Tras el
seudónimo Edogawa Rampo (pronunciación japonesa de Edgar Allan Poe) se ocultaba
el considerado oficialmente como padre de la literatura de terror japonesa:
Hirai Taro (1894-1965). Al fin se publica en España un volumen con algunos de
sus relatos. Los aficionados al género lo esperábamos con impaciencia, pues
quienes habían tenido acceso a ellos lo vendían como un prodigio al cual el
resto de los mortales, qué pena, no podíamos aspirar a conocer. Pues ya sí. Y,
como por desgracia suele suceder, no era para tanto. Hay autores de culto que
parecen serlo única y exclusivamente por lo difícil que resulta acceder a su
obra. Un valor ciertamente fútil.
Pero
tampoco neguemos lo evidente: su importancia en la implantación y difusión del
género en Japón es incuestionable, así como la impronta que ha dejado en otros
autores, tanto en el campo de la literatura como en el del cine y el manga,
hasta el día de hoy. Solo basta decir que la importancia no siempre va unida a
la calidad, y que de su admirado Poe a su propia obra median unas distancias
que ni el más alucinado de sus seguidores se atrevería a acortar. Esto no quita
que algunos de los relatos aquí incluidos me parezcan excelentes, claro, pero
pienso que resultará de más ayuda a quien no conozca a este autor y le apetezca
leerlo que no se lo disfracen con trajes que no le vienen bien.
El primer
relato (aunque aviso que en adelante no seguiré en mi comentario el orden del
libro) incluido en esta recopilación, Relatos
japoneses de misterio e imaginación (Japanese
Tales of Mistery & Imagination, atención a este título original que nos
hace temer que la traducción no es del original japonés sino de una traducción
al inglés, lo cual puede desvirtuar más de lo común la apreciación de estos
relatos), de increíble portada de la edición de Jaguar (cuesta trabajo imaginar
algo más cateto y feo: esa silueta de la niña con los ojos como dos estrellitas
habrá conseguido que este libro venda menos aún de lo que ya esperarían los
editores... o bien a los amantes de la literatura de terror ya nos da todo
igual, que también) es La butaca humana (Ningen Isu, 1925). Más
grotesco que terrorífico (hay que reconocer que este relato se puede prestar a
un sano cachondeo), atrapa por la sencillez y clasicismo de su estructura y
desarrollo en curiosa combinación, de fuerte contraste, con la delirante trama.
También jugando con lo grotesco y lo exacerbado de los sentimientos humanos,
destaca otro gran relato: La oruga (Imomushi, 1929). Relato
negro, más bien negrísimo, en el que se entremezclan el rechazo y la atracción
mórbida por lo monstruoso, por lo deforme. De una gran crueldad, resulta aún
más terrible por lo que sugiere que por lo que se nos cuenta directamente, si
bien tampoco es que pase por alto detalles escabrosos: es solo que podrían
serlo más aún... Por ejemplo, en sus referencias fálicas, tan salvajes como
nunca explicitadas. Un relato morboso, efectivo y de tremenda fuerza gracias a
la sabia combinación de lo que nos es narrado con detalle y lo que es dejado a
nuestra (maltrecha) imaginación.
Tal vez
sea en estos dos relatos donde se aperciban de manera más clara las influencias
que sobre los autores nipones de terror ha ejercido Rampo. No es difícil,
leyéndolos, pensar en directores como Takashi Miike o Yasuzo Masumura o
dibujantes de manga como Hideshi Hino y Suehiro Maruo. Estos han leído sus
relatos, no lo dudéis ni un instante.
Rampo
también creó un detective al estilo de Sherlock Holmes y Auguste Dupin: el Dr.
Kogoro Akechi. Lo que no se nos cuenta en el prólogo es que su creación se
encuentra a años luz de sus modelos. Así se puede comprobar en El test
psicológico
(Shinri Shiken, 1925), tan entretenido como intrascendente. El resto de
relatos de misterio o detectivescos que se incluyen en el libro son lo peor del
mismo. Así El precipicio (Dangai, 1950), historia criminal
desgranada en forma dialogada, teatral. Presenta un curioso juego
sadomasoquista de la protagonista, pero la trama de asesinatos que plantea
Rampo es torpe, está infestada de tópicos, su desarrollo es aburrido hasta el
hastío y su banalidad llama la atención al más despistado. Así en La
cámara roja
(Akai heya, 1925), un relato de crímenes perfectos cuya gracia quizá
consista en que el criminal nunca se mancha las manos con ellos. No negaré que
resulta simpático, pero también de un tontorrón que casi da la risa. Y la
sorpresita final es un trago que bien Rampo nos podría haber ahorrado. Así
en Los gemelos (confesión de un criminal condenado ante un sacerdote) (Sôseiji,
1924). El doble, la suplantación de personalidad, el horror a los espejos y el
crimen son temas recurrentes en los relatos de horror y han dado notables obras
maestras en el género. No es este el caso. Un relato criminal que parte de un buen
puñado de ideas, si no originales sí al menos sugerentes, pero que son
desechadas por el típico conflicto nacido de la pregunta "¿qué error
cometí en el crimen que creía perfecto?" La respuesta no interesa lo más
mínimo. Y así en Los dos inválidos (Ni Haijin, 1924), en el
que encontramos de nuevo el tema del crimen perfecto y en el que una vez más la
sorpresa final resulta algo tontuela. Pero aquí el ritmo es bueno y se lee con
interés. Al menos con mayor interés que los cuatro precedentes.
En
contraposición al relato Los gemelos, en El infierno de los
espejos (Kagami-jigoku, 1924) el
protagonista lo que siente es una morbosa atracción por los espejos. Una
obsesión que lo lleva a la locura y al castigo por la transgresión. El modelo
narrativo no presenta nada que no hayamos leído otras mil veces. Rampo vuelca
toda la fuerza del cuento en lo estrambótico de la fijación del protagonista,
siendo su desarrollo absolutamente convencional.
El último
relato que voy a comentar es también el último del volumen: El viajero
con el cuadro de las figuras de tela (Oshie to Tabi-suru Otoko, 1929).
Imagino que me ocurre lo que a todos los que gustan de leer cuentos: sea cual
sea el autor, en una colección de relatos siempre esperamos encontrar al menos
uno que nos conmueva, que nos lleve a pensar que al fin dimos con esa joya que
anhelamos disfrutar. En algunos casos son muchos, en otros por desgracia
ninguno. En esta colección de cuentos de Rampo hay una joya prodigiosa. Y es
este. Perfecto en la creación de una atmósfera de ensoñación, irreal, de
espejismo, de atisbo de un auténtico mundo fantástico. En esta historia de
amores más allá de lo terrenal y objetos mágicos que la hacen posible, Rampo
está sensacional de principio a fin. No hay más que ver con qué sencillez y
maestría nos introduce en los mares en los cuales habita lo increíble, lo
sorprendente: con algo tan común como es subir a un vagón de tren e iniciar un
viaje. Lo extraño es siempre una cuestión de mirada. Y la de Rampo en este
relato es única, maravillosa. En un libro dominado por la mediocridad, este
cuento justifica al resto.
RAMPO,
Edogawa (Hirai Taro). Relatos japoneses de misterio e imaginación. Traducción y
notas de Juan José Pulido; prólogo de Antonio Ballesteros: ilustraciones de M.
Kuwata. Madrid: Ediciones Jaguar, 2006. 205 p. La Barca de Caronte. ISBN
84-96423-22-0.