domingo, enero 31, 2010

El conde Luna, de Alexander Lernet-Holenia (1955)


El escritor austríaco Alexander Lernet-Holenia (1897-1976) tal vez sea el más esquinado, secreto y extraño de los autores de literatura fantástica. Y mira que hay competencia… Pero bueno, si afirmar que él es quien más merece estos adjetivos quizá sea excesivo, de lo que no podemos dudar es de que los merece todos. Su obra nos muestra un misterio sutil, una niebla que va cubriendo lo cotidiano para llevarnos a dominios más allá de la muerte. Porque esto mismo, la muerte, cómo nos enfrentamos a ella, cómo invade nuestro mundo real y qué es lo que sucede cuando uno da un paso más allá de lo común y, sin saberlo, se encuentra caminando por sus tristes dominios es el eje creativo de Lernet-Holenia. La muerte, el pasado perdido, el destino ineludible, el hado fatal que nos guía y lo espectral confundiéndose y haciéndose uno con lo real son sus grandes temas. Un hálito fantasmal recorre sus historias, y si bien no escribe sobre fantasmas, no otra cosa son sobre este mundo sus protagonistas. Nos hallamos así ante un escritor al que resulta difícil incluir en corrientes literarias, de incluir en el género, a no ser que fantástico extraterrenal pudiera ser admitido como parte del mismo.

El protagonista de El conde Luna (1955), Alexander Jessiersky, lleva marcado desde la infancia un destino fatal, el fruto enfermo de su estirpe: “No quería a nadie. Era uno de esos niños que ya desde muy pequeños comprenden que su destino es estar solos. Sin ser soñadores, no tienen ninguna o casi ninguna relación con el mundo tal como es, sino más bien con el mundo tal como fue; (…).” (p. 19)

Descendiente de la más extraña de las familias, es un extraño él también, a su vez, en ella.

El conde Luna da comienzo con la desaparición de Jessiersky en las catacumbas de Roma, empeñado en visitarlas en busca de dos sacerdotes franceses desaparecidos tan sólo por hacer tiempo mientras espera su viaje en barco hacia Buenos Aires. En apariencia, claro, porque no todo es tal y como lo vemos. Dado por desaparecido, su caso parece que va a archivarse y perderse en el limbo, pero buscado en su país de origen, Austria, el Ministerio del Interior pide al gobierno italiano que no se cierre. El libro se convierte entonces en el relato basado en un informe elaborado por un funcionario que investiga una desaparición. Su tono es así frío, informativo, algo desapasionado. De nuevo en apariencia, porque corrientes ocultas lo convulsionan. Hasta el sentido del humor, la risa, asoma su rostro, deformado en este desolado relato.

Jessiersky está obsesionado con el conde Luna, al cual imagina obrando una cruel venganza sobre su familia desde la oscuridad. En el pasado, Luna acabó en un campo de concentración alemán debido a una trama para arrebatarle sus tierras. Esta conspiración, llevada a cabo por los directivos de la empresa de la que es dueño absoluto, gracias a su interesado matrimonio, Jessiersky, lo convierte en el mayor responsable, pese a que su única culpa haya sido la desidia más absoluta frente al proceder de sus empleados. Jessiersky se crea un enemigo fenomenal, de proporciones casi demoniacas, pero no tiene en cuenta que su actitud lo convierte a su vez en otro demonio enloquecido: “Porque en el fondo no hay mucha diferencia entre las personas que obran en oposición; ya por el hecho de obrar así, por el hecho de que no se puede crear algo opuesto sin que exista lo que se le opone, obran en realidad del mismo modo.” (p. 62) Algo que los fieles lectores de Batman conocemos bien gracias a los enfrentamientos con su némesis: el Joker.

El relato se inicia de manera realista. Pero poco a poco se van colando detalles curiosos, extraños, ilógicos, que quizá nos hagan pensar que algo fantástico o terrible va a suceder, pero sin cumplirse nunca. Se trata, eso debe ser, del carácter peculiar de nuestro protagonista. Nada más. Y así, cuando hacia la mitad del libro las alarmas se disparan, ya estamos inmersos hasta el cuello en una historia delirante y enloquecida, tan fantasmal como obsesiva. Lernet-Holenia nos ha ahogado en lo fantástico cuando pensábamos que nuestros pies no dejaban de hollar la realista tierra.

El informe da fin con la desaparición de Jessiersky, tal y como comenzó el relato, por lo que el autor omnisciente, pero no tanto, debe “imaginar” qué le sucedió al bueno de Alexander Jessiersky en las catacumbas romanas. Una breve historia de las mismas, metida a presión justo en lo más emocionante de la narración, una metafísica conversación acerca de la muerte y el espectral y hermoso desenlace ocupan las últimas páginas de un libro que ofrece sus momentos más sugerentes, extraños y de apasionante lectura en su tramo central. No estamos ante la titánica obra maestra de apenas cien páginas que es El barón Bagge, de la cual queda muy lejos, pero tampoco a una insalvable distancia.

El porqué Lernet-Holenia no es un nombre ni usual ni idolatrado por los amantes de género fantástico en su totalidad (un puñado de adeptos sí que hay, por descontado) es otro misterio que añadir al del mismo fantasmal y esquivo, casi tanto como su creador, conde Luna.

LERNET-HOLENIA, Alexander. El conde Luna. Traducción de J. R. Wilcock. Madrid: Siruela, 1993. 167 p. Bolsillo; 8. ISBN 84-7844-151-4.

3 comentarios:

El Abuelito dijo...

Pertenezco al círculo de frecuentadores de lerenet Holenia. Por librerías de segunda mano opuada localizar en la popular (en los setenta) colección Reno varios títulos, de los que para mí los más recomendables son El estandarte, una novela no fantástica sobre la retirada en desbandada durante el fin de la primera Guerra Mundial; y El Hombre del Sombrero, relato extraño y fascinante acerca de la Tumba de los Nibelungos...
Un escritor exquisito y desgraciadamente secreto.
Compré, desconfiando un poco, Las vigilias de Bonaventura. Amoscado lo comencé, dejándolo pronto. Bien lo dice usted: lo fantástico no es médula, sino adorno, no como en Ludwig Tieck o Hoffman, los dos mejores representantes de esta rama del fantástico, con permiso de don Heinrich Heine...
Saludos, es un placer leer su blogo.

Llosef dijo...

Así que "El estandarte" lo editó Reno (qué ediciones más feas y antipáticas de leer, por otro lado): lo ignoraba. Tendré que ponerme a buscar, pues es una de las novelas que más ganas tengo de pillar de él. La de "El hombre del sombrero" directamente la desconocía. ¡Abuelito, no me canso de decirlo: posee usted joyas muy preciosas en su desván!

Tieck, Heine, Hoffmann, Eichendorff, Chamisso... Un no parar de escritores maravillosos. Normal que el bueno de Bonaventura no dé la talla junto a estos gigantes. Lo malo es que no la da ni en pequeño...

PAYMON dijo...

A buscar, a buscar...