martes, abril 22, 2014

Adiós, Sherlock Holmes (1977), de Robert Lee Hall




“El caso que me ocupaba habría sido un magnífico asunto para Sherlock Holmes, de no haber sido porque él era su objeto.” (p. 93) Watson reflexionando.

Animado por el espectacular libro de Alberto López Aroca Sherlock Holmes en España (2014) me he lanzado a la lectura de este pastiche. Me he decidido por él porque no acumula malas críticas y también por su prometido desenlace que se adentra en las siempre agradables aguas de la ciencia ficción. Una vez leído confirmo que sí, que pertenece de lleno al género, aunque también me veo impelido a afirmar que eso ha resultado lo menos satisfactorio de esta novela. Resulta entretenida, pero su final, y permitidme que lo diga ya desde el principio, no se hace creíble en ningún momento. Cuando Robert Lee Hall se pone a dar explicaciones, por muy atractivas que nos parezcan debido a su marcado carácter fantástico, no termina de funcionar. Impostado en exceso, si bien en abstracto no nos puede parecer más simpático, no logra que suspendamos nuestra incredulidad y asistimos a él impávidos y cada vez más lejos de los personajes según nos acercamos a las últimas páginas. Una lástima, porque el desinterés final es más doloroso cuando Hall sabe conducir con cierto brío su historia.

En Adiós, Sherlock Holmes (Exit Sherlock Holmes, 1977) Hall cae en ese recurso tan típico de algunos pastiches sherlockianos de acumular datos sobre el personaje queriendo dar empaque y personalidad de este modo al mismo. Pero el problema reside en que cuando aparece de verdad Sherlock en el relato (su presencia se hace de desear, y esto es mérito del autor, no lo negamos) este no es creíble en absoluto. Si se hubiera optado por mostrar un Holmes más peculiar o alejado del canon no habríamos tenido mayores problemas, pero cuando hay tanto esfuerzo por encajarlo en él es normal que cualquier detalle que nos descuadre lo hunda. Y este Sherlock, al menos a mí, ni me parece Sherlock ni me parece nada. Hasta algún secundario que hace acto de presencia por ahí se nos antoja más Holmes que el propio Holmes. Tal es así que en una ocasión estaba convencido de que uno de ellos, Simon Bliss, era el detective utilizando uno de sus disfraces. Quiero pensar que así es, aunque no, para darle un voto positivo absoluto al autor. Funcionan mucho mejor Watson, el protagonista real de la novela, y Wiggins, un ya adulto miembro de los Irregulares de Baker Street. Ambos poseen la suficiente fuerza aquí como para mantener todo el interés, lástima que en el giro final Wiggins sea desplazado de manera algo forzada para dar entrada al detective ideado por Hall cuyo nombre coincide con el del mejor detective que haya habido jamás.


La trama se desenvuelve así con interés pese a capítulos de una excesiva morosidad en los que Hall se dedica a convertir en natillas la historia, repitiendo en voz de Watson todo lo acontecido de manera incansable, como si en algún momento fuera difícil de digerir o entender. Watson da vueltas una y otra vez a cada uno de los hechos y movimientos que ha realizado a cada rato y esto deviene cansino. Pero de ley es destacar los buenos momentos de la novela. A mi gusto, quizás el mejor sea la primera aparición de Moriarty, sensacional y aterradora cuando descubrimos, segundos antes que el propio Watson, que se trata de él. Plena de misterio y cargada de toda la tensión y el peligro que el “Napoleón del crimen” requiere. Aquí Hall sí se muestra sensacional. Y en conjunto, lo dicho: algunos momentos muy buenos, como este de Moriarty y la entrevista de Watson con Bliss en el Club Diógenes, y entretenida hasta que asistimos apenados al naufragio final. Tristes más aún cuando apunta detalles delirantes que hubieran sido de nuestro gusto de manera absoluta si Hall no se mostrara tan comedido, en el fondo atrapado por su propia idea del canon. Quizá, y ya sabiendo que pretendía romper con todo, el tono quizá debiera de haber sido otro, más arriesgado y gamberrete, y no moverse casi con temor de salirse de su concepto de lo que debe ser un relato protagonizado por nuestro héroe. Y los que la hayáis leído sabéis que llegando a las conclusiones a las que se llegan en su desenlace, ¿por qué hacerlo con miedo?


HALL, Robert Lee. Adiós, Sherlock Holmes. Traducción de Enrique Hegewicz. Madrid: Valdemar, D.L. 1994. 214 p. Los archivos de Baker Street; 13. ISBN 84-7702-095-7.   

3 comentarios:

Alberto López Aroca dijo...

Si te sirve de consuelo, hay una continuación del mismo autor, protagonizada por Wiggins. Algo es algo, ¿no?
¡Un abrazo!

WOLFVILLE dijo...


Me pica la curiosidad con muchos de estos pastiches, pero es posible que ignore este en concreto. ¡Me fio de tu criterio! Estoy de acuerdo en que es mejor dejar que las cosas se salgan de madre en este tipo de historias, porque al fin y al cabo no es lo mismo un pastiche que una copia (para eso ya están los libros del hijo de Conan Doyle y Dickson Carr), y si encima el planteamiento de esta obra es disparatado, no sé porque no se mantiene ese tono en toda la obra.

Llosef dijo...

Alberto, si estuviera fácil de encontrar en nuestra lengua, igual me animaba a leerlo: Wiggins es un buen personaje. Pero si hay que buscar, da pereza, jajaja. Lo perfecto sería que Valdemar recuperara la colección de Los archivos de Baker Street con nuevos títulos. Tengo bastantes de los que editaron, pero sería bonito que añadieran algunos más, sobre todo algunos de los que comentas en tu libro y que permanecen inéditos. ¡Hay que soñar! ¡Un abrazo!

Amigo Wolfville: yo me puse con él porque tengo bastantes de esta colección de Valdemar y fue un poco eso de "este mismo". Pero ya digo: si hay que andar buscándolo y demás mejor probar con otro. Y lo dicho: ojalá Valdemar retomara la colección (con otras portadas ya sería la gloria). De todas formas no me desanimo y probaré con otros. ¡Abrazos!