“Era
como si un muerto enterrase a otro muerto.” (p. 153)
Cuando
uno lee acerca de un escritor de éxito que, pasado un tiempo, será olvidado y
nadie lo leerá, pienso en todos aquellos grandes escritores que precisamente
yacen en el olvido y son magníficos. El olvido no iguala el talento: solo
iguala el destino. Este destino, al menos momentáneamente, ha sido dejado a un
lado con la edición de esta sorprendente colección de relatos de la escritora
inglesa May Sinclair (Mary Amelia St. Clair, 1863-1946). Coetánea y amiga de,
nada más y nada menos, Thomas Hardy, Henry James y T. S. Eliot entre otros,
escribió también poesía, ejerció la crítica literaria y fue una reconocida
sufragista. Tras leer estos cuentos a veces extraños, nuestra autora no tiene
nada que envidiar a estos que no han caído en ese olvido que algunos enarbolan
como argumento de peso para celebrar la excelencia de un autor. Como si el
olvido o la muerte restaran o añadieran valor y emoción a un libro.
El volumen se abre con una novela corta que
se publicó en el año 1922: Vida y muerte de Harriett Frean (Life and Death of Harriett Frean).
En ella se desarrolla el relato gélido y despiadado de una dama decimonónica cuyo
sentido extremo de la virtud la convierte en un cuerpo reseco vacío de
sentimientos. Una patada a los valores victorianos que encorsetaban el espíritu
y negaban la libertad personal. No solo en lo narrado es rompedora May
Sinclair, sino también en su tratamiento. Acuñó el término corriente (o
flujo) de conciencia referido a la literatura y en el momento final de su
novela lo aplica a la perfección. Si bien lo que permanece de este relato no es
su renovación técnica, vacua al fin y al cabo si no apoya lo que la autora
desea contar, sino la feroz fuerza con que describe y narra la tan desgraciada
como virtuosa vida de su protagonista. El desapego, la frialdad, la distancia
con la que todo nos es contado resultan casi tan sobrecogedores como su
mensaje. O más.
A continuación se desgranan los relatos que
en su momento formaron el volumen Cuentos extraños (Uncanny Stories), publicado
en 1923. Este libro incluía algunos relatos que habían sido publicados con
anterioridad. Se indica en el caso correspondiente la fecha de su primera
aparición.
Donde el fuego no se apaga (Where Their Fire Is Not Quenched, 1922)
parece ser la joya de la colección, más que nada por ser uno de los favoritos
de Jorge Luis Borges. En él de nuevo se nos presenta el pecado de una dama
presuntamente virtuosa a la que su falta perseguirá hasta la muerte.
Independientemente del trasnochado y pacato sentido del pecado que muestra el
relato, el hálito fantástico que lo impregna y da vida (justo al discurrir en
la muerte) resulta excepcional. Con denodada crueldad la autora se ceba en su
protagonista, pero este extraño viaje al más allá es fascinante. No solo por
sus envolventes imágenes y su atmósfera enrarecida, sino por su, otra vez,
estremecedora frialdad. Sé que no coincidir con Borges en cuál es el mejor
relato de la Sinclair (de los aquí incluidos, se entiende) a alguno le parecerá
lo de verdad extraño, pero qué le voy a hacer. Peor sería mentiros y afirmar
que el elegido de Borges es el mío también. Porque mi favorito es la
extraordinaria historia de fantasmas titulada El obsequio (The Token, 1922). Tras la
experimentación, la Sinclair nos ofrece una ghost
story profundamente clásica en su desarrollo, una historia hermosa y
sentida que emociona con una facilidad pasmosa. Su magistral desenlace lo
cierra de manera perfecta. Y magistral no porque constituya una sorpresa que te
deja pegado al asiento, sino porque con tan solo una frase nos hace
replantearnos todo el relato y siembra en nuestra mente una maravillosa duda.
El siguiente es un cuento raro, pero raro de
narices: La grieta en el cristal (The
Flaw in the Crystal, 1912). Escrito apenas dos años antes de que May
Sinclair ingresara en la Society for Psychical Research, una institución
dedicada a la descomunal tarea de investigar los sucesos paranormales
aportando, o al menos intentándolo, pruebas de los mismos. Descomunal porque
mira que se lleva años investigando esto y se sigue en el mismo punto: la más
mera superstición. Los fantasmas dan miedo, vale. Pero nunca entenderé esa
manía por demostrar o no si existen. Realmente, ¿qué más da? Si total, casi
mejor ni saber qué demonios nos querrían contar de verdad. No sé si en
fantasmas, pero en poderes sobrenaturales (de forma evidente decantada por sus
valores positivos) desde luego la Sinclair debía de creer, porque la lucha
tremenda y arrolladora que se narra en este relato solo se concibe desde esta
perspectiva: es demasiado delirante para creer que la historia posea tanta
fuerza surgiendo de la nada. Las descripciones son vívidas hasta un surreal
detalle. No hay que dejar de lado la posibilidad del uso de drogas para su
escritura: hay momentos en que todo asemeja un viaje alucinógeno. O puede que
no. Puede que May Sinclair, sencillamente, se planteara un relato de luchas
espirituales entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, la cordura y la
locura y le salió tan redondo que es el lector el que alucina. Algo parecido a
lo que Bram Stoker, apenas un año antes (1911), había contado de manera harto
curiosa en la no menos extraña novela La guarida del gusano blanco (The Lair of the White Worm).
Sin dejar de lado que se podría interpretar también como una historia en la que
una joven toma conciencia de su poder, un poder curativo de raíces místicas,
pero de ese tipo que los amantes de los tebeos de superhéroes conocemos tan
bien (siendo el paradigma absoluto el fantástico e irrepetible Dr. Extraño de
Steve Ditko, aunque en el universo mutante de la Marvel es el pan nuestro de
cada día). En fin, que dejo esta senda porque ya siento la dulce, o no, mano de
la Sinclair acariciando mi mejilla desde el otro mundo... ¡con un sonoro
guantazo! Como curiosidad, destacar que de los cuatro relatos comentados hasta
ahora, en tres de ellos la relación de la pareja protagonista es adúltera, se
consume esta o no. Un pecado muy gordo y grave, amigos.
Y seguimos con temática fantasmal. La
pregunta que se nos plantea a continuación es digna de una conferencia de uno
de esos encuentros de la dichosa Society for Psychical Research, o al menos así
me gusta imaginarlo. ¡No solo ellos van a poder fabular! Cuidado, que esto es
de suma importancia: ¿pueden los fantasmas hacer el amor (o chingar, o follar,
si pensáis que de repente me he puesto muy finolis)? Algún relato y algunas
películas nos dicen que sí. No sé qué opinará al respecto la Society de marras,
ni me importa, pero en La naturaleza de la evidencia (The Nature of the Evidence, 1923),
el quinto relato de este libro, la respuesta es afirmativa. ¿Verán también
pelis guarris? Los fantasmas, digo, no los miembros de la Sociedad. Confieso
que a partir de aquí este libro empezó a dejar de gustarme. Una pena, porque la
Sinclair no escribe mal, pero su afán por inculcar más que por enseñar me
supone un problema. Es en esta nota que delata su afán por convencer lo que me
aleja de ella. Curioso cuando era su frialdad lo que me había acercado. Curioso
también encontrar en este cuento una fantasma tan preocupada por el cuerpo de
su marido a quien ha dejado atrás con vida. No sé, no soy un entendido en la
materia (ni en la fantasmal ni en la de chingar, para qué os voy a engañar),
pero quizá debiera preocuparle más su alma, ¿no? Y eso que en sus páginas se
nos quiere convencer de que lo espiritual es superior a la materia, de que el
éxtasis es más elevado pues se ha liberado de la carne. Pero la dichosa
fantasma parece empeñada en la castidad física de su marido. Un mejunje fruto
de las creencias en el alma y en el concepto del más allá de la autora. Tan
confuso en su esencia como pazguato en su creencia.
Si los muertos supieran (If the Dead Knew, 1923) es, sin duda alguna,
el relato más pobre a todos los niveles del libro. Sorprende el comienzo por su
burda equiparación del éxtasis musical con el éxtasis sexual, sublimación del
deseo que sienten entre sí un profesor de órgano y su alumna. La anécdota
fantasmal parece aquí más que nunca solo responder a la tesis de que la unión
espiritual es más profunda y completa que la física. Tema que ha dado para
magníficos relatos, lo sabemos, pero aquí lo importante no es contar, sino
convencer. El sexo como pecado de concupiscencia frente al amor puro entre una
madre y su hijo. El alma tras la muerte se eleva a un estado superior, pero
como en el anterior cuento sorprende la preocupación que estas almas sienten
por lo que pueden hacer con sus cuerpos los que se han quedado en la tierra con
vida. Para ser tan espirituales, estos fantasmas andan algo obsesionados con el
sexo. Edípico, además.
La víctima (The
Victim) fue publicado en 1922 por T. S. Eliot, junto a su poema La
tierra baldía (The Waste Land,
1922) nada menos, en el número uno de la revista The Criterion. En él se
contrasta la frialdad de un asesino en su crimen con la tranquilidad y
aceptación de los hechos del fantasma del asesinado, al cual las cosas de los
vivos ya no le preocupan de igual forma. Al alcanzar un estado superior tras la
muerte, un espectro no juzga como lo haría un vivo. En realidad todo no es sino
un ladrillo más en la construcción de esa casita para beatas en la que a la
Sinclair le gustaría que viviéramos. Aun así, cuando todavía se juega con la
convención en las primeras apariciones, cuando el fantasma resulta terrorífico,
se pueden encontrar excelentes páginas. Y en especial en la descripción del
crimen y en la posterior salvajada mediante la cual el asesino se libra del
cadáver. Es evidente que la autora muestra esto de forma cruda para que el
postrer perdón resulte más emocionante, pero para mí la blandura
sentimentaloide del final empaña y desluce el potente desarrollo.
En estos
últimos cuentos del libro la tontería versa, como ya he indicado, sobre
la vida superior y espiritual que nos espera tras la muerte y cómo las cosas de
este mundo son inferiores. Uno lee y cree morir, cierto, pero no en el
sentido que esperaría la autora, me temo. Quizá el mayor problema resida en su
empeño por demostrar que hay otra vida, que esa vida es mejor y que en ella
alcanzaremos una gloriosa plenitud, una dicha celestial, encadenando los
cuentos a esta idea. En fin, que si se trata de espectros amenazantes, puedo
suspender mi incredulidad. Si vienen con buenas intenciones me cuesta más
trabajo, pero puedo hacerlo si no pretenden colarme un sermón dominical.
Menos mal que May Sinclair cierra el volumen
con un cuento que recupera algo del tono de los primeros. Si no en lo relativo
a la calidad, sí al menos en la extrañeza. El hallazgo del Absoluto (The Finding of the Absolute, 1923) nos cuenta
la historia del filósofo que por su búsqueda de la Verdad descuida las cosas
terrenales (su joven y hermosa esposa le abandona por un poeta imaginista amigo
de ambos). Comienza de manera divertida. La autora lo narra con su ya a estas
alturas característica frialdad, en esta ocasión no exenta de sentido del
humor. Pero pronto nos traslada al otro mundo con la muerte de los tres
protagonistas (creedme que no desvelo gran cosa) y se dedica a describir en qué
consiste el paraíso para ella, o lo que le gustaría que fuese. Curioso e
imaginativo relato, sin duda, y hay que reconocer que el paraíso que se inventa
ofrece posibilidades harto interesantes, muy cercanas al concepto de mundo
virtual que hoy nos parece hasta normal. Las que ella nos muestra, sin embargo,
resultan algo amuermantes, entrevista con Kant incluida. Al pobre nos lo
presenta tan maniático como en vida. Ahora sabe más, sí, pero para lo que le
sirve... ¡mejor ser pasto de los gusanos!
Como conclusión, un libro del que recomiendo
con fervor sus cuatro primeros relatos y como curiosidad este último, pero al resto
mejor ni acercarse. Ni muerto, por más que se disfrute.
SINCLAIR,
May. Vida y muerte de Harriett Frean; Cuentos extraños. Traducción de Amado
Diéguez. Barcelona: Alba, 2008. 378 p. Clásica; 99. ISBN 978-84-8428-394-2.
5 comentarios:
Ya me recomendó los cuentos de esta autora una amiga de confianza, y ahora tú me los recuerdas...mmmm, tendré que hacerme con este volumen...aunque yo también detesto los sermones moralizantes...
Mmm... qué buena pinta. Habrá que apuntarlo para una próxima adquisición. Aunque supongo que será caro, siendo de Alba... pero bueno. Lo que me echa para atrás son los sermones, y menos si van con moraleja moralizante, me dan cierto repelús cabreizante.
Y no te preocupes por lo de tu no-coincidencia con Borges. No creo que sea grave. Supongo que él también sería persona y también tendría debilidades personales y subjetividades ¿No?.
Un saludín.
Amigos Paymon y Pesanervios:
Os van a gustar seguro, aunque es bien cierto que el precio es para pensárselo...
Quizá lo de los sermones me haya salido algo exagerado. Influyó también que el libro me estaba encantando y de pronto, no sé, pareció que desaparecía lo bueno y sólo quedaba lo beaturrón de su concepto de la otra vida. De todas formas, lo bueno que tiene esa exageración es que si los leéis no os parecerán tan malos... ¡y eso habréis ganado, jeje!
Llosef, me voy a dejar May Sinclair para leer despues que morrir. Ciertamente habrá de tener un volume en la biblioteca de la eternidad, no?
Totalmente, Camilo. Hay muy buenas páginas en este libro, en cualquier caso, pero es que nuestras vidas tampoco dan para tanto. ¡Necesitaríamos varias para poder leer todo lo que desearíamos!
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