lunes, abril 28, 2014

Relatos de horror, selección 1 (1977)



No todo es lo que parece, no digo nada nuevo afirmando esto, pero es que no se me ocurre otra cosa contemplando la en verdad espantosa portada de este libro y su por el contrario excelente contenido: cinco relatos muy atractivos de los cuales al menos uno de ellos podemos considerarlo una obra maestra sin discusión. La recopilación está asignada al austriaco Kurt Singer, un escritor que además se dedicó a preparar bastantes compilaciones de relatos casi todas ellas dedicadas al género de terror. No he logrado encontrar nada referente al libro original, así que dejo como año el de la edición en español. En uno de los breves textos de presentación de cada cuento se hace una referencia a “nuestra anterior selección”, lo cual siendo esta la número uno nos deja algo confundidos. En fin, imaginamos que habrán tomado de aquí y de allá y hala, palante. No se indica nombre alguno aclarando quién o quiénes pudieran haber realizado las traducciones. Y para rematar, el libro se abre con una “Presentación” firmada por Carlo Frabetti que parece realizada con el piloto automático puesto, breve y escrita, da esa sensación, en menos tiempo del que cuesta leerla. Y es muy poco. Sin embargo, como ya he dicho, es una buena colección de narraciones fantásticas, lo de horror tampoco se ajusta con precisión a la realidad, y encima este libro fue un regalo. Así que le tengo cariño. Una de esas poquitas cosas buenas, que valen por muchas, que me ha dejado este solitario blog, pues gracias a él me obsequiaron con presente tal. Así que, estimada Pato, gracias por este (y otros) que llegaron hasta mí por ti.   


Venga, sequémonos las lágrimas y vayamos al lío. La antología se abre con El crepúsculo de los dioses (Twilight of the Gods), publicado en la revista Weird Tales en julio de 1948 y escrito por Edmond Hamilton (1904-1977) con ese estilo sencillo y conciso pero lleno de fuerza y expresividad tan propio de los mejores pioneros de la ciencia ficción forjados en las publicaciones pulp. Este es un relato muy bonito y emocionante que toma como base la mitología nórdica (Thor, Odín, Tyr, Surtr, Hela, Loki, el Puente del Arco Iris, Asgard…) para construir una historia que bien podría ser el origen de los famosos Relatos de Asgard, los cómics protagonizados por el Thor de Stan Lee y Jack Kirby desarrollados por este último, pura fantasía épica en ambos casos que nos gana sin remedio gracias a su compulsión fabuladora. Si el Thor de dichos cómics contaba con un alter ego en la Tierra, el doctor Don Blake, el Thor del relato de Hamilton tendrá el suyo propio, el oficinista Eric Wolverson, aunque no será del todo consciente de ello, un poco al estilo de tantos personajes pulp tipo los de Edgar Rice Burroughs o Robert E. Howard, que ocultan sin saberlo en su interior una personalidad casi mítica, un héroe o incluso, por qué no, un dios. La obra de Hamilton mantiene su fuerza intacta leída hoy, o al menos yo lo siento así. Quizá no sea el estilista más cuidadoso ni el narrador más fino, pero sabe cómo dejarnos sentados en la silla leyendo sin permitir interrupciones hasta que él decide que hemos llegado al final.


Los señores del reino de los muertos (Lords of the Ghostlands) es una aventura de Jules de Grandin y el doctor Trowbridge, los personajes creados por Seabury Quinn (1889-1969), publicada en el número de marzo de 1945 de Weird Tales. Es sabido que Quinn fue uno de los autores más populares de la revista y Grandin su creación más conocida. Aunque me suelen gustar sus relatos, aquí ya llevaba más de dos décadas escribiendo historias del detective francés de lo oculto y muestra todos los tópicos forjados en una investigación tras otra: bella joven en peligro que en algún momento aparece ligera de ropa, Grandin diciéndole al doctor que no lo acompañe que en esta ocasión (otra vez) habrá demasiado peligro, el doctor contestando de nuevo que le da igual e irá con él hasta el final reafirmando su amistad de colegas en la lucha contra el mal, esos indefinidos despertares en los que siempre uno está al lado del otro en la misma habitación… Y, cómo no, Grandin poniendo fin al problema con sus expeditivos modos. La trama en sí también discurre por caminos trillados: momia egipcia cuyo espíritu posee a una joven (esa bella que en algún momento habremos de ver medio desnuda) de hoy, parte de la narración contando los hechos del pasado en plan seudohistórico, venganzas de ultratumba… No brilla en demasía, aunque resulta agradable de leer, entretenida pero poco memorable.


Si Seabury Quinn era uno de los escritores estrella de Weird Tales, Maria Moravsky (1889-1947) supone todo lo contrario. Nació en Varsovia y emigró a Estados Unidos en 1917. Fue sobre todo poeta, e imprimía sus propios libros (esto de la autoedición no es una cosa de ahora) en una pequeña imprenta que tenía en su casa de Miami a la cual bautizó con el nombre de Fiction Farm. Fue una artista polifacética y su actividad se dividió entre diversas artes y entretenimientos que iban desde sus pretensiones literarias hasta el cultivo de café, vainilla y aloe vera pasando por la cría de patos. Sus incursiones en la prosa fantástica solo fueron una afición creativa más de las muchas que llamaron su atención y a la que se dedicó con pasión pero al tiempo sin exclusividad. Todo esto y más podéis leerlo en la entrada dedicada a ella en el fantástico blog Tellers of Weird Tales (AQUÍ). Su relato La ocupación de los hermanos verdes (Green Brothers Take Over) se publicó en el número de enero de 1948 de manera póstuma. Sus labores en la jardinería y el probado amor a las plantas de la autora resultan más que evidentes en este simpático relato en el cual “los hermanos verdes” se alzan en rebelión contra los humanos, como ya hicieran de igual manera los animales en la novela El terror (The Terror, 1917) de Arthur Machen. Quizá lo más curioso de esta historia sea el punto de vista adoptado, que no es otro que el de la anciana protagonista, algo que no es que sea el colmo de la originalidad pero que desde luego no suele ser lo habitual en un cuento de terror.


Allison V. Harding (1919-2004) tampoco es de las autoras más recordadas de Weird Tales. Sin embargo fue bastante prolífica y habitual en la revista desde 1943 hasta 1951, año este en el que deja de publicar. Su nombre real, aunque permanecen dudas, era Jean Milligan. Creó un personaje que llegó a protagonizar tres relatos: The Dump Man (el Pordiosero). Después de medianoche (The House Beyond Midnight) fue publicado en la revista en el mes de enero de 1947. Es un cuento simpático en el que una joven pareja que acaba de sufrir un accidente es víctima de una macabra equivocación. El sesgo fantástico de la misma nos lleva hasta una extraña casa habitada por los inquilinos más peculiares que cupiera imaginar. Harding mantiene el factor sorpresa acerca de quiénes son estos huéspedes y qué es lo que ha ocurrido en verdad con los recién casados protagonistas durante muy pocas páginas, tampoco es que se pudiera sostener mucho más pues se adivina enseguida, y la autora cambia el registro de intriga y misterio por una alocada y fúnebre persecución. No es nada del otro mundo, valga la mala broma, se echa en falta una atmósfera de ensoñación surreal más potente, algo que la historia parece reclamar y con lo que hubiera ganado en consistencia y en impresión fantástica, pero la opción de hacerlo todo más directo y físico tampoco desagrada.


Resulta curioso que esta antología formada por cuentos publicados en la revista Weird Tales durante el segundo lustro de los años 40 se cierre con una pequeña joya de principios del siglo XX: “Ellos” (‘They’) un relato de Rudyard Kipling (1865-1936) que apareció en la revista Scribner’s en agosto de 1904 e incluido con posterioridad en el libro Traffics and Discoveries del mismo año. En este volumen se incluía también el poema The Return of the Children (AQUÍ podéis leerlo en su idioma original), publicado justo antes del relato y de lectura imprescindible para entender qué pretendía contarnos Kipling en él. En este poema la Virgen María intercedía por los niños muertos para que pudieran ir adonde quisieran y no quedaran retenidos en el Cielo si ese no era su deseo, ante lo que Dios accede pues considera que ya han sufrido bastante como para Él retenerlos contra su voluntad. Con este poético prefacio, no incluido en este libro, nos queda más claro el simbolismo del relato de Kipling, más diáfano su significado. Josephine, la hija pequeña de Kipling, murió de una enfermedad en el año 1899. En “Ellos” queda reflejado todo este proceso de dolorosísima pérdida desde el desconcierto inicial y la ira y la rabia posteriores hasta la aceptación final, el adiós definitivo de su hija con ese beso furtivo que uno de los espectrales niños le da al protagonista en la palma de la mano a modo de despedida. Este ya nunca volverá allí, al hogar de los niños perdidos, una vez ha superado el trauma de la pérdida. No es un relato de terror pese a estar habitado por fantasmas. Todo lo contrario: es un viaje desde el dolor por la muerte de una hija aún niña hasta la resignación y la comprensión de que ahora está en un lugar mejor. Un simbolismo quizá fúnebre en algún momento, es inevitable teniendo en cuenta el luctuoso hecho y los sentimientos que Kipling trata de reflejar, pero que no deja de ser luminoso en su tristeza. Una manera insuperable de cerrar este libro que aquí nos deja sobrecogidos.

P. S.: nuestra gran amiga Couteau Bibliophile, el espíritu genial detrás del blog EN LA LISTA NEGRA, nos ha facilitado la procedencia de cada uno de los relatos que componen esta antología, todos ellos incluidos en recopilaciones orquestadas por Kurt Singer. ¡Mil gracias!

- Weird Tales of the Supernatural (1966): Twilight of the Gods, Green Brothers Take Over.
- Kurt Singer’s Ghost Omnibus (1967): The House Beyond Midnight.
- Kurt Singer’s Second Ghost Omnibus (1967): Lords of the Ghostlands.
- Gothic Horror Book (1974): They.


RELATOS de horror, selección 1. Recopilación de Kurt Singer; presentación de Carlo Frabetti. Barcelona: Bruguera, 1977. 188 p. Libro ameno; 1. ISBN 84-02-05122-7.

miércoles, abril 23, 2014

La noche a través del espejo (1950), de Fredric Brown



“-Doctor, ¿alguna vez se le ha ocurrido pensar que las fantasías de Lewis Carroll pueden no ser fantasías?
-¿Se refiere a que la fantasía suele estar más cerca de la verdad esencial que la ficción que quiere parecer real?- pregunté.” (p. 63) Doc Stoeger demostrando no solo ingenio, sino también inteligencia.

Del escritor Fredric Brown (1906-1972) solo había leído hasta ahora algunos de sus sensacionales relatos de ciencia ficción. Esta nueva edición de su novela La noche a través del espejo (Night of the Jabberwock, 1950) que ha realizado la editorial Reino de Cordelia nos ha dado la oportunidad de poder acercarnos a este clásico de la novela negra, género en el que también brilló Brown, y leerlo a todos aquellos que no disponíamos de un ejemplar de la lejana publicación (1987) de Júcar en su colección Etiqueta negra. Y qué puedo decir: me ha parecido una absoluta maravilla, una obra maestra que me ha mantenido en una nube alucinatoria durante su lectura y que al terminar me tenía levitando con la mirada perdida para el mundo, ese que en esos momentos más que nunca me parecía de todo menos real.


Doc Stoeger es el dueño, director y editor del pequeño periódico local de Carmel City, un pueblo medio perdido y totalmente olvidado del trasiego mundanal de la vida. Más de veinte años sin publicar una noticia importante, una exclusiva que lo haga sentir feliz y satisfecho de su trabajo, es algo que el pobre Doc sobrelleva como puede. Esto es: trasegando whisky cada dos por tres y planteándose por primera vez en su vida vender su semanario (se trata de un periódico de tirada semanal). La vida discurre aburrida y monótona, un día igual a otro y todos en impasible sucesión. Pero una noche, tras terminar su jornada y tomarse los dos o diez copazos habituales en el mismo bar de siempre y hablar con los mismos contertulios que nunca dejan de pasar por allí a las mismas horas, Doc Stoeger recibe una visita. La más extraña visita que pudiera imaginar. Un tipo de aspecto imposible y de nombre más increíble aún, Yehudi Smith, llama a su puerta y le hace una inaudita proposición, una invitación tan fuera de lo común como lo es el hecho de que Smith sea, como Doc, un fanático de las novelas de Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas (Alice’s Adventures in Wonderland, 1865) y Alicia a través del espejo (Through the Looking-Glass, and What Alice Found There, 1871), y que además conozca los dos inencontrables artículos que sobre ambas obras escribiera hace siglos un joven y apasionado Doc. La propuesta de visitar una mansión abandonada y aislada en las afueras de Carmel City, que además goza de la esquiva fama de ser una casa encantada, y de asistir a un cónclave de miembros de la hasta ese momento desconocida organización Las Espadas Vorpalinas, que reúne en sus filas a los mayores no se sabe bien si conocedores o fanáticos, igual significan lo mismo en este caso, de la obra de Carroll, supone el arranque de una noche que devendrá demencial. Y es que a partir de aquí se desata toda una locura de crímenes monstruosos, encuentros con bestiales asesinos, situaciones de lo más estrambóticas y una persecución sin fin en la que el bueno de Stoeger se ve envuelto sin tener culpa de nada pero acusado por casi todos. Una noche durante la cual se desarrollará toda la trama de la novela llevándonos en una espiral tan desconcertante como hipnótica que nos hará temblar de pavor y reír a carcajadas a un tiempo. Porque no está de más añadir que Fredric Brown no solo domina la tensión y la acumulación de misterios de forma prodigiosa, sino que es capaz de resultar tan divertido como inteligente, tan ingenioso como brillante en la creación de situaciones sorprendentes y en la recreación de unos diálogos sin excepción apabullantes.


“(…) fue como leer un relato de ficción emocionante, de esos que sabemos que no son verdad pero en los que podemos creer mientras que no acabamos de leerlos.” (p. 73)

La acción se desenvuelve enloquecida y no puede resultar más trepidante en su desarrollo. ¡No da un solo respiro! Y es genial hasta en su desenlace, en el cual Brown tarda lo justito en dar todas las explicaciones y cerrar todos los hilos abiertos en la novela. Un mecanismo de relojería que parece funcionar con la cuerda de la alucinación y el delirio. La atmósfera de ensoñación que poco a poco se va tornando enfermiza y etílica es envolvente y nos obliga a asistir a la más desarmante de las paradojas: este relato quizá sea la pesadilla más divertida a la que uno pueda enfrentarse. Brown demuestra una maestría soberbia en todo el relato, pasando del horror y la intriga a la carcajada y la ironía con una facilidad que no parece humana. La noche a través del espejo es sin duda uno de los mejores libros del género que he leído jamás, y pocas veces las referencias a los dos clásicos de Carroll protagonizados por la niña Alicia han sido utilizados de manera tan deslumbrante.


“Cuantos más años se cumplen, menos se teme a los fantasmas, se crea en ellos o no. Al pasar de los cincuenta, han muerto ya tantos de nuestros conocidos que los fantasmas, si existen, no nos son tan extraños. Algunos de nuestros mejores amigos son fantasmas, ¿por qué íbamos a tenerles miedo? Y no transcurrirán muchos años antes de que nosotros también pasemos al otro lado.” (p. 174)




BROWN, Fredric. La noche a través del espejo. Prólogo de Juan Salvador; ilustración de cubierta de Luis Doyague; traducción de Susana Carral. Madrid: Reino de Cordelia, D.L. 2014. 302 p. Reino de Cordelia; 31. ISBN 978-84-15973-22-5. 

martes, abril 22, 2014

Adiós, Sherlock Holmes (1977), de Robert Lee Hall




“El caso que me ocupaba habría sido un magnífico asunto para Sherlock Holmes, de no haber sido porque él era su objeto.” (p. 93) Watson reflexionando.

Animado por el espectacular libro de Alberto López Aroca Sherlock Holmes en España (2014) me he lanzado a la lectura de este pastiche. Me he decidido por él porque no acumula malas críticas y también por su prometido desenlace que se adentra en las siempre agradables aguas de la ciencia ficción. Una vez leído confirmo que sí, que pertenece de lleno al género, aunque también me veo impelido a afirmar que eso ha resultado lo menos satisfactorio de esta novela. Resulta entretenida, pero su final, y permitidme que lo diga ya desde el principio, no se hace creíble en ningún momento. Cuando Robert Lee Hall se pone a dar explicaciones, por muy atractivas que nos parezcan debido a su marcado carácter fantástico, no termina de funcionar. Impostado en exceso, si bien en abstracto no nos puede parecer más simpático, no logra que suspendamos nuestra incredulidad y asistimos a él impávidos y cada vez más lejos de los personajes según nos acercamos a las últimas páginas. Una lástima, porque el desinterés final es más doloroso cuando Hall sabe conducir con cierto brío su historia.

En Adiós, Sherlock Holmes (Exit Sherlock Holmes, 1977) Hall cae en ese recurso tan típico de algunos pastiches sherlockianos de acumular datos sobre el personaje queriendo dar empaque y personalidad de este modo al mismo. Pero el problema reside en que cuando aparece de verdad Sherlock en el relato (su presencia se hace de desear, y esto es mérito del autor, no lo negamos) este no es creíble en absoluto. Si se hubiera optado por mostrar un Holmes más peculiar o alejado del canon no habríamos tenido mayores problemas, pero cuando hay tanto esfuerzo por encajarlo en él es normal que cualquier detalle que nos descuadre lo hunda. Y este Sherlock, al menos a mí, ni me parece Sherlock ni me parece nada. Hasta algún secundario que hace acto de presencia por ahí se nos antoja más Holmes que el propio Holmes. Tal es así que en una ocasión estaba convencido de que uno de ellos, Simon Bliss, era el detective utilizando uno de sus disfraces. Quiero pensar que así es, aunque no, para darle un voto positivo absoluto al autor. Funcionan mucho mejor Watson, el protagonista real de la novela, y Wiggins, un ya adulto miembro de los Irregulares de Baker Street. Ambos poseen la suficiente fuerza aquí como para mantener todo el interés, lástima que en el giro final Wiggins sea desplazado de manera algo forzada para dar entrada al detective ideado por Hall cuyo nombre coincide con el del mejor detective que haya habido jamás.


La trama se desenvuelve así con interés pese a capítulos de una excesiva morosidad en los que Hall se dedica a convertir en natillas la historia, repitiendo en voz de Watson todo lo acontecido de manera incansable, como si en algún momento fuera difícil de digerir o entender. Watson da vueltas una y otra vez a cada uno de los hechos y movimientos que ha realizado a cada rato y esto deviene cansino. Pero de ley es destacar los buenos momentos de la novela. A mi gusto, quizás el mejor sea la primera aparición de Moriarty, sensacional y aterradora cuando descubrimos, segundos antes que el propio Watson, que se trata de él. Plena de misterio y cargada de toda la tensión y el peligro que el “Napoleón del crimen” requiere. Aquí Hall sí se muestra sensacional. Y en conjunto, lo dicho: algunos momentos muy buenos, como este de Moriarty y la entrevista de Watson con Bliss en el Club Diógenes, y entretenida hasta que asistimos apenados al naufragio final. Tristes más aún cuando apunta detalles delirantes que hubieran sido de nuestro gusto de manera absoluta si Hall no se mostrara tan comedido, en el fondo atrapado por su propia idea del canon. Quizá, y ya sabiendo que pretendía romper con todo, el tono quizá debiera de haber sido otro, más arriesgado y gamberrete, y no moverse casi con temor de salirse de su concepto de lo que debe ser un relato protagonizado por nuestro héroe. Y los que la hayáis leído sabéis que llegando a las conclusiones a las que se llegan en su desenlace, ¿por qué hacerlo con miedo?


HALL, Robert Lee. Adiós, Sherlock Holmes. Traducción de Enrique Hegewicz. Madrid: Valdemar, D.L. 1994. 214 p. Los archivos de Baker Street; 13. ISBN 84-7702-095-7.   

martes, abril 15, 2014

Sherlock Holmes en España (2014), de Alberto López Aroca



Yo vivía feliz en mi burbuja de desconocimiento. Como suele suceder cuando algo nos supera, optamos por mostrar desinterés y así nos evitamos esfuerzos. En mi caso, esto lo aplicaba a los pastiches de Sherlock Holmes. ¡Madre mía! Un universo más amplio que el interestelar conocido, cuando menos. También es verdad que mi postura se cimentaba en parte debido a que mis contadas aproximaciones a ellos habían devenido sonoros fracasos: obras que demostraban el estudio aplicado de las constantes del personaje, todos los detalles que Doyle fue exponiendo sobre el personaje y su mundo en cuatro novelas y cincuenta y seis relatos (el denominado canon sherlockiano) comprimidos por lo general en una sola historia, y un Holmes que ni por asomo, ni poniendo nuestra mayor fuerza de voluntad, se parecía al del mentado canon. Eso cambió por primera vez al leer Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra (2012) de Alberto López Aroca. Ay, ay, la caja de los truenos mostraba un resquicio contra el cual no podría renunciar a asomarme. Sus obras posteriores siguieron empujándome sin remedio. Y el mal definitivo vino con este monumental Sherlock Holmes en España (2014), una auténtica biblia dedicada al otro canon, al que jamás salió de la mano de Conan Doyle, ese que siempre había evitado mirar cara a cara porque, por todo lo que es sagrado, solo tengo una vida y hay cosas que hay que dejar a un lado. Pero este paraíso virginal y puro terminó: ahora me veo abocado a investigar, a buscar y a leer estas obras espúreas y malditas, a sumergirme en las aguas más profundas e inabarcables que uno pueda imaginar. Y si es cierto que me encuentro aterrado por la tarea, abrumado por ese océano imposible de cruzar, no es menos apropiado afirmar que también fascinado por la iluminación. En fin, solo espero que si hay otra vida en ella haya libros, porque si no que no cuenten conmigo.   

En este ensayo apasionado y titánico de Aroca podemos encontrar muchas cosas. Algunas harán felices a los estudiosos de la obra sherlockiana de Doyle, así descubrir cuál fue el primer relato protagonizado por Holmes traducido y publicado en España, incluyendo escaneo de la misma, o un tremebundo recorrido por la escena teatral de esa España de principios del siglo XX atravesada por gran cantidad de adaptaciones y reinterpretaciones del más famoso de los detectives. Otras harán sudar sangre a los coleccionistas: una mareante bibliografía sobre pastiches del personaje (quiero aclarar, por si acaso haciera falta, que no utilizo aquí la palabra “pastiche” con connotaciones negativas o con pretensiones de deslucir las obras que en ella podríamos englobar) o una no menos impresionante referencia a obras que no se comentarán en extenso en el volumen, pero que al estar este acompañado de cientos de ilustraciones podemos saborear con su aparición y con esas portadas imposibles y maravillosas.    


Fantástica fotografía de Efrén Comín de la obra y sus hermanas. 

La parte central está dedicada a multitud de reseñas de obras protagonizadas tanto por Sherlock como por algún personaje del canon, primero las que están traducidas a nuestro idioma y a continuación las que no lo están. Una selección utilísima que a los neófitos como yo nos servirá de maravillosa guía, y que a los conocedores les resultará más que amena. Aroca las recopila casi en su totalidad de diversas publicaciones en diversos blogs, y conservan en todo momento ese tono entre apasionado y coloquial que se suele (solemos) utilizar en este medio. Lamentamos tal vez que algunas sean tan breves, pero no se puede pedir más: ¡el libro tiene más de 600 páginas! Como para extenderse más… Confieso también que aunque he leído poquísimas, como amante del personaje sí que tengo bastantes de ellas, ejem, cosas de maniático compulsivo. Este libro de Aroca me empujará a empezar a leerlas. Lo dicho: necesito otras tres o cuatro vidas. Prometo dedicarlas solo a leer.

En su tramo final, el autor nos regala varios ensayos sobre mitología creativa, esto es, estudios en los que se relacionan entre sí diversos personajes de ficción haciéndolos compartir la misma realidad, o incluso en ocasiones nuestra realidad, como si se trataran de personajes históricos reales. Suponen una lectura en verdad gozosa y emocionante, y Aroca es todo un maestro en este género. La guinda definitiva es la inclusión, como cierre, del breve relato La aventura de la prótesis ardiente (2012), un encantador divertimento protagonizado por Holmes y Watson y que da fe del magnífico buen hacer de Aroca cuando se trata de traernos de vuelta a nuestros dos héroes. Sherlock Holmes en España se alza así como una obra fundamental para todos los sherlockianos y apasionados de su universo. También, como el propio Aroca reconoce con una gran sonrisa, se convertirá en la pesadilla de los mismos: lo querremos todo, querremos leerlo todo y buscaremos hasta lo imposible lo que más nos haya atraído de lo que nos falta. Así son las pasiones: arrebatadas e irracionales. Y esto es lo maravilloso de cierto tipo de ficción: que nos hace sentir con fuerza, hasta con furia, que estamos vivos.  


Este libro se ha editado bajo suscripción en tirada limitada a 201 ejemplares. Todavía estás a tiempo de hacerte con algún ejemplar AQUÍ.


LÓPEZ AROCA, Alberto. Sherlock Holmes en España. (Madrid): Academia de Mitología Creativa Jules Verne de Albacete, 2014. 625 p. 

lunes, abril 14, 2014

La Legión del Espacio (1934), de Jack Williamson



En su origen, la novela de Jack Williamson La Legión del Espacio (The Legion of Space) fue publicada en seis entregas en la mítica revista de ciencia ficción Astounding Stories durante el año 1934. Está considerada con razón una obra maestra de la space opera, la sección más aventurera y luminosa del género, y una de las pioneras en marcar las formas y el estilo de la misma. Su sombra se proyecta hasta la actualidad en sagas como la de Star Wars, por ejemplo. Combates intergalácticos, héroes intrépidos, princesas y damas en peligro, naves imposibles rasgando la oscuridad del vacío interestelar y poca o ninguna credibilidad científica. Aquí es la imaginación desbocada quien impone sus reglas, y estas se alimentan de la aventura en su estado más puro. Peripecias sin fin, peligros que se suceden a velocidad prodigiosa, mundos fantásticos y personajes de una pieza que funcionan casi más por su fuerza icónica que por su posible humanidad. Así los cuatro héroes de esta novela, un trasunto de los mosqueteros de Alexandre Dumas, desde un joven e inexperto, pero siempre intrépido John Star (D’Artagnan), hasta el excesivo y divertido Giles Habibula, cuyas únicas preocupaciones parecen ser el vino y la comida (si es un lugar común la comparación de la Legión con los mentados mosqueteros, también lo es el comparar a Habibula con el Falstaff shakesperiano), pasando por el forzudo y fiel Hal Samdu y el circunspecto y noble Jay Kalam. Y la bella joven en peligro, claro, Aladoree Anthar, que guarda en su cerebro el secreto del arma más poderosa jamás creada, el AKKA, a la que deben proteger.



Williamson no es que impregne de profundidad a sus personajes. Son de una sencillez desarmante, ya he dicho que parecieran antes representaciones de humanos que humanos en sí. Será el devenir incansable de la aventura lo que los dotará de personalidad, lo que nos transmitirá su forma de ver y enfrentarse a la vida, lo que enseguida hará que los amemos sin que su creador tenga que recurrir a más dramas que los impuestos por una invasión orquestada por unas criaturas horrendas surgidas de lo más lejano del espacio profundo, los medusas. Como afirmaba Robert Louis Stevenson, la filosofía de los personajes no se debe transmitir con largas parrafadas, sino que debemos sentirla y comprenderla a través de sus actos. Y aquí Williamson es tan diáfano como certero. Fantástico, sirva como ejemplo, al mostrarnos la buena fe e intenciones de John Star pero al tiempo su bisoñez e inexperiencia, la cual ayudará de manera indirecta el rapto de Aladoree por parte de los medusas. En la primera parte de la novela, el autor nos plantea las bases y las reglas del juego al que vamos a asistir. En la segunda, cuando los cuatro perseguidos y maltrechos miembros de la Legión se lancen a la tarea titánica de salvar a la joven y rescatarla del corazón del planeta de los medusas, será cuando la acción se dispare sin darnos respiro, tornándose emocionante de manera especial cuando la trama nos arroja, como a nuestros héroes, a las playas hostiles y extrañas del planeta de los alienígenas raptores.

Williamson resulta magistral en las descripciones de este mundo hostil en el que mueren lentamente hasta sus moradores eternos, los medusas. Un planeta alucinante en el que nuestros cuatro héroes se enfrentarán a mil peligros a un ritmo mareante. Nos vemos arrastrados página tras página sin poder detenernos. Es extraño: sabemos que los protagonistas siempre se salvarán, que saldrán ilesos de todas las peripecias y horrores a los que se van enfrentando una vez y otra más, pero la grandeza de Williamson es llevarnos constantemente a ese punto en que es imposible imaginar cómo demonios lograrán escapar. La lectura es un vértigo continuo donde la fascinación se entremezcla con el horror, sobre todo cuando llegamos a la capital de los medusas, una ciudad cuya arquitectura es toda una pesadilla, donde la grandeza imaginativa de su autor brilla con más fulgor pues nos presenta un mundo en verdad imposible, alejado de todo lo conocido, allí donde solo podrían vivir unos seres que nada tienen que ver con los terrestres. Un infierno de torres vertiginosas y calles como trampas infernales, un lugar donde todo lo humano es ajeno. Una ciudad en la cual el mismo Cthulhu tendría problemas para subsistir.

Williamson extrae de nosotros nuestro yo más joven, ese niño que mira fascinado un maravilloso espectáculo donde la belleza y el horror se funden, donde los héroes son intrépidos aunque en ocasiones tiemblen de miedo y se estremezcan de dolor, donde la joven que deben salvar es tan arrojada y desafiante como hermosa, mundos que nacen ante nuestros ojos inundados de imágenes que nunca antes habíamos contemplado y que quizá nunca volveremos a ver a no ser que volvamos allí con ellos, el espacio como ese lugar donde la aventura y lo desconocido se presenta tras cada asteroide, a la vuelta de cada estrella que nos ciega con su esplendor. Allí donde la maravilla toma la forma de la más trepidante de las aventuras.  





WILLIAMSON, Jack. La Legión del Espacio. Ilustración de portada de Salinas Blanch; traducción de Eduardo Goligorsky. Barcelona: Martínez Roca, 1976. 205 p. Súper-ficción; 9. ISBN 84-270-0188-6.    

miércoles, abril 02, 2014

El fantasma de la Mansión Guir (1897), de Charles Willing Beale



A finales del siglo XIX y durante buena parte de principios del XX lo paranormal era una moda: el contacto con espíritus desencarnados del más allá alrededor de una mesita de té, la reencarnación, las teorías filosófico-religiosas (con la Teosofía como gran estandarte de lo novedoso), la fotografía de fantasmas y hadas (con el caso de las hadas de Cottingley de Arthur Conan Doyle como ejemplo de uno de los más encantadores engaños en el que el magistral escritor creyó como un niño), alegatos contra las horrorosas falacias de la ciencia y un sinfín de gurús e iluminados que animaban las veladas de las clases acomodadas demostrando sus poderes extrasensoriales (como así podemos ver reflejado, por ejemplo, en la novela de 1920 del gran E. F. Benson Reina Lucía) o bien solamente estando allí plantados poniendo cara de saber mucho y no poder compartir nada con el vulgo. Todo este maremágnum llegó, ya se ha apuntado, a la literatura. En ocasiones como decorado necesario en el devenir de la historia, en otros como eje motor de la misma, novelas y relatos insuflados, nunca mejor dicho, por este efluvio espiritual que los convertían casi en tratados esotéricos más que en obras narrativas. Es el “realismo espiritista”, término que Óscar Mariscal, también traductor de la novela, nos explica y sitúa en el tiempo en un excelente prólogo. Término que en nuestro país acuñara ese estudioso del género al que es imposible no amar si se ha leído su Historia natural de los cuentos de miedo (1974), el gran Rafael Llopis. Mariscal nos regala una antesala perfecta para enfrentarnos al relato de Charles Willing Beale (1845-1932) con toda la lección aprendida. Y no solo eso: esta edición incluye un artículo del mismo H. P Lovecraft, A propósito de los denominados “fenómenos paranormales” (1931), donde da buena cuenta de las patrañas espiritistas y de su abuso en la literatura de horror, algo que el de Providence detestaba, y, como nota curiosa, un apéndice firmado por el mismo Mariscal, Las casas de duendes de Providence. Todo un arsenal acompañando la obra de Beale que se agradece infinito y que demuestra el cariño con el que ha sido realizado este libro. Beale escribió multitud de artículos sobre la materia, era teósofo, seguidor de Madame Blavatsky, y autor de dos novelas: la presente El fantasma de la Mansión Guir (The Ghost of Guir House, 1897) y la posterior The Secret of the Earth (1898).


El fantasma de la Mansión Guir tiene un punto de partida intrigante y divertido que nos atrapa sin remedio: el joven Paul Henley recibe por error una carta en la cual se invita a alguien con su mismo apellido a visitar la mentada Mansión Guir, y como la misma va firmada por quien él imagina, no sin calibrar los riesgos de que quizá se equivoque en su apreciación, una bella joven, Dorothy Guir, quien jamás ha visto en persona al destinatario de su misiva, el atrevido y algo aburrido Henley decide hacerse pasar por él y acudir a la cita aceptando la invitación. En fin, quizá la joven no sea tan hermosa como él espera y la aventura no merezca la pena, pero con la idea de que si ella no le agrada en un primer vistazo puede alejarse sin que la joven pueda saberlo jamás, se anima a llevar adelante su descabellado y travieso plan. La Mansión Guir está perdida en el confín de la Tierra, que diría nuestro amado Hope Hodgson, pero cuando Henley llega a su destino y ve esperando allí a Dorothy Guir queda irremisiblemente prendado de ella. No es para menos: Beale realiza un retrato de la tan hermosa como extraña Dorothy que a ver quién es el mastuerzo que no se enamoraría como un loco de la singular joven. El pobre Henley se ve así impelido a continuar su farsa con el inconveniente de que no sabe nada acerca de la vida de Dorothy, debe moverse a ciegas y con extrema cautela para no descubrir su juego, y su intriga es la nuestra porque en verdad que Dorothy es extraña y fascinante, y más aún lo es su tío Ah Ben, un trasunto del propio Beale (nuestro autor era un firme practicante de la meditación trascendental y el hipnotismo), y todavía más si cabe misteriosa es la propia Mansión Guir en la que viven. Beale crea así una escenario que se mueve entre lo cotidiano y lo irreal con una facilidad fantástica y un secreto poderoso que, si bien se adivina pronto en qué consiste, nos atrapa sin remedio precisamente por ello.

Narrada casi como si nos fuera contada en voz baja una noche de frío invernal, huyan de ella pues los que gusten de emociones fuertes y sorpresas de las de darte vueltas los ojos (parece que no otra cosa es válida en estos tiempos, y nada más lejos de esta novela en la que su único secreto, como ya he comentado, se adivina con facilidad pues ni tan siquiera se hace el esfuerzo de ocultarlo en demasía), El fantasma de la Mansión Guir se mueve con delicadeza entre la novela romántica más elegante, el cuento de fantasmas moderno y el relato espiritista, esto último en las partes de la novela en que Ah Ben le explica a un fascinado Henley los secretos de la otra vida. Una vida siempre superior, claro está. Aunque sus teorías sobre lo que nos espera tras la muerte se me antojan un dislate de los gordos, hay que reconocer que las visiones de la ciudad de Levachan, allí donde viven las almas superiores, son hermosas, aunque resulta curioso que ese otro mundo nos sea descrito como la típica ciudad oriental a lo Bagdad que conocemos por tantos relatos y películas de aventuras. Lo exótico y lo extraterrenal se aúnan en un cóctel que nos encanta pero que ayuda poco a dar credibilidad a los planteamientos teosóficos de la novela. Pero da igual, no reside aquí su valor. Lo que más nos ha atrapado de este relato sencillo pero conmovedor es la amistad que surge entre esos dos hombres tan distintos como son Ah Ben Y Paul Henley, y la en verdad hermosa y conseguida historia de amor entre este y Dorothy Guir. El hálito melancólico que impregna sus páginas se comparte de corazón, sus breves instantes de efusividad resultan contagiosos y la envolvente atmósfera espectral y fantasmagórica nos hace avanzar en la lectura con todo el placer que puede provocar el mejor de los relatos de espectros. Unos fantasmas consumidos por la tristeza y el dolor, pero con la resignación que dan los años, la soledad y la comprensión de cuál es su destino. Fantasmas atrapados en un sueño de melancolía crepuscular que nos atrapan con el velo fascinante de lo extraño, de lo diferente que se desvela como igual en espíritu a nosotros.          



BEALE, Charles Willing. El fantasma de la Mansión Guir. Epílogo de H. P. Lovecraft; introducción y traducción de Óscar Mariscal. Santa Úrsula: 23 escalones, 2012. 160 p. ISBN 978-84-15104-54-4.