Clark Carrados es uno de los muchos seudónimos utilizados por el escritor Luis García Lecha, un todo terreno del bolsilibro curtido en todos los géneros imaginables (bueno, si le echáis mucha imaginación igual dais con alguno que no ha tocado, pero creo que me explico, ¿no?), siempre eficaz, de un estilo cuando menos eficiente y en ocasiones más elaborado y creativo que el resto de sus compañeros facturadores de novelas de a duro. Como anécdota, me gustaría tan sólo mencionar el que a mi gusto es su mejor sobrenombre: Louis G. Milk. Igual no, igual le pareció lo más normal, pero no puedo dejar de pensar en lo que este hombre tal vez se riera la primera que viera su nombre anglosajonizado de manera tal adornando la portada de un libro.
En La casa hecha con sangre Carrados demuestra su oficio. Si bien en esta ocasión no pasa de ahí. La historia de una maldición que pesa sobre una mansión sureña, levantada piedra a piedra con la sangre derramada de los esclavos que en ella trabajaron, no tiene la fuerza suficiente, se mezclan en ella demasiadas cosas. Tenemos a cinco descendientes de los cinco dueños (¡cinco dueños al mismo tiempo!) de la mansión, reunidos en ella debido a la conmemoración de los 150 años transcurridos desde su construcción, fecha que coincide, así es la vida, con la de la ejecución de la mentada maldición. Sobre cada uno de ellos caerá, se presupone, una muerte que se corresponderá con la manera particular en que cada ancestro torturaba y mataba a los esclavos negros. Así se sucederán ahorcamientos, despellejamientos a latigazos, cocodrilos alimentados por suculentos cuerpos, ahora de blancos, y otras lindezas que nos mantendrán al menos interesados en seguir leyendo. Pero es más lo prometido, o lo que esperamos en nuestros cerebros enfermos, que lo que el bueno de Carrados, un escritor que apuesta más por las relaciones entre personajes que por detenerse en detalles escabrosos, termina por ofrecer.
Y es que todo parece funcionar, como se suele decir, a medio gas. Las escenas más violentas o no son descritas, sólo asistimos a su resultado, o bien lo son pero sin detenerse mucho en ellas. Carrados pasa veloz por los momentos supuestamente más aterradores. Así también con las apariciones entre fantasmales y zombificadas del negro Hombo, brazo ejecutor de la venganza secular, que carecen de atmósfera y parecen incluidas porque, en fin, se trata de una novela de terror y algo como de miedo hay que poner.
Sin embargo, sí que se toma su tiempo y se demora en mostrarnos el carácter degenerado y decadente de esos familiares, de esos descendientes de ancestros tocados por el mal, dejando claro que el estigma de la maldad se hereda, nos viene dado por la sangre. Tal que una novela de Nathaniel Hawthorne. Y, en fin, la esencia del cristianismo, que nos considera pecadores nada más nacer; de ahí el bautismo, para purificarnos. Como la SGAE y el impuesto sobre los cedés y deuvedeses vírgenes, para que quede más claro el concepto, que nos considera ladrones a todos y por eso nos hace pagar.
Pero incluso con este cuidado, Carrados cae en un exceso de contención. Como corresponde a la maldad según cánones estandarizados por la sociedad, y las novelas y películas que la reflejan o al menos lo intentan, cuando ésta es mostrada en las mujeres pues, ya sabéis, indefectiblemente muestran un carácter rijoso que suele ser más habitual en los hombres. Aquí, las féminas muestran una facilidad para encamarse con el primero que pillan sorprendente, en parte por incluir unas gotas de erotismo para ponerle una sonrisilla en el rostro al lector masculino, en parte porque así se nos indica cuáles de ellas portan el gen del mal. Pero incluso aquí vence la contención, y todas las escenas quedan a medias: el pobre protagonista nunca en su vida habrá tenido tantas oportunidades de llevarse chicas a la cama y quedarse apagando velas. Con la moralidad arcaica que a veces muestra el género (algo aplicable a la mayoría de bolsilibros, no olvidemos que ofrecen lo que el lector medio quiere leer), el protagonista masculino se preservará para la protagonista femenina, ésta sí recatada y decente, aunque sensual hasta el mareo. Esa imagen tan machista de que una buena mujer es la que parece una puta pero no lo es. Las malas lo parecen y lo son. Sin embargo, el prota va de una a otra mostrando una debilidad desarmante, aunque más cegado por la debilidad transitoria que por maldad: las que tientan son ellas. En fin, el lector se identificará fácilmente con él. El lector idiota, quiero decir.
En conjunto, vence el aburrimiento a cualquier otra sensación. No se abandona la lectura, pero es que tampoco da tiempo a ello. Y pese a que el sanguinolento desenlace lo único que parece contar es lo poco a gusto que se sentía Carrados describiendo este tipo de escenas, hay que reconocerle el oficio y el mérito de lograr transmitir, aunque sea en breves momentos, cierto aire malsano, corrupto y enfermizo, acorde con la ciénaga en la que parece haberse estancado la atmósfera de la mansión ancestral que domina la historia.
CARRADOS, Clark. La casa hecha con sangre. Ilustración de portada: Desilo. Barcelona: Bruguera, 1979. 95 p. Selección Terror; 331. ISBN 84-02-02506-4.
En La casa hecha con sangre Carrados demuestra su oficio. Si bien en esta ocasión no pasa de ahí. La historia de una maldición que pesa sobre una mansión sureña, levantada piedra a piedra con la sangre derramada de los esclavos que en ella trabajaron, no tiene la fuerza suficiente, se mezclan en ella demasiadas cosas. Tenemos a cinco descendientes de los cinco dueños (¡cinco dueños al mismo tiempo!) de la mansión, reunidos en ella debido a la conmemoración de los 150 años transcurridos desde su construcción, fecha que coincide, así es la vida, con la de la ejecución de la mentada maldición. Sobre cada uno de ellos caerá, se presupone, una muerte que se corresponderá con la manera particular en que cada ancestro torturaba y mataba a los esclavos negros. Así se sucederán ahorcamientos, despellejamientos a latigazos, cocodrilos alimentados por suculentos cuerpos, ahora de blancos, y otras lindezas que nos mantendrán al menos interesados en seguir leyendo. Pero es más lo prometido, o lo que esperamos en nuestros cerebros enfermos, que lo que el bueno de Carrados, un escritor que apuesta más por las relaciones entre personajes que por detenerse en detalles escabrosos, termina por ofrecer.
Y es que todo parece funcionar, como se suele decir, a medio gas. Las escenas más violentas o no son descritas, sólo asistimos a su resultado, o bien lo son pero sin detenerse mucho en ellas. Carrados pasa veloz por los momentos supuestamente más aterradores. Así también con las apariciones entre fantasmales y zombificadas del negro Hombo, brazo ejecutor de la venganza secular, que carecen de atmósfera y parecen incluidas porque, en fin, se trata de una novela de terror y algo como de miedo hay que poner.
Sin embargo, sí que se toma su tiempo y se demora en mostrarnos el carácter degenerado y decadente de esos familiares, de esos descendientes de ancestros tocados por el mal, dejando claro que el estigma de la maldad se hereda, nos viene dado por la sangre. Tal que una novela de Nathaniel Hawthorne. Y, en fin, la esencia del cristianismo, que nos considera pecadores nada más nacer; de ahí el bautismo, para purificarnos. Como la SGAE y el impuesto sobre los cedés y deuvedeses vírgenes, para que quede más claro el concepto, que nos considera ladrones a todos y por eso nos hace pagar.
Pero incluso con este cuidado, Carrados cae en un exceso de contención. Como corresponde a la maldad según cánones estandarizados por la sociedad, y las novelas y películas que la reflejan o al menos lo intentan, cuando ésta es mostrada en las mujeres pues, ya sabéis, indefectiblemente muestran un carácter rijoso que suele ser más habitual en los hombres. Aquí, las féminas muestran una facilidad para encamarse con el primero que pillan sorprendente, en parte por incluir unas gotas de erotismo para ponerle una sonrisilla en el rostro al lector masculino, en parte porque así se nos indica cuáles de ellas portan el gen del mal. Pero incluso aquí vence la contención, y todas las escenas quedan a medias: el pobre protagonista nunca en su vida habrá tenido tantas oportunidades de llevarse chicas a la cama y quedarse apagando velas. Con la moralidad arcaica que a veces muestra el género (algo aplicable a la mayoría de bolsilibros, no olvidemos que ofrecen lo que el lector medio quiere leer), el protagonista masculino se preservará para la protagonista femenina, ésta sí recatada y decente, aunque sensual hasta el mareo. Esa imagen tan machista de que una buena mujer es la que parece una puta pero no lo es. Las malas lo parecen y lo son. Sin embargo, el prota va de una a otra mostrando una debilidad desarmante, aunque más cegado por la debilidad transitoria que por maldad: las que tientan son ellas. En fin, el lector se identificará fácilmente con él. El lector idiota, quiero decir.
En conjunto, vence el aburrimiento a cualquier otra sensación. No se abandona la lectura, pero es que tampoco da tiempo a ello. Y pese a que el sanguinolento desenlace lo único que parece contar es lo poco a gusto que se sentía Carrados describiendo este tipo de escenas, hay que reconocerle el oficio y el mérito de lograr transmitir, aunque sea en breves momentos, cierto aire malsano, corrupto y enfermizo, acorde con la ciénaga en la que parece haberse estancado la atmósfera de la mansión ancestral que domina la historia.
CARRADOS, Clark. La casa hecha con sangre. Ilustración de portada: Desilo. Barcelona: Bruguera, 1979. 95 p. Selección Terror; 331. ISBN 84-02-02506-4.
2 comentarios:
jeje, desde luego el pseudónimo es buenísimo! teniendo ese no sé por qué usaría otros!
Hmmmm, has mentado el tema sureño y sórdidos pantanos, eso me hace tener aún más ganas de releer la primera novela de Connolly.
Amigo padawan, me encanta esta conexión Connolly-Carrados, jeje.
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