Antonio José Navarro es el autor de varias
compilaciones de relatos publicadas por la editorial Valdemar en su
imprescindible colección Gótica: Sanguinarius:
13 historias de vampiros, La
maldición de la momia: relatos de horror sobre el antiguo Egipto, Venus en las tinieblas: relatos de horror
escritos por mujeres, y la que hoy voy a comentar, La cabeza de la Gorgona y otras transformaciones terroríficas.
Todas ellas destacan por incluir nombres desconocidos o sorprendentes, lo cual
siempre es de agradecer, pero también por su irregularidad. Por supuesto, no
falta en ninguna de ellas esa pequeña joya que justifica la adquisición de
cualquiera de estos volúmenes, pero faltaría a la verdad si no añadiera que,
siendo lo normal en cualquier antología que algunos de los cuentos resulten un
fiasco, en el caso de las realizadas por Navarro la descompensación suele ser
grande. Confieso también que esto a mí no me supone ningún problema: prefiero
este riesgo antes de que se incluyan los relatos de siempre. En este sentido, Sanguinarius resultaba modélica teniendo
presente lo quemado que está el tema vampírico: conseguía que todo pareciera
nuevo, un terreno aún inexplorado pese a la cantidad de obras que tienen a los
vampiros como protagonistas. Esto hace que, en conjunto, interesen o atraigan
más las temáticas elegidas para agrupar los relatos, suponga un auténtico
placer sumergirse en las diversas propuestas. Y eso que en este de la Gorgona, pese a que Navarro justifica
incansable el por qué de la selección, en realidad la sensación final es que
valía todo: desde el momento en que basta con que el protagonista esté loco para
que ya lo podamos considerar un monstruo, por ende una transformación, el
terreno que se quiere acotar es tan inmenso que se difuminan un tanto sus
pretensiones. Y no es que estemos en contra de considerar pulpo como un animal
de compañía, estooooo… quiero decir, loco como transformación monstruosa, pero
no es lo primero que uno piensa cuando le dicen que va a leer un libro sobre
transformaciones monstruosas. Pero bueno, esto es una apreciación mía sin valor
que no pretendo que empañe la valoración del libro relato a relato. Cada obra
va acompañada de una excelente introducción sobre el autor correspondiente que,
eso sí, como el mismo antólogo explica en la introducción, conviene leer al
final pues destripa todos los cuentos sin excepción.
Louisa May Alcott
Y el primer relato es la primera sorpresa.
Aunque no es nada del otro mundo, solo la oportunidad de poder conocer la
faceta macabra de una autora como Louisa May Alcott ya es una maravilla. Perdido en la pirámide, o la maldición de la
momia (1869) es una entretenida historia que sigue la estela de aquellos
inspirados en las maldiciones de las momias egipcias, terribles para los
profanadores y sus allegados. Se mueve entre el horror y el romanticismo
fúnebre y, como he dicho, aunque no resulta especialmente brillante, es
agradable de leer. Alcott lo publicó bajo el seudónimo de A. M. Barnard, el que
utilizaba para dar salida a sus obras más góticas y oscuras. Y sí, esta es la
verdadera cara adorable de la autora de Mujercitas.
Guy de Maupassant
El siguiente en la lista está firmado por el
gigantesco Guy de Maupassant, La madre de
los monstruos (1883). Sus relatos de miedo son de una originalidad
especial, y siempre extraños y sobrecogedores. Este en concreto es un
espeluznante y cruel relato de horror, pero también una feroz crítica a las
costumbres sociales y los cánones de belleza de la época que perfectamente
podría ser aplicada a los de hoy. Su carácter destructor deja a un lado al
final su faceta fantástica, aunque se disfruta igual.
Y de la madre al fabricante. Aquí lo que
importa es que salga un monstruo. El
fabricante de monstruos (1887) de William Chambers Morrow es un macabro y
morboso relato, todo un antecedente de los mejores cuentos pulp a los que se
adelanta en varias décadas. Directo y sin concesiones, va anticipando el horror
en el que desemboca por medio de pequeños detalles que nos llevan a ese punto
en el cual el espanto ha tomado casi forma definitiva antes de llegar a
narrarlo, a ser contado en detalle. Su estructura en tres tiempos le hace
perder intensidad, en especial en su parte central, una conversación entre dos
policías que hace avanzar la acción pero que nos aleja de la atmósfera opresiva
del caserón del científico loco protagonista. El desenlace lleva a Morrow a
figurar entre ese modesto panteón de reyes del horror más brutal. No es extraño
que su obra fascinara a Ambrose Bierce, editor de la revista The Argonaut, la cual dio salida a
varios de sus cuentos. Un creyente afirmaría eso tan manido de “Dios los cría y
ellos se juntan”. Y por una vez le tendríamos que dar la razón.
Gertrude Bacon
La
cabeza de la Gorgona
(1899) de Gertrude Bacon es el que presta su título a la antología. Nunca
sabremos si el encuentro del capitán Brander con la cabeza de la Medusa en una
isla jónica, tal y como aquí se nos narra, fue real o ficticio dentro del
contexto del mismo relato. Sí, en cambio, podemos afirmar que el resultado es
un cuento entretenido entre lo aventurero y lo fantástico. Sencillo, hasta
divertido en su inicio con ese encuentro entre la joven pasajera del barco y el
capitán al que pide le narre su fabuloso encuentro con una de las Gorgonas. Es
mi parte predilecta de este relato que no brilla en lo importante, el citado
enfrentamiento, pero sí en la presentación de esa pareja encantadora en un
viaje en crucero por tranquilos mares.
E. & H. Heron era el sobrenombre de
Katherine O’Brien Prichard y Hesketh Vernon Prichard, madre e hijo en la vida
real. Ellos crearon al investigador de lo oculto (sí, otro más) Flaxman Low, el
protagonista de La historia de la vieja
casa Konnor (1899). Frío y racional, Low se enfrenta aquí a un caso de vudú
con casa encantada de regalo y hongos africanos que producen un veneno mortal
con una envidiable actitud científica. Y eso que la metódica explicación final
elude las extrañas apariciones del “hombre resplandeciente”, el detalle más
interesante de este regulero relato, si bien ilumina todos los demás misterios
de la historia. Entretenido pero sin brillantez. Simpático pero sin fuerza. Con
un buen planteamiento pero con un desarrollo poco atrayente y un final
decepcionante. En fin, otra aventura de Flaxman Low.
John Davys Beresford
La
granja de los degüellos (1918) de John Davys Beresford es toda una gamberrada.
Al nivel del mejor y más ácido Ambrose Bierce (segunda vez que invocamos su
nombre y no está en esta antología). Adopta un punto de vista original: las
apreciaciones del narrador, que se antojan fuera de tono y descolocan al
lector. ¡Quizá él sea el verdadero loco del relato! Goza de un divertidísimo,
sin dejar de ser atroz, final y atesora magníficas descripciones:
“(…), pude divisar una casa achatada e
inclinada en un claro a los pies de la ladera opuesta. Imaginé que la casa
había llegado a este lugar deslizándose colina abajo por la interminable marea
de árboles de crestas borrosas que apuntaban al cielo, frenando en seco en el
lugar en el que ahora se alzaba, dislocada y totalmente fuera de lugar.” (p.
118)
Y fijaos qué inicio:
“- ¡Ah! Acá la llamamos la granja de los
degüellos- me informó el conductor.
- Pero, ¿por qué?- pregunté nervioso.
- Verá por qué cuando llegue allí.” (p. 117)
Un relato que comienza así, por fuerza me ha
de gustar.
Mezclando el relato de misterio con la
narración terrorífica, William James Wintle nos presenta en La voz en la noche (1921) un cuento
elegante, sutil, donde las maldiciones y los horrores son más sugeridos que
reales, aunque en su conclusión deje bien claro su trasfondo fantástico. Toma
la leyenda para trasladarla al presente, y la mirada fría pero nunca incrédula
del protagonista es la del lector: pregunta e inquiere jamás negando la
evidencia por muy increíble que esta sea. Elevando el nivel de la antología.
En A
porta inferi (1923) se nos narra la posesión de un espiritista por el alma
de un criminal. El autor, Roger Pater, seudónimo de Gilbert Roger Huddleston,
un monje benedictino, advierte sin estridencias sobre los peligros de las
prácticas espiritistas, de funestos resultados si nos ceñimos al relato, si
bien deja la puerta abierta a la conversión, al arrepentimiento y al perdón,
todo en uno. Resulta intenso el momento en el que Pater se detiene en contarnos
el ritual del exorcismo. No deviene terrorífico al no tratarse del demonio,
presencia siempre más imponente que un asesino por terrible que sea. Quizá lo
mejor esté en la ambientación, en la atmósfera malsana y decadente que
desprende una casa señorial convertida en manicomio y sus jardines habitados
por enfermos mentales. Más tristeza que horror, al fin, pero no deja nunca de
ser una buena y entretenida historia.
La
bagheeta
(1930) de Val Lewton es un fascinante relato sobre la leyenda de la mujer
pantera, una joven virginal que siendo mancillada por los hombres retorna en
forma de pantera negra anhelante de venganza. Solo un joven puro, virgen, podrá
darle muerte, podrá rechazarla cuando convertida en mujer reclame sus besos. Es
fantástico el tono de leyenda que mantiene en todo momento pese a que,
irónicamente, la historia destruye la leyenda misma: se sustenta en una mentira
alentada por la vanidad (ahora parezco Antonio José Navarro desvelando quizá demasiado
la trama: ¡perdón!). Esta leyenda es la que respira de forma subterránea en la
fantástica y genial película escrita por DeWitt Bodeen y el mismo Lewton (en su
función de productor para la RKO, también reescribía los guiones de sus
escritores contratados), dirigida en el año 1942 por Jacques Tourneur, La mujer pantera (Cat People).
¿Quién
anda ahí?
(1938), de John W. Campbell Jr., es una buena novela corta en la que destaca la
idea de que cualquiera de sus personajes puede ser el monstruo del espacio
exterior dispuesto a hacer del planeta Tierra su lugar de recreo y, cómo no, su
restaurante favorito. Se acaba echando en falta algo más de atmósfera: una
estación en la Antártida da juego infinito para expresar la soledad y el
aislamiento que deben sufrir los protagonistas. Tampoco es Campbell un maestro
a la hora de dotar a estos de fuerza y personalidad. En ocasiones uno los
distingue por los nombres nada más, porque todos parecen el mismo tipo duro que
usa Varón Dandy. Salvo el científico malote, que es el que quiere investigar y
no cede a la estupidez pistolera de los demás, que es un enclenque y un cagón
como corresponde a esa raza maldita formada por aquellos que prefieren pensar
antes que sacar las pistolas y hacer volar cabezas. Pero en conjunto posee
cierta fuerza primigenia, cierta manera de presentar ese horror encerrado y
oculto bajo el rostro de tu mejor amigo que estremece. El director John
Carpenter, en su adaptación para el cine de esta historia La cosa (The Thing,
1982), supera con creces el original. No solo el literario, sino también el
cinematográfico (El enigma… de otro mundo,
The Thing from Another World,
dirigida por Christian Nyby en 1951). Y esto es porque aquí sí se llevan al
extremo las premisas contenidas en la novela: la infinita soledad y el
estremecedor sentimiento de unos hombres que se saben perdidos aunque estén
decididos a no rendirse sin luchar, el frío eterno y el viento constante que
nos hace verlos como supervivientes en una tumba de hielo, y un desolador final
totalmente opuesto al ofrecido por Campbell.
De George Langelaan se nos presenta su relato
más conocido, el fantástico La mosca
(1956). Eficaz y sencillo, a mi gusto es superior la película a la que dio
origen: La mosca (The Fly, 1958), dirigida por Kurt
Neumann. Puedes leer el comentario que escribí sobre ella (con una breve
introducción con Langelaan de protagonista) en la página de cine El antepenúltimo mohicano si sigues el enlace AQUÍ.
Horror
en el castillo de Chilton (1963), de Joseph Payne Brennan, es un atmosférico y
turbio relato que trae de manera formidable las más refinadas exquisiteces
góticas al presente sin perder un ápice de todo su terror ancestral. Una
fúnebre leyenda, un castillo con siglos de antigüedad, pasadizos excavados en
la roca viva, una oculta mazmorra donde anida el más puro horror… Brennan narra
en primera persona, él mismo y sus ancestros como protagonistas, con lo que
presta la necesaria sensación de realidad al relato para que cuando lo
increíble haga acto de presencia nos lo creamos y nos atrape sin remisión.
El
reptil
(1966) de John Burke es una novelización de la película de mismo título (The Reptile, 1966) de la productora
Hammer dirigida por John Gilling. No cabe algo menos apetecible de leer que una
novela basada en una película, al menos para mí. Pero destrozando cualquier
prejuicio que pudiera tener, la obra de Burke es de lo más interesante y mejor
de este volumen. Construida en un magnífico crescendo que desemboca en un
atmosférico y conseguido final, su sencillez y falta de pretensiones es su
mejor arma. Efectiva, con personajes creíbles y con personalidad, una
ambientación perfecta con los páramos de Cornualles de fondo y una maldición
hindú infectando las tranquilas tierras de Gran Bretaña. Conseguido, en
resumen, relato de terror, emocionante y eficaz, que obliga a que empecemos a
tener en mayor consideración a su autor.
Otra de las grandes sorpresas de este libro
es El amor de ultratumba de Carl von
Cosel (2011), de Vicente Muñoz Puelles, sin duda uno de los mejores relatos
de los aquí incluidos. Partiendo de la premisa más clásica del pulp y las
películas de serie B (el científico loco) mezclado con el horror romántico más
clásico que puede representar cualquiera de los mejores relatos de Edgar Allan
Poe pasando por los más delirantes de Guy de Maupassant, Muñoz Puelles nos
ofrece una historia alucinada de amor loco, de pasiones más allá de la muerte,
que funde lo romántico exacerbado con la fisicidad morbosa de manera ejemplar.
Carl von Cosel bien podría ser el hermano algo despistado y ensimismado del
protagonista de esa obra maestra del fantástico con la necrofilia como temática
central que es La caja de hueso de
Antoinette Peské (AQUÍ). Un relato
excesivo, magnífico, que se devora con intenso placer y que supone todo un
regalo para el amante del género. Pocas veces la locura mórbida ha podido
resultar tan horrenda y al tiempo, admitámoslo, tan entrañable. Este es su
excepcional logro. Aunque, quizá, como piensa el desgraciado Carl, “los vivos
nunca podrán entenderlo.”
La antología se cierra con El talismán de la muerta (2011) de José
María Latorre, algo repetitiva y alargada historia de hombres lobo. Latorre se
me antoja un escritor irregular. Tras haber leído más de una docena de sus
libros, el mejor (sin contar sus libros de cine, que me suelen gustar) de ellos
me sigue pareciendo el primero que leí, Miércoles
de ceniza (1985), una excelente novela apocalíptica. En esta ocasión se
queda en un gris terreno medio. Una historia de gotiqueces morbosillas que
nunca termina de arrancar. Uno acaba agotado de seguir a la protagonista
corriendo de un lado a otro, incansable incluso cuando ya lleva dos días sin
comer. Por encima de esto, Latorre es un autor que no renuncia a escribir
literatura fantástica en un país donde el género no es todo lo apreciado que se
merece. Solo por esto ya goza de nuestra simpatía. Si también cuando acierta es
en verdad excelente, yo al menos le seguiré leyendo.
NAVARRO, Antonio José (ed.). La cabeza de la
Gorgona y otras transformaciones terroríficas. Traducción de Marta Lila Murillo
y Mauro Armiño. Madrid: Valdemar, 2011. 491 p. Gótica; 85. ISBN
978-84-7702-697-6.