martes, febrero 23, 2010

La capitana de la «Lady Letty», de Frank Norris (1898)


El escritor norteamericano Benjamin Franklin Norris (1870-1902) es conocido por ser uno de los máximos abanderados del naturalismo según Émile Zola en los Estados Unidos. Su novela McTeague (1899) tal vez sea su obra referencial, al menos en cuanto a popularidad, pues en ella basó el director de cine Erich von Stroheim la monumental Avaricia (Greed, 1924), sin duda una de las películas más duras, amargas, sórdidas y feroces que jamás se hayan rodado nunca, por no decir la que más. Ahora parece que anda olvidadilla, pero el mundo del cine también se mueve por modas y figuras de culto de temporada, por lo que no hay que hacer mucho caso a si una película deja de figurar en todas las listas o si aparece en ellas.

La capitana de la «Lady Letty» (1898) da comienzo narrando una práctica habitual de la época: Ross Wilbur, un pizpireto jovenzuelo de la alta sociedad de San Francisco, es drogado, raptado y vendido como marinero al capitán del barco Bertha Milner. Así es como reclutaban a su tripulación algunos capitanes. Esta práctica no era exclusiva de barcos que se dedicaban a negocios cuestionables o directamente punibles. La Marina Inglesa recurría a ella con regularidad. En fin, de esta forma tan poco romántica se ve el joven Wilbur a bordo del Bertha Milner junto a seis chinos de aspecto y conducta asilvestrada, siendo Charlie, el cocinero, el cabecilla e intérprete de éstos, y un capitán que deja a los chinos como damas de la alta sociedad, el tremebundo Alvinza Kitchell.

Aunque la historia bien podría haber tenido un enfoque dramático, Norris no abandona hasta el final un sano sentido del humor, un optimismo contagioso que frente a las mayores desventuras antepone el espíritu aventurero tanto de la narración como el del propio Wilbur, que antes de lamentarse por su situación se adapta rápidamente, sufriendo sin concesiones la dura vida de un marinero en una goleta tripulada por salvajes bajo el mando dictatorial de un capitán medio loco, sí, pero maravillándose de continuo ante la belleza inconquistable del mar. El capitán Kitchell descubrirá pronto que su Lirio del Valle, así llama a Wilbur, su señorito adinerado y finolis, es un joven inteligente: un aliado en sus aventuras y tropelías, un segundo de a bordo perfecto. Eso sí, siempre dispuesto a partirle la nariz si es preciso a la mínima impertinencia. Así se describe a sí mismo el capitán: “-(…) Escucha, hijo- continuó, plegando rápidamente el catalejo y metiéndolo en su estuche-, me llamo Kitchell, y soy un auténtico cerdo- fue subrayando las palabras con el índice levantado, brillantes los ojos-. C.E.R.D.O., muy bien deletreado: Alvinza Kitchell, noventa y nueve y yo suman un centenar de cerdos. Soy un cochino con ambas patas dentro del abrevadero, antes, después y siempre. (…). Supongo que soy un carroñero del mar por naturaleza más que por otra cosa.” (p. 64)

La narración se va desarrollando así en este tono de aprendizaje aventurero salvajuno hasta que se encuentran con un fantasmal barco abandonado, el Lady Letty. Cargado de carbón de antracita, el cual al calentarse desprende un gas mortal que provoca que el barco arda sin llama y lo esté reventando. Y allí, en la nave moribunda, entrará en la historia el personaje que convertirá esta entretenida novela en una experiencia sensacional: la intrépida, solitaria y salvaje Moran.

A partir de su llegada, la novela entra en un tramo apasionante en el que se suceden terroríficas tormentas, barcos tragados por las aguas, sucesos extraños e inexplicables dignos de William Hope Hodgson, piratas malayos despiadados en acción, disparos, machetazos, ojos invadidos de codicia… y una arrebatadora historia de amor. Y como marco para todo ello, la despiadada y salvaje pesca del tiburón, del cual sólo interesa su hígado para hacer aceite, por lo que el resto del cuerpo, una vez pescado y abierto en canal, es devuelto a las aguas como un pecio macabro.

Pero es la nórdica Moran el carácter que nos arrastra y nos impide dejar de leer la novela hasta el final. Una de las muchas veces en que ella y Wilbur se dan de cara con la muerte, la joven le susurra: “-Formamos una pareja muy rara para morir juntos.” (p. 104) Muestra esta frase de todo su espíritu único, valeroso, irrefrenable: ante la muerte, sólo revela este pequeño sentimiento de sorpresa, quizá perplejidad.

La salvaje Moran carece de piedad en la lucha. Apresan a Hoang, un capitán de desastrados y horripilantes piratas, y para hacerle hablar Moran no duda en torturarlo de manera en verdad espantosa. Moran pide una cuerda y una lima y, en fin, comprobad vosotros mismos: “Trajeron la cuerda y a pesar de los esfuerzos de Hoang y de retorcer el cuerpo enérgicamente, la lima fue introducida en su boca y le ataron las mandíbulas pasando la cuerda sobre su cabeza y por debajo de la barbilla. Unas cuatro pulgadas de lima salían por entre sus labios. Moran la cogió por el extremo y la fue sacando por entre los dientes del carroñero, luego, lentamente, volvió a insertarla dentro.” (p. 125) A ver quien se queja ahora del dentista, amigos.

Para el final Frank Norris abandona su estilo sencillo y directo para adoptar un tono más poético acorde con una idea que, a pesar de su tristeza algo convencional, es bonita. Pero no está del todo conseguido. Se precipita un tanto y todo queda algo forzado, no logra alcanzar el tono mítico que pretende, aunque por momentos llegue a rozarlo. Y quizá eso sea suficiente. Por desgracia el amor pone a nuestra admirada Moran en su sitio. Hubiera sido magnífico que el hecho de descubrir su corazón no la transformase tanto.

En lo que a este espectro se refiere, se queda con la idea de que toda la peripecia termina en nada. Se ha estado avanzando para volver al punto de partida. Más sabio, sí, pero Wilbur retornará a su apagada vida de señorito rico de ciudad. Atrás para siempre quedará su aventura increíble con la más apasionante mujer que jamás conocerá: Moran de la Lady Letty.

NORRIS, Frank. La capitana de la «Lady Letty». Edición y notas de Alberto Laurent; traducción de Miguel Giménez Saurina. Barcelona: Abraxas, 2002. 187 p. Narrativa del mar. ISBN 84-95536-76-5.

sábado, febrero 13, 2010

El hombre del sombrero, de Alexander Lernet-Holenia (1937)


Instigado por un comentario del sabio Abuelito, me lancé a la búsqueda, consecución y lectura de El hombre del sombrero, novela que Alexander Lernet-Holenia publicó en el año 1937. Y, ¡oh, amigos!, haciendo honor a su excelente criterio, me encontré con una obra mayor del escritor austríaco, una verdadera joya que me ha emocionado, divertido y mantenido en tensión los días que ha durado su lectura. Ojalá hubieran sido más.

El relato da comienzo con uno de esos encuentros fortuitos que dan origen a las mejores historias… en la ficción. En un casino de Budapest, primero, perdiendo dinero a espuertas, el narrador inicial se topa con nuestro héroe, Nikolaus Toth. Y una segunda vez, de manera más casual aún, en un accidente de coche. El carácter notablemente caballeroso de ambos, en unos tiempos en que éste comienza a ser un bien escaso, creará una mutua simpatía entre ellos. Y así, Nikolaus abrirá su corazón y se convertirá en el narrador de una increíble aventura.

Nikolaus, desterrado por su padre en un perdido pueblo húngaro tras mandarlo a una empresa comercial, esto es, dejarlo allí sin dinero para volver como castigo por una vida algo disipada y alegre, con la esperanza de que el tener que enfrentarse a la vida sin el dinero de papá lo haga valorar un poco lo que significa el esfuerzo de ganarlo y que vuelva al redil. Pero lo único que aprende Nikolaus es que sin dinero y sin darse aires de tenerlo no se va a ninguna parte. Hasta que entra en escena un extraño personaje, fascinante y vividor a partes iguales, que a todos engatusa con sus amables pero altivas maneras, llamado Clarville. Adoptando una exagerada pose señorial es como consigue vivir con todos los lujos a crédito, ante la sorpresa, es muy joven, de Nikolaus: “Con el entrecejo fruncido pensaba en el modo de obrar de cierta gente que, tratada con altivez, se mostraba servicial en todo, pero que enseguida se echaba encima si uno tenía la debilidad de mostrarse amable.” (pp. 29-30)

Clarville pronto se mostrará tan esquivo con su pasado como interesado en contar con la ayuda de Nikolaus en la empresa que lo ha llevado hasta aquellos perdidos páramos: nada más y nada menos que la búsqueda de la tumba de Atila y el fabuloso tesoro con él enterrado. En la voz de Clarville se mezclan ecos de lejanas leyendas nórdicas que perviven, ocultas pero fuertes, en el presente. En su destierro campestre, Nikolaus se ve así arrastrado a un mundo mítico tan antiguo como la tierra que pisa y tan fantástico como el fantasma que aterroriza a los campesinos de los alrededores.

En la búsqueda, como es habitual en Lernet-Holenia, lo real y lo fantástico se confunden con prodigiosa naturalidad, consiguiendo que lo increíble nos resulte lo más natural. Así la entrada en escena de Marika, una joven húngara tan hermosa como extraña, salvaje, un hada de los bosques, la bruja de la estepa en contacto con lo sobrenatural, acogida en un motel por sus dueños en el que trabaja haciendo de displicente criada. Nikolaus quedará prendado de ella, por supuesto, dando lugar a una en verdad emocionante historia de amor.

Historia de amor que también es un poderoso relato de aventuras, bandidos (betyares) incluidos, de humor, de espectros (el del mismo título) y aparecidos (los que ve Marika), de búsqueda de una fabulosa tumba que tal vez más que llena de tesoros se encuentre atestada de muertos, y que apunta, sin explicitar jamás, pero sugiriendo con fuerza, el tema del doble. Es más, como en la posterior Las dos Sicilias, abriendo la posibilidad de que ese doble tal vez sean tres.

El destino ineludible, la muerte, el pasado siempre preferible al presente, la realidad como un pozo infecto en el que se ahogan nuestros sueños y lo irreal como la única forma de enfrentarse a la vida serán los pilares fundamentales que sustentarán esta apasionante novela. En definitiva, los temas recurrentes de su autor, aquí destilados con un maravilloso sentido del humor que nos hace pensar en ese otro gran escritor que es Leo Perutz. Un mismo sentimiento parece impulsar la obra de Perutz y esta El hombre del sombrero de Lernet-Holenia.

“-Ya me di cuenta desde el principio- dijo. –Sólo que no quería reconocerlo. No me gustaba la verdad. Siempre ha sido mi debilidad que la verdad, la realidad, no me haya gustado, se lo confieso…” (p. 201) Maravillosas y terribles palabras del gran Clarville. Epítome de una novela en verdad, ésta sí, fantástica y sobrecogedora en su sencillez.

LERNET-HOLENIA, Alexander. El hombre del sombrero. Traducción de Annie Reney. Esplugas de Llobregat (Barcelona): Plaza & Janés, Ediciones G. P., 1976. 252 p. Reno; 518. ISBN 84-01-43518-8.

miércoles, febrero 03, 2010

Las dos Sicilias, de Alexander Lernet-Holenia (1942)


El escritor austríaco Alexander Lernet-Holenia (1897-1976), bajo la apariencia de un relato de misterio ambientado en los grandes salones de la Viena de 1925, nos ofrece en realidad en su novela Las dos Sicilias (1942) esas reflexiones acerca de la muerte tan propias de él, esa insistencia entre maravillosa y tétrica en llevarnos siempre a dar un paseo por el otro lado de la existencia.

Uno de los personajes, el estrambótico y parlanchín Gasparinetti, tan lleno de secretos, como si su cháchara interminable sólo fuera una cortina de humo tras la que ocultarse a la perfección, hará una declaración de principios que suponemos susurrada al oído por el propio autor: “Hay quien sostiene que es la vida real la que nos cuenta las historias más interesantes. Pero esta afirmación es una perogrullada, como toda afirmación general. Por mi parte, me parece más bien que lo que llamamos realidad, además de ser desagradable, carece por completo de interés. En general, la vida comienza a hacerse interesante en el momento en que se hace irreal; y las narraciones más perfectas son aquellas que, poseyendo la mayor verosimilitud que pueda darse, alcanzan el máximo grado de irrealidad.” (p. 25) Y ya está, amigos. Así de sencillo. Lernet-Holenia acaba de contarnos el secreto de su estilo. Y sin ceder un ápice de su magia al desvelarlo.

En esta ocasión, sus personajes sufren repentinas visiones, son trasladados en trance a otro mundo, un poco a la manera, más por encontrar un referente que por un parecido real, de Arthur Machen. Ambos anhelantes de un pasado glorioso, mítico, Machen fascinado por él, reviviéndolo en el triste presente, Lernet-Holenia convencido de su fugacidad, de ser algo irrecuperable ante lo que sólo podemos retrotraernos gracias al recuerdo, con un presagio de muerte y descomposición. En ambos la misma sensación de fragilidad, de realidad rota por un atisbo del más allá.

Todos estos personajes parecen levitar en la neblina, vivir en una ensoñación caminando por un limbo que prefigura la muerte. El pasado extiende sus brazos abrazando el presente y engulléndolo. Da la sensación de que no se avanza, sino de que se retrocede, atrás y más atrás en los años y los siglos, y así los miembros del regimiento Las dos Sicilias viven atrapados en una rueda que asemeja ser la del no existir en esta realidad. Son espectros paseándose por los extintos restos de un pasado tan luminoso como fúnebre.

Las digresiones sobre la muerte, lo efímero de la vida y la permanencia de aquello que nos ha pertenecido, que nos representa con más fuerza que nuestra propia existencia, son continuas, teñido todo con una melancolía a todas luces (aunque acertaría más si escribiera “a todas sombras”) enfermiza. Esto hace que la trama principal pierda fuerza, aunque también le lleva a uno a preguntarse cuál será en realidad esa trama, si la narración del destino fatal de los soldados del regimiento Las dos Sicilias o bien las mismas digresiones.

Demasiado etérea y dispersa para ser una novela de misterio de pleno derecho, también resulta demasiado reflexiva y explicativa para ser una novela fantástica, si bien toca ambos géneros. En realidad, todas sus ensoñaciones, su trama de crímenes en cadena, el lío tremendo con el tema del doble (más correcto sería afirmar “del triple”), todo ello sirve para que Lernet-Holenia nos hable en verdad, en tono fantasmagórico, de sus temas predilectos: la muerte y el paso del tiempo.

LERNET-HOLENIA, Alexander. Las dos Sicilias. Traducción de Alberto Luis Bixio. Madrid: Espasa Calpe, 2003. 245 p. Línea de sombra. ISBN 84-670-0462-2.