Este número 2 de la revista Delirio se nos presenta enmarcado por
una letra de una canción del grupo Led Zeppelin a modo de frontispicio, La canción del inmigrante (1970), y un
poema del gran Mervyn Peake, Cuando Dios
se hubo cortado las uñas…, cerrándolo. La colección de cuentos da comienzo
con El camino de Ecben (1929), una
fantasía medievalista escrita por el norteamericano James Branch Cabell. Es un
relato plúmbeo del cual sus mejores frases parecieran extraídas de la papelera
de Lord Dunsany. Entiendo que los amantes del maltratado género estén locos por
buscar ancestros y antecedentes de calidad, pero dudo que este adorno vacío
pueda servir para darle lustre. La temática del camino del héroe da para
ensayos y darle vueltas a la tortilla intelectual una y otra vez, pero de
verdad que ni este ni otros géneros precisan de esta vaselina académica. Un mal
comienzo que enseguida se nos olvida porque La
República de la Cruz del Sur (1905), del ruso Valeri Y. Briúsov, es una
obra magistral, un relato demoledor y espeluznante que supone a mi gusto, este
sí, todo un hallazgo. Ya lo comenté en detalle AQUÍ. Solo por él merecería la pena esta segunda entrega de Delirio, pero no se vayan todavía que
aún hay más.
Finis (1906) es un
sensacional cuento apocalíptico de Frank Lillie Pollack. Partiendo de una
premisa científica imposible (el universo es finito y su centro es una estrella
de dimensiones gigantescas: la llegada de su luz al fin a nuestro planeta es la
que traerá consigo el desastre), Pollack desgrana con sencillez y gran
intensidad los dos últimos días del hombre sobre la Tierra. Los humanos morirán
abrasados y la civilización será barrida por un soplo infernal de aire
hirviendo. Escrito solo un año después que el magnífico cuento de Briúsov, no
alcanza la grandeza absolutamente siniestra del ruso, pero desde luego merece
estar publicado a su lado.
Stephen Vincent Benét
Junto a
las aguas de Babilonia (1937), de Stephen Vincent Benét, es un extraordinario paseo
por un futuro post apocalíptico, el remate perfecto para los dos relatos
anteriores. El título que tuvo en un principio, El Lugar de los Dioses, se nos antoja más lleno de sentido que el
que ahora presenta, pero fijaos que esta es la única pega que le podríamos
poner. En esta historia acompañamos a un joven sacerdote de una tribu primitiva
en su viaje al Lugar de los Dioses, el gran Lugar prohibido de los Lugares
Muertos, la zona que adivinamos más castigada por la hecatombe final. De manera
indirecta iremos descubriendo que la civilización muerta es la nuestra, que esa
tribu ancestral en realidad es nuestro futuro y que toda la grandeza del hombre
fue asolada por una guerra que acabó con todas las cosas. Benét deviene casi
genial al narrarnos el fantástico viaje del joven sacerdote: compartimos con él
su miedo y su valor al penetrar en esos lugares vetados donde anidan el
misterio, la soledad y los secretos de un pasado imponente. Es el lector el que
se adelanta a sus descubrimientos, pues el sacerdote nos cuenta lo que ve
describiendo cosas que conocemos de nuestra vida cotidiana pero que para él son
extrañas y desconocidas, cenizas de un pasado incomprensible. No hay así
sorpresas, sino suspense por conocer cómo se irán sucediendo sus distintos
descubrimientos. Una maravilla de emoción contenida servida con mano maestra
que, como ya he comentado, cierra a la perfección esta tríada apocalíptica.
Entre medias, hemos podido admirar una muestra
de las estupendas ilustraciones que Edd Cartier realizara para The Shadow (La Sombra), el inmortal héroe pulp creado por Maxwell Grant (Walter B. Gibson). Y
justo después, tras una presentación del autor por parte de Francisco Arellano,
nos encontramos con la narración de la primera expedición a Marte en Los navegantes del infinito (1925), del
francés J.-H. Rosny Aîné. ¡Qué bonito título! Con un estilo directo y sin
florituras, Rosny Aîné nos planta en el planeta rojo en pocas líneas, una breve
introducción plagada de términos raros cuyo único objetivo es obnubilarnos
hasta que de repente ya estamos inmersos en el viaje espacial. Este se inicia a
modo de narración plasmada en un diario, pero pronto se deja a un lado sin
ningún tipo de explicación. El autor no es cuidadoso ni con este ni con otros
detalles. A cambio, sí que muestra una apabullante imaginación, sobre todo
desde el momento en que los tres aventureros protagonistas pisan suelo
marciano. Las extrañas criaturas que allí viven y la imposibilidad de
comunicación entre especies distintas hubieran hecho las delicias del mismísimo
Stanislav Lem. A mi entender son las mejores páginas de este extenso relato, en
las que se sienten con mayor fuerza el espíritu de aventura, la fascinación por
el descubrimiento de un mundo asombroso y la sed de conocimientos sin límite de
los viajeros estelares. Nuestros tres atípicos héroes acaban por encontrar una
especie con la cual sí pueden comunicarse, los trípedos, y el narrador hasta
llegará a enamorarse de una de las hembras de la ajena especie marciana. En
este sentido Los navegantes del infinito
resulta un hermano menor del relato de Porfiri P. Infántiev En otro planeta (que ya comentamos AQUÍ). Bueno, en este sentido y en
todos, pues los mejores momentos son aquellos en los que Rosny Aîné más nos
recuerda a la magistral obra de Infántiev. Hacia el final la historia deriva en la consabida guerra entre los pobladores marcianos en la cual los trípedos
recibirán la ayuda de los tres humanos para conseguir la victoria. Son las
páginas más tópicas y menos sorprendentes de un buen relato del que permanecerán
en el recuerdo sus estupendas descripciones de un Marte extraño y fantástico.
No son sin embargo cualidades de Rosny Aîné el dibujo de personajes con entidad
ni la creación de atmósferas. Su imaginación en bruto resulta, pese a esto,
suficiente para mantenernos atrapados en su lectura.
La revista termina con los fragmentos de
cuatro cartas de Clark Ashton Smith reunidas bajo el título El árbol genealógico de los dioses
(1934-1937), dos de ellas dirigidas a Robert H. Barlow y las otras dos a H. P.
Lovecraft. Ashton Smith juega aquí a seguir el rastro de los ancestros y la
descendencia de uno de los dioses de los mitos de Cthulhu, Tsathoggua. Se
percibe esa mezcla de seriedad y cachondeo con la que se tomaban estas
creaciones sus propios autores: es evidente que se lo pasaban, valga la
expresión, de miedo. Otra cosa es lo que pase por la mente del lector casual de
estos fragmentos, pieza más de una broma privada entre un grupo de
magníficos escritores que una obra para ser leída por cualquiera. Una
curiosidad, en fin, que entiendo pueda interesar a cierto tipo de amantes de la
obra lovecraftiana. No es mi caso: yo adoro a Lovecraft, pero que Tsathoggua se
casara con la prima hermana de Cthulhu o no me importa un soberano pimiento.
Tsathoggua en plan New Age
(más ilustraciones de Tsathoggua AQUÍ)
DELIRIO: ciencia ficción y fantasía. Número
2. Junio 2008. Traducciones de Javier Martín Lalanda, “El Nictálope”, Francisco
Arellano y Óscar Mariscal; introducciones de Javier Martín Lalanda, André
Cabaret, Francisco Arellano y Óscar Mariscal; ilustraciones de Gustave Doré,
William Russell Flint, Hannes Bok, Jessie M. King, John May Smith, Frank C.
Papé, Mikhail Vrubel, Frank R. Paul, J. Serra y Masana, Matt Fox y Boris
Dolgov. La Biblioteca del Laberinto. 157 p. ISSN 1888-5896.
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