martes, noviembre 21, 2006

La Trilogía del Abismo (1907-1909), de William Hope Hodgson

  
William Hope Hodgson (1877-1918) es uno de los mejores escritores de terror de todos los tiempos. Acabo de terminar (a fecha de hoy, esto resulta ya de una falsedad escandalosa) su Trilogía del Abismo, compuesta por sus tres primeras novelas. Después sólo escribiría una más, The Night Land (1912), pues Hodgson murió en la Primera Guerra Mundial (parece ser que una mina literalmente lo pulverizó). Nunca sabremos qué obras maestras pudo habernos legado además de las que ya conocemos, pero marea pensar cómo podría haber continuado su obra si con 41 años ya había escrito esto. Esta Trilogía está formada por Los botes del Glen Carrig, La casa en el confín de la Tierra y Los piratas fantasmas. La primera, una novela excelente. La segunda, una novela única, un hito formidable al que solo le he encontrado, en todos mis años como lector, una obra semejante (ya comentaré luego). Y la tercera, sin duda la mejor historia de terror en el mar que he leído nunca.

En realidad la Trilogía, como nos dice su autor, puede ser considerada como tal más por la forma, una manera de entender el terror, que por tener un hilo argumental que las una (este hilo no existe). Lo que sí podemos comprobar es que bajo las tres novelas subyacen muchos puntos en común: la existencia de un plano paralelo desde el cual surgen las criaturas y los horrores que acosarán a los protagonistas, la presencia de un pozo infernal que sirve de puente o comunicación de dichas criaturas (en las dos primeras novelas), la soledad infernal, el aislamiento terrible, los mares y las llanuras abatidas por la desolación... Y el acoso continuo del horror. Porque si hay algo que convierte a Hodgson en el autor único y genial que es, se debe sobre todo a que nadie como él ha sabido mostrar en sus páginas la angustia de sentirse acosado por el más puro terror.


Los botes del "Glen Carrig" (The Boats of ‘Glen Carrig’, 1907) es casi un epítome de todos los temas, argumentos y situaciones típicos de Hodgson. Una isla perdida que es la "tierra de la soledad", un baldío amenazante propio de figurar en los mapas del mismo infierno. Un barco abandonado cuya tripulación ha sido devorada por la extraña flora de una isla. Una tormenta terrible que nada tiene que envidiar a las descritas por Poe o Conrad: esas olas de pesadilla, el vértigo de la tempestad mostrada en toda su furia. Mares pútridos infestados de algas, barcos encallados en esas aguas malditas, buques atrapados en el abrazo mortal de un pulpo gigante, navíos devastados por el ataque enloquecido de cangrejos descomunales, pecios perdidos resultado del ataque de seres demoníacos procedentes de las profundidades del mar... ¡Demonios! Si hasta aparece una isla con hongos gigantes. Para aquellos que conozcáis sus relatos, nada nuevo: lo dicho, Hodgson aquí crea referencias estremecedoras con historias ya narradas en sus relatos, como si todo lo que saliera de su pluma formara un tamiz REAL.

Lo genial, asombroso y admirable en WHH es que en todo momento nos mantiene en tensión, la sensación de peligro inminente nunca desaparece. Incluso en los momentos más relajados, más tranquilos, lo ominoso siempre está presente, como si una sombra de fatalidad y horror cubriera de continuo a los personajes, sus actos, sus vidas, ahogándolos. El paso más inocente está cargado de peligro. No hay descanso en sus novelas para el aterrado lector. Y como siempre, Hodgson resulta magistral cuando se trata de narrar la sensación de acoso, de trasmitir la angustia infinita provocada por el ataque de bestias inmundas.

Angustiosa, emocionante y de catártico final, esta novela es sin duda la más aventurera de las tres, la más luminosa (si tal adjetivo se pudo aplicar alguna vez a Hodgson). Respiramos aliviados y felices en su desenlace, pero hemos saboreado con intensidad el peligro, nos ha contagiado el horror de manera en verdad sobrenatural.




La casa en el confín de la Tierra (The House on the Borderland, 1908) es una obra inconmensurable, la gran obra maestra de su autor. Mi pasión por esta novela va más allá de las consideraciones de si es buena o mala. Porque desde luego no está bien estructurada, con esos largos prólogo y epílogo (los tipos que encuentran el manuscrito); y tampoco voy a escribir que Hodgson es un esteta a lo Proust o Henry James. Pero no olvidemos que el estilo arcaizante de Hodgson se pierde de manera casi total en la traducción (aunque igual tampoco ganaba nada con ello...). Novela excesiva, en cualquier caso, y quizá por eso provoca reacciones poco moderadas en los lectores. O no se aguanta o se admira hasta el infinito. ¡Es el Valis de la literatura de terror!

Dije al principio de esta entrada que solo había leído una obra que se pudiera equiparar a esta. Me refería a Al otro lado de la montaña (La montagne morte de la vie, 1963) de Michel Bernanos. La obra de Bernanos es más críptica, más difícil, pero en el fondo sigue la senda de la de Hodgson, más diáfana a la hora de mostrar sus significados y su simbología. Pero no por ello menor. Porque el objetivo de Hodgson es llevarnos a un alucinante viaje hacia el fin del universo, un viaje en el cual se siente uno arrebatado por la fuerza inigualable de su poesía visionaria. Vale que Hodgson cuando se pone romántico a escribir sobre su Amada, así, con mayúscula... ¡Ay! Pierde un poquillo el pie. Pero pocas veces en la historia de la literatura se encontrarán escenarios de locura como los descritos en esta novela. Las almas de los condenados, las de los salvados, el mismo DIOS se pasean por su enloquecida prosa. ¿El final de 2001 de Kubrick y Clarke? Los muy pillines seguro que conocían esta novela. Porque ese niño-estrella contemplando el universo... En fin, creo que estoy desvelando demasiado ya.

Leyéndola, no se puede evitar sentir la soledad infinita, la mareante fuerza de su poesía delirante (se describen cosas en este libro como pocas veces he encontrado en otros... bueno, un poquillo cuando Lovecraft y los suyos, siguiendo la estela de Hodgson, también intentaron retratar el HORROR CÓSMICO), visionaria como he dicho, de una vastedad inabarcable. Hay momentos, como siempre en Hodgson, en el que los sentimientos de desolación y desesperanza resultan dolorosos. Pero también hay mucha belleza en esta obra.

Cuando leí esta novela de Hodgson por primera vez yo ya había leído a muchos de los grandes del terror: Blackwood, M. R. James, Hoffmann, Poe, Lovecraft, Dunsany... En fin, a casi todos ellos. Por entonces era un lector asquerosamente elitista. Sí, de esos que defenestraban a Stephen King... ¡¡¡sin haberlo leído!!! Fue mi devoción por la película de Kubrick “El resplandor” lo que me animó a leerlo... Y a llevarme alguna más que agradable sorpresa (y también algunas horas de lectura aburrida, pero con King creo que hasta su más ferviente seguidor reconocerá esto). En fin, yo ya tenía mi lista de escritores a los que localizar gracias al ensayo de Lovecraft El horror en la literatura (Supernatural Horror in Literature, 1927), que si bien no es un prodigio de análisis, sí es desde luego sensacional en su estructuración temática y, para un lector joven como yo era entonces, una perfecta guía de lectura.

Leí La casa en el confín de la Tierra en una tarde y quedé impactado. Superado por lo que había leído, con la cabeza literalmente ida (más ida de lo normal, digo) y totalmente fascinado por sus prodigiosas imágenes. Desde entonces siempre ha sido una de mis novelas favoritas. Creo que ocurrió lo que otros comentan que sucede con la poesía: se conecta con ella a un nivel que es difícil transmitir; si fuera un niño pedante, orgulloso y engreído como yo era, afirmaría que se conecta con ella a un nivel espiritual más que estético. Pero también esto último, porque la estética no deja de ser un argumento del espíritu.



Los piratas fantasmas (The Ghost Pirates, 1909). En esta novela de Hodgson, como ya apunté, tenemos quizá, a mi gusto, algunas de las mejores páginas de nuestro autor, pero también, hay que decirlo, algunas de las peores...

En los mejores momentos, resulta estremecedora al máximo, verdaderamente terrorífica y angustiosa. En cuanto a horror espectral se refiere, presenta dos momentos cumbres, insuperables, de verdadera antología: la primera aparición fantasmal (esa sombra que se alza sobre el pretil del barco maldito en plena noche y permanece estática, desafiante en la cubierta, para luego desaparecer lanzándose al mar) y el ataque en la parte superior de la arboladura, que presenta su momento álgido con los oficiales distribuyendo a los hombres con bengalas y faroles en los mástiles en la búsqueda del desaparecido Stubbins y lo que sucede a continuación. Todo el horror que se inicia con el inolvidable aullido de Stubbins: "¡Por el amor de Dios, bajad todos a cubierta!" Tras leer esto, si no sentís deseos de echar a correr como posesos, abandonad todo intento de buscar estremeceros de puro miedo con la literatura.

El ataque en la arboladura es sencillamente mareante de puro terror, casi insoportable la sensación de acoso que sufren los marineros por algo que nadie puede ver. Hodgson resulta maniático en la detallada descripción de en qué parte de los mástiles se encuentra cada hombre, y es imprescindible la consulta continuada de los términos en un diccionario (no el que se incluye en la edición de Valdemar Gótica, malo y poco útil a rabiar), pero el esfuerzo merece la pena, pues el saber exactamente dónde se halla cada hombre contribuye infinito a la creación de la angustia.

Es curioso que justo el capítulo siguiente sea el peor del libro y, sí, constituye el peor puñado de páginas que he leído de Hodgson. Quizá buscando un poco de paz, un remanso para el sufrido lector, Hodgson se detiene en un capítulo explicativo totalmente inane. No solo porque nos importa un pepino de dónde vienen los fantasmas (y eso que da una teoría casi de ciencia ficción más que de terror, luego copiada hasta la saciedad, muy interesante), sino porque los personajes no tienen mucha vida que digamos y no resultan lo interesantes que debieran ser si el autor se pone más psicológico. Solo funciona algo mejor como personaje uno de los oficiales, el que toma la iniciativa ante el comprensible temor paralizante que sufre el capitán: cuando ordena a los hombres que suban a la arboladura en plena noche, con los que ya están arriba recién... (mejor leedlo, pero algo bestia les ha pasado) y el capitán se hace cacotas en los pantalones, su arenga es tan genial, tan contagiosa, que hasta yo mismo hubiera subido a los putos mástiles. Bueno, o no, pero hubiera hecho el amago. Este capítulo, para terminar con él, resulta a su vez extremadamente repetitivo. Ahora hasta me está dando pena y me entran ganas de defenderlo...

También fallan los dos anticlimáticos y pobres finales. El original, que Hodgson separó de la novela y publicó como relato, y el que escribió posteriormente (esto se cuenta muy bien en el prólogo de José María Nebreda).

Pero pese a esto, y aunque a estas alturas con lo que he dicho en contra nadie me crea (algo debería haber escrito de la impresionante primera vez que ven uno de los barcos fantasmas bajo las aguas: auténtico vértigo), afirmo que es una de las más apasionantes novelas de terror y aventuras que he leído. Y si estuviera escrita en toda su extensión con la misma calidad, sería una novela clave de la historia de la literatura. Vale, solo de la de terror si queréis, pero clave.



HODGSON, William Hope. Trilogía del Abismo: Los botes del "Glen Carrig"; La casa en el confín de la Tierra; Los piratas fantasmas. Prólogo de José María Nebreda; traducción de José María Nebreda y Francisco Torres Oliver. Madrid: Valdemar, 2005. 537 p. Gótica; 58. ISBN 84-7702-508-8.