jueves, mayo 24, 2012

La habitación de la torre: 13 cuentos de fantasmas, de E. F. Benson (1912-1934)


Ya comenté que la lectura de Reina Lucía (1920) de E. F. Benson me provocó unas tremendas ansias por releer sus excelentes relatos de terror, aquellos por los que yo había conocido y admiraba a este escritor. Os hablé del volumen que recopilaba trece de sus cuentos de miedo bajo el título El santuario y otras historias de fantasmas. Justo al terminar de releer este me puse con el otro libro que publicó la editorial Valdemar en su colección Gótica que recogía otros trece relatos. Y como es habitual en mí, en lugar de escribir sobre ellos entonces y haber compuesto un bonito díptico comentando ambos volúmenes, dejé pasar el tiempo y me pongo ahora, ni sé ya cuántos días han quedado atrás, a daros mi opinión. “(…) no siempre es tan fácil encontrar una explicación, y no he encontrado ninguna para la historia siguiente. Surgió de la oscuridad; y a la oscuridad ha vuelto.” (p. 14) Pues será eso.

El fragmento anterior pertenece al relato que abre esta antología, La habitación de la torre (1912). Todo un magistral comienzo: un relato que aúna sueños terribles y premonitorios, apariciones espectrales y una morbosa historia vampírica. Lo mejor, lo inolvidable, es ese sueño recurrente que no solo se va repitiendo a través de los años, con ligeras variaciones en los hechos y sus protagonistas, y con sus secundarios envejeciendo y muriendo en él, sino que se va espesando ante la convicción de que algún día, tarde o temprano, se hará realidad. Del mal que habita en los sueños al mal que habita en un bosque ancestral, casi tan viejo como la abominación que cobija. Este es el objeto de “Y ningún pájaro canta” (1928). Increíble la opresión, la maldad, la soledad que transmite este relato mientras la acción se desarrolla en el bosque maldito. Dos auténticas joyas para abrir la colección.

Alfred Wadham el Ahorcado (1934) es un curioso relato que juega con la teoría de que las apariciones fantasmales no corresponden a los muertos sino al diablo tomando la forma de los fallecidos. La idea del asesino que confiesa su crimen a un sacerdote católico y debido al secreto de confesión no puede ayudar al inocente al que van a ejecutar, es la base de la película Yo confieso (I Confess), dirigida por Alfred Hitchcock en 1953 y con un guion que adaptaba la obra de teatro de Paul Anthelme. De niño recuerdo haber leído una novela que se suponía era la original, no una obra de teatro, pero solo recuerdo que fue una de las lecturas más aburridas de mi infancia junto a las novelas de Morris West y una de Aldous Huxley de un tipo que inventaba unos calzoncillos hinchables que se convertían en un cojín, lo cual venía muy bien para asistir a misa y sentarse en los incómodos bancos. Vale, esa no era la trama central de la novela de Huxley, jajaja, pero es lo que se quedó ahí dentro de mi cerebro de niño. El relato de Benson es posterior a la obra de Anthelme: ¿desconocía el trabajo del francés o lo conocía y le atrajo la idea de construir una trama fantasmal con él? ¡Ojalá pudiéramos saberlo!

En el metro (1923) versa acerca de premoniciones fantasmales y espectros que buscan ser perdonados, almas que no descansan en paz por haber cometido algún acto malvado en vida. Benson mezcla lo tradicional, dos amigos charlando en un salón una tarde lluviosa ante la chimenea encendida, uno contándole al otro la terrorífica historia (anda que no habremos leído relatos que comienzan así y siempre, ¡siempre!, nos resulta emocionante), con lo moderno, pues salvo la aparición fantasmal final todas acontecen en el metro del título.

La prueba de que a Benson también le iba el horror puro y duro, sin atmósferas etéreas y buscando casi más el estómago que nuestro cerebro, es el relato Orugas (1912). Aquí, como su nombre indica, las apariciones espectrales son unas terribles orugas mutantes que transmiten una brutal enfermedad. El elegante inglés transmutado él mismo en un autor pulp. Pero de los de desagradar al máximo. Ojo, que este Benson también nos encanta. Menos, pues lo obvio siempre tiene menos fuerza, pero sí lo bastante para que nuestra admiración no decrezca un ápice.

Cómo desapareció el miedo de la galería alargada (1912) es un relato magistral. Hala, lo dije y que quede bien claro. Un cuento en el que la presencia fantasmal congela el alma. Benson expone con maestría los antecedentes para que cuando nos lleve de su fría mano a la aparición final respiremos estremecidos. Bueno, que respire el que pueda, porque a mí a duras penas me llega el aliento. El crepúsculo, la oscuridad invadiendo una galería alargada sobre cuyas ventanas cae lentamente la nieve, una chimenea en la cual los chisporroteos de los leños ardiendo suponen la única luz, la confusión de la duermevela, una puerta que se abre y una joven confusa y aterrada que se enfrenta a dos figuras borrosas, luces blanquecinas que asemejan dos niños que avanzan de la mano por un pasillo interminable… ¡Aaaahhhhh! Lo dicho: una obra maestra. Y el hermoso final lo engrandece aún más.

Después de semejante historia se me antoja normal que las siguientes parezcan un poquito más flojas. No porque no sean excelentes relatos de terror, sino porque tras leer uno tan impresionante por fuerza los que vengan después lo tendrán difícil para hacernos olvidar el impacto vivido. Así La viña de Nabot (1928), en el cual se nos narra la historia de un fantasma vengador que no descansará hasta dar muerte a quien en vida le arrebató su hogar (no me vengáis diciendo que os destripo el final porque se intuye desde la primera frase del relato: lo importante es la atmósfera espectral, no la posible sorpresa narrativa). O El cobrador del autobús (1912), donde la aparición fantasmal actúa como premonición de un suceso luctuoso y Benson insiste en insertar la historia en un entorno cotidiano y moderno. Y El jardinero (1923), macabro relato en el que la búsqueda fantasmal del protagonista está motivada por el deseo de hallar la paz. Nada nuevo, pero escritos por Benson suponen una lectura magnífica.

Negotium perambulans (1923) es un excelente relato mientras permanece en las zonas brumosas del misterio, de todo aquello que no se dice pero se intuye. Las descripciones de un pueblo aislado y solitario ante el mar dan lugar a las mejores páginas de este cuento, aquellas que nos mantienen ciegos a la visión total del horror pues este permanece oculto tras lo cotidiano y normal. Una pesadilla ancestral que pervive en la oscuridad, en aquello que nuestro ojo nunca puede ver de manera directa, tan solo como una sombra o una premonición. Por esto mismo cuando al final se desata el horror y Benson nos muestra lo que debería estar escondido a nuestra vista para siempre el relato pierde intensidad.

En El rostro (1928) de nuevo los sueños se nos presentan como un aviso, el preámbulo del horror. Y de igual forma que en La habitación de la torre, mostrar cómo el paso del tiempo se refleja en un sueño es una idea excelente que Benson utiliza con maestría. Y aunque Benson no es un autor propiamente pulp, El cuerno del horror (1923) es un relato que, al igual que Orugas, bien podría considerarse como tal. Una historia de razas perdidas en lo alto de cumbres montañosas heladas, una estirpe que en su bestialismo ancestral nos recuerda, de manera terrible, que quizá no son tan diferentes a nosotros como podríamos creer. Una aberración de la evolución, una cadena perdida, un paso a ningún lado.

El volumen se cierra con un relato que considero maravilloso, melancólico y muy triste: Piratas (1934). En él se nos narran los últimos días de un hombre que ha triunfado en la vida pero que llega a la madurez solo. Sus pensamientos y recuerdos lo llevan de continuo a la casa de su infancia, donde vivió con su madre y sus cuatro hermanos. El pasado se nos muestra como un refugio feliz de un presente que parece hacernos sentir satisfechos manteniéndonos dormidos dentro de una falsa ilusión. La sensación de soledad se acrecienta sin embargo con los años y Peter Graham, el protagonista, decide visitar la casa en la cual transcurrió su infancia. El dolor al encontrarla abandonada es intenso, y desde los solitarios jardines voces le llaman para que vuelva a jugar en ellos. Y volverá, añorante, esperando que los espíritus de los que allí vivieron le acojan y lo reciban con afecto, lo lleven de vuelta a los felices y ahora perdidos días de su infancia para siempre. Como he dicho al principio, es un relato envuelto en una profunda melancolía. Duro de leer si uno se encuentra un poco en la posición del protagonista: la sensación de vacío y soledad es contagiosa y la penumbra del corazón se torna insoportable. El pasado es visto como un paraíso perdido, y aceptar una vida fantasmal supone el único recurso para recuperar la felicidad que tuvimos cuando vivíamos en él.

(Las fechas de los relatos están extraídas de la ficha de este libro en la excelente página de La tercera fundación). 

BENSON, E. F. La habitación de la torre: 13 cuentos de fantasmas. Traducido por Rafael Lassaletta. Madrid: Valdemar, 1994. 227 p. Gótica; 13. ISBN 84-7702-092-2.

6 comentarios:

WOLFVILLE dijo...

Obra maestra practicamente absoluta. Apenas falta ni sobra nada en un continuo de filosofía, horror, estudio psicológico, suspense, drama, comedia, emoción... para mi la recopilación de fantasmas decimonónicos (de un solo autor) definitiva. Solo M.R. James o Le Fanu podrían acercarse a hacerle sombra.

Como comenté la última vez que hablaste de Benson, "Como desapareció el miedo de la galería alargada" es soberbio de principio a fin. Y de hecho esa resolución final ha sido copiado hasta la saciedad en el cine de terror y fantástico de todas las épocas (¡¡maldición!! Si hasta creo ver ecos del mismo en el final de "Super 8"), además de ser un relato que hiela la sangre al más pintado.

No olvidemos que "El Cobrador del Bus" es una clásica leyenda urbana!!! Que aparece recopilada en muchos libros sobre el tema y que se remonta al siglo XVIII o por ahi. En los años 70 en inglaterra se contaba sustituyendo el autobus por un un ascensor, y al conductor del mismo por un ascensorista, claro. Pero es la misma historia.

Soberbio y genial!! Una razón más que suficiente para explorar a Benson más allá de estas dos glorias, aunque "La Reina Lucia" no sea tan satisfactoria. De todas formas con este libro Benson ya puede descansar tranquilo, que le adoraremos hasta el fin de los tiempos.

Un saludo!!

Pato dijo...

Maravilloso recuento, Llosef. Me encanta Benson. Y ese mismo libro en cuestión lo vi en cierta librería y, para ser de tapa dura y en una edición tan bonita, me pareció más que asequible: de obligada compra y lectura. En ese momento me decidí por uno de Brice y otro de Maupassant, pero tras leer esta reseña estoy por ir a la librería ahora mismo!

Llosef dijo...

Bueno, señor Wolfville, lo ha dejado usted más que claro, así que poco más que añadir me queda. Eso sí, a mí la otra recopilación, "El santuario y otras historias de fantasmas", me parece a la altura de esta: es un conjunto impresionante en verdad.

Desconocía que la historia del cobrador del bus se basaba en una leyenda urbana. Creo que su versión ascensorista puede dar más miedo aún, ¿no?

Gracias Pato. Es una gozada de libro, y además está también editado en la colección "El Club Diógenes", la de bolsillo de Valdemar, mucho más barata. ¡¡¡Pero la edición de Gótica merece la pena!!!

Anónimo dijo...

¿Qué está disponible aún en una librería? Por favor, decidme cuál que quiero hacerme con un ejemplar!!!!!

Llosef dijo...

La edición en la colección Gótica está agotada. Pero está disponible en la colección El Club Diógenes. Lo puedes pedir a la misma editorial, aquí:
http://www.valdemar.com/product_info.php?products_id=580

Llosef dijo...

La librería a la que se refiere nuestra querida Pato debe ser alguna privilegiada de contar con ella como cliente allá por las frías tierras del norte...