Aunque desconocida en nuestro país, la autora Georgette Heyer (1902-1974) gozó del éxito literario desde la publicación de su primer libro. Estos se siguen publicando, sin desfallecer ante las reediciones. Si bien destacó en el género de la novela romántica, la novela que voy a comentar, Aquí hay veneno, es una de las protagonizadas por el comisario Hannasyde, de Scotland Yard, enmarcable en ese género que tanto se puede conocer como de misterio, intriga o detectivesco. A mí me importa un soberano pepino, pero vale para hacerse una idea. Porque lo que destaca sobre todo lo demás en esta novela son sus diálogos, muy ingeniosos, afilados, divertidos y cargados de invectivas despiadadas.
Ante la muerte de un desagradable y poco querido cabeza de familia, al que todos soportan a duras penas pues dependen de su dinero para vivir, las reacciones y los comentarios de sus allegados muestran más interés y preocupación por la ropa que hay que ponerse en el funeral y por la comida que por el propio deceso. Así, la hermana del fallecido no duda en exclamar: “¡Oh, Dios mío, qué confuso es esto! Si hubiera podido imaginar que todo resultaría tan difícil y desagradable, habría sido la última persona en el mundo que habría deseado la muerte de Gregory” (p. 20).
Georgette Heyer presenta un retrato familiar de una dureza tremenda, asimilable tan sólo por el maravilloso sentido del humor del que hace gala en todo momento. La familia vista como un auténtico nido de víboras, y ni un solo personaje por el cual el lector pueda sentir la más mínima empatía. Sin asideros. A pesar de que Hannasyde llevará algo de cordura a la historia, su gris personalidad tampoco servirá de ayuda al desamparado lector.
Leyéndola pensaba en la diatriba tan popular entre la novela detectivesca o de misterio y la novela negra. Ya sabéis, la primera burguesa y adocenada, la segunda social y comprometida. En fin, Agatha Christie y Arthur Conan Doyle contra Dashiell Hammett y Mickey Spillane. Ni me detendré en comentar sobre la segunda, porque el machismo, la brutalidad y el presentar a criminales de las clases más bajas de la sociedad de los que hacen gala muchas obras del género hace inútil esta consideración tan extendida. Quien prefiera no pensar mucho y aceptar el tópico, pues que lo haga. Pero considerar a la primera una literatura burguesa cuyo interés se agota con saber quién es el asesino es sólo una cuestión de pereza mental. ¿Acaso es acomodaticio y burgués presentar a las clases altas como algo execrable? Porque la Heyer no muestra piedad: los ricos, en su mayor parte, son hipócritas y despreciables.
Así, bajo las trilladas tierras del whodunit o ¿quién lo hizo? subyace en este caso (tampoco es que sea así siempre, ¿eh?; no vamos a desechar un convencionalismo para abrazar desesperados otro igual) una demoledora crítica a las convenciones sociales, a la diferencia de clases y al estamento familiar como urdimbre de un tejido social roto. La familia, amigos, vista como un auténtico cáncer social.
Esto sin salirse de los tópicos habituales en este tipo de novelas, aclaro: grupo de sospechosos en el cual ni uno solo de sus componentes no tendrá motivos para cometer el crimen (en realidad, incluso lo desean), reunidos en un mismo lugar y sometidos a los consabidos interrogatorios. Nadie siente afecto real por el difunto, como he comentado, pero la trama se complicará más aún cuando en su testamento se descubra que sólo saldrá beneficiado el miembro de la familia que se hallaba ausente durante la muerte y que, además, es el más desagradable y odioso de todos. Y el nivel está alto, creedme.
Este personaje, el primo Randall, es el más detestable, amanerado, repelente y crispante que se pueda conocer. Pero a la vez el más inteligente y fascinante. Pronto será él motor del relato. Y gracias a él la lectura se sigue con más que grato interés. Hannasyde permanecerá siempre en un discreto segundo plano.
Confieso que en este tipo de novelas, paradójicamente, descubrir al asesino suele no importarme lo más mínimo. Ésta ha sido la excepción: la leí de un tirón arrastrado por el deseo de saber. Vale, también por su humor corrosivo y destructor, pero sin olvidar lo primero.
Una novela inteligente. Y de regalo, una magnífica referencia a El doctor Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson en su trama. A por la siguiente, pues.