viernes, septiembre 09, 2016

El retorno de Telzey Amberdon (1965-1974), de James H. Schmitz



Los relatos de ciencia ficción escritos por el autor norteamericano (aunque nacido en Alemania) James H. Schmitz protagonizados por la adolescente Telzey Amberdon tienen ese don maravilloso que hace que nos gusten y deseemos más cuantos más de ellos leemos. Si bien podríamos enmarcarlos sin problemas en el apartado más luminoso y aventurero de la space opera, por otro lado muestran la influencia de la new wave que estaba revolucionando el género en esa época. Para muchos es tal vez esta su mayor dificultad: esperando historias de gran sencillez se topan con tramas y explicaciones que por momentos pueden resultar arduas e intensas, siempre necesarias para entender a la perfección el planteamiento de lo narrado y su desarrollo posterior, o justo lo contrario, quien buscando aquí una lectura más compleja y revolucionaria, acorde con los tiempos en que fue escrita, hallará un modelo de aventura tradicional que le hará mostrar un rechazo inevitable. Schmitz se mueve en una tierra de nadie que no gusta a muchos, pero a quienes disfrutemos con ambas vertientes del género encontraremos aquí a un fantástico escritor que funde ambas con toda la naturalidad del mundo. Los poderes psicológicos de Telzey obligan a largos párrafos descriptivos detallando batallas imposibles sin fin dentro de las mentes de los contendientes, una suerte de surrealismo épico que puede resultar complicado de seguir, sumado esto a los minuciosos escenarios descritos al detalle que facilitan la comprensión y visualización de unos mundos y planetas tan ajenos en ocasiones que solo así lograremos entenderlos y pasear por ellos. Pero a su vez Schmitz nos deleita con ese sentido de la maravilla que llega a resultar sobrecogedor y profundo cuando se despliega con arte y pasión. Quizá Telzey deje a muchos lectores por el camino, pero quienes la acompañen hasta el final serán recompensados con algunas de las más bonitas, deslumbrantes e inteligentes historias de ciencia ficción que puedan leer en esa conjunción imposible, pero tan satisfactoria, de clasicismo y rupturismo. No es para todos, pero quien viaje con él tendrá la más valiosa de las recompensas al final del trayecto.

Analog, mayo 1970 
portada de Kelly Freas

Bruja residente (Resident Witch, publicado en la revista Analog en mayo de 1970) es el relato que abre esta segunda compilación editada por La Biblioteca del Laberinto, El retorno de Telzey Amberdon (de la primera, La saga de Telzey Amberdon, podéis leer la reseña siguiendo ESTE ENLACE). En él, la agencia de detectives Kyth Interestelar pide ayuda a Telzey para resolver un complicado caso: necesitan para ello a una psi experta que pueda introducirse en una residencia de lujo protegida por un poderoso telépata para rescatar a un hombre. Un secuestro criminal al que Telzey deberá enfrentarse haciendo gala de toda su inteligencia al realizar su incursión en la fortaleza de un ricachón, mostrándose esplendorosa y terrible en su capacidad de cambiar mentes de un cuerpo a otro con espantosa dificultad pero extrema pericia. Un relato emocionante y fantástico, todo un controlado delirio que supone el mejor de los comienzos para este nuevo volumen.     

Worlds of If, mayo-junio 1974 
portada de Jack Gaughan


Aura de inmortalidad (Aura of Inmortality, If, mayo-junio de 1974) es una historia protagonizada por el comisionado Holati Tate, la joven pelirroja Trigger Argee y, sobre todo, por el profesor Mantelish, una especie de Tornasol tintiniano, todos ellos personajes de otra saga de relatos paralela a esta de Telzey y que en ocasiones compartirán peripecias con ella. Las aventuras de Trigger Argee son más directas y sencillas que las de Telzey pues no es necesario utilizar demasiados antecedentes y explicaciones para entender su desarrollo. En esta todo gira alrededor de una droga alienígena que puede conseguir la inmortalidad para quien la consume, si bien provocando unos curiosos efectos secundarios en los humanos. El árbol de chuletas de cerdo (The Pork Chow Tree, Analog, febrero de 1965) es otra breve aventura de Trigger, Tate y Mantelish, enfrentados a unos cariñosos y dominadores árboles que devastarán mundos con su amor. Todos seremos sus felices e idiotizados parásitos. Los relatos de Trigger son más asequibles, pero a cambio la dificultad de los de Telzey los hace más perdurables en el recuerdo, más inmersivos también, pues el esfuerzo realizado en desvelar todas sus claves y entender todas las explicaciones revierte en un placer mayor al trasladarnos y alojarnos en ellos con más intensidad. El siguiente, Compulsión (Compulsion, Analog, junio de 1970) es una continuación de El árbol de chuletas de cerdo. Se está planteando a nivel planetario la cuestión de si exterminar o no los tres planetas (el de origen y los dos colonizados, más bien usurpados) donde los árboles reinan a su antojo. Por sus cualidades hipnotizadoras y dominadoras se los llama Sirenas. Si resultan ser criaturas inteligentes, no se los podría esterilizar según las leyes de la Federación. Trigger Argee defiende la hipótesis de que lo son, pero nadie es capaz de comprobarla. La fuerza de las Sirenas es hostil y de una agresiva defensa ante cualquier intrusión, por lo cual es muy difícil conocer si estos poderes responden a una inteligencia alienígena o se trata de un sistema defensivo conformado por impulsos instintivos. Así entra en juego Telzey. Se van introduciendo nuevas ideas y conceptos como los Antiguos Galácticos o los Años Locos de la Humanidad, que engrandecen y amplían con su misterio y maravilla el universo de Telzey. La lectura se torna aún más adictiva por nuestro deseo de conocer.

 Analog, febrero 1965 
portada de Walter Hortens


 Analog, junio 1970 
portada de Kelly Freas


Analog, septiembre 1972 
portada de Kelly Freas


Los mundos descritos por Schmitz siempre son fantásticos y ensoñadores. Así el sistema abierto Rasolmen descrito en Los simbiotas (The Symbiotes, Analog, septiembre de 1972), conformado por “unos cuantos pequeños escombros espaciales. Pero poseía, sin embargo, una apreciable población humana con satélites artificiales que orbitaban en torno a su magnífico sol, en calidad de retiros ocasionales o residencias permanentes para gentes que podían adoptar este estilo de vida. Grandes yates espaciales se unían a veces a ellos durante unas pocas semanas o un año. Prácticamente no había navegación comercial en el sistema más allá de la que requería el mantenimiento de los inquilinos de los satélites” (p. 136). Y en uno de estos satélites de Rasolmen se verá prisionera Trigger enfrentada a un trío de malvados aterrador (un cambia formas caníbal, un devorador de personalidades y una apuesta e inteligente mujer, su líder). Es brutal y sorprendente el giro de la trama casi a la mitad del relato, en el cual conoceremos la verdadera razón por la que retienen a Trigger. Y se describe una prisión (el alucinante campo de juegos) conformada por un laberinto óptico tan desquiciante como grandioso en su concepción, otra genialidad de Schmitz, un laberinto digno del Philip K. Dick más delirante e inspirado. Telzey hace una pequeña aparición estelar. Las historias de Trigger son más descaradamente pulp, aunque sin renunciar al toque oscuro y retorcido y la fantasía desbordada de las de Telzey. En las aventuras de esta también los alienígenas no siempre son hostiles, en ocasiones solo se trata de comprenderlos y asimilar su cultura. A cambio, en los de Trigger Argee hay más dosis de acción, sin dejar de lado una angustiosa tensión y una imaginación exquisita en las descripciones, creando situaciones tan extremas como fascinantes. Y valga como ejemplo el satélite donde viven el trío de malvados de este relato. Este bloque de cuentos en los que se entrecruzan las vidas de Trigger y Telzey termina con Día de gloria (Glory Day, Analog, 1971), una aventura trepidante en el planeta Askanam durante el día de los juegos de la arena, el Día de Gloria, donde las intrigas palaciegas se desatan sin descanso y donde hay conspiradores derrotados que muestran toda la elegancia imaginable en su saber perder.

 Analog, junio 1971 
portada de Kelly Freas


Analog, marzo 1972 
portada de John Schoenherr


En Hijo de los dioses (Child of the Gods, Analog, marzo de 1972) retornamos al protagonismo absoluto de Telzey, la cual se verá envuelta en los extraños sucesos de una mina en un planeta lejano, raptada para desvelar a la fuerza el misterio que envuelve los oscuros y profundos túneles. Un emocionante relato en el que lo desconocido y lo imprevisible llevarán las riendas y que en el siguiente, Planeta de empresa (Company Planet, Analog, mayo de 1971), se desatarán con aún más fuerza. Telzey se desplaza a Fermilaur, un planeta dedicado en exclusiva a las vacaciones de lujo y el mayor centro de remodelación corporal conocido. Dominado por las empresas de cirugía plástica, no deja de ser un paraíso que funciona de reclamo y trampa para quienes lo visitan: se convertirán en clientes sin remedio y allí se dejarán su dinero y parte de su cuerpo. Millonarios estafadores sin escrúpulos, podridos de poder, serán quienes hagan la vida imposible a Telzey, la cual en un planeta hostil deberá valerse de nuevo de su poder psi y de su inteligencia para derrotar a sus poderosos contrincantes. Y de nuevo, aunque sabemos que los derrotará, no hay endiablada manera de saber cómo pues todo se le pone tan difícil que a cada página pensamos que esta vez no lo conseguirá. Las escenas de combate se desarrollan al más puro estilo Telzey Amberdon: dentro de cerebros humanos (o de animales), en el concepto más extraño y raro del género que pueda concebirse. En una sala con dos personas mirándose puede desatarse la más enloquecida y mareante pelea sin que ninguna de ellas mueva una sola pestaña. Iluminan el relato apabullantes descripciones sin fin de un entorno paradisíaco que el hombre y su ambición han transformado en el más bello de los infiernos, un planeta que funciona como un cepo mortal en el que puedes acabar sin dinero y con un cuerpo absolutamente distinto al tuyo y largarte de allí pensando que has hecho bien y eres feliz. Como nos sucede a menudo en la vida real.

Analog, mayo 1971 
portada de Kelly Freas


El libro se cierra con El juguete de Telzey (The Telzey Toy, Analog, enero de 1971), donde nuestra heroína preferida se enfrentará a un demoniaco Doctor Moreau de títeres que, como su antecesor, también manipula con lo divino y lo humano como si fuera un dios en una isla perdida. Muñecos animados que sueñan con su humanidad y doppelgängers sin conciencia de ello, humanos transformados en títeres de un dios ciego y cruel y una Telzey Amberdon atrapada y desprovista de sus poderes psi dan una oscura luz a este magnífico relato, el cual guarda en su desenlace uno de los momentos íntimos más sentidos y hermosos de la saga. Narrado con la habitual sencillez y profundidad de Schmitz cuando los sentimientos dominan la narración, la despedida de Telzey y su doble artificial se convierte en un instante inolvidable y magistral. Un broche perfecto para esta joya olvidada de la ciencia ficción que son las aventuras de Telzey Amberdon.

 Analog, enero 1971 
portada de Frank Kelly Freas

SCHMITZ, James H. El retorno de Telzey Amberdon. Ilustraciones de Tim White y Frank Kelly Freas; traducción de Carlos Sáiz Cidoncha. Colmenar Viejo (Madrid): La Biblioteca del Laberinto, 2015. 346 p. Delirio, Ciencia Ficción y Fantasía; 97. ISBN 978-84-944742-1-7.


jueves, mayo 05, 2016

Cruzando la puerta mágica (1907), de Arthur Conan Doyle



Imaginad por un momento que podéis desplazaros en el tiempo y en el espacio y visitar el hogar de uno de vuestros escritores favoritos. Imaginemos. La casa de bambú y madera en las Islas Vírgenes de Henry S. Whitehead, con el aroma de la jungla y el vudú embriagando nuestros sentidos. La casa señorial de Mary Wollstonecraft cercada por una tormenta infernal en una noche de invierno, con el fuego de su gran chimenea del salón reconfortando nuestros corazones. La buhardilla bohemia y siempre abarrotada de gente estrafalaria y locura de Maurice Renard. O que visitamos la mansión victoriana y sobria de Arthur Conan Doyle de la mano del mismísimo Bram Stoker. ¿Lo estáis imaginando? Pues bien: una de estas cuatro visitas puede hacerse realidad. Solo hay que abrir las páginas de este libro, Cruzando la puerta mágica (Through the Magic Door, 1907), y enseguida el autor de Drácula, en fantástica introducción a lo que está por venir, nos acompañará al interior de la casa de Conan Doyle, nos hará avanzar por uno de sus pasillos hasta su biblioteca y nos dejará sentados frente a él, cediendo todo el protagonismo de este encuentro único al anfitrión.

Seguro que os sucede también: entráis en una casa por primera vez y vuestros ojos buscan casi sin querer las estanterías de libros. En muchas ocasiones supone una búsqueda vana. Casi más un deseo que una realidad de que ojalá haya allí algo con lo que entretenernos durante la larga velada en la que nuestra atrofiada y raquítica faceta social deberá abrirse camino por un muro de disgusto hasta lograr hacernos parecer medio humanos. Humanos sociables, se entiende, que para nada es el mejor tipo de humano, si bien desde luego sí el más aceptado. Esto último no nos preocupa lo más mínimo, seguimos mirando alrededor, un acto reflejo buscando la biblioteca. Y lo normal es que no la haya, o que si la hay resulte tan escuálida como nuestra capacidad de socializar, imposible detener la vista en ella más de un par de minutos o de mantener nuestra atención alerta. Pese a lo horrible que nos pueda parecer leemos todos los títulos. Sin embargo, hay veces que no sucede así. Hay veces en que encontramos unas librerías llenas de joyas conocidas o por conocer, donde perdernos sin tener en cuenta el tiempo, donde de repente esa tarde aburrida en la que uno tendrá que ser amable y sonreír y realizar otras cosas de mal gusto se transforma en un viaje plagado de libros maravillosos. Ahora estamos en una de esas mágicas tardes. Estamos en la casa de Arthur Conan Doyle. Y él mismo, el mismo Doyle en persona, nos va a enseñar una a una cada estantería de su biblioteca comentándonos los volúmenes guardados en ella. ¿Imagináis velada mejor? Yo tampoco, claro que no. Puedo imaginarla igual. Jamás mejor.

Tras la fantástica introducción de Bram Stoker al hogar de Doyle todo está preparado ya para atender a la relación de los volúmenes que adornan sus estanterías. Porque no otra cosa es este maravilloso estudio: un recorrido por los libros preferidos del creador de Sherlock Holmes y el profesor Challenger. Y resulta irónico que citemos estos dos ciclópeos personajes de su creación cuando sabemos que Doyle por lo que anhelaba ser recordado era justo por su otra faceta, la de autor de novela histórica, algo de lo que tomaremos prístina nota según avancemos en la lectura del libro aunque jamás se nos diga de manera explícita. Porque autores gigantescos, de pulcro renombre, autores de la novela más seria y del ensayo más reputado junto a tomos interminables de historia es lo que Doyle nos mostrará orgulloso y apasionado de entre su colección. Y su pasión es contagiosa, tenemos que decir. Así se suceden Macaulay, Walter Scott, Boswell, Samuel Johnson, Edward Gibbon, Samuel Pepys… Auténticos colosos ante los cuales no nos sorprende la admiración de Doyle por ellos ni que tengan un lugar destacado en sus filas, aunque sí nos hace desear que se detenga también en los más oscuros y menos reconocidos. Eso sí, un deseo casi etéreo porque la narración y las explicaciones de nuestro anfitrión son ajustadísimas y entretenidas, y sentimos de forma tan potente que estamos allí con él asistiendo a su amable charla que podríamos seguir escuchando horas y horas aunque nos empezara a hablar de la pesca de la trucha con mosca, de fútbol o hasta de boxeo. Pero vaya, justo esto último, otra de sus grandes aficiones, es el corazón del quinto capítulo: todo un repaso a la historia pugilística, a sus héroes y a los escritores que de todo ello nos dejaron constancia.

Por cuestión de afinidad, es el siguiente capítulo el que me llegó más hondo, pero que no signifique esto que me pareció el mejor. Doyle nos deja aquí sus opiniones sobre el relato, y son bien curiosas. Afirma que Dickens jamás escribió un cuento corto memorable (cuando al menos sí que nos legó uno genial: El guardavías, The Signalman, 1866), y salva por los pelos en este apartado a su idolatrado Scott. Justo lo contrario afirma de Poe y Stevenson: alaba sin fin sus relatos pero no así sus producciones más extensas. Tampoco importa: sus palabras sobre ambos escritores, aun cuando les saca algún defectillo, están tan llenas de amor que no podemos más que asentir en silencio y no decir ni una sola palabra pues justo ahora menos que nunca querríamos interrumpirle. Y a continuación ofrece una lista de sus relatos preferidos, unas páginas que se leen con las manos temblorosas de excitación y deteniéndonos a cada línea para apuntar los títulos, tanto los que ya hemos leído como los que aún no. Hay sitio para Bret Harte, Maupassant, Kipling, Nathaniel Hawthorne (del cual afirma hacérsele poco grato de leer), Bulwer-Lytton, el genial Quiller-Couch, Grant Allen y Ambrose Bierce. Una selección mareante, cuando menos.

Tras esta profunda andanada Doyle sigue con los libros de historia (apartado especial para las crónicas napoleónicas), los grandes novelistas del siglo XVIII (siempre anglosajones, claro, que para algo Doyle insiste sin cansancio en que la cultura dominante es la suya, la que representa el mundo civilizado), poca poesía y sí muchos libros de viajes, ciencia y ensayo (capítulo en el que de nuevo Doyle se inflama con encendidas palabras hacia Stevenson, ahora a propósito de su prodigioso Virginibus Puerisque). Llegamos al final y sentimos que debemos marcharnos, se nos ha hecho algo tarde y es hora de abandonar su biblioteca y sentirnos de nuevo otra vez más solos. Hemos echado un vistazo al maravilloso mundo que nos espera tras la puerta mágica, allí donde la literatura es un bálsamo, un refugio de belleza, una fuente cristalina de aguas puras que nos llena de fuerza y vigor para poder así enfrentarnos a nuestra aburrida vida cotidiana. Vemos por los ojos de Doyle, y a su lado hemos atisbado por unas horas el paraíso. Esta es la magnífica segunda entrega de la editorial GasMask Editores. Por unos días no ha podido hacernos más felices.


DOYLE, Arthur Conan. Cruzando la puerta mágica. Traducción de Carlos Pranger y Miguel Ángel Villalobos (introducción de Bram Stoker); notas de Carlos Pranger. Málaga: GasMask Editores, 2015. 256 p. Desiderata; 1. ISBN 978-84-944090-0-4.     

lunes, abril 04, 2016

La Reina Orquídea (2016), de Borja González



Los veranos interminables, cuando las vacaciones eran eternas y se llenaban los días leyendo cómics, paseando por la enorme casa de los abuelos, perdiéndonos en la ya entonces semi abandonada segunda planta, lugar idóneo para que los fantasmas acecharan detrás de cada raída cortina, de cada desvencijada puerta, para que se manifestaran a través de cada uno de los vanos que daban a un planeta diferente adonde huir. El sol pesado, la tarde silenciosa, podías revisar periódicos viejos buscando fotografías del pasado o también ponerles nombre a cada una de las flores que crecían en las siempre cuidadas macetas, lo único que parecía ser atendido en aquel sitio donde el tiempo se había detenido y el silencio era tan abrumador que el sonido de la respiración parecía retumbar en las paredes. Buscando un libro secreto entre los volúmenes abandonados de una estantería, encontrando una historia y quizá inventándola al contársela al oído a alguien, o tal vez poniéndole fin porque el original carece de él. Somos piratas, astronautas, detectives, bomberos y en ocasiones jóvenes que sin miedo nos atrevemos a cruzar el pasillo a solas, evitando echar a correr aunque por el rabillo del ojo veamos temblar el cortinaje. Duelos a espada y fieros tiroteos a muerte, y siempre volver a revisar ese libro ya leído mil veces o ese cómic con las hojas desprendidas de tanto pasar sus hojas. Porque había mil y un días en aquellos veranos, y eran vastos y apasionantes y aburridos. Y en uno de ellos viven Teresa y Matilde, las dos jóvenes que pasean por el jardín de un formidable castillo, uno de aquellos salidos de la mente delirante del rey loco Ludwig, una Baviera mítica donde el rey de las Hadas concede deseos, donde una reina puede florecer porque ya ha tomado forma en un sueño.


Teresa y Matilde en La Reina Orquídea hubieran sido nuestras compañeras perfectas para sobrevivir a otro de aquellos estíos si tal vez este cómic de Borja González hubiera existido entonces, aunque tal vez fuera así y solo ahora lo hemos encontrado. Así porque todo lo que se nos cuenta en él lo hemos vivido y al tiempo es nuevo, desconocido, un sueño que nos trae reminiscencias y en el que a la vez nos vemos incapacitados para reconocer nada. La fascinación es un envoltorio mágico y extraño que hace propio y familiar lo que otros han vivido trasladándolo a nuestro universo particular. Pareciera no que ha nacido en la mente de otra persona, alguien ajeno, sino que ese otro ha escuchado y atisbado y paseado por nuestras ensoñaciones para darles forma en dibujos sobre un papel. Somos nosotros pero también no, porque no dejamos de contemplar con los ojos asombrados ese mundo fruto de la imaginación prodigiosa de otro, de un demiurgo que por más que leamos su nombre una y otra vez sobre la tapa de ese libro de nuestra infancia no podemos creer que pueda sonar tan terrenal: Borja González. Puede que quizá hasta lo conozca en persona. Pero no puede ser. No así porque mientras pienso esto el libro se dobla sobre sí mismo, se flexiona y se retuerce y adopta la forma papirofléxica de un corcel que en su interior esconde un deseo. Tú también lo miras, Teresa, amiga mía, y es justo entonces cuando se mueve y se esconde desapareciendo entre la fronda del jardín.


La Reina Orquídea (2016) es un cómic maravilloso, mágico y extraño, escrito y dibujado por Borja González. Lo ha editado El Verano del Cohete. Ha sido una de las lecturas más absorbentes de las que he disfrutado en estos días tan lejanos a las vacaciones y tan poco amables para pensar y soñar otros universos. Ha disparado mi imaginación y el anhelo de pasear por un jardín solitario donde cada planta oculta un misterio, donde cada misterio posee un nombre inventado y donde cada nombre se resume en dos: Teresa y Matilde. Las conocí hace apenas un mes. Sin embargo han estado ahí, justo al lado, solo necesitábamos que alguien nos mostrara el camino y mirar para saber de su presencia. Por todo esto, pero no solo por todo ello sino también por lo que aún queda por descubrir, es y será un placer leer y releer esta obra que vive por encima de nuestro tiempo.





GONZÁLEZ, Borja. La Reina Orquídea. Badajoz: El Verano del Cohete, 2016. ISBN 978-84-942610-4-6. 




jueves, febrero 11, 2016

La saga de Telzey Amberdon (1962-1971), de James H. Schmitz


Telzey Amberdon tiene quince años, posee una inteligencia bastante superior a la media y pertenece a una familia acomodada. Sus padres ostentan altos cargos en la Federación del Centro. Esta Federación controla la galaxia, con sus problemas como todo imperio galáctico que se precie, y una de sus ciudades más importantes es Orado, donde vive la joven Telzey. Nuestra protagonista es estudiante de leyes, pero más importante que esto es su recién descubierto poder psi, esto es, sus capacidades telepáticas que le permiten leer mentes y alterarlas a su antojo. No penséis que esto es lo normal: no todos en el futuro disfrutan, o padecen, de esta sorprendente habilidad. Y menos aún con la fuerza con que parece mostrarse en Telzey. En el relato Novicia (Novice, publicado en la revista Analog en junio de 1962) encontramos a Telzey de vacaciones en Jontaru, un planeta de recreo, junto a su malévola tía Halet. Telzey se ha llevado con ella a su terrorífica mascota, un enorme gato salvaje llamado Tik-Tok, un animal de compañía que haría inofensivo a un tigre. Su especie es originaria de Jontaru, por lo que de algún modo Tik-Tok se siente en casa, si bien sus congéneres han sido dados por desaparecidos del planeta, es una especie extinguida. Sin embargo, Telzey en esta su primera aventura contactará con ellos gracias a su apenas estrenada habilidad psi y acabará convirtiéndose en su embajadora ante los humanos. Solo ella puede dar voz a los gatos “crestados”, ocultos a los ojos humanos y no desaparecidos como se les suponía, y ofrecer una solución que haría posible una convivencia pacífica entre especies que en el pasado se acosaron a muerte.

 Analog Science Fact-Science Fiction
junio 1962, portada de John Schoenherr  


Con una desatada atmósfera de space opera o aventuras espaciales, Schmitz crea paisajes fantásticos propios del género pero dotándolos de un aire familiar muy conseguido, como si a pesar de lo lejanos que se encuentran sus mundos todo no dejara de sernos muy cercano, con razón se dice de sus obras que presentan un futuro en el que querríamos vivir. Y esto quizás sea uno de los rasgos más atrayentes de estos relatos: esos planetas ajenos y extraños en los que Schmitz consigue que nos sintamos como en casa. Un futuro con sus problemas y sus enfrentamientos y odios y rencillas, pero donde nuestro autor hace prevalecer la comprensión y la aceptación del otro, de lo desconocido y diferente, frente al rechazo y la hostilidad. Así, leyendo Novicia desearemos que tanto Telzey como los terroríficos gatos gigantescos de Jontaru a los que representa logren vencer todas las trabas diplomáticas para que sean aceptados como especie inteligente y dejen de ser cazados como bestias. En fin, vivir en paz y en libertad, un deseo noble que también comparten muchos humanos.   

 Analog Science Fact-Science Fiction
mayo 1964, portada de John Schoenherr

Analog Science Fact-Science Fiction
junio 1964, portada de John Schoenherr

Telzey seguirá descubriendo nuevos aspectos de su capacidad psi y de paso ayudará a una compañera de internado, Gonwill, la cual tiene como mascota un espeluznante perro superdesarrollado genéticamente para participar en peleas a muerte, por suerte ya domesticado, llamado Chomir, en el colegio Pehanron a evitar una terrible vendetta familiar en Contracorrientes (Undercurrents, publicado en la revista Analog durante los meses de mayo y junio de 1964). Gonwill es la heredera de una gran fortuna y sus familiares más allegados buscan eliminarla para así quedarse con su legado. En su planeta natal esto es algo normal, casi aceptado socialmente, por lo que la familia solo tendrá problemas cuando intente llevar a cabo sus planes en Orado. También iremos descubriendo junto a Telzey que hay muchos más individuos con esa curiosa capacidad psi, pero pocos como la que parece desarrollar ella. Y que existe un departamento gubernamental, el Servicio Psicológico, que intenta mantener bajo control a los psi. Schmitz relata con ritmo pausado y elegante la compleja trama en la que deviene fundamental la comprensión del entorno y la naturaleza del futuro que nos describe. La inmersión es total y todo funciona a la perfección: una vez que el lector ha entrado en su juego, cualquier movimiento resulta subyugante.

Analog Science Fiction-Science Fact
julio 1971, portada de Kelly Freas

En Poltergeist (Analog, julio de 1971: la edición de La Biblioteca del Laberinto ha recopilado estos relatos siguiendo su orden cronológico y no el de su publicación, la mejor opción pues todos mantienen una continuidad) Telzey sigue dando pequeños pasos conociendo día a día los límites y alcances de su poder psi. Disfrutando de unas merecidas vacaciones dará con un individuo poseído por una extraña y violenta entidad. De nuevo el autor nos atrapa casi más que por la trama por su asombrosa capacidad de trasladarnos totalmente a esos mundos distantes pero cotidianos al mismo tiempo. Sentimos lo maravilloso casi como algo real.   

Analog Science Fiction-Science Fact
abril 1965, portada de John Schoenherr

La noche del trasgo (Goblin Night, Analog, abril de 1965) nos presenta a nuestra protagonista de acampada con compañeros del colegio en el Parque Melna, una inmensa reserva natural a los pies del cañón Cil. Telzey lleva consigo a Chomir, la mascota de su amiga Gonwill, y bien que ha hecho porque su intervención será decisiva en esta aventura. Veremos a Telzey enfrentarse en la soledad de los bosques a un cazador despiadado, un Zaroff lisiado, Robane, que se vale de la alta tecnología para sus fines: entretener sus aburridos días con la caza humana. La noche del trasgo es un relato apasionante, sin duda el mejor del libro. Schmitz ya nos ha instalado por completo en el mundo que ha creado y nos lanza a la cara una trepidante historia con una persecución incansable en la cual Telzey es la desprotegida presa. La conjunción de salvajismo primitivo representado por el terrorífico trasgo y de tecnología ultra moderna de la que se rodea el malvado Robane resulta perfecta y estremecedora. Sabemos que Telzey no va a morir, claro, pero no cómo diablos va a escapar de esta. Se lee con pura tensión, atrapados con ella en la espesura luchando por su vida, sintiendo su respiración agitada escapar de las páginas para envolvernos con su terror.

Analog Science Fiction-Science Fact
agosto 1965, portada de Kelly Freas

Analog Science Fiction-Science Fact
agosto 1971, portada de Kelly Freas

En su enfrentamiento con el maquiavélico Robane hay algo que no se ha cerrado del todo, y ese algo no deja dormir tranquila a Telzey. Aunque todos los relatos muestran cómo evoluciona nuestra heroína, No podrás dormir (Sleep No More, Analog, agosto de 1965) es el que más claramente hace referencia a los anteriores, en especial a La noche del trasgo, del que supondría una parcial continuación. El universo de Telzey se afianza y ya nos da igual si sus historias nos gustan más o menos: estamos atrapados en su mundo y seguir conociéndolo ya resulta suficiente atractivo de por sí sin necesidad ni tan siquiera de enmarcarlo en un relato deslumbrante. Aquí la joven psi se enfrentará a una temible bestia que se materializa junto a Telzey para matarla en cuanto puede localizarla. Y sus poderes son un rastro fácil de seguir. El grupo criminal que ha lanzado a la criatura tras ella nos será desvelado en el cuento siguiente, El juego del león (The Lion Game, Analog, agosto y septiembre de 1971), el más extenso del libro, y en el cual Telzey deberá pedir ayuda al Servicio Psicológico para luchar contra la perversa organización que la acosa. Y es que sentir que bestias teleportadoras devoran tu carne cruda no debe de ser algo del todo agradable… Con este punto de partida se desarrollará toda una imbricada trama que llevará a Telzey a trabajar en plan agente secreto para el dichoso Servicio en un planeta lejano, Tinokti, bajo el poder de un clan, el Tongi Fon, que vive en su propia burbuja aislado por barreras psi de la Federación. La muerte de algunos de sus líderes los obligará a colaborar con el Servicio Psicológico. Ha llegado la oportunidad de penetrar en sus defensas, de abrirse camino en el controlado e inhóspito paisaje mental de Tinokti, y allá que va nuestra Telzey para hacer de cebo. Schmitz debe desarrollar y plantear todas estas situaciones para dejarnos bien claras las claves y detalles del ambiente en el que se desenvolverá Telzey, solo así cuando se desate la acción podremos entender lo que pasa, porque de otra forma, si no mostrara este cuidado, esto sería un caos. No entraré más en contaros la trama porque es un lío de mil demonios, pero creedme que si seguís con la debida paciencia el camino que nos prepara el autor lo disfrutaréis con pasión. Lo más bonito de este relato es cómo nos sumerge en un mundo en el que los poderes psi han sido capaces de crear en este planeta una red de pasillos, estancias y lugares ocultos para los habitantes del mismo en la que los criminales se esconden de manera perfecta, invisibles a todos, y que solo Telzey logrará atravesar para a su vez verse atrapada en él sin escapatoria. Schmitz nos plantea una emocionante fuga de una prisión imposible que no puede resultar de lectura más deliciosa una vez que nosotros también hemos logrado romper las barreras que nos separan de un sitio tan extraño y logramos comprender su funcionamiento. Schmitz nos plantea una space opera alejada de batallas épicas y gigantescas para llevarnos a entornos más pequeños pero no por ello menos complejos. Fugas, huidas, asesinos psicópatas, luchas mentales a muerte, tramas criminales… Y la vida de Telzey, su día a día cotidiano, tan apasionante como sus aventuras en las que siempre prevalece su inteligencia sobre la maldad de sus enemigos y la probidad de sus amigos.

Analog Science Fiction-Science Fact
septiembre 1971, portada de John Schoenherr



SCHMITZ, James H. La saga de Telzey Amberdon. Ilustraciones de Frank Kelly Freas y John Schoenherr; traducción de Carlos Sáiz Cidoncha. Colmenar Viejo (Madrid): La Biblioteca del Laberinto, 2014. 316 p. Delirio, Ciencia Ficción y Fantasía; 82. ISBN 978-84-942096-6-6.           

viernes, enero 29, 2016

Toma tu hacha y corre: tres novelas de Adam Surray



Al curtido explorador y guía de safaris Keith Murphy le ha tocado en (mala) suerte hacer de padre de un grupo de niñatos ricachones que soltando billetes por doquier se dedican a disfrutar de “la verdadera África Negra”. Esto es, a pagar por espectáculos macabros y morbosos a costa de los nativos, los cuales se llenan los bolsillos de dólares a cambio de ofrecer shows delirantes de violencia, lo que estos pazguatos blancos esperan de ellos, dejando a un lado su orgullo. Los jovenzuelos se pasan de lo lindo con las bestialidades y los nativos encuentran cada vez más difícil dar gusto a esta pandilla de mequetrefes. El duro de Murphy, estragado por mil batallas, observa todo con profesionalidad, a él le han pagado, y muy bien, por cuidar de ellos, pero están tentando demasiado a la suerte. Así va discurriendo la primera mitad de El bebedizo infernal (1981), una de las tres novelas obra de Adam Surray (nombre real: José López García) que reseñaremos en esta entrada publicadas en la colección Selección Terror de Bolsilibros Bruguera, ofreciéndonos un retrato entre aventurero y salvaje de este viaje de placer por lo que aquí son todavía tierras ignotas y peligrosas.

El enfrentamiento de Murphy con los idiotas a los que debe acompañar y proteger va creciendo en tensión, pero como a él también lo han enterrado en dinero calla y aguanta como puede. Pero no todo va a ser alegría y francachela: el encuentro con el dios Yatrakan, los extraños miembros de su culto en procesión y su siniestrísimo Sumo Sacerdote, un señor con muy malas pulgas, supondrá un giro en la aventura que traerá funestas consecuencias. Este Sacerdote no quedará muy contento con la befa que tanto de él como de su dios hacen los extranjeros y los maldecirá por medio de una bella bailarina que, ya en la ciudad de Nairobi, dará a beber a uno de ellos el licor del título y lo transformará en una bestial fiera asesina. De vuelta el grupo a Nueva York se desatará una espiral de horror y violencia al más puro estilo Surray, esto es, el gore bestiajo de toda la vida. Resulta que el Culto de Yutrakan se extiende hasta el mismo corazón de Harlem, por lo que allí el maldito joven encontrará una hueste de negros que podrían ser miembros de los Panteras Negras si no lo fueran ya del culto de marras. El festival de sangre y mutilaciones se convierte en todo un carnaval que Surray nos detallará con delectación.

Como he dicho, la primera parte de la novela con sus aventuras desenvolviéndose en la jungla y la sabana resulta muy divertida y más que entretenida de leer. Surray consigue trasladarnos a un lugar donde el infierno late tras cada paso equivocado enmarcando la historia en una estupenda ambientación. Así resulta fantástica la descripción del garito en Nairobi donde se implantará el mal. El relato decae cuando el grupo llega a Nueva York, por desgracia, pues todo deviene más convencional, sustentando la trama en un misterio que apenas si lo es. Y así hasta llegar al desenlace, donde de nuevo Surray se muestra en verdad despiadado y la sangre corre a mares, incontenible en un salvajismo ancestral que si bien puede parecer exacerbado en realidad se adecua muy bien al trasfondo de la narración.


Si El bebedizo infernal destaca por el exceso, Mis amados muertos (1982) es toda una muestra de contención de Surray en un medido relato en el cual destaca su cuidada progresión. Victor Nilsson es un científico e inventor que ha creado gracias al mecenazgo del empresario capitalista Stephen Hancock el Cryonic Cemetery, un centro donde yacen hibernados, criogenizados claro, clientes que así por ello han pagado con enfermedades mortales esperando ser despertados en un futuro en el que ya exista una cura para sus males. En fin, lo habitual en estos casos de preservación: abrazar una vaga idea de inmortalidad a cambio de un sueño sin fecha fija de caducidad. El centro es un absoluto fracaso como negocio, y pese a que Nilsson insiste en que está a punto de descubrir algo que supondrá un avance considerable en sus métodos, el malvado y algo violento Hancock está hasta las narices y quiere cerrar el chiringuito. Para acabar de liarla, el dichoso Hancock está que se muere de deseo cada vez que ve a la esposa del científico, la joven y bella Paola, que esquiva como puede los continuos y, por decirlo de alguna manera, poco delicados y elegantes acercamientos del empresario en su afán por poseerla. La locura sexual de Hancock unida a su desesperación económica, pues necesita salir de las deudas que ha contraído con el centro experimental, lo llevan a asesinar a la pareja en una concatenación de dislates criminales que culminan con la destrucción de los pocos cubículos de criogenización que están activos (la clientela es escasa). Sus usuarios despertarán con una innatural ansia criminal y con un más lógico anhelo de venganza que se verá facilitado por el hecho de que vuelven a la vida convertidos en unos zombies gruñones, no es de extrañar porque cualquiera se hubiera cabreado de igual forma si lo llegaran a despertar tan a lo bestia, con una fuerza descomunal.

Hacia el tercio de la novela hará aparición el que acabará siendo el protagonista de la novela, recurso que no es ajeno a la narrativa de Surray, el periodista Patrick Gleason, el cual se empecinará en descubrir qué ha ocurrido de verdad en el Cryonic Cemetery. No se fía nada de la aparente beatitud de Hancock que llora ante todos la pérdida del matrimonio amigo y de su negocio. Pese a alguna salida de tono tan divertida como disparatada, así podemos leer con los ojos como bandejas que ante un ataque de uno de los cadáveres revividos Gleason responderá con una demoledora patada de kung-fú sin que en ningún momento antes ni después se mencione que el periodista practica y domina ese ancestral arte marcial, el relato avanza con interés. También encontramos algunas concesiones a escenas eróticas insertadas con escoplo, pero bueno, signo de los tiempos que corrían en España y que orillaban también en el mundo de los bolsilibros, por algo el objetivo principal de la literatura popular era dar gusto a los lectores.

En conjunto, Mis amados muertos es un relato terrorífico donde lo fantástico anida en la explicación pseudocientífica que sustenta la existencia de esos zombies con conciencia y que funciona muy bien gracias a la pericia narrativa de su autor. La historia, ya lo hemos comentado, progresa con medida eficacia, con una cadencia que nos mantiene atentos a cada meandro de la trama y con una contención, también lo indicábamos, que elevan su valor al resultar más sugerente y no precipitar los acontecimientos. Ejemplo de esto lo tenemos cada vez que algún personaje entra en el maldito centro criogénico, donde la soledad, el silencio y la destrucción que se adueñan de lo que debería ser el modelo de modernidad futurista deseado se perciben con fuerza creando escenas de gran tensión. Surray se permite además alterar el orden cronológico de la narración buscando ser más efectivo en sus golpes de efecto jugando siempre más con el suspense que con la sorpresa, lo cual favorece a una historia que no brilla por su originalidad pero sí por su conseguido toque fantástico.    


El mundo de las editoriales y los escritores de terror protagonizan Simposium del Horror (1983). La Crothers Editor es una empresa especializada en el género que empezó publicando cómics pero que tuvo que abandonar pues nada pudo hacer contra “las todopoderosas Warren Publishing y DC Comics” (p. 12) en simpática apreciación de Surray, que las conoce aunque es difícil que hagan competencia alguna al mismo tiempo pues no coincidieron en él. Guy Crothers es el dueño de la editorial, la cual convoca anualmente un premio de medio millón de dólares para el mejor relato terrorífico. Surray aprovecha esto para lanzar un incendiario venablo contra los detractores del género:

“Fueron muchos los intelectuales que, por supuesto bajo seudónimo, se presentaron al certamen literario de Crothers Editor. Fracasando. Es fácil criticar un género literario menor. Despreciar la subcultura que se encierra en la denominada literatura popular.

Ninguno de los intelectuales quedó entre los finalistas.” (p. 13)

Hachazo incontestable que nos hacía esperar todo un show de perlas de este estilo en lo que nos quedaba por leer. Lástima que no fuera así. La acción de la novela se desarrolla durante la celebración de este Simposium, que es el tercero como corresponde al III Premio Crothers de Terror, siendo su momento estrella la revelación del ganador. Una semana de coloquios, mesas redondas, proyecciones de películas y, como novedad, el Museo del Horror, una sala del hotel donde se celebra el evento dedicada a una exposición de figuras de cera con todos los mitos del terror. Ojo a este Museo que también expone incunables, obras satánicas, cabinas de vídeo para ver horrísonos filmes, memorabilia de todo tipo, aparatos de audio para escuchar bandas sonoras… En fin, el paraíso de manos del extravagante ricachón Crothers. Y vigilándolo todo, el detective venido a menos, por eso ahora es detective del hotel, Ronny Freeman, que se enfrentará a una serie de brutales asesinatos que empañarán el éxito del Simposium. Al menos en parte, porque al buitre de Crothers todo le viene bien para promocionarse… El durísimo y requete rebelde Freeman es también un ligoncete, creo que no sorprendo a nadie desvelando esto, aunque parece que muestra predilección por la hermosa Louise Wilson, una joven, como siempre en Surray, “de gordezuelos y carnosos labios”.

Algún capítulo destaca de entre lo que al final deviene un relato muy descafeinado, quizá el que más aquel en el que la momia del Museo, pura inspiración Boris Karloff, se adueña de un hacha robada a la figura de otro asesino clásico, el leñador de Blissburg, y la da con uno de los personajes, en concreto con el encargado del Museo. Surray resulta salvaje en estas páginas, impregnadas de una efectividad primigenia y básica que apenas volveremos a vislumbrar en la novela. Hay detalles de agradecer, así la aparición de la secta “Los adoradores de Satán”, que por algo la acción se desarrolla en Los Ángeles, pero nuestro admirado autor no aprovecha esta buena idea que habría añadido un toque delirante que hubiéramos agradecido infinito. Todo se queda en una sucesión poco emocionante de asesinatos con un escenario y un planteamiento de la trama que recuerdan poderosamente a su anterior Hotel Infierno (1981). Un Surray menor, entretenido pero sin la fuerza y la originalidad que demuestra poseer en otras de sus obras. Y en esta ocasión sacando su vena más Joseph Berna a costa de utilizar frases ultra breves y continuos puntos y aparte. Pero tampoco nos pondremos tiquismiquis con esto: aquí los Chuck Norris de la lengua sobran.


SURRAY, Adam. El bebedizo infernal. Ilustración de portada: Martín. Barcelona: Bruguera, 1981. 95 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 450. ISBN 84-02-02506-4.     

SURRAY, Adam. Mis amados muertos. Ilustración de portada: García. Barcelona: Bruguera, 1982. 92 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 509. ISBN 84-02-02506-4.

SURRAY, Adam. Simposium del Horror. Ilustración de portada: Antonio Bernal. Barcelona: Bruguera, 1983. 93 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 520. ISBN 84-02-02506-4.  

jueves, enero 28, 2016

La estrella de Salomón (1917), de Aleksandr Ivánovich Kuprín


Podéis leer si os place la reseña de este excelente relato diabólico, La estrella de Salomón (Svezdá Solomona, 1917) de Aleksandr Ivánovich Kuprín, en la página de El antepenúltimo mohicano bajo el título Con el diablo a las espaldas, AQUÍ

KUPRÍN, Aleksandr Ivánovich. La estrella de Salomón. Traducción y notas de Alberto Pérez Vivas. Barcelona: Alba, 2015. 158 p. Rara avis; 23. ISBN 978-84-9065-105-6.

sábado, enero 16, 2016

Pioneros de la ciencia ficción rusa. Volumen II (1905-1929)


Podéis leer la reseña de la fantástica antología de relatos Pioneros de la ciencia ficción rusa. Volumen II en la página de El antepenúltimo mohicano, bajo el título Hijos del futuro, AQUÍ

PIONEROS de la ciencia ficción rusa, volumen II. Selección, traducción y notas de los perfiles biográficos por Alberto Pérez Vivas. Barcelona: Alba, 2015. 295 p. Rara avis; 21. ISBN 978-84-9065-069-1.