jueves, junio 12, 2014

Siniestra obsesión (1963), de Peter Debry



Pedro Víctor Debrigode Dugi (1914-1982), nombre real que se oculta tras el seudónimo de Peter Debry, está considerado uno de los padres de la novela negra en España. Aunque como todos los autores de novela popular que vieron nacer sus obras dentro del mundo de los bolsilibros practicó todos los géneros literarios habituales en este tipo de publicaciones, fue precisamente este en el que destacó y el más reivindicado por sus seguidores. Si bien algo desconocido comparado el suyo con otros nombres de lo que podríamos llamar el pulp hispano, sí que goza de muy buena reputación. Nunca había leído nada de él y fueron precisamente los elogiosos comentarios a diversas novelas suyas lo que me ha animado a leer esta Siniestra obsesión (1963), la cual prometía no solo una incursión en los pantanos del noir sino también en los del fantástico desde esa portada que muestra una chica no se sabe si asustada o encantada ante la presencia de un relamido heredero del conde Drácula. Y un poco de todo esto hay, pero quizá no sea al final esta la mejor de sus novelas. No me ha gustado nada, en algunos tramos hasta diría que me ha disgustado sobremanera, pero no me rendiré con él. Un autor que llegó a tener una media de publicación de una novela a la semana es normal que no siempre acertara. Y aquí hemos dado sin dudar con una de las fallidas.


Siniestra obsesión mezcla muchas cosas, y todas mal. Si presenta detalles de la novela negra más clásica, sobre todo en algunas características de los tipos que aparecen a lo largo de sus páginas, en esencia debe más al relato tradicional de misterio a lo Agatha Christie, el consabido whodunit o vete a saber quién cometió de verdad el crimen, entreverado todo ello con una historia de vampiros que no puede resultar más desubicada. Y esto debido a las formas de Debry, que es incapaz de provocar la más mínima inquietud ante las apariciones se supone que terroríficas y espectrales pero narradas sin brío, recurriendo al tópico más trillado y sin la más mínima capacidad de crear una atmósfera creíble. Los ataques vampíricos son narrados de forma rutinaria, todo muy circunspecto y sin el más mínimo sentido del humor a falta de capacidad de inquietar al lector. Se pelean más que se funden entre sí la trama pretendidamente fantástica con la criminal, resolviéndose esta mucho antes ofreciendo un final cuando aún tenemos por delante un buen montón de páginas, mostrando así una tremenda descompensación. Ambientada en Inglaterra, sus personajes no pueden utilizar un lenguaje más castizo. No hay forma humana ni vampírica de que estos nos resulten simpáticos, y eso que Debry recurre al modelo de Erle Stanley Gardner con sus Perry Mason y Paul Drake, como el mismo autor reconoce en un bonito gesto en la página 27, para darles una curiosa vuelta. Lástima que también acabe desaprovechando esto. Debry se esfuerza pero no hay manera.


Nos acercamos al final y pasamos entonces a tener más de treinta páginas explicando el soporífero embrollo con el consabido truco de reunir a todos los sospechosos en una habitación. Un rollo anticlimático y pesado, bien es cierto que ya no esperaba nada una vez había llegado hasta aquí, plomizo y sin interés que da la sensación de alargarse hasta el infinito. El fiscal protagonista nos explica el lío y no pueden resultarnos más indiferentes sus palabras. Todo deviene en explicaciones racionales de lo más chusco (un Scooby Doo en toda regla) pero en un tono de seriedad escalofriante. Y eso que la resolución a cómo se hacían pasar por vampiros los malos de la función podría haber dado lugar a unos momentos francamente divertidos y delirantones con esas explicaciones tan chorras: que si proyecciones cinematográficas en la pared con un tubo proyector, lo que quiera que esto sea, un palo en cuyo extremo se ponen un par de agujas y a través de un agujero en la pared se llega al cuello de la víctima… En fin, perdonad que os las cuente, pero es que así la cosa parece que promete, pero no. Ha sido este un primer contacto con Debry de lo más decepcionante. Por tópico, aburrido, contenido y gris hasta la somnolencia.


En la contraportada tenemos el nº 1519 de un coleccionable dedicado a las estrellas de Hollywood, con una esplendorosa Rita Hayworth de la que se especifica su nombre hispano original. Debajo de esta líneas, el anuncio habitual que se solía incluir en estas novelas publicitando otras obras. Siempre las temáticas románticas y del oeste dominantes frente al resto. La colección Punto rojo, de la que Siniestra obsesión es su número 54, estaba dedicada al crimen, el misterio y el terror, todo en un mismo bloque pues todavía eran fechas tempranas en el régimen para mostrar de manera abierta una colección con una cabecera de terror.  




DEBRY, Peter. Siniestra obsesión. Barcelona: Bruguera, 1963. Punto rojo; 54. 121 p.      

martes, junio 10, 2014

La cara del hombre de Saturno (1933), de Harry Stephen Keeler



Jimmie Kentland es un joven periodista del Sun, el único periódico socialista de Chicago, en el cual lleva trabajando solo una semana y ya ha recibido un ultimátum de su director pues le han pisado dos noticias: ¡debe encontrar una primicia en un plazo de siete días o será despedido! Así que aquí vemos a nuestro audaz reportero en busca de esa exclusiva que lo ayudará a conservar su puesto de trabajo. En fin, estamos en el habitual contra reloj con el que el genial escritor norteamericano Harry Stephen Keeler gustaba de embarcar a los protagonistas de sus novelas. La trama se convierte así en un desesperado correr de aquí para allá buscando una solución a lo que sin remedio se acabará convirtiendo en un lío endiablado. El pobre Jimmie se encontrará con que no solo en esta ocasión deberá luchar contra el tiempo a lo largo de las páginas que se sucederán, pero sabemos que todo alcanzará un desenlace feliz. Eso sí: los múltiples caminos por los que discurrirá su vida en los dos o tres días durante los cuales se desenvuelve la historia nos resultarán tan inescrutables como sorprendentes. Tendremos un asesinato imposible con un persa atravesado por una lanza, traficantes de drogas, una oscura trama de chantaje, espionaje, venta de planos y alta traición y los personajes raros típicos de nuestro autor.


La cara del hombre de Saturno (The Face of the Man from Saturn, 1933) pertenece a la época en la cual Keeler publicaba sus novelas en la editorial Dutton, más de una década (de 1927 a 1942) que constituye su etapa de mayor éxito como escritor. La verdad es que ignoro si fue mucho o poco, pero desde luego sí más que el que logró entrados ya los 40. La trama en esta ocasión, aun liosa con ganas, no es tan enrevesada, descabellada y delirante como en otras de sus obras, pero eso no impide que sea disfrutable al máximo y que nos vayamos a librar de la consabida dosis de delirio. La primera vez que la leí me dejé llevar por el título y pensé que el bueno de Keeler se había lanzado con la ciencia ficción, y no es así. Bueno, no y sí, porque en mitad de la novela incluye un relato, siendo esta otra característica de nuestro amado autor (el relato incluido podía ser suyo o a veces de su esposa, Hazel Goodwin, o bien tratarse de un poema o de más de un relato o…), que sí podríamos considerar perteneciente a este género, o al menos colindante con él: La extraña historia del dólar de John Jones. Un pequeño clásico de Keeler cuya inclusión está justificada en la trama, por descontado, pero bien es verdad que de esa manera tan keeleriana de que podría ser este u otro cualquiera. En fin, esta historia del dólar de John Jones es un cuento fantástico, en todas las acepciones del término, que da inicio el día 201 del año 3235 de la Era Cristiana. Es todo un destilado de las maneras de su autor, perfecto para conocer tanto sus virtudes como sus defectos, aunque la trama de puro delirante acaba siendo entrañable, con su estilo tan espeso como absorbente (ayudado sin duda por el estilo del propio traductor, el sempiterno Fernando Noriega Olea, sufrido y brillante porque vaya tarea tenía encomendada, sin duda difícil) y la tesis descabellada de su propuesta, que no es otra que la demostración del triunfo del socialismo a partir del ingreso de un dólar en el Primer Banco Nacional de Chicago en el año 1935. (Dos jóvenes autores de cómic españoles realizaron una curiosa adaptación de este relato. Fue publicado en el número 74 de abril de 2010, AQUÍ, del imprescindible boletín Keeler News. Nos comentan que andan ahora mismo enfrascados en una nueva versión del mismo que completará un álbum de historietas dedicadas al maestro).

Aunque el premio al momento alucinógeno made in Keeler se lo lleva esa descalabrante idea de que París se encuentra rodeada de campos minados para protegerla, en caso de guerra, de ataques por tierra. Estas minas se pueden hacer estallar desde unas estratégicas cámaras de explosión ocultas, las cuales serán el detonante, valga la redundancia, del lío de traición y extorsión al que asistiremos estupefactos debido al tejemaneje que se traen los aviesos malvados de la función con sus planos. Premio repartido ex aequo con la nota incluida en la página 163: un aviso al lector que insta a que nos detengamos e intentemos solucionar el enigma planteado en la novela. No hace falta avisar de que ni os molestéis en intentar esclarecer ni tan siquiera la más exangüe línea de la trama, pues resulta del todo imposible adivinar nada porque, de manera literal, faltan todos los detalles, los cuales Keeler nos empezará a desvelar justo después de este aviso.      


Aunque se multiplican las coincidencias increíbles en su desenlace, como no podía resultar de otra forma leyendo a quien estamos leyendo, no deja de ser una novela “de las más normales” de Keeler en el sentido de que no cae en las digresiones comunes en él. Va al grano, no se desvía de la trama principal ni un ápice (ya sabéis qué quiero decir: hay digresiones, claro, pero sin disparatarse, lo cual no necesariamente es un punto a favor…) y cumple con el final feliz de rigor. La acción se concentra en Chicago, el Londres americano, su panel de juegos favorito, y la trama, como he indicado, es sencilla y está bien hilvanada, no resultando tan enloquecida como, por ejemplo, la hace poco comentada Enbusca de X-Y-Z. Digamos pues que La cara del hombre de Saturno es una novela de misterio más convencional sin dejar de ser una novela de Keeler. Kentland es el protagonista ultratípico en sus obras, un periodista buenazo y bienintencionado con enormes apuros económicos que se ve envuelto en un lío endiablado sin saber cómo y que tiene el tiempo contado para no ser arrastrado por la desgracia definitiva. Keeler mismo fue editor de una revista, 10 StoryBook, y conocía bien los entresijos de este mundo. 


Portada tomada de la excelente página Acotaciones de un lector de folletines.


 Portada tomada de la simpar página Harry Stephen Keeler Society.

KEELER, Harry Stephen. La cara del hombre de Saturno. Traducción de Fernando Noriega Olea. Madrid: Instituto Editorial Reus, 1946. 261 p.