miércoles, septiembre 16, 2009

Aquí hay veneno (1936), de Georgette Heyer


Aunque desconocida en nuestro país, la autora Georgette Heyer (1902-1974) gozó del éxito literario desde la publicación de su primer libro. Estos se siguen publicando, sin desfallecer ante las reediciones. Si bien destacó en el género de la novela romántica, la novela que voy a comentar, Aquí hay veneno, es una de las protagonizadas por el comisario Hannasyde, de Scotland Yard, enmarcable en ese género que tanto se puede conocer como de misterio, intriga o detectivesco. A mí me importa un soberano pepino, pero vale para hacerse una idea. Porque lo que destaca sobre todo lo demás en esta novela son sus diálogos, muy ingeniosos, afilados, divertidos y cargados de invectivas despiadadas.

Ante la muerte de un desagradable y poco querido cabeza de familia, al que todos soportan a duras penas pues dependen de su dinero para vivir, las reacciones y los comentarios de sus allegados muestran más interés y preocupación por la ropa que hay que ponerse en el funeral y por la comida que por el propio deceso. Así, la hermana del fallecido no duda en exclamar: “¡Oh, Dios mío, qué confuso es esto! Si hubiera podido imaginar que todo resultaría tan difícil y desagradable, habría sido la última persona en el mundo que habría deseado la muerte de Gregory” (p. 20).

Georgette Heyer presenta un retrato familiar de una dureza tremenda, asimilable tan sólo por el maravilloso sentido del humor del que hace gala en todo momento. La familia vista como un auténtico nido de víboras, y ni un solo personaje por el cual el lector pueda sentir la más mínima empatía. Sin asideros. A pesar de que Hannasyde llevará algo de cordura a la historia, su gris personalidad tampoco servirá de ayuda al desamparado lector.

Leyéndola pensaba en la diatriba tan popular entre la novela detectivesca o de misterio y la novela negra. Ya sabéis, la primera burguesa y adocenada, la segunda social y comprometida. En fin, Agatha Christie y Arthur Conan Doyle contra Dashiell Hammett y Mickey Spillane. Ni me detendré en comentar sobre la segunda, porque el machismo, la brutalidad y el presentar a criminales de las clases más bajas de la sociedad de los que hacen gala muchas obras del género hace inútil esta consideración tan extendida. Quien prefiera no pensar mucho y aceptar el tópico, pues que lo haga. Pero considerar a la primera una literatura burguesa cuyo interés se agota con saber quién es el asesino es sólo una cuestión de pereza mental. ¿Acaso es acomodaticio y burgués presentar a las clases altas como algo execrable? Porque la Heyer no muestra piedad: los ricos, en su mayor parte, son hipócritas y despreciables.

Así, bajo las trilladas tierras del whodunit o ¿quién lo hizo? subyace en este caso (tampoco es que sea así siempre, ¿eh?; no vamos a desechar un convencionalismo para abrazar desesperados otro igual) una demoledora crítica a las convenciones sociales, a la diferencia de clases y al estamento familiar como urdimbre de un tejido social roto. La familia, amigos, vista como un auténtico cáncer social.

Esto sin salirse de los tópicos habituales en este tipo de novelas, aclaro: grupo de sospechosos en el cual ni uno solo de sus componentes no tendrá motivos para cometer el crimen (en realidad, incluso lo desean), reunidos en un mismo lugar y sometidos a los consabidos interrogatorios. Nadie siente afecto real por el difunto, como he comentado, pero la trama se complicará más aún cuando en su testamento se descubra que sólo saldrá beneficiado el miembro de la familia que se hallaba ausente durante la muerte y que, además, es el más desagradable y odioso de todos. Y el nivel está alto, creedme.

Este personaje, el primo Randall, es el más detestable, amanerado, repelente y crispante que se pueda conocer. Pero a la vez el más inteligente y fascinante. Pronto será él motor del relato. Y gracias a él la lectura se sigue con más que grato interés. Hannasyde permanecerá siempre en un discreto segundo plano.

Confieso que en este tipo de novelas, paradójicamente, descubrir al asesino suele no importarme lo más mínimo. Ésta ha sido la excepción: la leí de un tirón arrastrado por el deseo de saber. Vale, también por su humor corrosivo y destructor, pero sin olvidar lo primero.

Una novela inteligente. Y de regalo, una magnífica referencia a El doctor Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson en su trama. A por la siguiente, pues.

HEYER, Georgette. Aquí hay veneno. Traducción de Gemma Moral Bartolomé. Barcelona: Salamandra, 2008. 284 p. ISBN 978-84-9838-154-2.

miércoles, septiembre 09, 2009

Marie la Loba (1949), de Claude Seignolle


Gran estudioso del folclore francés, de sus mitos, tradiciones y leyendas, arqueólogo y etnógrafo, la obra de Claude Seignolle goza de gran prestigio en este campo. Pero no por ser un gran folclorista es por lo que ha recibido palabras de admiración de parte de escritores tan importantes como Lawrence Durrell, autor además de la Introducción que abre Marie la Loba (Marie la Louve, 1949), Blaise Cendrars o PierreMac Orlan. Su obra de ficción está marcada de manera profunda por su trabajo, por descontado. Así, para este relato que aquí comentamos se basó en la narración que le hizo una anciana de un suceso de juventud. De aquellos años en que todos la conocían como Marie la Loba.

 

Seignolle, tan riguroso en sus estudios, daba sin embargo total credibilidad a la parte fantástica de los mismos. Y esto es trasladado a sus relatos de manera magistral. De esta forma, cuando escribe acerca de una bruja, en ningún momento se dará cabida a la menor duda: las brujas gozan de poder, y este poder es transmitido gracias a su pacto con el demonio. Brujas, poseídos y leyendas sobre la maldad de los lobos se apoderan del relato, pero todo está tratado con un realismo desarmante, un verismo meticuloso que no elude un elevado tono poético que convierte en hermosa una historia de deprimentes supersticiones pueblerinas. Como he dicho, para Seignolle lo fantástico no es tal. La historia en sí de la buena de Marie no encierra demasiadas sorpresas, esa es la verdad. Lo maravilloso no se encuentra en lo que Seignolle nos cuenta. Su grandeza está en cómo nos la cuenta. Siempre partiendo del estilo popular de los cuentos clásicos, su prosa está plagada de imágenes llenas de fuerza, de belleza, pero también de oscuridad y dolor cuando es preciso. Hay momentos en que lo fantástico se puede tocar con los dedos.

 

Al poco de comenzar el relato se nos narra cómo la casa de los Ribaud (donde vive Marie con sus padres y sus dos hermanos) recibe la visita del mayoral de los lobos, personaje mítico que es el que dotará de un don especial a Marie, la capacidad de entenderse con los lobos y curar las heridas que estos pudieran provocar en un humano. Esta visita es quizá el ejemplo más evidente de la fuerza narrativa de Seignolle. Con una maestría admirable consigue transmitir todo el misterio del momento, la magia siniestra del terrible encuentro y la maldición que acarreará. Una maldición que no es entregada como tal, pues el mayoral actuará por agradecimiento, pero el mal no entiende de moralidad al regalar sus dones. Lo fantástico es tratado como algo real, tangible, pero tan poderoso y único que la imagen evocada adquiere tintes de leyenda sin apartarse un ápice de lo terrenal.

 

Relato de intenso tono lírico y de gran fuerza evocadora, lo recomendamos con tanta pasión como prudencia. Si buscas un relato de originalidad rompedora en su trama, olvídate. Si te llena una historia cuya lectura suponga un puro placer y que tiene el valor de estar escrita de forma maravillosa, no la dejes de lado. Por mi parte, espero tener más oportunidades de leer a Claude Seignolle.

 

 

SEIGNOLLE, Claude. Marie la Loba. Introducción de Lawrence Durrell; traducción de Manuel Serrat Crespo. Palma de Mallorca: José J. de Olañeta, Editor, 2000. 136 p. Torre de Viento; 5. ISBN 84-7651-820-X.