No es Joseph Berna (José Luis Bernabéu López)
uno de los mejores autores del universo de los bolsilibros. Sus historias
suelen tener, por lo general, poco interés. Se le nota demasiado que parte de
una idea débil que se esfuerza por alargar todo lo que puede hasta alcanzar las
94 o 96 páginas de rigor. Para ello se vale de un no estilo consistente en
escribir párrafos con una frase de tres o cuatro palabras. Los continuos puntos
y aparte ayudan a meter espacios y rellenar esas páginas que pareciera le cuestan
sudores fríos más rápidamente que si utilizara párrafos más extensos. A veces
las frases son más largas, y en un párrafo puede cometer la osadía y el
atrevimiento de hasta incluir dos, pero la sensación de dejadez y prisa es la
misma. Esto ofrece como resultado unas novelas que siempre dan la sensación de
estar deslavazadas e hinchadas con capítulos que no aportan nada al desarrollo
de la acción. Sumado todo al uso del sexo como supuesto motor creativo. Hay que
alegrar esas tristes tramas con lo que sea, y Berna recurre a introducir con
calzador en cualquier momento una escena subida de tono. Da igual si estás
huyendo a vida o muerte o si te estás preparando para un enfrentamiento
sangriento con el enemigo de turno. Siempre llega una bella joven calenturienta
con ganas de marcha, utilizando su propio lenguaje. Tampoco penséis que la cosa
se pone hirviendo: por lo general las situaciones son tontísimas, los diálogos parecen
mascullados por adolescentes poco despiertos y el sexo en sí es el propio de
película de destape española de finales de los 70, una de aquellas softcore o
clasificadas S de las que se nutrió durante una buena época nuestra
cinematografía. Como resultado, las novelas de Berna suelen ser mediocres
cuando no rematadamente malas, pero en ocasiones, pocas por desgracia, muy
divertidas por lo disparatadas y tontorronas que pueden llegar a ser. Lo normal
es que la diversión falle y resulten aburridas a más no poder. Sin embargo,
algún acierto aislado hay. Y cuando esto sucede, si bien no llega a reconciliarnos
del todo con él, sí al menos consigue que nos resulte simpático.
Este último es el caso de Misterio en la estación WZ-2000 (1984),
que si bien sigue punto por punto todos los defectos estilísticos y de forma
mencionados, logra que en bastantes momentos esto nos dé igual gracias a una
trama interesante y, esta vez sí, más o menos bien hilvanada.
En el lejano planeta Drako se ha instalado
una base terrestre, pero todos sus habitantes han desaparecido. Se envía una
nave tripulada por una expedición de rescate para averiguar qué ha sucedido y
ayudar a los supervivientes si los hay. El resultado es de nuevo el silencio:
al llegar al planeta la nave de rescate deja de comunicarse por radio y no hay
forma de contactar con su tripulación. Algo oscuro y misterioso está sucediendo
en Drako y se impone dilucidarlo. Todo esto, manda Berna, lo descubrimos en una
conversación inicial que nos sirve de introducción y presentación de los
protagonistas. El capitán Geor Derwall recibe el encargo de comandar una
segunda expedición. Esta será la última si también fracasa. La mitad de la
tripulación a las órdenes de Derwall son mujeres, claro, y ya comienza la
fiesta con el capitán y el general Pattison, el que le está encomendando la
misión, haciendo bromitas y comentarios sobre las chicas de la expedición: que
si esta está buena, que si la otra está mejor… Pronto Derwall se habrá
cepillado a casi todas. Digo casi todas porque las que no caen bajo su
irresistible encanto de macho cabrío es porque han muerto antes.
Pero bueno, descubriremos que pese a las
interrupciones sexuales típicas de Berna la trama engancha. La nueva nave llega
a Drako y el misterio prometido en el título se adueña de la historia vistiendo
con cierto interés una novela que si bien nunca llega a alcanzar un vuelo
demasiado alto, sí que mantiene al menos un poco de vuelo. No tardaremos mucho
tampoco en saber qué diablos ha ocurrido en la base, lo de Berna no es mantener
la tensión, y de paso sabremos que el autor también vio la película Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979) y que le
gustan, o igual le dan mucho asco, las serpientes. La acción deriva en una
narración tomada por el gore y la casquería más básicos, lo cual la hace muy
entretenida, no me importa confesarlo. Es una lástima que no mantenga por mucho
tiempo el misterio, porque los paseos de los expedicionarios por la estación
espacial vacía, cuando no se dedican a lanzarse piropos no muy elegantes que
digamos y a meterse mano, consigue transmitir cierto aura de peligro. Todo
llega a su fin mucho antes de que termine la novela, así que Berna da un giro
argumental en el tramo final que rompe todo el encanto de serie B que hasta
entonces había medio logrado y vulgariza el conjunto. No es una buena novela,
en definitiva, pero sí es un buen Berna. Si es que esto es posible, no sé si me
explico o si me entendéis…
No sucede así con Los emisarios de Macombo (1984), un ejemplo del peor Berna. Esto
es, el habitual. Los primeros capítulos se desarrollan en una playa en la cual
una chica súper jamona se dedica a untarse cremas por el cuerpo y caminar
insinuante por la arena. Dos gamberros la acosan y el típico héroe ultra
musculado dará cuenta de ellos con un buen par de ñoños entre bromas guarris
dirigidas a la bella joven. Cuando al fin termina este suplicio parece que la
novela va a arrancar, pero la verdad es que nunca termina de hacerlo. La chica
es la sobrina de un súper científico que está realizando los planos de una
nueva nave espacial que llevará al hombre hasta los confines del espacio.
Participa en un concurso gubernamental en el que se ofrece una gran recompensa
a quien entregue el mejor diseño. Pero los científicos rivales comienzan a
morir en curiosos accidentes. Y aquí es cuando entran en acción los emisarios
de Macombo, el lejano planeta del título. Ellos son quienes en realidad están
eliminando a los científicos pues no quieren que los humanos consigan
desarrollar una nave que les posibilite llegar a su planeta. Los emisarios son
cuatro, y cuando deciden acabar con el tío de la protagonista el macho playero
dará cuenta de ellos en un santiamén. La verdad es que a los extraterrestres
les va tan mal que dan una pena terrible. En fin, las páginas pasan con los
extraterrestres intentando entrar en la casa del científico y este, su sobrina,
el macho alfa y los dos miembros del servicio les darán para el pelo. Lo dicho:
si es que los pobres visitantes no tienen ni una oportunidad. Y eso que se
enfrentan con mortíferas armas capaces de volatilizar una pared y los humanos
se defienden con una triste escopeta de caza. Soporífera, sosa y pobremente
escrita (a Berna se le nota el piloto automático a lo bestia), defenderla se
hace una tarea imposible. Y en la portada… ¡No hay quién adivine qué hace ahí
ese Ming!
Pero no penséis que me detuve aquí. Me leí
cuatro novelas de Berna del tirón, dos ratos, no creáis que más. Así, en el más
puro estilo Berna, esto es, de una ingenuidad erótica sonrojante, El retorno del conde Hugo (1978) comienza
en un local de strip-tease. Berna va describiendo las diversas actuaciones de
las chicas y la consiguiente reacción del público y los músicos que las
acompañan con su consabida torpeza adolescente. Todo bañado con chistes de
humor grueso pero del bien gordo. Entre desnudos continuos y coitos tontuelos
se va desgranando esta historia de vampiros en la que los malvados muestran
poca capacidad de generar peligro. No digamos ya miedo o tensión. Estos
vampiros son casi tan desgraciados y torpes como los asesinos de Macombo: los
pobres no-muertos duran lo que los buenos de la historia tardan en
encontrarlos. Que con el tiempo que se pasan encamándose no sé ni cómo dan con
ellos. Aburrida, de una pobreza narrativa notable y carente de la más mínima
imaginación, la historia del pobre Hugo se arrastra más o menos comatosa hacia
un final previsible y sin interés.
¡Morded,
vampiros, morded!
(1980) es sin duda la más ridícula y torpe de las cuatro, que ya es decir, pero
la acumulación de desatinos es tal que acaba hasta por resultar divertidilla a
ratos. Como siempre, tenemos unos vampiros que si bien aquí parecen un poco más
peligrosos que en la anterior, la verdad es que al final resultan tan fáciles
de vencer que dan, otra vez, una pena horrible. Pero bueno, entre polvo y polvo
de los protagonistas, que no paran ni a comer, las criaturas intentan
acosarlos. El momento más divertido es cuando la líder de la ridícula horda
vampírica es rechazada gracias a una cruz que le estampan en todo el trasero.
Primero en un cachete y luego en el otro, dejándole las nalgas marcadas como a
una res. Se nota que ni el mismo Berna se toma muy en serio a sí mismo pues
toda la narración desprende un aire de cachondeo, consciente en esta ocasión,
del que solo cabe lamentar que, una vez más, no esté alimentada con un poquito
más de imaginación y aunque fuera un mínimo de interés por intentar contar la
historia con menos desidia. Se hace más llevadera que las dos anteriores, pero
Berna no da mucho de sí. Decir lo contrario sería desprestigiar el trabajo de
otros compañeros que sí lograron demostrar que el bolsilibro podía ser un buen
lugar donde desarrollar estupendas tramas. Si a una falta de estilo importante
se unen unas formas torpes y unas historias infladas y convencionales, los
breves detalles divertidos solo ayudan a llegar al final sin dormirnos. “Y,
como se hallaban en la cama, desnuditos los dos, pocos minutos después estaban
haciendo el amor.” (p. 96) Esta frase final de ¡Morded, vampiros, morded! resume a la perfección las maneras y las
intenciones de Joseph Berna.
BERNA, Joseph. Misterio en la estación
WZ-2000. Ilustración de portada: Lozano. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p.
Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 218. ISBN 84-02-09281-0.
BERNA, Joseph. Los emisarios de Macombo.
Ilustración de portada: García. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros
Futuro, Héroes del espacio; 220. ISBN 84-02-09281-0.
BERNA, Joseph. El retorno del conde Hugo.
Ilustración de portada: Prieto Muriana. Pinto (Madrid): Editorial Andina, S.
A., 1978. 96 p. Bolsilibros Easa, Terror; 130. ISBN 84-06-01513-6.
BERNA, Joseph. ¡Morded, vampiros, morded!
Ilustración de portada: Salvador Fabá. Barcelona: Bruguera, 1980. 96 p.
Bolsilibros Bruguera, selección Terror; 391. ISBN 84-02-02506-4.
7 comentarios:
Amigo, Llosef; te acabas de ganar mi lealtad de por vida. El gran JL. Bernabéu de origen Alicantino, pero residente en a 500mts de mi casa, una de la mentes más prolíficas del pulp Made in Spain y amo del a ciudad de Valencia. El me enseñó a mí y su sobrino "Paquito" el mejor rock de Liverpool y dejar de un lado los tostoneros libros de Santillana.No me podía creer, mi compañero de pupitre era el sobrino del gran Berna. Con sus novelas mágicas. ¡Qué sueños, que historietas! Todas por la patilla, cuánta gente habrá vilipendiado al género y el resto de compañeros de aventura en aquellos tiempos de Bruguera libro; junto a Carrigan o Curtis Garland y etc. Con tiempo dedicaré una entrada muy emotiva al personaje, su obra y vida. Hay detalles, que te sorprenderían de como se inicio. Su vieja Olivetti, su hermana, su padre: el abuelo de Paquito. Genio y figura, hoy ha sido un día redondo. He conocido a Manu Brabo esta tarde, gracias a viejos camaradas de los objetivos y las cintas al cuello, pero esta noche me faltaba la guinda. Gracias y un fuerte abrazo
JC. Alonso
¡Hola J.C.! Muchas gracias por comentar.
De manera independiente a que tres de las novelas que comento aquí no me hayan gustado demasiado, sí que es un placer navegar por las aguas siempre entretenidas de los bolsilibros.
Ojalá te animes y escribas esa entrada dedicada a Berna. Conocer a estos autores un poco más nunca deja de ser muy interesante, y en ocasiones está difícil.
¡Un abrazo! Y me alegro de verdad que la entrada haya servido para cerrar un buen día.
Por lo que cuentan en varios sitios tenían que escribir a la carrera yde acuerdo a lo exigido por el editor para poder comer, por eso muchas novelitas tienen esos defectos del apuro.
He leído algunas novelitas y parecen hechas con un molde específico aunque con algunas se disfruta el pasatiempo si no nos ponemos muy ecxigentes.
Saludos
¡Hola Black! Justo eso: debían escribirlas a toda prisa. Es como en las películas de serie B: tenían sus limitaciones, pero siempre encuentras alguna buena si buscas. Y las que no lo son, entretienen sin problemas.
¡Un saludo!
Ah, me olvidaba con respecto al artículo: durante años muchos creíamos que los autores eran de Estados Unidos o de Inglaterra pero resultaron ser alias de muchos escritores españoles.
Muchos escribían/escribieron bolsilibros de diversa temática y hasta se habla de las novelitas rosa aparte de sus propias obras (novelas y otros) ya en otro formato.
Para poder comer y con ello entrenar en la escritura uno no le hace ascos a casi nada.
Saludos
He sufrido un cortocircuito cerebral leyendo estos memorables argumentos. ¡Reedición ya! :)
Divertidísima la reseña. Y apreciamos tu esfuerzo de "sufrir por la causa" y rescatar estas joyas para los profanos.
Un saludo!!
Jajaja, la verdad, Wolfville, es que a Joseph Berna se le termina tomando cariño. Contra todo pronóstico, su no estilo acaba por hacerlo reconocible al instante. Uno abre una novelita suya y ya en el primer párrafo lo reconoce. Así que quizá sí que tenga un estilo, jajaja: lenguaje limitado, repetición de las mismas palabras no del todo apropiadas al contexto, sexo de parvulario, párrafos de una palabra... En fin, tengo unas cuantas más suyas por leer, no digo más. También digo que son más divertidas de contar que de leer, pero solo por esto ya merecen la pena, ¿no?
¡Saludos mil!
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