Barbara Comyns (1909-1992) es una escritora
de raigambre realista a la que suelen comparar con Charles Dickens. Más que
nada por un rasgo temático común en sus novelas: las vidas desgarradas y llenas
de pobreza y miseria de sus protagonistas. Un aspecto mínimo teniendo en cuenta
que el estilo de Comyns es lo opuesto al de Dickens. En ella no encontraremos
grandes descripciones ni personajes definidos al detalle ni novelas de gran
extensión repletas de meandros y desvíos. En fin, lo que todos sabéis que es
Dickens. Sí que, como él, también incluye ocasionalmente algún detalle
sobrenatural, pero Comyns escribe con frases breves y sencillas relatos
inspirados en su propia vida, con un tipo de narración lineal y directa que en
nada se asemeja al del autor de la genial Casa
desolada (por citar una de mis favoritas de las que de él he leído). En La hija del veterinario (1959) la autora
realiza una extraña mezcla de realismo sucio a la inglesa, mirada inocente a la
hora de narrar los hechos y fulgurantes e intensos ramalazos de relato
fantástico. La sensación final es que algo no termina de funcionar bien del
todo: hay demasiada descompensación en los elementos que la forman. Pero su
lectura resulta muy ágil y entretenida. Eso sí, sin despertar ningún otro tipo
de pasión.
Entre lo que más me ha gustado está la
subtrama fantástica, por descontado, que Comyns describe de forma tan breve
como eficaz haciendo creíble un hecho que podría haber resultado ridículo,
sobre todo en el contexto realista, y además tan vivencial, de esta novela.
Lástima que la introduzca muy tarde y que además parezca que su única función
sea la de añadir más tristeza y sordidez a la historia, un pretexto para
mostrarnos más desvalida aún a su desgraciada protagonista. Hay descompensación
no solo entre los diversos elementos que conforman la novela, sino también en
el mismo interior de los elementos en sí. Son estos momentos en los que lo
fantástico irrumpe arrollador y extraño los más brillantes de la novela. Salvo
en su desenlace, en el cual Comyns fuerza tanto la máquina de la desgracia que
quizá caiga un poquito en el ridículo.
Me ha encantado a su vez el tono del relato,
esa mirada infantil, inocente, que no conoce nada de la vida y se enfrenta a
todo con los ojos abiertos y ávidos de conocimiento, pero también ciegos a lo
que les resulta ajeno. Es el lector el único que en verdad parece en
condiciones de apreciar la penosa vida de la joven protagonista. Ella ha
llevado una existencia miserable, así que piensa que eso es lo normal. Su
candor es casi suicida. Comyns transmite a la perfección las sensaciones de
miedo e indefensión de quien vive en un entorno brutal, pero también cada breve
alegría y esos instantes de efímera belleza tan valiosos para quien solo conoce
el horror.
Al final, nos queda la sensación de que La hija del veterinario es una
curiosidad de lectura agradable que si bien no termina de florecer tampoco nos
fuerza a abandonar. Te la puedes leer en un rato perdido cualquier tarde. No
dejará mella en tu recuerdo, me temo, pero siempre puedes pensar en que no lo
hará para mal.
COMYNS, Barbara. La hija del veterinario.
Traducción de Catalina Martínez Muñoz. Barcelona: Alba, 2013. 195 p. Rara avis;
6. ISBN 978-84-8428-825-1.
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