Bueno, toda una alegría que la editorial Valdemar siga editando a uno de nuestros autores de terror favoritos, William Hope Hodgson (1877-1918), culturista de pro y sin duda uno de los más intensos y sobrecogedores escritores que ha dado el género. En este volumen, como indica su título, Carnacki, el cazador de fantasmas, se recogen todos los relatos protagonizados por este investigador de lo oculto, uno más de una larga tradición que comenzaría con el Martin Hesselius de Joseph Sheridan Le Fanu y alcanzaría nuestros días con el Profesor Bell de Joann Sfar, todos tan maravillosos y fascinantes, tan misteriosos como apasionantes.
Nuestro Carnacki destaca por varias cosas, pero qué duda cabe que la más chocante, al menos para mí, es que tenemos ante nosotros al más miedoso de los cazafantasmas que ha dado la historia. ¡Madre mía qué tío más cagón! Esto no lo digo para desprestigiarlo, estáis locos si pensáis así: es lo que más me gusta del personaje, quizá porque me identifico totalmente con su gusto por lo siniestro y su forma de sudar y temblar en cuanto cree que una gélida y mortuoria aparición está a punto de presentarse ante él. Pues nada, no hay miedo que no logre vencer, y armado con su cámara fotográfica, sus tubos de colorines, sus pentáculos de tiza en el suelo cuando no eléctricos y su libro de siniestros rituales Saaamaaa, una especie de Necronomicón de la sección de rebajas, ahí que se lanza a investigar todo aquello que huela a misterio, aunque en muchas ocasiones, ay, no son más que trampichuelas y engaños de algún listo en busca de venganza o de hacerse con alguna posesión bien terrenal.
Los nueve relatos que protagonizó nuestro curioso héroe presentan la misma estructura: Carnacki invita a cenar a cuatro amigos (Jessop, Arkright, Taylor y el mismo Hodgson) por medio de una tarjeta, acuden a su casa, cenan y a continuación, acomodados en mullidos sillones ante un fuego de chimenea y sendas pipas, Carnacki les relata su última aventura. ¡Maldita sea si uno no tiene la sensación de estar allí sentado con ellos escuchando con los ojos como platos!
El libro se abre con La cosa invisible. Vale que su explicación final desluce bastante la parte fantástica, pero es una maravilla comprobar cómo a Hodgson le basta con encerrar a un tipo en una capilla antigua a oscuras para crear emoción, tensión y terror. ¡Me caían unos goterones de sudor por las sienes provocados por el miedo más grandes que al propio Carnacki!
La puerta del monstruo sí es plenamente fantástico, y brilla de manera especial en los momentos en que la habitación donde se aparece el espectro nos es presentada con sus terribles manifestaciones. Carnacki, como ya he dicho el más miedoso de los investigadores de lo oculto, se lanza a resolver el misterio, razón por la que siempre lo llaman, claro, con todo su arsenal de pentáculos, círculos de tiza, velas y rituales más propios de un adorador de Satán que de alguien que opera al lado del bien. Para comprobar si la aparición es peligrosa no duda en utilizar un gato en su ofensiva. El pobre cae a la primera de cambio con la espalda quebrada. Menos mal que los usuarios de facebook que están todo el día con sus mensajes de gatitos no leerán esto, porque si no lío tendríamos por su crueldad, pero todo sea por luchar contra los aliados del mal. Hay explicación final como es de rigor, pero en esta ocasión, como he comentado, es del todo fantástica.
La casa entre los laureles es otro estupendo relato que ofrece una explicación racional a toda la parafernalia aterradora que deja al descubierto una siniestra casa rodeada por un bosque de altísimos laureles.
Estos relatos que utilizaban como base el espiritismo y la parapsicología molestaban bastante a Lovecraft, más aún cuando la lógica realista se apoderaba de la historia, pero sin dudar la primera noche de Carnacki en esta, en principio, horrísona casa le hubiera encantado. ¡Resulta electrizante! De nuevo Carnacki al ataque con todo su show de rituales, esta vez con variaciones respecto a los casos anteriores y con perros cayendo como moscas en lugar del pobre gato. Y sí, el final nos decepciona después de todo lo que se nos ha ofrecido, pero hasta entonces es una aterradora gozada.
De La habitación que silbaba, otro relato que sí ofrece una explicación fantástica, lo más destacable es descubrir qué es lo que silba en la terrorífica habitación de marras, una imagen que hubiera hecho las delicias del surrealista más exigente. Una atmósfera terrorífica perfecta y de una extrañeza llevada al límite lo convierten en uno de los cuentos más conseguidos del libro.
En El investigador de la última casa Carnacki recuerda uno de sus primeros casos. En él funde explicación racional y explicación fantástica, y la verdad es que la racional es tan increíble que uno duda de cuál es cuál… Cosa que sucede casi punto por punto al leer el siguiente, El caballo invisible.
El encantamiento del Jarvee nos muestra a Carnacki enfrentándose a un horror surgido del mar. En fin, qué decir, si Hodgson precisamente era un absoluto maestro en este tema, su elemento perfecto para desarrollar una historia, aunque en esta ocasión los detalles parapsicológicos hacen que el relato no tenga la fuerza habitual de otras historias de nuestro autor. Pero ojo, aun así un excelente cuento que fluye con una facilidad prodigiosa.
En El hallazgo Carnacki se pondrá en acción para desenmascarar una estafa en el relato más holmesiano de la colección, el único que no muestra en ningún momento trazas sobrenaturales.
Y llegados aquí, al último cuento del volumen, El cerdo, graves dudas existenciales y extra sensoriales me atrapan y confunden. Porque aquí Carnacki se enfrenta nada más y nada menos que a… ¡unos malditos cerdos surgidos del mismísimo infierno! Disculpad que me detenga a compartir mis preguntas con vosotros, los tres o cuatro lectores despistados que os dejáis caer por aquí de vez en cuando. Porque…
¿QUÉ DIABLOS TENÍA HODGSON CON LOS GORRINOS? ¿QUÉ PROBLEMA SUBYACÍA EN SU CEREBRO PARA CONVERTIRLOS EN LOS MÁS TERRIBLES AGENTES DEL MAL? ¿POR QUÉ UN COCHINO JABALÍN ES LA IMAGEN MÁS TERRORÍFICA A LA QUE PODÍA ACUDIR EN SUS RELATOS? ¿ERA HODGSON VEGETARIANO?
Porque vale, todos sabemos que no hay animal más peligroso que una cerda recién parida, o así me lo inculcaron de pequeño, que cuando nos asomábamos a la cochiquera en la que una enorme cerda estaba amamantando a sus preciosos lechones nos repetían hasta la saciedad que ni se nos ocurriera acercarnos. ¡Podía dejarnos secos a dentelladas si lo hacíamos, capaz era de devorarnos de un solo bocado! Justo oíamos esto para que, en cuanto los mayores se daban la vuelta, corríamos a fisgar por la puerta entreabierta de la pocilga para ver a mamá cerdo con sus crías. Eso sí, nadie tenía narices a pasar del umbral. ¿Le habrían contado estas mismas historias a Hodgson de pequeño? ¿Él también habría espiado con pavor por la puerta de una zahúrda semejante? ¿Fue este el origen verdadero de este relato y de su obra maestra La casa en el confín de la tierra? Porque recordemos que en esta magistral novela Hodgson nos presenta nada más y nada menos que a unos terribles hombres-cerdo. ¿¿¿¿Pero de dónde demonios salen hombres así???? Ay, ay, que prefiero no seguir preguntando.
Pero lo impresionante es que es precisamente aquí, en este relato, en el cual como he comentado unos cerdos son las peligrosas criaturas que surgen del mismo averno para enfrentarse a nuestro héroe, donde Hodgson nos regala una de sus obras maestras (¡otra!). Es increíble su capacidad para transmitir la sensación de angustia y opresión ante el acoso de fuerzas sobrenaturales, sobrenatural en sí la fuerza que emana de sus palabras y que nos deja atónitos y espantados ante el más absoluto horror.
Al final del relato Carnacki nos regala unas explicaciones delirantes acerca del lugar del que proceden todas estas criaturas aterradoras, explicaciones que no difieren mucho de las que daban otros iluminados parapsicólogos y videntes de la época. Y aunque dan miedo por su increíble insensatez, creedme que no son nada comparadas con el ataque infernal que sufre nuestro héroe, por mucho que se refugie tras los siete mil escudos en forma de pentáculos eléctricos que distribuya a su alrededor. El cerdo es una verdadera joya del terror. Y por muchas bromas que se nos ocurran al terminar de leerlo es difícil olvidar su intensidad y su maravillosa iconografía visual.
Y, ejem, ¿le hubiera gustado a Hodgson la peli Babe, el cerdito valiente?
HODGSON, William Hope. Carnacki, el cazador de fantasmas. Traducción de Lorenzo Díaz. Madrid: Valdemar, 2011. 229 p. Gótica; 84. ISBN 978-84-7702-694-5.