miércoles, abril 03, 2013

Planet Stories (1939-1955) [primera parte]




Ya de entrada diré que he disfrutado este libro como un poseso. Me he reído, me he emocionado, he sufrido cuando tocaba… En fin, una delicia de lectura que me ha sorprendido de manera muy grata. No porque no esperara que me gustara, sino porque no esperaba que me gustara tanto. Planet Stories es la revista pulp que peor fama arrastra de todas las que se dedicaron a la ciencia ficción, y si bien quizá eso pueda seguir siendo cierto, lo que está claro es que esta antología nos hace dudar de ello.

En la introducción, Planet Stories, la épica del espacio, Francisco Arellano nos explica qué significó la revista dentro de las publicaciones pulp de la época en general y dentro del género de la ciencia ficción en particular. Su primer número se editó en 1939, correspondiendo el último al año 1955. Aunque, como he dicho, está considerada una de las más infames (y si no lo creéis así, recordad la divertida anécdota que contaba Philip K. Dick AQUÍ), su tono aventurero y fantasioso la hacía destacar de las demás por su carácter poco serio y de entretenimiento por encima de otras consideraciones tanto estilísticas como artísticas. Y algunas buenas firmas publicaron en ella: James Blish, Jack Vance, A. E. Van Voght, Margaret St. Clair, Ray Bradbury o el mismo Philip K. Dick. Arellano repasa la historia de la revista, el contexto histórico, su filosofía (marcada por su subtítulo: “Extrañas aventuras en otros mundos – El universo de los siglos futuros”), sus magníficos ilustradores, lo que la crítica, poco benevolente, pensaba de ella… En fin, nada mejor que empezar con la lección bien aprendida.

La antología rezuma un sano sentido del humor, un poco, más bien nada, tomarse en serio que a ojos de hoy resulta de lo más simpático. Me atrevería a decir que casi enternecedor. Son relatos de otra época, cuando el sueño de la conquista del espacio y el descubrimiento de otros mundos no nos había sido arrebatado, cuando la fantasía estaba siempre a un paso de tornarse realidad. Fantasía desbocada en un tiempo en el cual soñar con ella era más propio de visionarios que de perdedores. Hoy, soñadores fantásticos que perdieron todas las batallas. ¿Acaso se puede concebir un concepto más entrañable? Pues muchos de estos autores, en una selección de los mejores de sus relatos delirantes y maravillosos, son los que encontraremos aquí.

Ilustración: Norman Saunders.

El primer cuento está fechado en 1942, y responde a la perfección a lo que uno esperaba encontrar: fantasía y diversión a partes iguales. Derrelicto cósmico, de John Broome, muestra un humor que eleva a verdaderamente antológico un entorno de ciencia ficción que debe tanto a la fascinación por los prodigios del universo como al terror ancestral que este puede provocar. En realidad, no deja de ser nunca un cuento en el que si sustituyéramos la nave espacial por un barco y el espacio profundo por un mar tenebroso y lejano no pasaría casi nada. Pero esto a mí hace que me guste infinitamente más. Como en las tripulaciones de los navíos, las supersticiones de la marinería deciden el devenir de todos. La eterna lucha entre ciencia y religión, aquí entendida, como he dicho, como superstición, está tratada de manera tan jocosa como profundamente entretenida. Si esto hubiera sido un episodio de alguna de las series de la franquicia de Star Trek o de la magnífica e insuperable Doctor Who, estaríamos ante uno de los de más grato recuerdo. Es fácil imaginarlo protagonizado por los miembros de la Enterprise o por un Doctor Who aterrizando con su TARDIS en una nave con serios problemas enfrentados de la más divertida de las maneras. Todo un sabroso caramelo para empezar. Un relato que marca el tono de lo que está por venir a continuación. Uno abre la caja de sorpresas y se encuentra con una que supera todas las expectativas.

Ilustración: H. L. Parkhurst.

Adoro a Henry Kuttner, así que siempre es un placer leer un relato suyo. ¿Qué me posee? (1946) no es uno de los mejores que he leído de él, pero sabe atrapar con su historia de héroe que afronta mil peligros y los vence, encuentro con chica espectacular incluido, que mezcla todos los tópicos de la fantasía heroica con las aventuras siderales más dislocadas. Dioses antiguos y malvados enfrentados a otros igual de viejos pero buenos (sí, con todo el maniqueísmo del mundo) con héroe terrestre a lo Conan capaz de machacarlo todo pensando lo justo. Los breves toques de ese erotismo naif tan propio de los pulps consiguen hacerlo más simpático aún.   

Ilustración: Chester Martin.

En Tepóndicon (1946) de Carl Jacobi tenemos más héroes supraterrenos y más aventuras con ecos de la fantasía heroica. Lo más bonito de este relato son esas ciudades del espacio que en él aparecen, que pese a estar infectadas por una enfermedad medieval resultan sugerentes y alocadas, de una belleza subyugante. Y con el habitual héroe predestinado de protagonista, aunque quizá no a hacer el bien como indicaban todas las señales.

Ilustración: Allen Anderson.

Kenneth Putnam es el seudónimo de Philip Klass, autor también conocido en el mundo de la ciencia ficción como William Tenn. Con este lío de nombres, algo no demasiado extraño en el entorno de este tipo de publicaciones, casi resulta una broma el título de su relato: La nave de la confusión (1948). Aunque esto ya nos prepara para lo que vamos a encontrar: diversión y aventura por encima de todo, bien servidas y con un emocionante desarrollo. Dosis medidas de tensión en un motín en una nave espacial y, de nuevo, su adscripción a las aventuras marítimas más clásicas lo inflaman de encanto, esta vez partiendo de la misógina creencia de que una mujer entre la tripulación trae mala suerte, por lo que están prohibidas a bordo. No debería obviarse su decidido desenlace feminista, que muestra la inteligencia de una mujer eliminando los escollos y solucionando los problemas de la tripulación masculina de una nave que pasa por graves apuros.

Ilustración: Allen Anderson.

El jardín del mal (1949) de Margaret St. Clair es pura fantasía desbocada liberada en un planeta hostil, una jungla devoradora y traicionera en la que el humano protagonista encontrará la inesperada ayuda de una, cómo no, hermosa nativa. Civilizaciones escondidas, ciudades de belleza prodigiosa, la naturaleza agresiva pero de fascinante apariencia… La mano de St. Clair se impone a las limitaciones temáticas y crea un relato absorbente, de extraña atmósfera y tan cautivador como los paisajes que nos describe. Y con un desenlace que sorprende no por su giro “inesperado”, sino por su oscuridad, algo en verdad inhabitual en los relatos pulp de carácter más aventurero.

Ilustración: Allen Anderson.

Y Margaret St. Clair, siempre tan siniestra, de nuevo nos fascina con Mim (1950). Aunque inferior al precedente, se devora con auténtico placer. St. Clair sabe cómo narrar y mantenernos pegados al libro. Ágil, entretenida, provocando angustia y expectación a su antojo, nos rompe otra vez por la mitad en el desenlace de su relato. Sus dos cuentos están entre lo mejor de la antología.

Ilustración: Allen Anderson (?).

La espada de fuego (1949) de Emmett McDowell es pura space opera. Más héroes salvando mundos salvajes y extraños. Pero es que todo es tan divertido… No porque provoque risas, sino porque su carácter aventurero y vital es contagioso. Se notan las ganas del autor de pasarlo bien contándonos su historia, sabe ser emocionante sin complicar la trama ni un ápice. Y se percibe casi en cada párrafo lo poco en serio que se toma a sí mismo y a su obra, algo que se da en casi la totalidad de cuentos de esta antología, al tiempo que no por ello se burla del lector. Al contrario, las sonrisas son cómplices. Por eso, como dije, resultan contagiosas. Lo demás, ya lo sabéis: peleas, carreras, mundos hostiles, una raza tras otra todas enfrentadas entre sí, caracoles gigantes con patas de araña que dominan a los humanos con el poder de la hipnosis para tenerlos como esclavos, orgías incluidas… En fin, si no disfrutáis con esto, no os acerquéis por aquí. Y, cómo no, si hasta tenemos al típico héroe predestinado que salvará al planeta de todos los males. Por mucho que a este le ayuden mucho la casualidad y la buena suerte. 

Ilustración: Allen Anderson.

Permitidme que continúe con una banalidad: A. E. Van Vogt es uno de mis nombres favoritos de la ciencia ficción. No lo he leído todo lo que me gustaría, pero de siempre me ha atraído este nombre tan a lo nobleza europea de entreguerras, tan a lo Josef von Stenberg o Thea von Harbou. Si me apuráis, hasta tan Vincent van Gogh. Literariamente la atracción viene dada porque Philip K. Dick lo consideraba un maestro del género, un autor que le dio pie con algunas de sus obras más reconocidas a lanzarse a sus mundos repletos de falsas realidades y psicologías ajenas a lo común. En el relato de A. E. Van Vogt aquí incluido, El santo de las estrellas (1951), no encontraremos a un Van Vogt espectacular e innovador, pero sí a un buen narrador con una historia que nos presenta a unos alienígenas no tan lejanos a algunos que os serán bien conocidos si habéis leído a Stanislaw Lem. Tenemos pues a un súper hombre de las estrellas que en manos de Vogt nos lleva a pensar en teorías siniestras sobre selección darwiniana, más aún con su final que se balancea entre lo luminoso y cierto halo de oscuridad gracias a lo apuntado. Pero al adoptar el punto de vista del humano protagonista todo adquiere un brillo irónico que no hubiera sido el mismo si la narración hubiera corrido a cargo de este santo tan fascinante para las mujeres como detestable para los hombres.

Ilustración: Allen Anderson.

Y de mi nombre favorito a mi título preferido de esta antología: La tentadora del planeta Delicia (1953). ¡No me digáis que no resulta genial! Aunque este relato de Betsy Curtis (Elizabeth M. Curtis) tarda un tanto en arrancar, al final me ganó por su desparpajo, su sentido del humor y por su forma de tomar un puñado de tópicos de la space opera más tradicional para dejarlos casi todos ellos en off: planeta bajo el yugo de un sistema de gobierno asfixiante, criaturas extrañas y fascinantes que conviven con los humanos, estos divididos en una clase dominante y otra formada por desahuciados, la rebelión de estos y su toma de poder y cambio subsiguiente del orden establecido para mejor… Si bien la trama principal no depara sorpresas, atrapa por lo arrebatador que resultan tanto la “tentadora” del título (tampoco es que lo sea demasiado) como aquellos que forman su especie, las notas tan picantes como inocentes que aparecen de vez en cuando animando el relato y la condición de antihéroe del protagonista, que dota de un distanciamiento a la narración que juega totalmente a su favor consiguiendo mantener un excelente equilibrio entre seriedad (un planeta regido por un sistema kafkiano) y diversión (los problemas del protagonista para conseguir las cosas más sencillas y su atracción por una criatura etérea, casi fantasmal).


(Continuará…)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Perfecta reseña, hermano ( perdona la familiaridad) !!! Y van .... Ardo en deseos de leer la continuación . En cuanto la pila lo permita me pongo con él.

Gracias

victorderqui

Ángel García Nieto (Artbytito) dijo...

La ilustración de Allen Anderson... llevo enamorado de ella desde hace tiempo. Gracias por compartir tus experiencias lectoras.
Un abrazo.

Llosef dijo...

¡Gracias victorderqui! Es un libro que he disfrutado de manera bárbara, en serio, no pensaba que podría gustarme tanto.

¡Gracias Ángel! Los dibujantes de las portadas de las revistas pulp son fantásticos. En la segunda parte habrá otras maravillas.

¡Saludos a ambos! Y gracias por comentar.