Selección de ocho relatos de la primera década (bueno, casi) de existencia de la mítica revista pulp dedicada a la ciencia ficción Amazing Stories que supone un recorrido apasionante por estos primeros tiempos del género, los que abrieron camino continuando los pasos de los pioneros y, que si bien a día de hoy andan algo olvidados, su conocimiento se presta necesario y revelador: muchos grandes nombres de la ciencia ficción publicaron sus relatos en esta revista o en otras como esta, y los que no, crecieron leyéndola. Su influjo es evidente, y aunque en muchos casos superados por los que vinieron después, nunca deja de resultar emocionante leer estos relatos que, mejor o peor escritos, sembraron de ideas un género que desde entonces no haría sino crecer hasta el día de hoy. Con sus altibajos, por supuesto, pero eso es lo que conlleva el no estar estancado.
La colección se abre con La llegada del hielo (1926) de G. Peyton Wertenbaker, un relato que falla en hacer creíble cómo el protagonista logra, gracias a un descubrimiento “científico”, la vida eterna, pero la sensación de soledad infinita en un mundo en el cual la raza humana ha perecido tiene su punto de fuerza. El último superviviente de lo que podría haber sido un paso hacia delante de toda la humanidad y no es sino al final un símbolo del fracaso del hombre ante su destino es una idea de una gran ironía y fuerza dramática. Wertenbaker no la aprovecha del todo, pero ahí queda este apunte de un relato más interesante por proponer esta idea que por su forma de desarrollarla.
Los huevos del lago Tanganica (1926) es un relato de cuando el conocido (entre los seguidores del cine de serie b fantástico) guionista y director Curt Siodmak tenía apenas 24 años. Es bastante malo, pero no deja de tener su gracia esta historia de… ¡moscas gigantes! Pero lo dicho: se me antoja muy malo, narrado de una manera muy torpe, como si estuviera escrito a trompicones.
La cosa se pone bastante mejor con el tercer relato: El hombre-máquina de Ardathia (1927), de Francis Flagg (seudónimo bajo el que se ocultaba el escritor George Henry Weiss). No deja de resultar curiosa esta historia de un visitante del futuro, un ser con un enorme cerebro (léase cabezón) y cuerpo diminuto y atrofiado metido en un cilindro transparente. Me encanta que a la mínima que al autor le surge alguna dificultad en el desarrollo de la trama de cómo es ese mundo futuro del que proviene el “hombre-máquina” lo resuelve con una alusión al “limitado vocabulario” del hombre del presente: por eso no se puede explicar con claridad y detalle. ¡Vaya argucia! Sin embargo, es atractivo comprobar cómo en estos primeros relatos pulp de ciencia ficción no todo eran space-operas, que es lo que los seguidores de Star Wars aducen para desacreditarla (ya sabéis, los que proclaman una defensa de la ciencia ficción basada solo en los autores serios y reconocidos, pero que después coleccionan todos los muñequitos de la saga galáctica más aburrida de todos los tiempos, se enorgullecen de conocer todos los entresijos de Star Trek o se obnubilan con Fringe, la serie más pulp que he podido ver en años), sino que también abundaban los intentos de mostrar mundos futuros, la evolución del hombre, en fin, historias más reflexivas, influencia de H. G. Wells, sí, pero con un marcado carácter teórico. Vale, vale, todo es tan raquíticamente literario que la cosa no va lejos, pero el intento se agradece. Y el sentido de la maravilla, de transitar lo desconocido, se acaricia en algún aislado momento.
Esta sensación se multiplica en el otro relato incluido en la antología de Francis Flagg: Las ciudades de Ardathia (1932). Un relato oscuro en el cual se nos presenta un futuro que en verdad a ninguno nos gustaría vivir. Heredero de Metrópolis, la película de Fritz Lang del año 1927, de la novela de Thea von Harbou (más en su ambientación que en su ideología confusa) y de las obras del anteriormente mentado H. G. Wells, su denuncia de los regímenes totalitarios de cualquier signo es radical pese a sus ropajes absolutamente pulps. Hombres ricos que viven en las alturas, entre el lujo y la comodidad extremos, y trabajadores explotados, una clase proletaria condenada a vivir en las cloacas, entre la suciedad, la miseria y la renuncia a cualquier atisbo de felicidad. El marco tenebroso en el que se desarrolla la acción, unos revolucionarios Igualadores raptando a Thora, la hija de uno de los corruptos líderes, la historia de amor entre esta y su raptor, el levantamiento armado llamado al fracaso… Todo suma para lograr sorprender al final con su mensaje amargo, con los líderes revolucionarios sentados al lado de los que los subyugaron compartiendo el poder. Resta, claro, el estilo tan “sin estilo” propio de los pulps, en el cual lo importante es que sucedan cosas sin parar. Pero el resultado es satisfactorio. Para nada una obra maestra, pero sí un relato bien curioso. Y en su parte final, más cruel aún y sorprendente de manera muy positiva, alejándose de los convencionalismos del final feliz propios de este tipo de relatos. Ese heredero de los antiguos revolucionarios que retorna del desierto montado en un burro cual Jesucristo entrando en Jerusalén, trayendo un mensaje de esperanza que le costará una muerte brutal, presentado sin ambivalencias como un Jesús del futuro, da el broche de excelencia a este relato absorbente. ¡Ah! Y nada que ver pese a su título con el otro cuento de Flagg incluido en la antología.
El último hombre (1929) de Wallace West nos presenta a unos Adán y Eva del futuro en un mundo dominado por mujeres andróginas. Sin duda, el de carácter más aventurero de la selección. A fin de cuentas, una historia que tanto la literatura como el cine han tratado en numerosas ocasiones con diversas variaciones (todas son mujeres, todos son jóvenes, todos son simios, etc.). Entretenido y poco más, por momentos me recuerda a esa película de Michael Anderson, La fuga de Logan (1976). Para lo bueno tanto como para lo malo…
Sin ser ninguna maravilla, La guerra contra la hiedra (1930) de David H. Keller ofrece buenos momentos de acoso y caos destructivo. La historia versa sobre una invasión de un tipo de hiedra con características animales, hasta casi vampíricas en su necesidad de alimentarse de carne humana, que asola la Tierra. O al menos lo intenta. Muestra buenas ideas (por mucho que uno despedace la hiedra en trozos, estos mantienen relación entre sí, como diversas partes que comparten un cerebro común que les da vida) desarrolladas de esa manera tan simple y directa de la literatura pulp. Pocas florituras y mucha acción. Entretenida pues cuando el relato es tomado por la invasión vegetal, torpe y primitivo cuando intenta desarrollar a los personajes (bueno, no desarrollar, no hay ni esta intención: digamos mejor presentar). Tampoco hay interés reflexivo o pretensión de hacernos pensar lo más mínimo. En fin, literatura de evasión en su esencia más pura. Y destacable como un curioso antecedente de la sí magnífica y estremecedora El día de los trífidos de John Wyndham.
El planeta del sol doble (1932) de Neil R. Jones es el segundo relato de la saga “Historias del profesor Jameson”. Los guionistas de la película Pitch Black (David Twohy, 2000) le deben unas cuantas rondas de cerveza y unas vacaciones pagadas en Urano al bueno de Jones. Porque le masacraron la brillante idea que da origen a este relato en dicha peli. Y no es una coincidencia, una casualidad o aquello menos grave de “se parecen”: “es casi un plagio completo de la misma”, como indica Francisco Arellano, el antólogo, traductor y editor de este volumen en la nota sobre el autor. Poco que añadir si conocéis esta película. Varían los protagonistas, claro, porque cinematográficamente unos cerebros dentro de cajas de metal con patas y que tienen como nombres una serie de números y letras sería el colmo, y hay valor para copiar pero no para adaptar con honestidad.
El cuento de Jones es apasionante en su sencillez. Es capaz de hacernos sentir cada mente escondida en cada una de estas dichosas cajas fuertes como otros escritores no consiguen escribiendo sobre humanos. Misterio, el sentimiento entre maravilloso y aterrador de hollar un mundo nuevo y desconocido, cómo poco a poco este mundo fascinante se va desvelando una trampa infernal, la idea de universos paralelos en colisión… Todo suma de manera positiva en este cuento de pulso firme y una emoción tan intensa como naif. El mejor, a mi gusto, de la antología.
La selección se cierra con Una visión de Venus (1933), de Otis Aldebert Kline. Se trata de un típico relato de aventuras venusinas (igual podría ser cualquier otro sitio), con esa idea tan explotada, pero que nació en cuentos como este, de que podemos seguirlas a través de los ojos de un terrestre “conectado” al venusino protagonista. La tecnología tomando el lugar de las drogas alucinógenas en este viaje.
Y este viaje en ocho paradas termina aquí. Un viaje que os recomendamos realizar sin dudar.
AMAZING Stories (1926-1935). Selección, introducción, traducción y notas de Francisco Arellano. Madrid: La Biblioteca del Laberinto, 2006. 213 p. Delirio, Ciencia-Ficción; 1. ISBN 978-84-934166-1-4.
3 comentarios:
Llosef, ¿no tendrás tú por ahí The Day of the Triffids? Es que me acabas de recordar que nunca he visto la peli. Tampoco he leído el libro... No sé qué prefiero hacer antes... Esto de tener vacaciones es un agobio.
Sí, tengo la película antigua. Hay una miniserie moderna, pero no la he visto. Tampoco es que hablen muy bien de ella... Y el libro es una de mis novelas de ciencia ficción favoritas. Primero la novela, claro: te la leerás en un santiamén. No te preocupes por ninguna de las dos cosas. Dame unos días...
:D
¡Eh, yo también tengo una carta para ti!
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