Relatos de acción, de deportes, del oeste, de aventuras, de misterio, de terror, en fin, de todos los géneros posibles dan forma a su dilatada obra. En esta ocasión nos vamos a detener en uno de sus personajes, Duke, cuyas aventuras podríamos enmarcar dentro del género de misterio, pero también gangsteril, de aventuras, algo de novela negra y hasta de casas encantadas si me apuráis. Y es que a nada hace ascos el devenir investigador de nuestro héroe. Tomando como modelo al Doc Savage de Lester Dent, también Duke es un tipo de una pieza, músculos acerados y mente… Bueno, lo de pensar mejor dejarlo para sus compañeros de aventuras, que para eso están.
Duke protagonizó diez novelas en la colección Hombres audaces: nuevos héroes publicada por la editorial Molino en el primer lustro de la década de los 40. Continuación de la colección Hombres audaces, también de Molino, que incluía novelas de personajes tan populares como Bill Barnes, Doc Savage, El Vengador o La Sombra, la nueva colección se dedicó a héroes creados por autores españoles, siempre escudados en seudónimos y en una obra que en todo momento no sólo tomaba como modelo a los citados, sino que debía asemejar tener un origen norteamericano, cuando menos sus protagonistas.
Así, la colección Hombres audaces: nuevos héroes tuvo como titanes del bien y el orden, junto a Duke, a Ciclón (de M. de Avilés Balaguer, Manuel Vallvé López en su casa, con seis novelas), Hércules (de Adolfo Martí, el mismo Vallvé López bajo otro nombre, con seis novelas), Yuma (de Rafael Molinero, que no es otro que Gustavo López Hipkiss, otro todo terreno de la novela popular y traductor además de las novelas de Guillermo el Travieso de la adorable Richmal Crompton, con catorce novelas) y Tres hombres buenos (de Amadeo Conde, otro sobrenombre de José Mallorquí, con catorce novelas).
La fórmula Hanzer fue la primera protagonizada por Duke, la número catorce de la colección Hombres audaces: nuevos héroes. Es así el último personaje incorporado a la colección.
La novela, qué os voy a decir, comienza de manera trepidante, y sin dar un respiro ya estamos en mitad de un desierto en el Tíbet que más asemeja el del Sáhara, entonces aún español, con nuestro héroe Duke Straley y su inseparable amigo Robert (Bob) Dennison repartiendo ñoños a unos malvados y fanáticos tibetanos que han acorralado su caravana de expedición al Himalaya en medio de una tremebunda tormenta de arena. En tres páginas nuestros héroes vencen el cerco, a la tormenta y al mismo Valle del Yaru en el que se encuentran sin apenas pestañear. Pero Mallorquí no sólo da al lector desprejuiciado lo que espera, sino que regala una perfecta presentación de los caracteres de sus dos protagonistas mostrándolos desde el inicio en una situación de peligro a vida o muerte, en la cual veremos de verdad cómo son estos dos hombres de los que sólo conocemos el nombre. Y si mientras Duke, como he comentado, es un roble de una pieza impertérrito al miedo, Bob Dennison es todo lo contrario, un personaje temeroso y vencido por el deseo de volver cuanto antes a su casa, pero que ante el ataque de los fanáticos, entre los disparos enemigos, se muestra con tanto valor o más que el propio Duke. Un valor que nace por el deseo irreprimible de salir cuanto antes del peligro. Y así, tan simple que parece hasta fácil, Mallorquí nos muestra a sus héroes, distintos, complementarios, la pareja que a día de hoy ya es lo normal en cualquier ficción aventurera que se precie. Bueno, en aquel tiempo ya lo era, pero hoy se repite de igual manera, infatigable el modelo al acoso de los años.
Ya en Nueva York, ambos mostrarán orgullosos la razón de su expedición al Himalaya: recuperar un jarrón chino de inestimable valor. Y todo para que… Pero no, no sigo contando porque de verdad que merece la pena leerse. Con esto sólo quiero abriros el apetito. Aunque sí comentaré alguna cosa más.
Porque me gustaría destacar otros personajes, ejemplos de la gran capacidad de creación de los mismos por parte de Mallorquí. Tenemos entonces a Dorothy Lasalle, una periodista que para nada desentonaría en cualquier programa de esos de cotilleos de la tele que en la actualidad causan furor, pintado con una mala leche nunca exenta de inteligencia que para sí quisieran los que critican esos programas. El capitán de policía Max Mehl, un valioso aliado de nuestros héroes que muestra tan buena disposición por ayudar como pocas luces, sin resultar tonto o caricaturesco: es tan sólo un hombre que pone de su parte todo lo que puede frente a otros que lo superan en arrojo. Si no fuera así, ¿para qué necesitaría a Duke? Lo dicho: un buen grupo de personajes en el que cada cual aporta su valía concreta. Hay más, algunos que duran lo que un suspiro antes de ser ametrallados sin piedad, pero sobre todos destaca la en verdad espectacular Elizabeth (Betty) Straley, la hermana pequeña de Duke, y aplico tal adjetivo no sólo por su presumible belleza, sino porque es de lejos el personaje más inteligente que aparece en toda la novela. Ejemplo de cómo, pese a los algo machistorros compañeros de aventuras que tiene, Mallorquí sabe cómo hacer un personaje femenino capaz de eclipsar al resto en cuanto habla. Lástima que se desdibuje un poquito al final, pero no quedaba más remedio: cuando entran en acción las balas y los puñetazos, las chicas seguían siendo chicas.
La novela se desarrolla mostrando múltiples elementos genéricos. Todo mezclado, un buen puñado de influencias que resultan tan curiosas de ver unas junto a otras como, en algunos momentos, estimulantes. Así, del relato de acción y aventuras se pasa a la intriga criminal, al relato de gangsters, detalles de la entonces más moderna novela negra, a una densa trama de espionaje industrial, elementos del más rancio pero maravilloso folletín (banda de desalmados bajo el nombre de La mano negra incluida) y, como dije al principio, los relatos de casas encantadas. Persecuciones en automóvil, ametrallamientos, asesinatos, una casa con más pasadizos ocultos y puertas secretas que un castillo de la Radcliffe y el brío de Mallorquí para lograr un todo trepidante, un ejemplo de novela popular que jamás debería caer en el olvido.
Queda como nota curiosa el ascendente español de Duke (literalmente, “por cuyas venas corre sangre de adalid del Oeste y de conquistador español”, p. 23) y la simpar Betty, cuya madre no era otra que “la inolvidable doña Isabel de Pozoblanco” (p. 21). En fin, concesiones, o no, a la raza.
Pero también se suceden los ejemplos de la fuerza narrativa de Mallorquí, su brillantez que refulge en algunos momentos con verdadera fuerza. Cuando un coche avanza entre la niebla, nuestros héroes “(…) tenían la impresión de atravesar una enorme esponja empapada en agua” (p. 45). O refiriéndose a la casa misteriosa en la que se desarrolla la parte final del relato, la gran Elizabeth la describe tal que así: “Parece como si la noche se hubiera metido dentro” (p. 49). ¿Acaso hay forma más gráfica y hermosa de describir cómo es el horror?
Magnífica aventura que iba acompañada de los grandes dibujos de Carlos Freixas, que he escaneado he incluido aquí.
FIGUEROA CAMPOS, J. La fórmula Hanzer. Ilustraciones de Carlos Freixas. Barcelona: Editorial Molino, 1943. 63 p. Hombres audaces: nuevos héroes, 14; Duke, 1.
3 comentarios:
Aquí solemos despreciar lo propio... hasta los autores de novelas de a duro tenían que hacerse pasar por extranjeros para poder vender!
Me han encantado los dibujos de Freixas. Aún tengo por casa un montón de láminas suyas para aprender a dibujar.
Recuerdo con cariño esas novelitas de pastas amarillas que poblaban los quioscos y las tiendas de viejo de cuando era niña, y de las que (¡vergüenza!) no he leído ninguna... y por lo que usted dice, querido Llosef, Mallorquí sería un buen comienzo.
Le dejo aquí el link de la serie Giallo Mondadori, por si pudiese interesarle (¡el amarillo es la clave!)
http://blog.librimondadori.it/blogs/ilgiallomondadori/
Estimada Princesa, recuerdo esa colección, Giallo, de mis repetidos viajes a Italia, en una época en que me dio por salir de verdad de mi cueva. En la página de la colección, veo que recientemente han editado una novela de Bruno Fischer, nada menos. ¡Ay! ¿Por qué habré olvidado el poco italiano que sabía? Me daba para defenderme. Igual no para una novela, pero sí para los comics con los que volvía a mi casa, el bolso de viaje tupido de tomos de Dylan Dog, Tex, Zagor... ¡Y las fantásticas aventuras de DIABOLIK!
Y jamás sienta usted vergüenza, menos aún por haber o no leído tal o cual libro. Eso es para los demás.
Padawan, Carlos Freixas era hermano, al parecer, no soy para nada un entendido en esto, de Emilio Freixas, otro gran ilustrador y dibujante de comics. A ver si alguien nos cuenta un poquito acerca de ello... ¿Señor 4ojos? ¿Aónde anda usté?
Publicar un comentario