lunes, septiembre 16, 2019

El pueblo del Polo (1907), de Charles Derennes



Charles Derennes (1882-1930) es un escritor francés que gozó de prestigio a principios del siglo XX gracias a su extensa obra cimentada tanto en su faceta narrativa como poética. También brilló en el terreno del ensayo y como periodista, si bien a día de hoy no sea su nombre tan recordado como su esforzado éxito hiciera prever en el pasado. El pueblo del Polo (Le peuple du Pôle, 1907) es una de sus novelas más recordadas debido en parte a la recuperación que de ella hizo en el año 2008 el autor británico de ciencia ficción Brian Stableford, quien la tradujo al inglés. En español nos la acercó Javier Martín Lalanda en la colección Última Thule, colección a la que es imposible no tener cariño pese a que esté mitificada en exceso, quizá sobre todo debido a la dificultad de encontrar los libros que la componen a un precio que no sea un absoluto disparate en el mercado de segunda mano. La fascinación por los descubrimientos, la aventura, la ciencia como clave del progreso y evolución humanos serán los ejes creativos de este libro deudor en gran parte de la obra de un compatriota de Derennes, el gran Jules Verne, no solo por su gusto en el detalle a la hora de narrar la preparación del gran viaje que conformará el corazón de esta novela, sino también en la suave deriva fantástica que esta tomará en sus principales pasajes. Aunque queda lejos de su modelo, Derennes construye con emoción e interés este viaje a los desconocidos, por entonces, y misteriosos hielos que también deslumbraran a Verne.


Louis Valenton es miembro del Instituto y profesor del Colegio de Francia, un científico y viajero que ha hecho un sorprendente descubrimiento en el norte de Asia: el esqueleto de una especie desconocida a la que ha bautizado antroposaurio, seres presumiblemente inteligentes que evolucionaron de los saurios en una línea diferente al hombre, convirtiéndose quizá en rivales de este y exterminados en su lucha por la preeminencia de la especie. También ha encontrado un manuscrito dentro de un bidón conservado en el hielo que narra una historia increíble. Este manuscrito, publicado por el imaginario autor del Prólogo de El pueblo del Polo, amigo de Valenton y receptor de su descubrimiento, es el libro que vamos a leer. También vemos aquí ecos de Edgar Allan Poe como los había siempre en la obra de Verne. Así conoceremos a los dos protagonistas de esta aventura. El primero de ellos es Jean-Louis de Vénasque, el autor del manuscrito mentado y bajo cuyas palabras seguiremos la aventura, un soñador de alma viajera prisionero de una vida rutinaria de la que anhela escapar, huir de la realidad que le ha tocado afrontar. Y que encuentra su alma gemela en el ingeniero Jacques Ceintras, el otro gran protagonista de la aventura, el cual sueña con la conquista del aire y con alcanzar el distante Polo Norte en un globo dirigible.

En 1907 el Polo Norte aún no había sido descubierto, no sería hollado por el hombre hasta el año 1968, y por entonces no solo era objeto de múltiples expediciones científicas sino también el depositario de misterios y leyendas que lo convertían en una de las grandes cimas inalcanzables de la Tierra. El país que lograra alcanzarlo se llevaría la gloria de su hazaña en un momento en el que los nacionalismos buscaban a la desesperada logros con el que dar fuerza a sus jóvenes existencias. Como curiosidad, sería en el año 1926 cuando por primera vez se sobrevolaría el Polo Norte, y se hizo en dirigible, lo cual convierte la novela de Derennes en una curiosidad visionaria, una obra de anticipación científica al estilo de las que tantas nos dejó Verne. Aunque no es por esto por lo que resultan tan brillantes hoy en día, sí es hermoso recordarlo.


Los buenos de Vénasque y Ceintras comparten pues la pasión y la felicidad de tener en común un sueño que además es doble: el de la exploración y el de los hallazgos científicos. Sin embargo, pronto surgen los problemas. Tienen el mismo sueño, es cierto, pero difieren en el modo de llegar a él, el camino que se debe tomar para hacerlo realidad. A Ceintras lo posee el afán de la celebridad y la gloria personal y lo domina un insufrible carácter bipolar que los lleva a mantener una mala relación que solo subsiste por el ya empeñado viaje al Polo. La narración se detiene en la evolución de una enemistad que se resiste a declararse por el interés de ambos viajeros en que no llegue a mayores. Y también en la preparación y primeras etapas del viaje, que se desarrollan con rapidez cumpliendo con precisión todas las previsiones. Hasta llegar al reino de lo desconocido, allí donde la nieve y el frío desaparecen retando toda lógica y una vegetación imposible se alza allá donde solo cabrían los eternos hielos: “(…), después de haber deseado ardientemente contemplar prodigios, temblaba mientras me acercaba a ellos” (p. 61).

Estos prodigios se suceden de manera casi instantánea nada más alcanzar las lindes norteñas, páginas en las que Derennes da lo mejor de sí desatando su imaginación y anegando nuestras pupilas de maravillas sin fin. Pero pronto el dirigible es atraído a tierra y el viaje encontrará una brusca interrupción. Quedarán atrapados en una extraña región, un lugar donde la luz es uniforme y no provoca sombras (nuestros héroes, como tantos personajes que han pactado con el Diablo, carecen así de sombra). Allí tendrán el gran encuentro final, el inaudito descubrimiento que por desgracia vendrá acompañado por la locura de Ceintras. El pueblo del Polo se convierte entonces en una novela de “tierra perdida” en la que nuestros dos aventureros tendrán que desentrañar las costumbres de un extraño pueblo que vive en pasillos subterráneos y que desconfía de los hombres. No es para menos, pues Vénasque y Ceintras cada vez se llevan peor y su modo de proceder llena de espanto y terror a unas criaturas cuyo aspecto es, a nuestros ojos, monstruoso. 

Derennes impregna de amargura y desesperanza el tramo final de su novela. Los humanos solo llevamos el mal allá donde llegamos. Tantas maravillas solo sirven para generar el deseo y la ambición de la posesión y el poder. Derennes no confía en que el hombre sea capaz de buscar la paz y el entendimiento con una especie inteligente distinta. Los toques de narrativa utópica devienen en pesadilla egocéntrica y ciega. Y para rematar, en un giro final se nos recuerda que lo que estamos leyendo es obra de uno de los protagonistas, el cual perfectamente puede estar mintiéndonos con el objetivo de que sea él quien pase a la historia como el héroe del viaje. Son quizás los aspectos más conseguidos en la novela, de la que es obligado decir que no resulta tan brillante en el dibujo de los dos protagonistas, sobre los que se aplica una mirada quizá demasiado fría, tan lejana que nos distancia de sus errores y apaga un tanto la fuerza de sus propuestas: pareciera que el hombre quizá no sea tan estúpido como estos dos desatinados ejemplares cuando nada llama a la mínima esperanza en las palabras de Derennes. También resulta algo decepcionante la deriva de la historia, que acaba por abandonar el camino del prodigio para detenerse en las miserias de las peleas sin fin de Vénasque y Ceintras, a los que confieso que en más de una ocasión hubiera abofeteado con gusto de haberlos tenido delante. Bueno, si hubiera podido, porque vaya dos locos con una pistola en sus manos… El relato al fin se sume en la oscuridad y nos arrastra en su negrura sin apenas capacidad de remisión. Las luces se apagan y el sabor de la aventura deviene amargo. Y aquí, aunque como autor esté lejos de sus antecesores, es donde quizá Derennes es más Poe y menos Verne, sin dejar nunca de ser ambos.


DERENNES, Charles. El pueblo del Polo. Introducción y traducción de Javier Martín Lalanda. Madrid: Anaya, 1994. 167 p. Última Thule; 13. ISBN 84-207-6267-9.   


viernes, septiembre 13, 2019

René Daumal: quemado por la vanguardia


“Resulta muy tentador, cuando se cuentan acontecimientos pasados, poner claridad y orden donde no había ni lo uno ni lo otro.” (La gran borrachera, p. 31)

El escritor francés René Daumal (1908-1944) dedicó gran parte de su vida a la búsqueda de lo Absoluto, una quimera propia de un espíritu soñador para la cual siguió caminos bien terrenales: las sustancias psicotrópicas y el alcohol. Ni fue el primero ni será el último en esforzarse en hallar las musas de la creación y de la revelación de esta forma. Su viaje fue un fracaso absoluto, con el resultado de su salud destrozada y alcanzar la muerte enfermo de tuberculosis. Solo al final de su existencia se apercibió de lo fútil de este camino y emprendió el de la religión, el del pensamiento hindú y las creencias que por entonces difundía el iluminado maestro Gurdjieff. No es que le fuera mejor, pero al menos su cuerpo encontró un breve descanso que no pudo disfrutar pues la enfermedad ya lo había convertido en su presa. En sus años de juventud escribió poesía, fundó una revista (Le Grand Jeu), formó el grupo vanguardista “Los Simplistas” y se enfrentó de manera encendida con André Breton y los surrealistas. Marginal entre los marginales, Daumal se sumerge en las drogas y la bebida buscando “una realidad superior” que nunca encontrará. Desencantado de esta vía, escribirá en 1938 su novela La gran borrachera (La grande beuverie), en la que nos narra en sus dos primeras partes las formas de búsqueda que había emprendido, dejando para el final la constatación de su error y el inicio de un nuevo camino de iluminación. Todo esto queda esclarecido de manera excelente en el prólogo de Javier Bassa Vila, ¡Desconfiad del alcohol y de la literatura!, en la edición del libro por parte de la editorial Cabaret Voltaire, introducción eso sí que recomendamos leer después de la novela de Daumal.  


En La gran borrachera Daumal no solo exprime su devenir existencial, siempre enmarcado en una confusión, una marabunta de imágenes, lugares entrevistos, ensoñaciones con la fuerza de la realidad misma y una realidad que se despereza con la lentitud de la duermevela, adoptando las formas metafóricas, extravagantes y experimentales de los movimientos vanguardistas que habían revolucionado para no llegar a nada, tal como su propia experiencia le había enseñado, el mundo de la literatura. Personajes imposibles que van y vienen y hablan y beben: es el caos de la borrachera interminable, la lucidez etílica que no es sino una sarta de sandeces, un engañabobos monumental para creadores mediocres con ínfulas artísticas. Daumal se muestra sensacional en su conjunción de fondo y forma, en muchos momentos deudor de su admirado y genial Alfred Jarry: es más importante cómo nos narra sus aventuras, todas ellas enmarcadas en el transcurso de una noche y el amanecer siguiente a ella, que lo que de manera directa nos cuenta, pues por ese cómo descubrimos el qué y su porqué. La segunda parte de la novela, Los paraísos artificiales, es un paseo simbólico por el horrendo y falso mundo de los Evadidos, los que ya no beben, atrapados sin ser conscientes de ello en la convención y el auto engaño. Este viaje le sirve no solo para hacer una dura y burlesca crítica de la sociedad, sino también del mundo vano y vacío de los artistas, que contrapone con los verdaderos, que serían aquellos que no viven allí y que además no son bienvenidos. En el mundo de las mentiras, la verdad está exiliada. Las camarillas “artísticas” son atacadas de manera certera y sin piedad: pintores, poetas, críticos, novelistas, escultores, cineastas, actores, arquitectos, políticos, científicos, religiosos… Todos caen ante su guadaña, pero no de forma gratuita: solo la sufren aquellos entregados a lo falso o a objetivos espurios. Es cegador descubrir cómo su crítica es válida para nuestros días de la misma forma y con la misma fuerza que entonces lo fue para los suyos. Pero Daumal no se sienta a despotricar de los demás desde su poltrona, es demasiado inteligente para esto, sino que se reserva un capítulo para sí mismo, es responsable y consecuente: ve los grandes defectos en los otros, pero no elude desnudar los suyos. Las búsquedas artificiales de la felicidad o de la inspiración a través de ideales inventados o las drogas suponen para Daumal otra falsedad orquestada por los mercaderes de armas, opio y cocaína. Una quimera a la cual arrojar a los jóvenes para exterminar los excedentes de humanos. 

“Todo esto era tan aburrido, tan poco consistente, y yo estaba tan al margen de todo que ni siquiera intenté ponerme de pie, ni agarrarme, así que me encontré de repente al borde del agujero de la trampilla, manteniendo el equilibrio en el filo, como una hoja muerta que espera el siguiente golpe de viento sin preocuparse de dónde vendrá. Y el siguiente golpe me hizo caer.” (La gran borrachera, p. 168)

El tramo final es absolutamente soberbio, con el protagonista tomando conciencia de esa gran casa-máquina en la cual él y nosotros vivimos, con la luz del sol brillando e iluminando el cielo tras la gran noche de la borrachera.


Su segunda y última novela, El Monte Análogo (Le Mont Analogue, 1944), quedó inacabada. Las ediciones francesas de la misma en Éditions Gallimard, en 1952 y en 1972, recogían todos los textos (sinopsis, un artículo, planes de trabajo y capítulos incompletos finales) que permiten que nos sea posible conocer su desenlace. Con un maravilloso aire a narración de aventuras en el más clásico estilo Jules Verne entremezclado con una simbología diáfana, sin afán de oscurantismo, Daumal nos dejó aquí una pequeña obra maestra que quizá provoque cierta frialdad al lector habitual de literatura fantástica debido a su truncado final, pero que hará las delicias de todos los amantes de lo raro y lo extraño. Y con un sentido del humor vital y contagioso que ya da apuntes desde su mismo título, pretendidamente grandilocuente y exagerado: El Monte Análogo: novela de aventuras alpinas no euclidianas y simbólicamente auténticas.

Todo comienza cuando el narrador recibe una carta entusiasta de un lector que ha leído un artículo suyo sobre el significado simbólico de las montañas en diversas culturas, religiones y mitologías, consideradas como una vía que une la Tierra con el Cielo, lo humano con lo divino. Fue publicado en La revista de los fósiles y, a pesar de haber transcurrido solo tres meses desde su publicación, él mismo ya lo había olvidado. El desconocido lector le propone, nada más y nada menos, una excursión a ese Monte Análogo, del que desde su cima se podrá observar el Universo desde una nueva perspectiva, al cual el protagonista hacía alusión en su texto. El autor de la eufórica misiva es Pierre Sogol, un personaje estrambótico y genial, y sin duda uno de los mayores aciertos de esta novela: uno de esos caracteres que, por medio de la fascinación y el asombro que provocan en el narrador, se contagia enseguida al lector. La presentación de Sogol es divertida y apabullante, digna de las mejores páginas de Verne, desde su permanencia en un monasterio herético hasta sus alucinantes inventos (el espejo que mire quien se mire en él se ve a sí mismo con cara de cerdo, por ejemplo, o el alucinante sistema instalado en su jardín con notas para recordar). La pasión de Sogol es la de entender, la necesidad de saber el por qué de las cosas, de ahí su pasión por no dejar de intentar alcanzar la cima del misterioso Monte Análogo. Este se oculta a la vista debido a una curvatura del espacio a su alrededor. Einstein, Eddington y Crommelin adaptados al más delirante y brillante relato fantástico.


Los títulos de los dos primeros capítulos (los del tercero y cuarto son más convencionales), y en especial los extensos subtítulos a la manera de las novelas antiguas, son geniales: suponen una descripción irónica y muy divertida de todos los acontecimientos que se narrarán en ellos, como un resumen en clave humorística. El coqueteo de Daumal con las vanguardias, sobre todo con el surrealismo, con el cual pronto chocó por la estrechez programática de André Breton y los suyos, y por su condición de poeta han provocado que su obra en prosa sea analizada siempre desde un prisma intelectual, cuando lo que precisamente más destaca y la convierte en inolvidable sea aquello por lo que sus exégetas menos lo aprecian: El Monte Análogo es una brillante, luminosa y magnífica novela de aventuras. Permite, cómo no, todo tipo de lecturas filosóficas, como por otra parte sucede con muchas otras obras del género, pero se olvida con frecuencia esta que, a mi gusto, es la que convierte esta narración inconclusa en una joya. Aunque el viaje se presenta en su preparación y desarrollo de una forma verista y detallada a la manera del genial Verne, la inclusión de unos inventos que bordean la ciencia ficción especulativa más naif rompe este tono ultra realista y nos mantiene en el terreno de lo fugaz y lo imaginario. Esto y el sistema de medición de la potencia del pensamiento humano de Sogol, una fruslería intelectual que se nos antoja entrañable porque viene de él. Si hubiera sido cualquier otro quien nos lo hubiese presentado de seguro nos habría parecido una banalidad insufrible.

El relato avanza con las sempiternas notas divertidas, así el nombre del barco de la expedición, que no es otro que Imposible, o bien, también siguiendo esa tradición de las novelas primigenias desde El Quijote, utilizando el recurso de introducir en el cuerpo de la narración principal un relato breve que sirve de entretenimiento, en este caso, a la un tanto aburrida tripulación mientras todos esperan encontrar la entrada al campo que rodea al Monte Análogo, ese que oculta la isla sobre la que se alza a los ojos de los humanos. “Esperar durante mucho tiempo lo desconocido desgasta el motor de la sorpresa.” (p. 91) Así la maravillosa historia de los hombres-huecos y la Rosa-amarga, que nos deriva de lleno al fantástico más desatado. Ya al pie del Monte, el más extraño vergel de la Tierra, nos encontraremos con el Puerto de los Monos, cuya fascinante población está formada por todos los descendientes de viajeros y marinos de todas las épocas que han ido llegando hasta allí buscando coronar el Monte. Algo de condenación, de penar eterno, subyace sin forma concreta pero de manera real en esa sociedad en la cual los guías de la montaña suponen el escalafón más alto de la misma. Los fenómenos ópticos y mecánicos imposibles se suceden: las cámaras no graban ni registran imágenes, el sol sale y se hunde por el mismo punto del horizonte… El hecho de dejar constancia de que entre los viajeros ha habido diversas pero naturales fricciones fruto de tener que compartir un espacio reducido, el del barco, es una prueba más del deseo de Daumal de nunca dejar de contar una historia de aventuras a la Verne pero desde la perspectiva más moderna de un autor de mediados del siglo XX. Como sucede con el clásico autor, su obra se presta también a múltiples interpretaciones filosóficas y religiosas, ya lo hemos comentado, pero no tienen por qué ser las únicas, puede que incluso ni las prioritarias. Están ahí, son el producto de la educación y las vivencias de ambos escritores, y como toda aventura las suyas también son historias de iluminación y crecimiento.


El Monte Análogo termina de manera abrupta en el capítulo cinco, justo en mitad de una narración que tiene como eje central el efecto mariposa. Daumal tenía previsto que constara de siete capítulos. Dejó cuatro completos y un quinto incompleto, pero por sus notas y guiones podemos conocer el resto de la historia. Se añaden además en la edición de Atalanta otros textos que se relacionan o en algún caso explican detalles de la obra, de los que destacaría unas líneas de gran belleza que escribió Daumal para presentar su novela. También se incluye un sensacional artículo, Unos cuantos poetas franceses del siglo XXV (1941), que es toda una genial muestra de otro tipo de ciencia ficción: el del ensayo sobre un tema imaginario o inventado. Daumal ofrece dos cosas: una burla despiadada de todas las escuelas y corrientes poéticas de su presente y un divertido retrato de cómo podría ser esa sociedad del futuro vista a través del original enfoque de analizar a sus poetas. En ambos casos, el autor sale triunfante. Lo cual presta mayor fuerza a su conclusión final: la verdadera poesía está allí donde no se habla de ella. Aunque Daumal la ha tocado con sus dedos en sus hermosas palabras finales.

En el epílogo de Clara Janés, curiosamente esta atribuye el final de la expedición de los “rajados” que no van en la de Sogol y el protagonista, esto es, la formada por los cuatro personajes iniciales que deciden no acompañar a nuestros héroes, al desenlace de la expedición de estos. Así pues ese viaje infernal a la codicia humana no es el que corresponde a los primeros, sino a los que abandonaron el camino desinteresado y puro de los protagonistas. El final ideado por Daumal está mejor explicado, y con más claridad, en la Nota preliminar de Alberto Laurent en la edición de la editorial Abraxas de la novela. El Monte Análogo es un clásico de la novela de aventuras y también de la ciencia ficción. Merece la pena compartir su fantástico viaje y perderse en las visiones de ese Monte misterioso e incomprensible que por momentos nos recordó al que se eleva en el corazón de esa otra obra magnífica y única que es Al otro lado de la montaña (La montagne morte de la vie, 1963) de Michel Bernanos.   

“Ahí, en ese pico, más puntiagudo que la aguja más fina, sólo está el que colma todos los espacios. Allá arriba, en el ambiente más sutil en que todo se hiela, solo subsiste el cristal de la última estabilidad. Allá arriba, en pleno fuego del cielo en donde todo se quema, solo subsiste el perpetuo incandescente. Allá, en el centro de todo, está el que ve cómo todas las cosas se consuman en su comienzo y en su fin.” (p. 139)




DAUMAL, René. La gran borrachera. Introducción, traducción y notas de Javier Bassas Vila. (Barcelona): Cabaret Voltaire, 2011. 195 p. Cabaret Voltaire; 27. ISBN 978-84-937643-8-8.

DAUMAL, René. El Monte Análogo: novela de aventuras alpinas no euclidianas y simbólicamente auténticas. Epílogo de Clara Janés; traducción de María Teresa Gallego. Girona: Atalanta, 2006. 177 p. Imaginatio vera; 6. ISBN 978-84-934625-5-0.

DAUMAL, René. El Monte Análogo: novela de aventuras alpinas no euclidianas y simbólicamente auténticas. Edición y traducción de Alberto Laurent. México D. F., Barcelona: Editorial Océano de México, Editorial Abraxas, 2001. 155 p. Fantasía. ISBN 970-651-491-0.