El
considerado maestro del enigma de la habitación cerrada, imagino que con
permiso del gran Gaston Leroux y su Joseph Joséphin Rouletabille, John Dickson
Carr (1906-1977) tiene en La cámara
ardiente / El Tribunal del Fuego
(The Burning Court, 1937) no solo una
de sus obras más representativas, sino una de las más logradas, enrevesadas y
macabras.
El misterio del crimen, pues ya me diréis qué
novela de misterio sería esta sin su rosario de cadáveres, se centra no en una
sino en dos habitaciones cerradas, resultando además una de ellas una cripta
nada menos. El ambiente terrorífico propio de una historia de fantasmas y
aparecidos se apodera de la obra pese a su estructura y desarrollo netamente
detectivescos: todos los implicados reunidos en el mismo escenario, diálogos
entre los diversos protagonistas cargados de explicaciones sobre qué han hecho
y qué han dejado de hacer y gran quedada final con todos los sospechosos en la
misma habitación, repaso a todo lo sucedido con revelaciones sorprendentes y
desenmascaramiento del criminal. Es la atmósfera fantasmal con trasfondo de
brujería pues lo que le da un tono especial al relato, sobre todo en lo que se
refiere al desenlace, tan sorprendente como rompedor con el género
detectivesco.
En la novela se juega en todo momento con lo
racional y lo fantástico, llevando el enredo criminal a poder ser explicado, al
menos de forma aparente, con dos soluciones. Pero estamos muy lejos aquí de la
sugerencia elegante y sutil de Henry James y su Otra vuelta de tuerca (The Turn of the Screw, 1898) o de la
fascinante película, dirigida en 1957 por Jacques Tourneur, La noche del
demonio (Night of the Demon),
ambientada también en el proceloso mundo de las sectas satánicas e inspirada en
el genial relato de M. R. James La maldición de las runas (Casting the Runes, 1911).
Dickson Carr resulta mucho más tosco en su estilo, en el desarrollo de la trama
y en la ambientación. Por mucho que parezca ofrecer dos explicaciones, si uno
cree que lo escrito no es mentira (esto es, si Carr no incluye un capítulo cuyo
sentido único es engañar al lector), explicación solo hay una, aunque no es la
que casi todos en la novela creen. Sí hay que reconocer que este último
capítulo brilla por su capacidad de hacernos tangible lo fantasmal, creíble lo
que está más allá de la lógica. Hasta por un momento parece elevarse a las
magistrales formas de los dos James citados. Pero solo por un momento.
Si la temática sobrenatural con explicaciones
racionales conforman el corazón de la novela gótica, en esta Dickson Carr
(también firmaría muchas de sus obras como Carter Dickson) nos ofrece justo lo
contrario.
Las ediciones de Planeta y Valdemar recogen
la misma traducción. Solo varía su título, siendo más correcto el de la segunda
y no solo por la fidelidad al original, pues El Tribunal del Fuego es el
nombre del “Tribunal especial de París donde se juzgaban los casos de
hechicería” tan relacionado con esta novela. La edición de Valdemar incluye
además una breve introducción sobre el autor.
CARR, John Dickson. La cámara ardiente. Traducción de Juan José Mira.
Barcelona: Planeta, 1953. 221 p. Una selección de “Crime Club”, Colección “El
Búho”; 14.
CARR, John Dickson. El Tribunal del Fuego. Traducción de Juan José Mira.
Madrid: Valdemar, 1991. Tiempo Cero; 29. ISBN 84-7702-037-X.