Ya de entrada diré que he disfrutado este
libro como un poseso. Me he reído, me he emocionado, he sufrido cuando tocaba…
En fin, una delicia de lectura que me ha sorprendido de manera muy grata. No
porque no esperara que me gustara, sino porque no esperaba que me gustara
tanto. Planet Stories es la revista
pulp que peor fama arrastra de todas las que se dedicaron a la ciencia ficción,
y si bien quizá eso pueda seguir siendo cierto, lo que está claro es que esta
antología nos hace dudar de ello.
En la introducción, Planet Stories, la épica del espacio, Francisco Arellano nos
explica qué significó la revista dentro de las publicaciones pulp de la época
en general y dentro del género de la ciencia ficción en particular. Su primer
número se editó en 1939, correspondiendo el último al año 1955. Aunque, como he
dicho, está considerada una de las más infames (y si no lo creéis así, recordad
la divertida anécdota que contaba Philip K. Dick AQUÍ), su tono aventurero y fantasioso la hacía destacar de las
demás por su carácter poco serio y de entretenimiento por encima de otras
consideraciones tanto estilísticas como artísticas. Y algunas buenas firmas
publicaron en ella: James Blish, Jack Vance, A. E. Van Voght, Margaret St.
Clair, Ray Bradbury o el mismo Philip K. Dick. Arellano repasa la historia de
la revista, el contexto histórico, su filosofía (marcada por su subtítulo:
“Extrañas aventuras en otros mundos – El universo de los siglos futuros”), sus
magníficos ilustradores, lo que la crítica, poco benevolente, pensaba de ella…
En fin, nada mejor que empezar con la lección bien aprendida.
La antología rezuma un sano sentido del
humor, un poco, más bien nada, tomarse en serio que a ojos de hoy resulta de lo
más simpático. Me atrevería a decir que casi enternecedor. Son relatos de otra
época, cuando el sueño de la conquista del espacio y el descubrimiento de otros
mundos no nos había sido arrebatado, cuando la fantasía estaba siempre a un
paso de tornarse realidad. Fantasía desbocada en un tiempo en el cual soñar con
ella era más propio de visionarios que de perdedores. Hoy, soñadores fantásticos
que perdieron todas las batallas. ¿Acaso se puede concebir un concepto más
entrañable? Pues muchos de estos autores, en una selección de los mejores de
sus relatos delirantes y maravillosos, son los que encontraremos aquí.
Ilustración: Norman Saunders.
El primer cuento está fechado en 1942, y
responde a la perfección a lo que uno esperaba encontrar: fantasía y diversión
a partes iguales. Derrelicto cósmico,
de John Broome, muestra un humor que eleva a verdaderamente antológico un
entorno de ciencia ficción que debe tanto a la fascinación por los prodigios
del universo como al terror ancestral que este puede provocar. En realidad, no
deja de ser nunca un cuento en el que si sustituyéramos la nave espacial por un
barco y el espacio profundo por un mar tenebroso y lejano no pasaría casi nada.
Pero esto a mí hace que me guste infinitamente más. Como en las tripulaciones
de los navíos, las supersticiones de la marinería deciden el devenir de todos.
La eterna lucha entre ciencia y religión, aquí entendida, como he dicho, como
superstición, está tratada de manera tan jocosa como profundamente entretenida.
Si esto hubiera sido un episodio de alguna de las series de la franquicia de
Star Trek o de la magnífica e insuperable Doctor Who, estaríamos ante uno de
los de más grato recuerdo. Es fácil imaginarlo protagonizado por los miembros
de la Enterprise o por un Doctor Who aterrizando con su TARDIS en una nave con
serios problemas enfrentados de la más divertida de las maneras. Todo un
sabroso caramelo para empezar. Un relato que marca el tono de lo que está por
venir a continuación. Uno abre la caja de sorpresas y se encuentra con una que
supera todas las expectativas.
Ilustración: H. L. Parkhurst.
Adoro a Henry Kuttner, así que siempre es un
placer leer un relato suyo. ¿Qué me
posee? (1946) no es uno de los mejores que he leído de él, pero sabe
atrapar con su historia de héroe que afronta mil peligros y los vence, encuentro
con chica espectacular incluido, que mezcla todos los tópicos de la fantasía
heroica con las aventuras siderales más dislocadas. Dioses antiguos y malvados
enfrentados a otros igual de viejos pero buenos (sí, con todo el maniqueísmo
del mundo) con héroe terrestre a lo Conan capaz de machacarlo todo pensando lo
justo. Los breves toques de ese erotismo naif tan propio de los pulps consiguen
hacerlo más simpático aún.
Ilustración: Chester Martin.
En Tepóndicon
(1946) de Carl Jacobi tenemos más héroes supraterrenos y más aventuras con ecos
de la fantasía heroica. Lo más bonito de este relato son esas ciudades del
espacio que en él aparecen, que pese a estar infectadas por una enfermedad
medieval resultan sugerentes y alocadas, de una belleza subyugante. Y con el
habitual héroe predestinado de protagonista, aunque quizá no a hacer el bien
como indicaban todas las señales.
Ilustración: Allen Anderson.
Kenneth Putnam es el seudónimo de Philip
Klass, autor también conocido en el mundo de la ciencia ficción como William
Tenn. Con este lío de nombres, algo no demasiado extraño en el entorno de este
tipo de publicaciones, casi resulta una broma el título de su relato: La nave de la confusión (1948). Aunque
esto ya nos prepara para lo que vamos a encontrar: diversión y aventura por
encima de todo, bien servidas y con un emocionante desarrollo. Dosis medidas de
tensión en un motín en una nave espacial y, de nuevo, su adscripción a las
aventuras marítimas más clásicas lo inflaman de encanto, esta vez partiendo de
la misógina creencia de que una mujer entre la tripulación trae mala suerte, por
lo que están prohibidas a bordo. No debería obviarse su decidido desenlace
feminista, que muestra la inteligencia de una mujer eliminando los escollos y
solucionando los problemas de la tripulación masculina de una nave que pasa por
graves apuros.
Ilustración: Allen Anderson.
El
jardín del mal
(1949) de Margaret St. Clair es pura fantasía desbocada liberada en un planeta
hostil, una jungla devoradora y traicionera en la que el humano protagonista
encontrará la inesperada ayuda de una, cómo no, hermosa nativa. Civilizaciones
escondidas, ciudades de belleza prodigiosa, la naturaleza agresiva pero de
fascinante apariencia… La mano de St. Clair se impone a las limitaciones
temáticas y crea un relato absorbente, de extraña atmósfera y tan cautivador
como los paisajes que nos describe. Y con un desenlace que sorprende no por su
giro “inesperado”, sino por su oscuridad, algo en verdad inhabitual en los
relatos pulp de carácter más aventurero.
Ilustración: Allen Anderson.
Y Margaret St. Clair, siempre tan siniestra,
de nuevo nos fascina con Mim (1950).
Aunque inferior al precedente, se devora con auténtico placer. St. Clair sabe
cómo narrar y mantenernos pegados al libro. Ágil, entretenida, provocando
angustia y expectación a su antojo, nos rompe otra vez por la mitad en el
desenlace de su relato. Sus dos cuentos están entre lo mejor de la antología.
Ilustración: Allen Anderson (?).
La
espada de fuego
(1949) de Emmett McDowell es pura space opera. Más héroes salvando mundos
salvajes y extraños. Pero es que todo es tan divertido… No porque provoque
risas, sino porque su carácter aventurero y vital es contagioso. Se notan las
ganas del autor de pasarlo bien contándonos su historia, sabe ser emocionante
sin complicar la trama ni un ápice. Y se percibe casi en cada párrafo lo poco
en serio que se toma a sí mismo y a su obra, algo que se da en casi la
totalidad de cuentos de esta antología, al tiempo que no por ello se burla del
lector. Al contrario, las sonrisas son cómplices. Por eso, como dije, resultan
contagiosas. Lo demás, ya lo sabéis: peleas, carreras, mundos hostiles, una
raza tras otra todas enfrentadas entre sí, caracoles gigantes con patas de
araña que dominan a los humanos con el poder de la hipnosis para tenerlos como
esclavos, orgías incluidas… En fin, si no disfrutáis con esto, no os acerquéis
por aquí. Y, cómo no, si hasta tenemos al típico héroe predestinado que salvará
al planeta de todos los males. Por mucho que a este le ayuden mucho la casualidad
y la buena suerte.
Ilustración: Allen Anderson.
Permitidme que continúe con una banalidad: A.
E. Van Vogt es uno de mis nombres favoritos de la ciencia ficción. No lo he
leído todo lo que me gustaría, pero de siempre me ha atraído este nombre tan a
lo nobleza europea de entreguerras, tan a lo Josef von Stenberg o Thea von
Harbou. Si me apuráis, hasta tan Vincent van Gogh. Literariamente la atracción
viene dada porque Philip K. Dick lo consideraba un maestro del género, un autor
que le dio pie con algunas de sus obras más reconocidas a lanzarse a sus mundos
repletos de falsas realidades y psicologías ajenas a lo común. En el relato de
A. E. Van Vogt aquí incluido, El santo de
las estrellas (1951), no encontraremos a un Van Vogt espectacular e
innovador, pero sí a un buen narrador con una historia que nos presenta a unos
alienígenas no tan lejanos a algunos que os serán bien conocidos si habéis
leído a Stanislaw Lem. Tenemos pues a un súper hombre de las estrellas que en
manos de Vogt nos lleva a pensar en teorías siniestras sobre selección
darwiniana, más aún con su final que se balancea entre lo luminoso y cierto
halo de oscuridad gracias a lo apuntado. Pero al adoptar el punto de vista del
humano protagonista todo adquiere un brillo irónico que no hubiera sido el
mismo si la narración hubiera corrido a cargo de este santo tan fascinante para
las mujeres como detestable para los hombres.
Ilustración: Allen Anderson.
Y de mi nombre favorito a mi título preferido
de esta antología: La tentadora del
planeta Delicia (1953). ¡No me digáis que no resulta genial! Aunque este
relato de Betsy Curtis (Elizabeth M. Curtis) tarda un tanto en arrancar, al
final me ganó por su desparpajo, su sentido del humor y por su forma de tomar
un puñado de tópicos de la space opera más tradicional para dejarlos casi todos
ellos en off: planeta bajo el yugo de un sistema de gobierno asfixiante,
criaturas extrañas y fascinantes que conviven con los humanos, estos divididos
en una clase dominante y otra formada por desahuciados, la rebelión de estos y
su toma de poder y cambio subsiguiente del orden establecido para mejor… Si
bien la trama principal no depara sorpresas, atrapa por lo arrebatador que
resultan tanto la “tentadora” del título (tampoco es que lo sea demasiado) como
aquellos que forman su especie, las notas tan picantes como inocentes que
aparecen de vez en cuando animando el relato y la condición de antihéroe del
protagonista, que dota de un distanciamiento a la narración que juega
totalmente a su favor consiguiendo mantener un excelente equilibrio entre
seriedad (un planeta regido por un sistema kafkiano) y diversión (los problemas
del protagonista para conseguir las cosas más sencillas y su atracción por una
criatura etérea, casi fantasmal).
(Continuará…)
3 comentarios:
Perfecta reseña, hermano ( perdona la familiaridad) !!! Y van .... Ardo en deseos de leer la continuación . En cuanto la pila lo permita me pongo con él.
Gracias
victorderqui
La ilustración de Allen Anderson... llevo enamorado de ella desde hace tiempo. Gracias por compartir tus experiencias lectoras.
Un abrazo.
¡Gracias victorderqui! Es un libro que he disfrutado de manera bárbara, en serio, no pensaba que podría gustarme tanto.
¡Gracias Ángel! Los dibujantes de las portadas de las revistas pulp son fantásticos. En la segunda parte habrá otras maravillas.
¡Saludos a ambos! Y gracias por comentar.
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