Quizá algunos sepáis de Richmal Crompton (1890-1969) por ser la autora de las aventuras de ese mozalbete conocido como Guillermo el Travieso o Guillermo el Proscrito. Treinta y ocho libros recogen las andanzas de la que sin duda fue su creación más popular. Pero como corresponde a este blog teñido de la más oscura oscuridad, no nos detendremos en las por otra parte excelentes aventuras de este rival del genial Pitagorín de Peñarroya, sino en su faceta de escritora de terror. Porque como corresponde a todo escritor anglosajón que se precie, constan entre sus obras un par de libros que honran a este nuestro género.
Aunque nacida en plena época victoriana, Richmal Crompton como escritora ya no pertenece a la misma, si bien sus maneras algo tienen de estos tiempos pasados. Temperado, poco efusivo, su estilo parece querer contarnos en voz baja horrores que quizá no sean tan grandes como los que trae consigo la vida real, la vida ajena a las historias de fantasmas y aparecidos.
Dentro del género fantástico nos dejó dos libros. Una novela, La morada maligna (1926), en la cual se nos narra la historia de una familia que se traslada a una casa que poco a poco los hace cambiar, que saca lo peor que de ellos mismos esconden en su interior, una casa que está lejos de ser un hogar y convierte en un infierno el día a día cotidiano. Eso sí, contado con el estilo amable de su autora. Las maldades en las que caen los miembros de esta familia resultan de una timidez desconcertante, siendo las peores de ellas cuando menos, en fin, condenables de una manera en exceso rígida. Vamos, que es más terrible el mal cuando la Crompton nos deja imaginar en qué consiste que cuando nos lo detalla. En cualquier caso, sabe mantener un tono malsano a pesar de lo pacata que resulta en algunos momentos, y sin ser brillante ni original sí que es entretenida y honesta.
Esto mismo valdría para el volumen de cuentos que publicaría dos años después, Bruma y otros relatos (1928). Sencillos, abundando en una larga tradición espectral, sin romper ningún molde pero sabiendo qué hacer para no romperlos. No es tan fácil.
Richmal Crompton fue profesora de latín y griego hasta que cayó enferma de poliomielitis y se vio obligada a dejar la docencia. Sin embargo, su amor por las lenguas clásicas permanecería, en especial su amor por la segunda. Y esto lo podemos comprobar en los dos primeros cuentos de este libro. En La estatuilla de bronce, será una pequeña estatua representando a Apolo quien despertará los deseos más reprimidos de la protagonista. Sorprende el tono abiertamente sensual del relato. Sorprende tratándose de la Crompton, quiero decir. Una historia arrebatada que deja entrever esa pasión que la autora sentía por el mundo clásico. Hay ecos de Arthur Machen, de Prosper Mérimée, de Joseph von Eichendorff, tanto por su querencia por lo clásico, lo epicúreo, como por la historia de una estatua que cobra vida. Eso sí, muy lejos de estos autores, vale decir, pero en su estela no desmerece. De mayor manera aún deja denotar su fervor por este mundo desaparecido el segundo relato, La visita. En él un extraño personaje es invitado a pasar unos días en una casa solariega. Toda la familia y los amigos quedan pronto prendados de él, a todos encandila con sus diabluras, pero es también el lector el que queda encantado. La Crompton nos arrastra con su sencillez y nos hace partícipes de su pasión. La posible amenaza de lo salvaje y lo sensual en contra de lo convencional no es tal pues sentimos toda la belleza de lo primero. Un relato que se lee con una sonrisa cómplice.
La mayoría del resto de los relatos se mueven por caminos ya muy trillados, pero todos escritos con delicadeza, con un gusto exquisito, por lo que resultan muy agradables de leer. La peineta española es la historia del objeto que da su nombre al relato, un objeto que encierra en sí el mal y posee a quien decide portarlo. Unos cuantos tópicos utilizados de forma eficaz. Al igual que en los cuentos Rosalind y La casa detrás del bosque, dos historias como seguro que habéis leído cientos, pero que tienen a su favor un gran cuidado por la atmósfera y una excelente presentación de personajes. O Harry Lorimer, una posesión “infernal” narrada de una manera en exceso pudorosa. En El roble se nos narra una terrible posesión hipnótica en la cual jugará un papel fundamental un roble, último vestigio de los cultos druidas, y una desesperada petición de ayuda. Cuando se despiertan ritos ancestrales fuerzas antiguas demuestran que aún en nuestros días perviven escondidas, acechantes. El horror, eso sí, es tan solo atisbado, un susurro, un golpe de viento, una rama que cae cuando no debe caer. Muy Crompton, me atrevería ya a decir. De Las hermanas, un cuento de fantasmas de esos que retornan para enmendar faltas cometidas en vida, destacaría su tono confidencial, como si contar la verdad requiriera un esfuerzo sobrehumano. Tal es así que, de hecho, hay que estar muerto y ser un espectro para hacerlo. Y en Manos, a mi gusto el más flojo de todos, encontramos a una abnegada esposa que lucha contra el fantasma de la anterior esposa de su marido. Esta lucha, ay, se antepone en gran medida al propio horror de las sucesivas apariciones. Para la autora parece más importante cómo la viva ve alterada su cotidianidad, cómo pierde su posición en la casa ante la muerta. Cómo el fantasma va suplantando a la esposa real. A Richmal Crompton ni tan siquiera le gusta jugar con la idea de que, ya que tan solo la esposa es quien ve al espectro, todo sea fruto de su imaginación. La historia deviene un enfrentamiento de dos mujeres por su hogar, por su marido, por mantener su posición en el orden social y en el corazón del esposo. Y este ni se entera de la película.
Pero no todo resulta tan convencional. Marlowes es un excelente relato protagonizado por una casa que puede sentir como si estuviera viva. Por momentos se me antojó una prolongación de su novela La morada maligna, aunque aquí estaríamos paseando por su reverso positivo. La chiquilla y El embrujo de Greenways son relatos de fantasmas tan sencillos como hermosos. De esos cuentos que engrandecen la tradición de la literatura fantasmal sin ser ni originales ni salirse un ápice del camino trazado: solo la refuerzan y la mantienen con vida. O Bruma, un relato de soberbia atmósfera: esa bruma que parece viva, esos jirones de niebla que se revuelven como serpientes. Una bruma que oculta la verdad, que nos impide ver lo que nos rodea, pero que también permite vislumbrar un hecho terrible acontecido hace diez años en lo más profundo de un páramo…
Como en todos los libros editados por Reino de Redonda, sus páginas finales están dedicadas a diversos apéndices que versan sobre tan fantasmal Reino, el legado del gran M. P. Shiel.
CROMPTON, Richmal. Bruma y otros relatos. Presentaciones de Fernando Savater y Javier Marías; traducción de Juan Antonio Molina Foix. Barcelona: Reino de Redonda, 2000. 354 p. ISBN 84-931471-1-7.
2 comentarios:
Jo, pues pinta muy bien... la verdad nunca me habría fijado, nunca leí ningún libro de Guillermo ¿Arderé en el Infierno?
Jajajaja, no, no arderás. Al menos eso espero por la parte que me toca: yo soy de los de Pitagorín...
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