jueves, mayo 30, 2013

Fantasmagórico (1982) y El reino de los infiernos (1983), de Lou Carrigan


La verdad es que la lectura de Fantasmagórico (1982) de Lou Carrigan (Antonio Vera Ramírez) ha supuesto todo un placer. Quizá debido a que se trata de un bolsilibro publicado en la colección Selección Terror Extra, lo cual implica que dispone del doble de páginas que un volumen normal, Carrigan tiene tiempo de sobra para plantear con tranquilidad su trama fantástica, sin precipitarse en ningún momento pero tampoco sin demorarse o alargar inútilmente su historia. Se sirve de una construcción clásica en lo que respecta al relato de fantasmas, esto es, buscando más efecto en la atmósfera de la narración y en su tono espectral antes que sorprendernos a golpe de martillo sanguinolento o sustos de caseta de feria. Aunque alguno hay, no desmerece el resultado pues Carrigan dosifica con inteligencia y no satura al lector. Eso sí, esto no impide que este relato de espectros vengadores derive en un final granguiñolesco tan divertido como salvajemente gore.

En el pueblecito de Yellow Pine se están sucediendo extraños acontecimientos que tienen aterrorizada a su exigua población. Nada más y nada menos que un fantasma que  se dedica a meter miedo a todos. Eso al principio, porque pronto se las apañará para matar sin compasión y de manera poco espiritual a algunos miembros de la comunidad. Carrigan mantiene una magnífica atmósfera de misterio en un pueblo que asemeja ser una habitación cerrada. Había momentos en que llegué a pensar que la historia versaba sobre un pueblo habitado por espectros debido a la forma en que muestra la conducta de los habitantes de ese pueblo de sempiternas calles vacías, consumidas por el miedo y la niebla. El joven Adam Crane llega a la población por invitación de una joven a la que ha conocido por un anuncio de contactos en el periódico. Es acogido con la habitual poca simpatía de los lugareños, exacerbada además porque cuando Crane explica a quién ha venido a visitar le explican que la joven Pamela Hereford, su amor en ciernes, murió hace ya dos años. Un punto de partida excelente que Carrigan sabe aprovechar con acierto.

Si toda la atmósfera de angustia y opresión provocadas por el agresivo fantasma están muy bien reflejadas en la novela, no ocurre lo mismo con las apariciones espectrales, algo mecánicas y rudas. Apenas hay preparación y Carrigan nos las lanza a la cara casi sin tomarse el precioso tiempo de irnos preparando el terreno. Es una pena porque esto provoca que el relato pierda fuerza, aunque tampoco lo hunde. Solo es que uno lamenta que estando el tono general tan bien conseguido Carrigan no se muestre tan fino en lo particular. Pero no nos quejemos demasiado: Fantasmagórico es un excelente bolsilibro teniendo siempre en cuenta sus modestas pretensiones. Y, como ya dije, el final es todo un carnaval bestiajo y además está repleto de sorpresas a porrillo. Mantiene ese humor típico de sus novelas, aunque en esta ocasión sabe contenerse cuidando de no romper el ambiente fantasmal con diálogos demasiado chistosos, aunque algo de su chispa permanece. También esto estalla en el desenlace, donde uno es capaz de oír las carcajadas de Carrigan mientras va desmadejando horror tras horror y barbaridad tras barbaridad. Queda así una novela muy entretenida, con buenos momentos aislados pero del que lo más destacable sería esa atmósfera de pavor irrefrenable que se va adueñando de todo un pueblo y lo mantiene suspendido en el horror.

El reino de los infiernos (1983) no está tan conseguida, aunque el tono delirante y su desarrollo algo loco consigue mantenernos interesados. Se trata más de una aventura a la manera de las del agente 007, en el puro estilo James Bond contra el Doctor No. El líder de una no sabemos si siniestra o chiripitifláutica secta, Arcangélico, está decidido a destruir el mundo activando todos los volcanes de la Tierra, una idea tan desatinada que resulta, negádmelo si os atrevéis, simpática. Es la destrucción total o pagar cientos de millones de dólares al malvado Fu Manchú de turno.

Una novela muy divertida, eso sí, sobre todo en los diálogos que mantienen la pareja protagonista, que son chispeantes, rápidos y vivaces, como es habitual en Carrigan. La trama no deja de ser una chorrada, aunque ese infierno de pacotilla, con el remate en ese Infierno Permanente de imposible nombre (¿cuándo el infierno bíblico ha sido a ratos?) que más asemeja una atracción de feria y sus torturas de festival gore están contadas siempre manteniendo ese equilibrio raro entre horror y humor que, también, es tan propio del autor. No es una de las mejores obras que he leído de Lou Carrigan, pero no deja de ser un buen y entretenido Carrigan. Solo falla el argumento, la historia que nos narra, la cual hubiera sido deseable que hubiera tenido un poco más de enjundia. No es una falta grave. Ni tampoco le podemos exigir más.


CARRIGAN, Lou. Fantasmagórico. Ilustración de portada: Sommer. Barcelona: Bruguera, 1982. 190 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror Extra; 4. ISBN 84-02-08799-X.


CARRIGAN, Lou. El reino de los infiernos. Barcelona: Bruguera, 1983. 96 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 554. ISBN 84-02-02506-4. 

martes, mayo 21, 2013

Los turistas, de Rui Díaz y Ana Sender (2013)


Mis amigos Los ninjas polacos (Mayte Alvarado y Borja González), junto a Rui Díaz, autor de la novela que a continuación vamos a comentar, son los miembros del colectivo El verano del cohete. Un proyecto editorial que nace con esta primera referencia, Los turistas, un relato de Rui ilustrado por la fantástica Ana Sender. Les deseo todo lo mejor del mundo, tanto de este como el del más allá, no solo porque son adorables y es imposible no quererlos, sino porque se lo merecen. Ya hemos dado cuenta con detalle de los trabajos de Mayte y Borja en nuestro blog, por lo que si tenéis interés a ellos os remito. Solo tenéis que seguir los enlaces. El verano del cohete lo intuimos cargado de relatos góticos, historias tenebrosas, oscuridad y mucho mal. En fin, todas esas cosas que ya sabéis nos gustan en La décima víctima. Va a ser un verano siniestro. Así deberían ser todos los veranos. 

Los turistas comienza como un relato de marcada tendencia gótica, si bien sin seguir a rajatabla todos sus rasgos característicos. Se trata quizá más de un ambiente, una atmósfera decadente y triste y unos personajes desamparados, que de unas líneas argumentales definidas. Y un orfanato, el particular castillo de la historia, inabordable y aislado por la nieve en el cual solo quedan siete niños y un profesor. Un misterioso suceso ha ido provocando que el resto de profesores y el personal del servicio hayan ido, de manera literal, desapareciendo, sus cuerpos borrados tal que si alguien hubiera aplicado una mágica y terrible goma de borrar sobre ellos para irlos haciendo partícipes de la nada poco a poco. Toda esta trama inicial basa su fuerza en la descripción del triste y repetitivo modo de vida de los niños en su encierro, entreverada por un apunte de relato de terror que supone, a mi gusto, lo mejor y más impresionante del libro. Porque el único profesor que ha quedado para cuidar de los niños es aquel al que denominan el Monstruo. Un personaje tan siniestro como patético del que nunca terminamos de saber si está dominado por el mal o es la compasión, una compasión quizá enfermiza y equivocada, la que guía sus actos. Todo se desarrolla así en una conseguida ambientación de velada tristeza, vagamente onírica, invadida por un aire de pesadilla en contados pero magníficos momentos.   

A la mitad del relato Rui comienza a dar pistas sobre cómo se desarrollará la historia en su tramo final. Entra en juego la narración popular con toda su simbología y el relato comienza a abandonar las aguas del género fantástico, un fantástico de marcada raíz centroeuropea pese a su nomenclatura anglosajona, y se adentra en las aguas más amables de la fantasía. Ojo, más amables pero no por ello complacientes. Comenzamos a sospechar que quizá no es todo lo que vemos aquello que parece ser, y así como los niños en sus breves momentos de libertad corriendo en el patio sacando de su interior lo que hay de animal salvaje en ellos, el relato se va librando de sus capas externas y la metáfora nos dará la clave y la explicación de la historia. Cuentos dentro de cuentos, personajes que se mueven como turistas de la vida en las diferentes historias, huyendo de una realidad terrible para buscar un punto de fuga que les permita seguir viviendo en un simulacro de, tal vez, algo cercano a la felicidad.

Rui guía con mano firme hasta el desenlace esta parte final, alejado ya del quizá más convencional pero siempre más sugerente relato de terror para adentrarse en terrenos de mayor calado interpretativo, aportando profundidad a su mensaje pero perdiendo tal vez en misterio y fascinación. Pero nunca sin dejar atrás sus referentes en la literatura fantástica no anglosajona. De un estilo de gran sencillez y siempre evocador, quizá sea el maravilloso Dino Buzzati el escritor con el que le encuentro más afinidad, sin que esto se pueda considerar un demérito. Más al contrario sabiendo como sabéis la admiración sin límite en que se tiene en este blog al gran autor italiano.

Las ilustraciones de Ana Sender suponen el acompañamiento perfecto para esta lectura apasionante. Tan evocadoras como las palabras que las rodean, sus dibujos marcados por cierta tristeza melancólica, los rostros de esos niños por ella retratados transmiten toda la soledad y el desamparo en el que se encuentran, también su confusión y sus miedos. Y la libertad y la furia desatada en los breves intervalos de alegría, más enloquecida y plena de rabia que en verdad feliz. Sus risas asemejan ser no risas de niños sino de bestias cautivas que sueñan con la libertad.

Queda así en nuestras manos esta primera obra de El verano del cohete. Todo un regalo para los amantes de lo extraño que nos ha dejado llenos de felicidad porque es un placer cuando personas a las que quieres hacen algo hermoso. Solo cabe esperar ya, con ansiedad, su próxima obra. El mal, cuando está inflamado de belleza, es tan hipnótico como uno de aquellos veranos de nuestra niñez, interminables y mágicos en la distancia. También aquellos eran veranos del cohete. Toda nuestra infancia estaba ya pronta a partir lejos y dejarnos desamparados en este aburrido y cruel mundo de los adultos. Pero hay libros que nos salvan. Los turistas es uno de ellos.

DÍAZ, Rui. Los turistas. Ilustraciones de Ana Sender. Badajoz: el Verano del Cohete, 2013. 108 p. Nuevas inquisiciones. ISBN 978-84-616-3449-1.


(Como creo que ellos también me quieren un poco, me pidieron entrevistar a Ana Sender. Una de esas cosas que te piden como un favor cuando en realidad es un regalo. Podéis leer la entrevista AQUÍ.)

lunes, mayo 13, 2013

Joseph Berna contra los vampiros


No es Joseph Berna (José Luis Bernabéu López) uno de los mejores autores del universo de los bolsilibros. Sus historias suelen tener, por lo general, poco interés. Se le nota demasiado que parte de una idea débil que se esfuerza por alargar todo lo que puede hasta alcanzar las 94 o 96 páginas de rigor. Para ello se vale de un no estilo consistente en escribir párrafos con una frase de tres o cuatro palabras. Los continuos puntos y aparte ayudan a meter espacios y rellenar esas páginas que pareciera le cuestan sudores fríos más rápidamente que si utilizara párrafos más extensos. A veces las frases son más largas, y en un párrafo puede cometer la osadía y el atrevimiento de hasta incluir dos, pero la sensación de dejadez y prisa es la misma. Esto ofrece como resultado unas novelas que siempre dan la sensación de estar deslavazadas e hinchadas con capítulos que no aportan nada al desarrollo de la acción. Sumado todo al uso del sexo como supuesto motor creativo. Hay que alegrar esas tristes tramas con lo que sea, y Berna recurre a introducir con calzador en cualquier momento una escena subida de tono. Da igual si estás huyendo a vida o muerte o si te estás preparando para un enfrentamiento sangriento con el enemigo de turno. Siempre llega una bella joven calenturienta con ganas de marcha, utilizando su propio lenguaje. Tampoco penséis que la cosa se pone hirviendo: por lo general las situaciones son tontísimas, los diálogos parecen mascullados por adolescentes poco despiertos y el sexo en sí es el propio de película de destape española de finales de los 70, una de aquellas softcore o clasificadas S de las que se nutrió durante una buena época nuestra cinematografía. Como resultado, las novelas de Berna suelen ser mediocres cuando no rematadamente malas, pero en ocasiones, pocas por desgracia, muy divertidas por lo disparatadas y tontorronas que pueden llegar a ser. Lo normal es que la diversión falle y resulten aburridas a más no poder. Sin embargo, algún acierto aislado hay. Y cuando esto sucede, si bien no llega a reconciliarnos del todo con él, sí al menos consigue que nos resulte simpático.

Este último es el caso de Misterio en la estación WZ-2000 (1984), que si bien sigue punto por punto todos los defectos estilísticos y de forma mencionados, logra que en bastantes momentos esto nos dé igual gracias a una trama interesante y, esta vez sí, más o menos bien hilvanada.  

En el lejano planeta Drako se ha instalado una base terrestre, pero todos sus habitantes han desaparecido. Se envía una nave tripulada por una expedición de rescate para averiguar qué ha sucedido y ayudar a los supervivientes si los hay. El resultado es de nuevo el silencio: al llegar al planeta la nave de rescate deja de comunicarse por radio y no hay forma de contactar con su tripulación. Algo oscuro y misterioso está sucediendo en Drako y se impone dilucidarlo. Todo esto, manda Berna, lo descubrimos en una conversación inicial que nos sirve de introducción y presentación de los protagonistas. El capitán Geor Derwall recibe el encargo de comandar una segunda expedición. Esta será la última si también fracasa. La mitad de la tripulación a las órdenes de Derwall son mujeres, claro, y ya comienza la fiesta con el capitán y el general Pattison, el que le está encomendando la misión, haciendo bromitas y comentarios sobre las chicas de la expedición: que si esta está buena, que si la otra está mejor… Pronto Derwall se habrá cepillado a casi todas. Digo casi todas porque las que no caen bajo su irresistible encanto de macho cabrío es porque han muerto antes.

Pero bueno, descubriremos que pese a las interrupciones sexuales típicas de Berna la trama engancha. La nueva nave llega a Drako y el misterio prometido en el título se adueña de la historia vistiendo con cierto interés una novela que si bien nunca llega a alcanzar un vuelo demasiado alto, sí que mantiene al menos un poco de vuelo. No tardaremos mucho tampoco en saber qué diablos ha ocurrido en la base, lo de Berna no es mantener la tensión, y de paso sabremos que el autor también vio la película Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979) y que le gustan, o igual le dan mucho asco, las serpientes. La acción deriva en una narración tomada por el gore y la casquería más básicos, lo cual la hace muy entretenida, no me importa confesarlo. Es una lástima que no mantenga por mucho tiempo el misterio, porque los paseos de los expedicionarios por la estación espacial vacía, cuando no se dedican a lanzarse piropos no muy elegantes que digamos y a meterse mano, consigue transmitir cierto aura de peligro. Todo llega a su fin mucho antes de que termine la novela, así que Berna da un giro argumental en el tramo final que rompe todo el encanto de serie B que hasta entonces había medio logrado y vulgariza el conjunto. No es una buena novela, en definitiva, pero sí es un buen Berna. Si es que esto es posible, no sé si me explico o si me entendéis… 

No sucede así con Los emisarios de Macombo (1984), un ejemplo del peor Berna. Esto es, el habitual. Los primeros capítulos se desarrollan en una playa en la cual una chica súper jamona se dedica a untarse cremas por el cuerpo y caminar insinuante por la arena. Dos gamberros la acosan y el típico héroe ultra musculado dará cuenta de ellos con un buen par de ñoños entre bromas guarris dirigidas a la bella joven. Cuando al fin termina este suplicio parece que la novela va a arrancar, pero la verdad es que nunca termina de hacerlo. La chica es la sobrina de un súper científico que está realizando los planos de una nueva nave espacial que llevará al hombre hasta los confines del espacio. Participa en un concurso gubernamental en el que se ofrece una gran recompensa a quien entregue el mejor diseño. Pero los científicos rivales comienzan a morir en curiosos accidentes. Y aquí es cuando entran en acción los emisarios de Macombo, el lejano planeta del título. Ellos son quienes en realidad están eliminando a los científicos pues no quieren que los humanos consigan desarrollar una nave que les posibilite llegar a su planeta. Los emisarios son cuatro, y cuando deciden acabar con el tío de la protagonista el macho playero dará cuenta de ellos en un santiamén. La verdad es que a los extraterrestres les va tan mal que dan una pena terrible. En fin, las páginas pasan con los extraterrestres intentando entrar en la casa del científico y este, su sobrina, el macho alfa y los dos miembros del servicio les darán para el pelo. Lo dicho: si es que los pobres visitantes no tienen ni una oportunidad. Y eso que se enfrentan con mortíferas armas capaces de volatilizar una pared y los humanos se defienden con una triste escopeta de caza. Soporífera, sosa y pobremente escrita (a Berna se le nota el piloto automático a lo bestia), defenderla se hace una tarea imposible. Y en la portada… ¡No hay quién adivine qué hace ahí ese Ming!


Pero no penséis que me detuve aquí. Me leí cuatro novelas de Berna del tirón, dos ratos, no creáis que más. Así, en el más puro estilo Berna, esto es, de una ingenuidad erótica sonrojante, El retorno del conde Hugo (1978) comienza en un local de strip-tease. Berna va describiendo las diversas actuaciones de las chicas y la consiguiente reacción del público y los músicos que las acompañan con su consabida torpeza adolescente. Todo bañado con chistes de humor grueso pero del bien gordo. Entre desnudos continuos y coitos tontuelos se va desgranando esta historia de vampiros en la que los malvados muestran poca capacidad de generar peligro. No digamos ya miedo o tensión. Estos vampiros son casi tan desgraciados y torpes como los asesinos de Macombo: los pobres no-muertos duran lo que los buenos de la historia tardan en encontrarlos. Que con el tiempo que se pasan encamándose no sé ni cómo dan con ellos. Aburrida, de una pobreza narrativa notable y carente de la más mínima imaginación, la historia del pobre Hugo se arrastra más o menos comatosa hacia un final previsible y sin interés.


¡Morded, vampiros, morded! (1980) es sin duda la más ridícula y torpe de las cuatro, que ya es decir, pero la acumulación de desatinos es tal que acaba hasta por resultar divertidilla a ratos. Como siempre, tenemos unos vampiros que si bien aquí parecen un poco más peligrosos que en la anterior, la verdad es que al final resultan tan fáciles de vencer que dan, otra vez, una pena horrible. Pero bueno, entre polvo y polvo de los protagonistas, que no paran ni a comer, las criaturas intentan acosarlos. El momento más divertido es cuando la líder de la ridícula horda vampírica es rechazada gracias a una cruz que le estampan en todo el trasero. Primero en un cachete y luego en el otro, dejándole las nalgas marcadas como a una res. Se nota que ni el mismo Berna se toma muy en serio a sí mismo pues toda la narración desprende un aire de cachondeo, consciente en esta ocasión, del que solo cabe lamentar que, una vez más, no esté alimentada con un poquito más de imaginación y aunque fuera un mínimo de interés por intentar contar la historia con menos desidia. Se hace más llevadera que las dos anteriores, pero Berna no da mucho de sí. Decir lo contrario sería desprestigiar el trabajo de otros compañeros que sí lograron demostrar que el bolsilibro podía ser un buen lugar donde desarrollar estupendas tramas. Si a una falta de estilo importante se unen unas formas torpes y unas historias infladas y convencionales, los breves detalles divertidos solo ayudan a llegar al final sin dormirnos. “Y, como se hallaban en la cama, desnuditos los dos, pocos minutos después estaban haciendo el amor.” (p. 96) Esta frase final de ¡Morded, vampiros, morded! resume a la perfección las maneras y las intenciones de Joseph Berna.


BERNA, Joseph. Misterio en la estación WZ-2000. Ilustración de portada: Lozano. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 218. ISBN 84-02-09281-0.  

BERNA, Joseph. Los emisarios de Macombo. Ilustración de portada: García. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Futuro, Héroes del espacio; 220. ISBN 84-02-09281-0. 

BERNA, Joseph. El retorno del conde Hugo. Ilustración de portada: Prieto Muriana. Pinto (Madrid): Editorial Andina, S. A., 1978. 96 p. Bolsilibros Easa, Terror; 130. ISBN 84-06-01513-6.

BERNA, Joseph. ¡Morded, vampiros, morded! Ilustración de portada: Salvador Fabá. Barcelona: Bruguera, 1980. 96 p. Bolsilibros Bruguera, selección Terror; 391. ISBN 84-02-02506-4.  

viernes, mayo 10, 2013

Ray Harryhausen y los argonautas



Escribo sobre el gran Ray Harryhausen para la página de cine El antepenúltimo mohicano. Puedes leer el artículo siguiendo el enlace AQUÍ. La ilustración inspirada en la escena más épica e inolvidable de Jasón y los argonautas la realizó Fermín Solís.

lunes, mayo 06, 2013

Los mares grises sueñan con mi muerte, de William Hope Hodgson (tercera y última parte, 1907-1996)



Pues entramos ya en las aguas de la tercera y última entrega de este comentario repasando los cuentos de William Hope Hodgson recopilados en este volumen maravilloso y fundamental editado por Valdemar en su colección Gótica.

El regreso al hogar del Shamraken (1908) es un relato hermoso y emocionante en el cual la tripulación del viejo barco Shamraken, ancianos casi tan venerables como el propio navío, navegan hasta hallarse ante lo que parecen las mismas puertas del Cielo. Envueltos por una extraña niebla de color rosado, fascinante e irreal, avanzan a través de ella más felices de encaminarse al Paraíso y reencontrarse con sus seres queridos fallecidos hace mucho ya que atemorizados por el incomprensible fenómeno atmosférico. Pero la realidad les golpeará con rudeza. Hasta en los momentos más eufóricos y ensoñadores el puño de la desolación y la realidad aparece para borrarlo todo. Hodgson no consiente un final del todo feliz. Aunque en ningún momento deja de ser hermoso.

Y vamos ahora con un bloque de cuentos que José María Nebreda ha agrupado bajo el título Cuentos de misterio en el mar. Este epígrafe deja bien claro lo que a continuación nos vamos a encontrar. Estamos ya en la parte final del volumen y hay que decir que entre los relatos que restan ya no encontraremos ninguna obra maestra ni conmovedora del calibre que hasta ahora nos ha sido dado disfrutar. Pero esto no significa que no tengamos por delante unas cuantas horas de verdadero goce hodgsoniano. El libro se acaba y un sentimiento de pérdida horrible empieza a embargarme. Siempre puede uno volver a releerlos, claro, pero esta es la primera vez en que uno puede hacerlo así, de seguido, y al llegar al final sentimos que algo maravilloso está llegando a su fin. Leí estos últimos cuentos con un inevitable sentimiento de nostalgia.

En El salvaje hombre de mar (1918) Hodgson nos revela una historia de brutalidad, crimen y superstición entre la marinería de un barco. Pero también la historia de la amistad entre un experimentado y sabio marino y un joven e inexperto grumete. Por desgracia se impondrá la bestialidad que no comprende ni acepta lo que es de verdad humano. Como he comentado, con este se inicia la parte dedicada a cuentos en el mar pero con tramas realistas. Alejado del fantástico Hodgson quizá no resulta tan genial, aunque sí siempre entretenido y emocionante.

Lingotes (1911) es un claro ejemplo de esto: un excelente relato de fantasmas que acaba convertido en una historia de misterio y robo increíble. Aunque la magnífica atmósfera espectral que Hodgson construye con una facilidad magistral se diluye al final, el tono desenfadado que tiene desde el principio lo hace simpático y siempre muy entretenido, conjuntando a la perfección terror, emoción, misterio, aventura y cierto sentido del humor muy amable.

Piadoso rescate (1925) es un relato de aventuras en el que se nos narra el rescate de unos jóvenes condenados a muerte. Es entretenido, aunque sin la pulsión de los mejores cuentos de Hodgson. Late a un ritmo más prudente y menos original, si bien los toques de violencia y crueldad no dejan de estar presentes: el peor enemigo del hombre no siempre son criaturas surgidas del abismo, sino a veces el propio hombre. Resultan curiosos los errores de localización de Hodgson. Quizá el trato con la realidad le hiciera temblar el pulso. Y también la guerra y sus horrores como antesala funesta del que sería su propio final.

Escrito con el estilo de un artículo periodístico, Los fantasmas del Glen Doon (1911) asemeja un informe de un hecho en apariencia sobrenatural, pero carece de la intensidad de las mejores obras de Hodgson. Pareciera que cuando la angustia y el horror no son los sentimientos dominantes su estilo se aplacara y se volviera convencional. No deja de resultar curioso cómo en el fondo nos está narrando la típica historia de una mansión encantada por fantasmas de personas que murieron de forma trágica allí, salvo que la mansión es el cascarón abandonado de un barco y los muertos son marineros ahogados. Un joven ricachón se apuesta a que pasará la noche en su interior y desvelará que las habladurías sobre el barco encantado no son más que eso, cháchara banal. En mala hora se le ocurrió pensar así, si bien lo irónico es que tampoco andaba muy descaminado en sus suposiciones. Un relato vencido por lo convencional de su tratamiento pero que en manos de Hodgson deviene un entretenimiento más que digno.

La leyenda de una isla en la cual los piratas ocultaban sus fortunas alimentadas por la rapiña y el robo es el eje central de La isla de las tibias cruzadas (1913). Es un relato de aventuras que no brilla como sí lo hacen las historias de horror de su autor, pero resulta de nuevo muy entretenido. La descripción de la isla, con su fondeadero oculto, y la locura del marinero que ansía para sí todas las riquezas escondidas quizá sean los puntos más interesantes de este, en definitiva, buen cuento.

Los tiburones del St. Elmo (primera publicación: 1988) es un relato que se desenvuelve entre lo cruel y lo macabro, y que nos regala la inolvidable imagen de un pequeño barco mixto (a vapor y vela) rodeado por millones de tiburones. El barco se halla varado en calma chicha, claro está, y la historia ofrece una explicación no sobrenatural pero impactante. A mi gusto, quizá sea el mejor relato de este último tramo del libro. Y el título original, Cincuenta chinos muertos en fila, resulta mucho más extraño y sugerente. Lástima de corrección política que en su primera publicación, 1988, llevara a no mantenerlo. Contado por el viejo capitán Drag al narrador, el relato enseguida toma la voz del primero con la fuerza de una historia verídica narrada por un viejo lobo de mar. Una aventura de juventud que pervive indeleble en su recuerdo. Y que tras leerlo pervivirá en el nuestro.

Ya en la parte final del volumen se nos ofrecen pequeños relatos de Hodgson inspirados en historias reales, o bien que podrían haberlo sido, agrupadas bajo el epígrafe Hombres de aguas profundas. Un realismo que trasluce todo el amor que, a pesar de sus no siempre buenas experiencias como marino, Hodgson sentía por el mar y los hombres que dedicaban sus vidas a él. Así el primero de ellos, En el puente (1912). Cuando el Titanic sufre el que quizá sea el naufragio más famoso de la historia, la culpa recayó, como bien sabemos, sobre el capitán y la tripulación. Hodgson nos hace compartir los tensos momentos en los que un gran barco esquiva gigantescos icebergs en lo más profundo de la noche. Aquí no hay trágico final, solo comprensión y respeto por un trabajo duro y difícil que cuando sale bien nadie reconoce, pero en el cual si se comete un error nadie lo olvidará.  


El apasionante rescate de los pasajeros de un barco en llamas en mitad de una tormenta ocupa las breves páginas de El hecho real: «S.O.S.» (1917). Épica y emoción se conjugan en una historia tan breve como intensa. La crueldad del mar, más terrible por carecer de sentido y finalidad, enfrentada al valor y la esperanza de los hombres. El lanzamiento de la corredera (primera publicación: 1988) incide sobre un tema que ya hemos visto en otros de sus relatos: un segundo oficial cruel sufre la venganza de los grumetes del barco. Estos pretenden gastarle una broma con la aquiescencia de toda la tripulación, sabedora esta de su mal carácter y su peor hacer como segundo de a bordo. Pero la broma resultará demasiado pesada. Deja bien claro qué cosas eran aquellas que a Hodgson no le gustaban de la vida marinera. Solo un par de páginas, en Por sotavento (1919), le bastan a Hodgson pata transmitir toda la furia y la violencia de una tempestad. Y la lucha titánica y ciega de la tripulación de un barco por mantenerlo a flote en ese infierno de agua. Y menos espacio todavía (página y media) necesita, en Hombres de mar (primera publicación: 1996), para narrar la muerte de un marinero intentando atrapar desde la verga los jirones de una vela destrozada por la tormenta.

Y con toda la tristeza del mundo llegamos al final. Pocas cosas nos quedan por comentar. El libro se abre con una selección de poemas de Hodgson, de los cuales destacaríamos por su fiereza y extrema belleza en lo terrible el que sirve para dar título a la selección de cuentos: Los mares grises sueñan con mi muerte. Se incluyen además: Los pasos de la muerte, El salmo de los infiernos, Tormenta, La llamada del mar, Canción del barco y La voz de alguien que grita en la inmensidad. Y cuenta con ilustraciones de Raymond Massey, George Grie (portada), Gunther T. Schulz, Stephen Fabian, Ned Dameron y el excepcional Philippe Druillet.  

Como no puedo creer que haya terminado, repaso los dos libros de relatos que tengo en mi biblioteca editados con anterioridad por la editorial Valdemar recopilando algunos de los cuentos de Hodgson. Los de La nave abandonada y otros relatos de horror en el mar están en su totalidad recogidos en Los mares grises sueñan con mi muerte. Si lo traigo al final aquí es por su fantástica ilustración de cubierta, una obra de Ivan Aivazouskij (1817-1900). Sin embargo, Un horror tropical y otros relatos sí que incluye un par de cuentos que, al no estar ambientados en el mar, no se recogen en aquella. Son los que comento a continuación.

Eloi, Eloi, lama sabachthani (¡Señor!, ¡Señor! ¿Por qué me has abandonado?, también publicado bajo el título El explosivo Baumoff, 1919) es un sensacional relato que basándose en unas delirantes teorías de la luz, el éter y la materia para explicar el misterio del oscurecimiento de la cruz de Cristo, consigue que las olvidemos contagiados por la angustiosa sensación de horror in crescendo que transmite. Protagonizado por fanáticos religiosos y un científico dispuesto a demostrar la verdad absoluta de Cristo y sus milagros, por fuerza nos ha de atrapar. Este científico, Baumoff, aplicará sobre sí mismo sus teorías experimentando un efecto que explicaría de manera científica este milagro de Cristo sin perder un ápice de su condición extra terrena. Pero el experimento, como está mandado, va demasiado lejos. Baumoff debe emular la pasión y el dolor de Cristo para poder provocar esas mismas emociones que este sintió. Lo que jamás esperaría nadie es que la emulación llegaría tan lejos. Y menos aún su sorprendente y sobrecogedor desenlace. Su temática desquiciada, su atmósfera agobiante, los colores y la niebla como síntomas del mal (igual que en sus relatos de horror en el mar) y su condición herética conforman un relato fabuloso. Las notas pulp que incluye, el científico que experimenta consigo mismo y cuyos descubrimientos pueden ser un arma de guerra, así como el ambiente de espionaje (el relato se desarrolla en Berlín), lo engrandecen aún más. Su magnífica gradación de la tensión y la demoledora y terrible conclusión son perfectas. Un relato excelente por muy lejos del mar que se desarrolle.

Una vaga sombra fantástica se cierne sobre El terror del tanque de agua (1907). Su desarrollo de misterio policial con crímenes de por medio podría haber dado lugar a una historia del personaje creado por Hodgson, Carnacki, el investigador de lo sobrenatural. Escrito tres años antes del primer relato protagonizado por este, quizá estemos ante el antecedente del mismo, aquí un doctor llamado Tointon.

Y ahora sí hemos llegado de manera definitiva al final. Solo he deseado compartir lo que sentí leyendo estos maravillosos relatos, y si alguien que no conocía la obra de Hodgson siente ahora el deseo de leerlo, o si quien lo conoce bien desea releerlo animado por este extenso comentario, se dará por cumplido mi objetivo, pues no es otro. Compartir lo que uno ama y que otros también lo amen con la misma pasión. Todo lo demás no merece la pena.


HODGSON, William Hope. Los mares grises sueñan con mi muerte: cuentos completos de terror en el mar. Edición de José María Nebreda; traducción de José María Nebreda y Esperanza Castro; ilustraciones de George Grie, Raymond Massey, Gunther T. Schulz, Philippe Druillet, Stephen Fabian y Ned Dameron. Madrid: Valdemar, 2010. 771 p. Gótica; 82. ISBN 978-84-7702-680-8.

HODGSON, William Hope. La nave abandonada y otros relatos de horror en el mar. Traducción de Esperanza Castro. Madrid: Valdemar, 1997. 214 p. El Club Diógenes; 67. ISBN 84-7702-188-0.

HODGSON, William Hope. Un horror tropical y otros relatos. Traducción e introducción de José María Nebreda. Madrid: Valdemar, 1999. 197 p. El Club Diógenes; 118. ISBN 84-7702-268-2.