lunes, mayo 13, 2013

Joseph Berna contra los vampiros


No es Joseph Berna (José Luis Bernabéu López) uno de los mejores autores del universo de los bolsilibros. Sus historias suelen tener, por lo general, poco interés. Se le nota demasiado que parte de una idea débil que se esfuerza por alargar todo lo que puede hasta alcanzar las 94 o 96 páginas de rigor. Para ello se vale de un no estilo consistente en escribir párrafos con una frase de tres o cuatro palabras. Los continuos puntos y aparte ayudan a meter espacios y rellenar esas páginas que pareciera le cuestan sudores fríos más rápidamente que si utilizara párrafos más extensos. A veces las frases son más largas, y en un párrafo puede cometer la osadía y el atrevimiento de hasta incluir dos, pero la sensación de dejadez y prisa es la misma. Esto ofrece como resultado unas novelas que siempre dan la sensación de estar deslavazadas e hinchadas con capítulos que no aportan nada al desarrollo de la acción. Sumado todo al uso del sexo como supuesto motor creativo. Hay que alegrar esas tristes tramas con lo que sea, y Berna recurre a introducir con calzador en cualquier momento una escena subida de tono. Da igual si estás huyendo a vida o muerte o si te estás preparando para un enfrentamiento sangriento con el enemigo de turno. Siempre llega una bella joven calenturienta con ganas de marcha, utilizando su propio lenguaje. Tampoco penséis que la cosa se pone hirviendo: por lo general las situaciones son tontísimas, los diálogos parecen mascullados por adolescentes poco despiertos y el sexo en sí es el propio de película de destape española de finales de los 70, una de aquellas softcore o clasificadas S de las que se nutrió durante una buena época nuestra cinematografía. Como resultado, las novelas de Berna suelen ser mediocres cuando no rematadamente malas, pero en ocasiones, pocas por desgracia, muy divertidas por lo disparatadas y tontorronas que pueden llegar a ser. Lo normal es que la diversión falle y resulten aburridas a más no poder. Sin embargo, algún acierto aislado hay. Y cuando esto sucede, si bien no llega a reconciliarnos del todo con él, sí al menos consigue que nos resulte simpático.

Este último es el caso de Misterio en la estación WZ-2000 (1984), que si bien sigue punto por punto todos los defectos estilísticos y de forma mencionados, logra que en bastantes momentos esto nos dé igual gracias a una trama interesante y, esta vez sí, más o menos bien hilvanada.  

En el lejano planeta Drako se ha instalado una base terrestre, pero todos sus habitantes han desaparecido. Se envía una nave tripulada por una expedición de rescate para averiguar qué ha sucedido y ayudar a los supervivientes si los hay. El resultado es de nuevo el silencio: al llegar al planeta la nave de rescate deja de comunicarse por radio y no hay forma de contactar con su tripulación. Algo oscuro y misterioso está sucediendo en Drako y se impone dilucidarlo. Todo esto, manda Berna, lo descubrimos en una conversación inicial que nos sirve de introducción y presentación de los protagonistas. El capitán Geor Derwall recibe el encargo de comandar una segunda expedición. Esta será la última si también fracasa. La mitad de la tripulación a las órdenes de Derwall son mujeres, claro, y ya comienza la fiesta con el capitán y el general Pattison, el que le está encomendando la misión, haciendo bromitas y comentarios sobre las chicas de la expedición: que si esta está buena, que si la otra está mejor… Pronto Derwall se habrá cepillado a casi todas. Digo casi todas porque las que no caen bajo su irresistible encanto de macho cabrío es porque han muerto antes.

Pero bueno, descubriremos que pese a las interrupciones sexuales típicas de Berna la trama engancha. La nueva nave llega a Drako y el misterio prometido en el título se adueña de la historia vistiendo con cierto interés una novela que si bien nunca llega a alcanzar un vuelo demasiado alto, sí que mantiene al menos un poco de vuelo. No tardaremos mucho tampoco en saber qué diablos ha ocurrido en la base, lo de Berna no es mantener la tensión, y de paso sabremos que el autor también vio la película Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979) y que le gustan, o igual le dan mucho asco, las serpientes. La acción deriva en una narración tomada por el gore y la casquería más básicos, lo cual la hace muy entretenida, no me importa confesarlo. Es una lástima que no mantenga por mucho tiempo el misterio, porque los paseos de los expedicionarios por la estación espacial vacía, cuando no se dedican a lanzarse piropos no muy elegantes que digamos y a meterse mano, consigue transmitir cierto aura de peligro. Todo llega a su fin mucho antes de que termine la novela, así que Berna da un giro argumental en el tramo final que rompe todo el encanto de serie B que hasta entonces había medio logrado y vulgariza el conjunto. No es una buena novela, en definitiva, pero sí es un buen Berna. Si es que esto es posible, no sé si me explico o si me entendéis… 

No sucede así con Los emisarios de Macombo (1984), un ejemplo del peor Berna. Esto es, el habitual. Los primeros capítulos se desarrollan en una playa en la cual una chica súper jamona se dedica a untarse cremas por el cuerpo y caminar insinuante por la arena. Dos gamberros la acosan y el típico héroe ultra musculado dará cuenta de ellos con un buen par de ñoños entre bromas guarris dirigidas a la bella joven. Cuando al fin termina este suplicio parece que la novela va a arrancar, pero la verdad es que nunca termina de hacerlo. La chica es la sobrina de un súper científico que está realizando los planos de una nueva nave espacial que llevará al hombre hasta los confines del espacio. Participa en un concurso gubernamental en el que se ofrece una gran recompensa a quien entregue el mejor diseño. Pero los científicos rivales comienzan a morir en curiosos accidentes. Y aquí es cuando entran en acción los emisarios de Macombo, el lejano planeta del título. Ellos son quienes en realidad están eliminando a los científicos pues no quieren que los humanos consigan desarrollar una nave que les posibilite llegar a su planeta. Los emisarios son cuatro, y cuando deciden acabar con el tío de la protagonista el macho playero dará cuenta de ellos en un santiamén. La verdad es que a los extraterrestres les va tan mal que dan una pena terrible. En fin, las páginas pasan con los extraterrestres intentando entrar en la casa del científico y este, su sobrina, el macho alfa y los dos miembros del servicio les darán para el pelo. Lo dicho: si es que los pobres visitantes no tienen ni una oportunidad. Y eso que se enfrentan con mortíferas armas capaces de volatilizar una pared y los humanos se defienden con una triste escopeta de caza. Soporífera, sosa y pobremente escrita (a Berna se le nota el piloto automático a lo bestia), defenderla se hace una tarea imposible. Y en la portada… ¡No hay quién adivine qué hace ahí ese Ming!


Pero no penséis que me detuve aquí. Me leí cuatro novelas de Berna del tirón, dos ratos, no creáis que más. Así, en el más puro estilo Berna, esto es, de una ingenuidad erótica sonrojante, El retorno del conde Hugo (1978) comienza en un local de strip-tease. Berna va describiendo las diversas actuaciones de las chicas y la consiguiente reacción del público y los músicos que las acompañan con su consabida torpeza adolescente. Todo bañado con chistes de humor grueso pero del bien gordo. Entre desnudos continuos y coitos tontuelos se va desgranando esta historia de vampiros en la que los malvados muestran poca capacidad de generar peligro. No digamos ya miedo o tensión. Estos vampiros son casi tan desgraciados y torpes como los asesinos de Macombo: los pobres no-muertos duran lo que los buenos de la historia tardan en encontrarlos. Que con el tiempo que se pasan encamándose no sé ni cómo dan con ellos. Aburrida, de una pobreza narrativa notable y carente de la más mínima imaginación, la historia del pobre Hugo se arrastra más o menos comatosa hacia un final previsible y sin interés.


¡Morded, vampiros, morded! (1980) es sin duda la más ridícula y torpe de las cuatro, que ya es decir, pero la acumulación de desatinos es tal que acaba hasta por resultar divertidilla a ratos. Como siempre, tenemos unos vampiros que si bien aquí parecen un poco más peligrosos que en la anterior, la verdad es que al final resultan tan fáciles de vencer que dan, otra vez, una pena horrible. Pero bueno, entre polvo y polvo de los protagonistas, que no paran ni a comer, las criaturas intentan acosarlos. El momento más divertido es cuando la líder de la ridícula horda vampírica es rechazada gracias a una cruz que le estampan en todo el trasero. Primero en un cachete y luego en el otro, dejándole las nalgas marcadas como a una res. Se nota que ni el mismo Berna se toma muy en serio a sí mismo pues toda la narración desprende un aire de cachondeo, consciente en esta ocasión, del que solo cabe lamentar que, una vez más, no esté alimentada con un poquito más de imaginación y aunque fuera un mínimo de interés por intentar contar la historia con menos desidia. Se hace más llevadera que las dos anteriores, pero Berna no da mucho de sí. Decir lo contrario sería desprestigiar el trabajo de otros compañeros que sí lograron demostrar que el bolsilibro podía ser un buen lugar donde desarrollar estupendas tramas. Si a una falta de estilo importante se unen unas formas torpes y unas historias infladas y convencionales, los breves detalles divertidos solo ayudan a llegar al final sin dormirnos. “Y, como se hallaban en la cama, desnuditos los dos, pocos minutos después estaban haciendo el amor.” (p. 96) Esta frase final de ¡Morded, vampiros, morded! resume a la perfección las maneras y las intenciones de Joseph Berna.


BERNA, Joseph. Misterio en la estación WZ-2000. Ilustración de portada: Lozano. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 218. ISBN 84-02-09281-0.  

BERNA, Joseph. Los emisarios de Macombo. Ilustración de portada: García. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 220. ISBN 84-02-09281-0. 

BERNA, Joseph. El retorno del conde Hugo. Ilustración de portada: Prieto Muriana. Pinto (Madrid): Editorial Andina, S. A., 1978. 96 p. Bolsilibros Easa, Terror; 130. ISBN 84-06-01513-6.

BERNA, Joseph. ¡Morded, vampiros, morded! Ilustración de portada: Salvador Fabá. Barcelona: Bruguera, 1980. 96 p. Bolsilibros Bruguera, selección Terror; 391. ISBN 84-02-02506-4.  

7 comentarios:

Jon Alonso dijo...

Amigo, Llosef; te acabas de ganar mi lealtad de por vida. El gran JL. Bernabéu de origen Alicantino, pero residente en a 500mts de mi casa, una de la mentes más prolíficas del pulp Made in Spain y amo del a ciudad de Valencia. El me enseñó a mí y su sobrino "Paquito" el mejor rock de Liverpool y dejar de un lado los tostoneros libros de Santillana.No me podía creer, mi compañero de pupitre era el sobrino del gran Berna. Con sus novelas mágicas. ¡Qué sueños, que historietas! Todas por la patilla, cuánta gente habrá vilipendiado al género y el resto de compañeros de aventura en aquellos tiempos de Bruguera libro; junto a Carrigan o Curtis Garland y etc. Con tiempo dedicaré una entrada muy emotiva al personaje, su obra y vida. Hay detalles, que te sorprenderían de como se inicio. Su vieja Olivetti, su hermana, su padre: el abuelo de Paquito. Genio y figura, hoy ha sido un día redondo. He conocido a Manu Brabo esta tarde, gracias a viejos camaradas de los objetivos y las cintas al cuello, pero esta noche me faltaba la guinda. Gracias y un fuerte abrazo
JC. Alonso

Llosef dijo...

¡Hola J.C.! Muchas gracias por comentar.

De manera independiente a que tres de las novelas que comento aquí no me hayan gustado demasiado, sí que es un placer navegar por las aguas siempre entretenidas de los bolsilibros.

Ojalá te animes y escribas esa entrada dedicada a Berna. Conocer a estos autores un poco más nunca deja de ser muy interesante, y en ocasiones está difícil.

¡Un abrazo! Y me alegro de verdad que la entrada haya servido para cerrar un buen día.

Richard Shelton dijo...

Por lo que cuentan en varios sitios tenían que escribir a la carrera yde acuerdo a lo exigido por el editor para poder comer, por eso muchas novelitas tienen esos defectos del apuro.
He leído algunas novelitas y parecen hechas con un molde específico aunque con algunas se disfruta el pasatiempo si no nos ponemos muy ecxigentes.

Saludos

Llosef dijo...

¡Hola Black! Justo eso: debían escribirlas a toda prisa. Es como en las películas de serie B: tenían sus limitaciones, pero siempre encuentras alguna buena si buscas. Y las que no lo son, entretienen sin problemas.

¡Un saludo!

Richard Shelton dijo...

Ah, me olvidaba con respecto al artículo: durante años muchos creíamos que los autores eran de Estados Unidos o de Inglaterra pero resultaron ser alias de muchos escritores españoles.
Muchos escribían/escribieron bolsilibros de diversa temática y hasta se habla de las novelitas rosa aparte de sus propias obras (novelas y otros) ya en otro formato.
Para poder comer y con ello entrenar en la escritura uno no le hace ascos a casi nada.

Saludos

WOLFVILLE dijo...


He sufrido un cortocircuito cerebral leyendo estos memorables argumentos. ¡Reedición ya! :)

Divertidísima la reseña. Y apreciamos tu esfuerzo de "sufrir por la causa" y rescatar estas joyas para los profanos.

Un saludo!!

Llosef dijo...

Jajaja, la verdad, Wolfville, es que a Joseph Berna se le termina tomando cariño. Contra todo pronóstico, su no estilo acaba por hacerlo reconocible al instante. Uno abre una novelita suya y ya en el primer párrafo lo reconoce. Así que quizá sí que tenga un estilo, jajaja: lenguaje limitado, repetición de las mismas palabras no del todo apropiadas al contexto, sexo de parvulario, párrafos de una palabra... En fin, tengo unas cuantas más suyas por leer, no digo más. También digo que son más divertidas de contar que de leer, pero solo por esto ya merecen la pena, ¿no?

¡Saludos mil!