoso detective
consultor no termina de funcionar en la novela debido quizá a un exceso de celo
y contención. Su temor y desconfianza ante el Holmes que nos encontramos aquí
es sin duda un divertido guiño al lector conocedor de la tirria que Doyle acabó
tomándole a su personaje, pero a la larga acaba jugando un poquito en contra, debido
tanto a que la idea se repite en exceso como a que Doyle asemeja un pelele sin personalidad
que está ahí plantado el pobre sólo para hacer avanzar la historia cuando así
es preciso. Martínez también cede un pelín ante esa manía de de contar en una
sola página todo lo que sabemos de Holmes, pero no llega nunca a ahogarlo.
Consigue que su Holmes y su Watson tengan vida propia y se desenvuelvan con
perfecta credibilidad y fuerza de sobras como para barrer cualquier lugar
común.
En conjunto, Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos me ha parecido
magnífica en la recreación de la atmósfera que poseen las aventuras originales,
entretenida a rabiar en el desarrollo de la historia gracias también a su
estilo depurado y elegante, aunque en el intríngulis planteado desvelado al
final se nos antoje un tanto menos conseguida. Logra que efectuemos una
inmersión perfecta en las aguas holmesianas, si bien a la hora de nadar
acabemos sin llegar muy lejos tal vez por ese intento de dar solución a los
tres misterios en una sola jugada. Pero sólo por lograr combinar un argumento
de marcado carácter fantástico con nuestro detective favorito ya goza de todo
nuestro fervor.
El libro se complementa con dos relatos
fechados en el mismo año de 1996. Desde
la tierra más allá del bosque alterna la narración en primera persona de Watson
con páginas del diario de John Seward. Sí, el del Drácula (Dracula, 1897)
de Bram Stoker, porque Rodolfo Martínez cruza en esta ocasión los caminos de
Holmes y el celebérrimo vampiro en una aventura de lectura voraz aunque en
exceso previsible. La aventura del
asesino fingido es a mi gusto el más conseguido, también el que más se
ajusta al canon. No hay trama fantástica en esta ocasión, aunque sí una breve
referencia a que Holmes investigó el caso de Jack el Destripador. Es muy bonita
esa relación epistolar (cartas y telegramas) que recrea Martínez entre Holmes y
Watson, el primero se ha negado a instalar un teléfono en su lugar de retiro en
Sussex con sus abejas por lo que no tienen la posibilidad de comunicarse de
otro modo, y el vago tono otoñal del relato me resultó muy emotivo y
envolvente, a lo que se suma el acierto de mostrarnos a un Lestrade, que por lo
general el pobre siempre sirve de sparring, abiertamente admirador del
detective, incluso añorándolo, unos sentimientos que se trasladan al lector con
suma facilidad. Fruto del buen hacer del autor, estos detalles le dan una
inusitada profundidad al personaje. Un ocasional retorno de un Holmes ya
retirado que en manos de Martínez fluye con absoluta precisión, sencillez y
emoción.
MARTÍNEZ, Rodolfo. Sherlock Holmes y la
sabiduría de los muertos. Madrid: Bibliópolis, 2004. 222 p. Bibliópolis
Fantástica; 13. ISBN 84-96173-09-7.
2 comentarios:
Yo empecé a leerme "Las huellas del poeta" y francamente no pude con él, me resultaba muy forzado el continuo desfilar de personajes procedentes de otros ámbitos. Pero me ha gustado tu comentario de éste otro y me lo apunto para la lista de futuribles.
¡Hola Ramón! Te aviso que aquí también hay un poco de eso que comentas. A mí no me importa demasiado, más que nada porque no se excede, aunque es cierto que la novela hubiera ganado sin estas distracciones que tampoco aportan nada. Por ejemplo: aparece Aleister Crowley sólo para... bueno, pues aparecer por allí. ¡Un saludo y gracias por comentar!
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