viernes, enero 31, 2014

El cadáver con lentes (1923), de Dorothy L. Sayers




“-Pero si investigara usted un crimen- observó lady Swaffham-, habría de empezar por las cosas habituales, como averiguar qué había hecho la víctima, a quién había visitado, y además buscaría el móvil. ¿No es así?

-¡Oh, sí!- exclamó lord Peter-, pero muchos de nosotros tenemos docenas de móviles para asesinar a las personas inofensivas. Por mi gusto me agradaría asesinar a varias personas. ¿Y a usted?” (p. 140)

Una tenebrosa voz interior me dice, aparte de que yo también mataría con gusto a varias personas como así reconoce lord Peter Wimsey, que ese “personas inofensivas” más bien se refiere en el original a “personas inocentes”, pero dejémoslo estar. Ambas cosas.


Dorothy L. Sayers.


El cadáver con lentes (Whose Body?, 1923) es la primera aventura del detective aficionado lord Peter Winsey, la gran creación de Dorothy L. Sayers, una de esas damas del crimen inglesas que comparten panteón con Agatha Christie y que, si bien son acusadas de dedicarse a montar unos líos criminales de órdago y poco más, a poco que uno las lea descubre encantado que sí, que vale, que es verdad, pero por el camino siempre dejan un retrato tremendo de la sociedad en la que desarrollan sus tramas, con unos personajes definidos a la perfección con pocas palabras y una ironía subterránea y un cachondeo encubierto a medias que resultan encantadores. Y demoledores, porque su humor parece amable, simpático y cordial, pero mientras te llevas el té al que te han invitado a los labios y ves cómo tu taza se va vaciando, comienzas a notar un sabor raro, tal vez un poco amargo pese al azúcar, y vislumbras allá al fondo cómo los posos que se van formando tienen una tonalidad extraña. Das el último sorbo y sabes ya que te han envenenado. Ay, qué grandes son. Las amo.  



De esta forma, la cita del inicio no deja de ser una bomba de relojería dejada caer ahí como quien no quiere la cosa, como si fuera un chiste facilón, pero ojo, que lo que se está afirmando con total tranquilidad es que todos deseamos en algún momento matar a alguien. Y si tuviéramos la oportunidad de quedar impunes, lo haríamos. De hecho, la idea de que siempre tenemos móviles para asesinar a alguien suele ser el embrollo principal que plantean las novelas de crímenes de otra dama menos conocida pero no por ello menos admirable: Georgette Heyer (AQUÍ). En sus tramas, la dificultad que encuentra su héroe de ficción el comisario Hannasyde de Scotland Yard es que todos los sospechosos tienen no solo razones de sobra para ser culpables del asesinato presentado, sino que además no dudan en afirmar, casi con satisfacción, que se alegran de su muerte, eso cuando no se sienten compungidos y lamentan que alguien se les haya adelantado porque con gusto lo hubieran matado ellos mismos. Se habla de crímenes entre risas y pastas y té caliente. Pero no por no vestir gabardinas molonas ni dedicarse a repartir ñoños a la primera de cambio son más amables. Sus criminales parecen más educados, pero cuando el ansia se apodera de ellos son tan violentos o más que sus hermanos de sangre en la novela negra.

Esta primera historia protagonizada por lord Peter Winsey no es quizá tan brillante como la otra que he tenido oportunidad de leer de la serie, El misterio del Bellona Club (1928, comentario AQUÍ), pero se nos presenta diáfano el concepto de detective que Sayers persiguió crear y que consistía en que este debía crecer y evolucionar novela a novela, de ahí que en esta inicial Winsey es un niño bien repelente hasta la náusea, pero también encantador y divertido, lo cual supone un fantástico acierto de caracterización por parte de la autora. Peter confiesa de continuo que para él todo esto de resolver crímenes es tan solo un juego. Pero ya se nos apunta su evolución posterior cuando, avanzada la trama y llegado el momento en que el asunto se pone serio y hay que aparcar las bromas, confiesa que es justo entonces cuando desea abandonar la investigación. No quiere dañar a nadie con su actitud despreocupada. Será su amigo Parker, detective de Scotland Yard, quien le explicará que pese a su deseo de aparentar indiferencia y dedicarse a investigar crímenes solo para distraerse, en realidad siente la llamada de la verdad, de desenmascarar al asesino, porque en el fondo no deja de ser un hombre responsable. Ante esto, aquí todavía Winsey responderá con una broma. Ya evolucionará y tendrá otra respuesta más sincera, pero no en esta novela. Así, Peter, el niño rico y acomodado, sin preocupaciones vitales importantes, y Parker, el hombre de la calle que necesita trabajar y ganarse su sustento, se complementan, porque pese a los chistes y esa apariencia de señorito despreocupado algo late en lo más oculto del fatuo lord Peter: la necesidad y el afán de descubrir la verdad, una preocupación real y sincera por aquello que investiga. Parker, aunque en algunos momentos desee abofetearlo, lo tiene bien calado y lo admira, incluso ahora, cuando Peter se muestra más petulante y vano que nunca. 


En su conjunto El cadáver con lentes es una novela muy entretenida con un crimen de factura muy enrevesada, como era del gusto de Sayers, lo cual provoca que prestemos atención a la explicación final, algo que reconozco una vez más no suelo hacer. Aunque Peter ya nos da las pistas, es el propio criminal quien nos lo detallará paso a paso en una carta en la que confiesa el asesinato, el desmembramiento del cadáver y el robo y traslado por los tejados de la ciudad de otro. Todo acaba siendo muy macabro: por eso nos encanta también. Pero a la vez nos deja con la sensación de que, por mucho que uno desee matar, es tan complicado borrar el rastro criminal que mejor es aguantarse las ganas. Al menos de momento.


SAYERS, Dorothy L. El cadáver con lentes. Traducción de Manuel Vallve; ilustración de cubierta de J. Bocquet; ilustraciones interiores de J. Juez. Barcelona: Editorial Molino, 1949. 221 p. Selecciones de Biblioteca Oro; 45. 


A continuación, unas portadas de esta novela con un diseño muy a lo años 20, como corresponde:






Estas otras dos asemejan portadas de cómics: ¡me encantan! En especial la primera, con un lord Peter Winsey que más bien pareciera salido de una novela de Dashiell Hammett por mucho monóculo con que lo adornen. En la segunda, a quien se parece es a Opium, el malvado personaje del cómic creado por Daniel Torres. P. D.: añado una cuarta imagen que nos ha remitido el gran Alberto López Aroca en este bloque que nos muestra a un posible ancestro de Opium dedicado a tareas no sé si menos o más maléficas, pues anuncia una colonia.





Y un par más de ediciones en español. Conviene destacar la de la mítica colección Club del Misterio, con un lord Peter mostrando unas greñas setenteras de lo más inadecuado:



martes, enero 28, 2014

De cómo el doctor Claudius Tanganika diseñó una máquina prodigiosa y qué fue de él tras todo aquello



"No encontraréis su nombre en los libros de historia. Los anuarios de ciencia tampoco os darán fe de él. Y sin embargo hubo un tiempo en que la mente maravillosa del doctor Claudius Tanganika, aplicada a sus manos, pudo haber cambiado el curso pautado de nuestro mundo."

Así da comienzo la historia del doctor Claudius Tanganika, un relato que hemos pergeñado a cuatro manos y cinco cerebros el gran ilustrador Borja González y este que suscribe, servidor de ustedes y de nadie más. Todo un lujo de edición que, pese a no tratarse más que de un modesto fanzine, denota el buen gusto y el fantástico hacer de esas geniales personas que están tras la editorial El verano del cohete

Un científico loco, una idea tremebunda y un devenir desquiciado que las ilustraciones de Borja convierten en un viaje visual de verdad prodigioso. Hasta el texto les parecerá medio decente con tal compañía. Pueden ustedes adquirir un ejemplar de esta obra que hemos realizado con auténtico placer macabro


¡Todos los doctores locos que en la serie B y en la literatura más barata han sido y serán hallarán su por siempre postergada venganza de manos de Claudius Tanganika, el Supremo! O tal vez no.

 

miércoles, enero 22, 2014

La maldición de la momia: relatos de horror sobre el antiguo Egipto (1878-2006)



Lo digo desde el principio para que no haya equívocos ni confusiones: el antiguo Egipto no me importa un soberano pepino. Bueno, a lo mejor estoy exagerando, ¿a quién no le fascina la visión de esas tumbas semienterradas en la arena ocultando maravillosos secretos y tesoros? Si me aparto de la lista de las dinastías y todo comienza a entenebrecerse con un vendaje enmohecido que hiede a ácido fénico, una figura que avanza robóticamente envuelta en él con los brazos hacia delante y el rostro para siempre ya de Boris Karloff adivinándose bajo la sucia tela, entonces todo es distinto. En fin, para qué adornarlo: lo que me gusta, lo único que me gusta del antiguo Egipto son las cosas que dan miedo. Por eso al abrir este voluminoso libro que no me terminaba de convencer del todo y leer la introducción, No despertéis a los muertos: el mito de la momia, obra de su compilador Antonio José Navarro, quedé atrapado al instante. Su repaso por las raíces antropológicas, históricas, míticas, literarias, cinematográficas y seguro que algo más que me dejo por el camino acerca de la tumbífera criatura es fantástico. Desde el uso medicinal al que fueron sometidas en algunos momentos hasta su abuso en fiestas victorianas cuyo punto álgido era el desvendaje de una de ellas, hecho este que da pie a uno de los mejores relatos aquí incluidos, y realizando un completo resumen de cómo se hacían en el antiguo Egipto y a qué demonios se debe eso de la maldición que las envuelve de forma más prieta que las propias vendas. Macabro historial que incluye hasta el hundimiento del Titanic como uno de sus más sonados logros. Un aperitivo perfecto que sabe abrir el apetito y que nos lancemos ávidos a la lectura del libro. Y sí, pido perdón por el manido símil entre leer y comer. En fin, que no se concibe mejor objetivo para una introducción, y Navarro lo borda: erudición y diversión en su justa medida.

Tras un breve extracto a modo de frontispicio del Libro de los muertos, De las reminiscencias del demonio, justo el fragmento que dio pie a todas las historias de maldiciones con las que serían castigados los profanadores de tumbas, nos encontramos con Mi noche de año nuevo entre las momias (1878), de Grant Allen. Nada mejor para abrir la antología que un maravilloso y divertido relato en el cual el protagonista se cuela en una pirámide y asiste a la resurrección, por una noche, de aquellos que fueron allí enterrados. Un privilegiado, pues el acontecimiento se da una vez cada mil años. Un banquete espectral que no puede estar narrado de manera más brillante. El humor de Allen es contagioso y estimulante, se burla de todas las convenciones imaginables, entre ellas la de los europeos como faro del mundo que predominaba en ese momento histórico, dándole tiempo hasta de jugar con lo erótico al enamorarse el protagonista de una princesa egipcia nada mojigata. Genial.


El siguiente de la lista es el gran Arthur Conan Doyle. El anillo de Thot (1890) se trata de un modélico relato en el que ya se encuentran casi en su totalidad todos los elementos típicos de las historias de momias: el museo de antigüedades egipcias como marco haciendo las veces de castillo espectral gótico y mansión siniestra victoriana al tiempo, el sacerdote egipcio enamorado que ve pasar ante sí los eones esperando la oportunidad de despertar a su princesa momificada, el protagonista occidental que asiste a la escena entre atónito y curioso y descomposiciones corporales y abrazos de ultratumba en la más pura escuela del romanticismo macabro. Y todo narrado con la fuerza arrebatadora del mejor Doyle. De él se incluye también El pectoral del pontífice judío (1922), en el cual aunque el escenario es el habitual museo, no hay momia, y la historia propone más un enigma criminal que un relato fantástico. Como se indica en la presentación de Antonio José Navarro, bien podría tratarse de un relato de Sherlock Holmes sin el genial detective. Bueno, podría ser, pero si así fuera no estaríamos ante uno de sus mejores casos. Inferior al anterior, no cabe duda sin embargo de que estamos ante un buen cuento, escrito con la clase y la elegancia a las que su autor nos ha acostumbrado. 

Tras asistir sin pena ni gloria a la ceremonia fúnebre de un faraón de la mano de Willa Cather con Un cuento de la pirámide blanca (1892), pasamos a Un profesor de egiptología (1894), de Guy Boothby, en el que más que la parte fantástica, la regresión de una joven a su pasado egipcio y la solicitud de perdón de un espíritu atormentado, lo mejor se encuentra en sus primeras excelentes páginas: la presentación de un hotel de El Cairo con su conseguido aire cosmopolita. Representantes de todas las razas y culturas demostrando que, siendo tan distintos, son iguales ante el oropel y la apariencia. Así pasamos veloces hasta detenernos en Estudio del destino (1898), del conde Louis Hamon (Cheiro), una historia de atmósfera densa y funesta, muy conseguida en su intención de provocar desasosiego e incertidumbre, un buen relato que sufre alternativas recaídas cada vez que el discurso se torna “filosófico”, o más bien patafísico, la verdad. El razonamiento algo pedestre del autor, cargado de palabras altisonantes pero de mensaje y contenidos de una simpleza abrumadora, enturbia en parte el resultado. Sin embargo, la fuerza de la maldición que lo nutre se hace sentir con fiereza, sobre todo en su tramo final, cuando la melancolía da paso a la revelación. Aunque no está conseguido (a la vana palabrería, propia del adivino que era este conde Hamon, “profesión” de la que vivía, hay que sumar una historia de amor que recurre al lugar común palabra tras palabra), la ambientación egipcia primero, hindú después, resultan creíbles y dan consistencia a lo narrado. Si bien lo mejor está en sus primeras páginas, aquellas en las que nos describe ese Egipto fúnebre y terrible del Valle de los Reyes donde el esplendor del pasado se consume entre la arena del desierto y en el cual una joven pasea su dolor irreparable a la luz de una luna ancestral.


Katherine y Hesketh Prichard, madre e hijo respectivamente, firmaban sus historias con el sobrenombre E. & H. Heron. Aquí se incluye su cuento Historia de la casa Baelbrow (1899), todo un relato pulp… ¡antes de la existencia misma de la literatura pulp! Flaxman Low es el protagonista de esta historia, un investigador de lo oculto que vivió en trece aventuras. Esta en concreto lo tiene casi todo: casa embrujada, fantasma rancio, momia y vampiro. La explicación final es una chorradilla como un camión, pero la atmósfera tenebrosa de la casa está más que conseguida, y la noche de tormenta en la que todo el misterio sale a la luz resulta más terrorífica que el propio espectro que la protagoniza. Los Prichard quiebran en algunos momentos las logradas escenas de acción para pasar a otras más tranquilas y explicativas de manera algo brusca y carente de lógica, pero se lee con agrado y el ataque en el desenlace del ser de ultratumba sorprende por su violencia.

La condena de Al Zameri (1901), de Henry Iliowizi, es un magnífico relato sobre la figura del Judío Errante. De prosa poética hasta el arrebato, resulta casi mágico en su descripción de una tierra ancestral y desconocida, terrorífica y misteriosa a nuestros ojos. La historia de Al Zameri nos es narrada con toda la fuerza de su desesperanza y su soledad. Un cuento poderoso, tan bello como desolador.

La momia misteriosa (1903) es el primer relato que le publicaron a Arthur Henry Sarsfield Ward, que dicho así os pasará como a mí: ¿pero este señor quién es? Pues nada más y nada menos que el verdadero nombre de Sax Rohmer, el creador de Fu Manchú, el chino mandarín (o no) malvado por antonomasia, el culmen y el epítome del peligro amarillo. Apenas veinte años tenía Rohmer cuando vio impresa al fin su primera historia. Y hasta aquí llega el interés que pudiera tener este relato en el que lo fantástico cede ante lo detectivesco, bastante torpón en su desarrollo, de una mediocridad notable y carente de la más mínima tensión. De Rohmer también se incluye El Señor de los Chacales (1918), un buen cuento de terror que, lástima, desperdicia muchas de sus páginas en contarnos las maravillas de ser joven y el descubrimiento del amor en un tono torpe hasta el sonrojo. Por el contrario, las apariciones del Señor de los Chacales en forma de anciano esquelético resultan siempre extrañas y sobrecogedoras, y cuando al fin lo vemos dando muestras de su poder todo respira misterio y terror, fantástico elaborado y de gran dosis poética en su sencillez.     


El ocultista, escritor y teósofo Charles Webster Leadbeater nos deja en El templo abandonado (1911) un relato muy en la línea de sus creencias y ocupaciones: esto es, más cercano a la parapsicología que al género que nos apasiona. Aquí, el fenómeno raruno del que se nos quiere convencer de que es real es un sueño compartido entre el protagonista y uno de sus alumnos. Juntos viajan en trance al antiguo Egipto. Cuerpos astrales de un lado a otro, alteración de la percepción y un jovencito en la cama del profesor que nos hace pensar más en las palabras de Antonio José Navarro sobre el autor que en la historia en sí. En fin, estas cosas tan modernas y propias de la New Age.

En realidad más un artículo que un relato en sí, Reyes muertos (1914) de Rudyard Kipling refleja de una manera feroz pero no exenta de una divertida ironía el “mercado de antigüedades” en el que ya por aquellas fechas se había convertido Egipto. Robos y saqueos de tumbas, profanaciones, expediciones enfrentadas entre sí, científicos y aventureros en el mismo lote… Y los turistas, cientos de turistas recorriendo el mismo camino faraónico una y otra vez. Pero todos ellos sintiendo en mayor o menor medida el peso de las ruinas, el influjo de esas pirámides milenarias que nos recuerdan de continuo la futilidad de nuestras existencias y el poder igualador que tiene el tiempo sobre todas las cosas. De los grandes reyes muertos solo quedan ya el polvo y las joyas que ladrones impíos roban sin conmiseración.


A continuación la antología incluye tres relatos y un poema que conforman uno de los bloques que más me apasionó del libro. La maldición de Amen-Ra (1932) de Victor Rousseau atesora un buen puñado de tópicos del tipo de literatura al que pertenece con orgullo, un pulp en toda regla, refrendados además por cientos de maravillosas películas de serie B: una isla tenebrosa, un manicomio, un profesor loco, una mansión misteriosa… Pero todo ello envuelto en una muy conseguida atmósfera macabra, con una lluvia que parece escapar de las páginas del libro y empaparnos el rostro con su gélida furia y un mar embravecido cuyos atronadores ecos resuenan hasta pasado un buen rato después de terminada la lectura. Una ambientación perfecta y un ritmo que mantiene una efervescente tensión en todo momento. Maldiciones egipcias, momias redivivas, un viaje al pasado con una historia de amor y traición entre las pirámides engarzada con precisión y un final trepidante. Rousseau consigue con su narración que, sin dejar en ningún instante de mostrar las raíces en las cuales bebe, dejar bien claro que la literatura pulp en sus mejores logros es sinónimo de fuerza y buen hacer, directo como un uppercut y emocionante como suelen serlo las mejores joyas del género. Tras esta maravillosa salvajada, un bonito y evocador poema de Clark Ashton Smith, La momia (1937). La reseña biográfica de Antonio José Navarro es excelente, aunque en esta ocasión queda en una proporción de cinco páginas suyas por una del autor comentado… Aprovecho y añado que Navarro, en este libro como en otras antologías orquestadas por él, es verdaderamente brillante aunque tenga tendencia a destripar los relatos. De Smith realiza un dibujo preciso y emocionante al tiempo.

Tan breve como brutal, Escarabajos (1938) es un impactante relato de Robert Bloch (publicado en su origen bajo el seudónimo de Tarleton Fiske) acerca de los peligrosos regalos que en ocasiones acompañan a nuestras amigas las momias. Atmosférico y envenenado, es un cuento soberbio que no resulta esclavo de su sorprendente, o quizá no tanto, final. Casi las mismas palabras podríamos utilizar para el intenso Huesos (1941), de Donald A. Wollheim, una filigrana de concisión macabra. Dos relatos que, vale, no es que vayan a hacer historia dentro del género, pero sí que dejan claro que son obras así las que lo hacen grande y que por eso lo amemos.


Si páginas atrás tuvimos a Flaxman Low, El hombre de la calle Crescent Terrace (1946) de Seabury Quinn nos trae al detective de lo oculto Jules de Grandin y su “ayudante” el doctor Trowbridge. Me suelen gustar los relatos protagonizados por De Grandin, aunque en esta ocasión resulta más brillante en los momentos pausados que en los que predomina la acción. La trama que nos plantea no es que resulte muy refinada que digamos, y los métodos expeditivos de nuestro investigador no nos lo hacen muy simpático, pero cuando se encierra en una habitación a contarle sus sospechas y conclusiones del caso a sus compañeros nos desarma. No es este pues uno de sus más interesantes problemas que resolver, pero siempre es agradable y divertido volver a él de vez en cuando.

La maldición de la tumba de la momia (1966) de John Burke es una novelización de la película inglesa producida por la Hammer The Curse of the Mummy’s Tomb, dirigida por Michael Carreras en 1964. Por lo que recuerdo de ella, Burke sigue con bastante fidelidad esta cinta irregular, de ocasionales logros pero decepcionante en su conjunto. Carreras como director estaba a años luz no solo de Terence Fisher, lo cual es algo inevitable, sino de todos los directores que alguna vez trabajaron para él en la productora británica. Precisamente los mejores momentos del filme, las apariciones de la momia, son los más flojos de este relato largo. Resultan carentes de nervio y tensión, tan mecánicos como los movimientos de la criatura que lo coprotagoniza. Sin embargo, Burke es un narrador eficaz y muy entretenido al desarrollar la trama, una historia con no mucho interés pero que su buen hacer mantiene en pie con soltura y consigue que la leamos con moderado placer.


El volumen llega a su final presentando tres relatos de autores en lengua española contemporáneos, dos españoles y un argentino, como muestra de que el género posee grandes valedores en nuestro idioma. El resultado no puede ser más gratificante, pues al menos uno de ellos es una perfecta obra maestra, otro casi casi y un tercero no desentona con lo mejor de la compilación. Así José María Latorre nos trae un relato, La sonrisa púrpura (2006), de evidente tradición gótica, con sus mazmorras, sus pasadizos y sus, más o menos, damas en apuros, con su habitual capacidad para crear logrados ambientes macabros en los que el mismo olor de las páginas transpira putrefacción. Atmósfera malsana y tenebrosa muy conseguida, aunque también con su sempiterna manía de contarnos lo que va pensando y haciendo su protagonista a cada segundo y gesto, lo cual hace perder algo de brío a la narración.

Partiendo de la conocida costumbre social finisecular de realizar fiestas sociales (organizadas por la nobleza y las altas clases sociales más chic), en El relicario de Lady Inzúa (2006) Norberto Luis Romero lleva la anécdota a su terreno, un Buenos Aires recién liberado del dominio de la corona española para caer en el yugo de la nobleza criolla, la cual da muestras de su afectado europeísmo copiando las costumbres más absurdas del viejo continente. Aquí, la de desenvolver una momia como punto culminante de una de estas fiestas de sociedad. Romero funde diversión, esas jovencitas bien preparando el evento, con el horror más descarnado, lo que acontece en la fiesta y sus terribles consecuencias, en un cóctel en verdad genial. Nos mantiene con una sonrisa en los labios hasta que nos la retuerce en su impactante y horrísono desenlace, todo un festival macabro y espeluznante llevado con mano firme y un temple admirables. Una verdadera joya del terror más desbocado narrado con una perfección y un gusto por el detalle bien cuidado sencillamente magistrales. En esta ocasión la momia egipcia es sustituida por una indígena en un giro de guion soberbio. Salvaje y delirante, pero a la vez siempre elegante y preciso, Romero consigue que su relato sea uno de los mejores del libro. Una ambientación perfecta que nos lleva a un final que es toda una bomba de relojería activada por unas niñas malcriadas casi por accidente. Sus descerebrados actos harán las más terribles pesadillas realidad. Y esta locura magnífica de relato se cierra además con una frase final antológica. ¡No podemos pedir más!

Y casi a la misma altura brilla el relato de Pilar Pedraza, Carne de ángel (2006), narrado con esa sencillez pasmosa de la que solo los grandes narradores son capaces. El tono casi confesional hace que hasta podamos tomar por verdadera esta historia de una obsesión enfermiza por las momias beatificadas (Pedraza también se aleja, como Romero, del Egipto faraónico). Ambientado en la época actual, este relato de niñas momificadas espectrales deviene el broche perfecto para cerrar un libro cuya lectura nos ha parecido asombrosa casi en su totalidad.

Una antología excelente, pues, que solo incluye un relato que creo insustancial, de la que da absolutamente igual que de entrada no os interesen lo más mínimo ni las momias, ni el Egipto ancestral, ni el desierto, ni tan siquiera la literatura fantástica. ¡Esto no vale como excusa para no leerlo! Lo bonito de este libro, y esto en gran parte es mérito de Antonio José Navarro por su introducción y la magnífica selección de cuentos, es que nos envuelve en su atmósfera de misterio y extrañeza y acaba resultando una lectura apasionante. 



LA MALDICIÓN de la momia: relatos de horror sobre el Antiguo Egipto. Selección, prólogo y notas introductorias de Antonio José Navarro; traducción de José Luis Moreno-Ruiz, J. L. Velázquez, Amando Lázaro Ros y Miguel Ángel Ávila. Madrid: Valdemar, 2006. 652 p. Gótica; 65. ISBN 84-7702-546-0.

miércoles, enero 15, 2014

Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra (2012), de Alberto López Aroca



Me surgió el interés por la obra de Alberto López Aroca gracias a los comentarios elogiosos dedicados a algunos de sus libros por parte del gran Wolfville en su blog El carnaval del señor Wolfville. Y vaya, qué puedo decir: ha resultado una recomendación que ha devenido un descubrimiento sensacional. Ha sido la primera novela que he leído de Aroca, pero a día de hoy ya puedo decir que no la única.

Para sus historias Aroca se nutre de referencias infinitas, en parte pastiche pero dotando de pleno sentido la expresión mitología creativa, esa forma de entender la literatura y sus personajes como un todo interconectado que naciera en el Wold Newton Universe de Philip José Farmer. Wold Newton es una población inglesa en la que a finales del siglo XVIII, en 1795, cayó un meteorito dotando a su población y a sus descendientes de poderes sobrenaturales. Esta familia fantástica estaría formada por todos los héroes y villanos que nos han dejado la literatura fantástica, los cómics, las series de televisión y todo aquello donde surja un personaje que pueda incluirse sin temor ni prejuicios en este universo loco y referencial. Una súper red en la que cabe hasta el mismísimo Doctor Who, por citar uno que en principio jamás pensaría un servidor que fuera a aparecer por allí (todos sabéis que es un alienígena procedente de Gallifrey). Aunque Aroca no sigue el planteamiento de Farmer de manera literal, sí quizá algo en su esencia, pues en su obra todos los personajes imaginables pueden tener cabida en una cascada de correlaciones que nunca deja de sorprender y divertir.

En la novela que nos ocupa, Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra (2012), esto sucede ya desde el mismo héroe mencionado en el título, ese Marlow protagonista de varias novelas de Joseph Conrad (la más famosa de ellas El corazón de las tinieblas, 1899), pasando por su “secreto” coprotagonista, un Sherlock Holmes al cual ni se alude por su nombre sino bajo el seudónimo de Sigerson, un noruego misterioso, del cual no pasa nada porque revele ahora su identidad pues sí que aparece en la portada del libro. Aroca se vale de esta feble ocultación de su nombre para lanzar un juego al lector ya que desde su primera aparición queda claro quién es en realidad. Continuas y evidentes pistas nos irán dejando claro su yo verdadero haciendo que el juego consista no en adivinar de quién se trata, sino en reconocer los tics más clásicos del detective que nos lo hará presente a cada instante. La narración así está plagada de personajes, hechos, lugares y objetos que aluden o remiten a obras preexistentes. Como he dicho, una auténtica maraña de caminos entrecruzados la cual, y aquí estriba su gran mérito, no se limita a acumular nombres o anécdotas sin más, sino que los enlaza en un puzzle creativo fascinante. Tanto si se conoce su procedencia, lo cual hace que se disfrute de su reconocimiento, como si no, cosa que Aroca no dificulta en ningún momento gracias a un magistral glosario onomástico y toponímico incluido al final del libro en el que el juego entre la realidad y la ficción se multiplica convirtiendo su lectura en una auténtica y erudita delicia.

Pero más allá de estas infinitas referencias, tenemos una fantástica novela de aventuras perfectamente disfrutable aunque desconociéramos todas y cada una de ellas. Y en esto, al menos a mi gusto, estriba su magnífico valor adicional. Porque Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra resulta una historia asombrosa, trepidante y, lo mejor, salvajemente divertida. Gran parte de la acción discurre a bordo del vapor volandero holandés Friesland. Allí se marcan todos los puntos importantes de la trama que se desarrollarán y resolverán nada más y nada menos que en la mítica isla de la Niebla. Todo lo que acontece a bordo del barco no solo es emocionante, sino también desternillante gracias al excelente retrato de los marineros que forman su tripulación, en especial esos magníficos diálogos, casi encontronazos, entre el “misterioso” Sigerson y el capitán Marlow. Una verdadera gozada que consigue mantenernos con una sonrisa continua en el rostro sin que por ello los acontecimientos más terribles y macabros de la aventura se resientan o pierdan su fuerza.


Hay grandes momentos, estando estos comentados entre mis favoritos, pero destacaría también la sencillamente fantástica forma en que Aroca ofrece una solución al misterio real de la desaparición del barco Mary Celeste, una de las ideas más bonitas contenidas en este libro. Y a su malvado de rigor, el tremebundo doctor Severus Magog Sivane, cuyo origen nos retrotrae a los maravillosos cómics del Capitán Marvel (Shazam) creados por Bill Parker y C. C. Beck. Este misterio del Mary Celeste será el corazón de su siguiente novela, la recién autoeditada Los náufragos de Venus, que adelanto ya que me ha gustado más aún que la presente. Aroca sigue construyendo su tupida malla de nexos entre personajes de ficción haciendo que sus novelas la creen a su vez edificando un todo que se continúa de una a otra. Como dice el propio autor: “el conjunto es superior a las partes.” Damos fe de ello, pero dejando constancia de que solo se puede construir un todo magnífico cuando sus partes son tan geniales como esta novela en la que Marlow y Holmes se enfrentan a uno de los casos más extraños con los que jamás se encontrara el celebérrimo detective consultor.


Cuaderno de bitácora del “Matilda Briggs”: cinco ensayos sherlockianos y una carta (2005-2006)


A la manera del Baker Street Journal de los años 40, Aroca ofrece una bonita colección autoeditada de cuadernillos que se inspiran en su presentación en esta mítica publicación. Como su título deja bien claro, este cuaderno está compuesto de cinco artículos dedicados a Holmes y una carta firmada por ese viejo conocido nuestro que es Fu Manchú, además de unos extraordinarios anuncios de la época en la que excelentes profesionales nos ofrecen sus servicios, aunque da la sensación de que tras todos ellos se ocultan los dos mismos y bien conocidos hermanos doylinianos, jeje. Vamos con su contenido.

Presentación: Matilda et Marie. Donde Alberto López Aroca recopila información acerca del ficticio, que resulta tal vez no serlo tanto, barco Matilda Briggs, quizá en su origen el Mary Celeste ocultado su nombre por el propio Watson al mentarle Holmes el caso de la rata gigante de Sumatra. Quizá de aquí parta la idea de Aroca de convertirlos en dos barcos bien distintos en su novela Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra y la posterior Los náufragos de Venus, siendo así el primer navío el protagonista del archiconocido enigma y el segundo el que Holmes mencionara en el caso de la rata.

La aventura del ineludible duelo eludido. Donde se especula sobre un posible enfrentamiento entre Holmes y Jack el Destripador, y de regalo todas las obras que han versado sobre este fantástico encuentro. Y también sobre aquellos otros libros que esclarecen el caso del célebre asesino sin nombrar a Holmes o los que explican por qué este nunca intervino en ese caso o por qué Watson nunca lo escribió. Como en el ensayo anterior, Aroca funde erudición, fantasía y realidad en un combinado imbatible que se multiplica aún más en el excelente Mycroft Holmes y algunos agentes del Diogenes Club, donde nos habla de la pertenencia del marino Charles Marlow al espectral club fundado por Mycroft, así como de otros posibles miembros. Y de las extraordinarias asociaciones y concomitancias existenciales de estos entre sí.

En el dueto formado por El problema del Holmes travestido y El argumento del destripador alemán (Algo más sobre el Holmes travestido) se nos explican nuevos detalles sobre el enfrentamiento entre Jack el Destripador y Sherlock Holmes, en concreto sobre aquel que llevó al detective consultor a atraparlo recurriendo al “ingenioso” truco de vestirse de sexy prostituta. El origen de este duelo sin igual está en las dos colecciones (en concreto, en la segunda de ellas) de pastiches alemanes anónimos de principios del siglo XX protagonizados por Holmes (de los cuales hemos podido disfrutar de recientes reediciones comentadas AQUÍ, AQUÍ y AQUÍ). La realidad supera a la ficción en este caso, pues estos pastiches, al ser “traducidos” de manera harto imaginativa por el genial escritor belga Jean Ray, dieron origen al Sherlock Holmes americano: Harry Dickson.

El cuadernillo se cierra con la pieza que más me ha gustado de las seis que lo conforman, a mi gusto una pequeña joya. El mundo volverá a saber de mí es una carta de Fu Manchú dirigida a Mycroft Holmes. Con Charlie Marlow de protagonista, adelantando detalles de la aventura conjunta que este vivió con Sherlock y que Aroca nos relatará seis años después, y con el terrible destino pergeñado por el genio oriental del crimen para el marino conradiano (aroquiano convendría decir en esta ocasión). El tono entre sardónico y admirativo, respetuoso e insultante a un tiempo de la misiva se nos antoja de fantástica factura, tanto en su forma como en la sucesión de hechos que en ella nos relata. La manera en que Fu Manchú, siempre correcto y educadísimo, nos acompaña de la mano con una sonrisa humilde y servicial hacia el corazón del horror es magnífica.


La rata gigante gigante de Sumatra en el oeste (2012)


Y para terminar, y como complemento a la novela que abre este comentario, recomendamos vivamente la lectura de este relato (firmado con el sobrenombre Norm Eldritch) ambientado en el salvaje oeste con un chino, inspirado tal vez por ese otro que aparecía en El circo del Dr. Lao (1935) de Charles G. Finney, que se presenta en un tórrido pueblo típico de ese oeste mítico que para nosotros nace más del cine que de la literatura con un carromato de monstruos en cuyo interior transporta un ejemplar de la terrible rata gigante de Sumatra. Protagonizado por los posibles descendientes del mismo Robinson Crusoe, el despiadado pistolero de pétrea mirada Fred Porlock con su Winchester 73 (una creación de Arthur Conan Doyle que aparece de forma intermitente en la obra de Aroca), el mentado chino misterioso, el obtuso sheriff Reed Brooks y el rufianesco señor Cosgrove. Muy entretenido, funde a la perfección una historia del más puro far west con una trama de robos trufada de criaturas imposibles. Lo fantástico rasga el plomizo y seco viento del desierto y el polvo levantado por las botas de cuero se apelmaza en la atmósfera de la sala de lectura de nuestra mansión de forma inevitable. Aroca domina este tono donde lo fantástico juguetea con la comedia sin abandonar u olvidarse de la emoción y la tensión de la historia.

Podéis haceros con estas tres maravillas y otras fruto de la imaginación de su autor en este blog donde las tiene a la venta: AQUÍ.


LÓPEZ AROCA, Alberto. Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra: una aventura de Sherlock Holmes en 1893 con la solución al misterio del “Mary Celeste.” Ilustraciones de cubierta e interior: Sergio Bleda Villada. Madrid: Alberto López Aroca, 2012. 303 p.

LÓPEZ AROCA, Alberto. Cuaderno de bitácora del “Matilda Briggs”: cinco ensayos sherlockianos y una carta. Albacete: Academia de Mitología Creativa “Jules Verne” de Albacete, 2006. 52 p.

ELDRITCH, Norm. La rata gigante de Sumatra en el oeste. Traducción de Alberto López Aroca; ilustración de portada de Sergio Bleda. Madrid: Academia de Mitología Creativa “Jules Verne” de Albacete, 2012. 48 p. Bisonte futuro; 95.


sábado, enero 11, 2014

La casa y el cerebro (1859), de Edward Bulwer-Lytton



Ardía en verdad en deseos de leer este cuento del muy popular, en su época, escritor londinense Edward Bulwer-Lytton (1803-1873). Presentado como “uno de los mejores relatos de casas encantadas jamás escritos” por el mismo Lovecraft o “la mejor historia de fantasmas en lengua inglesa” por el no menos imprescindible Lafcadio Hearn, ya me contaréis quién podría resistirse. En una edición cuidada y elegante como es habitual en Impedimenta, su lectura no os entretendrá más de media hora, quizá la única pega que pudiéramos poner: ¡queremos más! Puedo decir una vez terminado que, en fin, sin pararme demasiado a pensar, Corazones perdidos (1904) de M. R. James, La historia de la vieja niñera (1852) de Elizabeth Gaskell o La puerta en el muro (1882) de Margaret Oliphant son relatos de fantasmas y casas encantadas que dejan un tanto en evidencia tamañas afirmaciones acerca de este de Bulwer-Lytton, pero al tiempo no dudamos en reconocer que La casa y el cerebro (1859) es un cuento sensacional, con momentos estremecedores capaces de provocar ese espanto que consigue que la tan manida metáfora del escalofrío recorriendo nuestra espina dorsal de puro miedo deje de serlo.

El punto de partida no puede ser más tradicional: dos viejos amigos se encuentran por la calle y uno de ellos le cuenta al otro el horror sufrido al alquilar con su esposa una casa encantada y tenerla que abandonar echando chispas a las tres noches de permanecer en ella. El otro, intrigado al máximo, le pide la dirección y se presta a tomarla en alquiler él mismo. Tiene experiencia en casas encantadas y nada le puede atraer más que ser capaz de dar con una que lo esté de verdad. Y hala, manos a la obra y con su criado y su perro allí lo vemos pocas páginas después presto a pasar una noche en la terrorífica casa. Justo la llegada a esta y lo que sucede en esa noche fatídica compondrán el corazón del relato, que en su primera mitad ofrece toda una galería de horrores y apariciones espectrales de antología. Bulwer-Lytton detalla con maestría cómo el protagonista toma posesión de la casa con sus compañeros, lo cual sirve para que conozcamos todos sus rincones y ya se empiecen a dar los primeros sucesos paranormales. Caerá la noche y entonces se desatará una verdadera ordalía infernal que tomará carácter de alucinada pesadilla consiguiendo los más brillantes, por oscuros y terroríficos, momentos de espanto que harán que esta primera mitad del relato se pueda medir cara a cara con los tres citados. Lo prodigioso y lo sobrenatural crearán una atmósfera de horror difícil de soportar hasta para nuestro valiente narrador, el cual contemplará atónito todo un festival de prodigios espeluznantes desplegarse ante sus ojos. Y nosotros con él.


Tras estas magníficas páginas, una vez pasada la terrorífica noche, observé que aún ni me encontraba en la mitad del libro, así que me las prometí felices, pero entonces es cuando llega el turno del cerebro del título, la hora de las explicaciones, esas que sobran aunque ya sabemos que no suelen faltar. Bulwer-Lytton desarrolla una de esas teorías dedicadas a dotar de sentido a los fenómenos paranormales tan en boga en aquella época y al espíritu del autor, y que aún hoy en día podemos leer incrédulos en las revistas y libros dedicados a tan fantasmal cuestión. Si bien la búsqueda posterior en la casa maldita del origen de la infección fantasmal no dejan de atesorar una fuerza espectral contundente, las mentadas explicaciones se leen con el mismo interés que las que se dan en las novelas de crímenes cuando se junta a todos los sospechosos en una habitación y venga, a estropear todo el misterio y la intriga en la que nos han tenido sumidos. Esto no resta valor al conjunto, que conste, pero tras caminar de la mano del horror no resulta tan placentero pasear silbando las melodías de la parasicología más estrambótica. Bulwer-Lytton era un férreo creyente en las mismas, no hay sorpresa pues, pero sí un poquito de bajón tras haber degustado las delicias del mejor fantástico espectral.

No dejamos de recomendar vivamente su lectura, por descontado: solo por esa excelente primera parte ya merece toda nuestra atención. Un puro hervidero de imágenes que permanecerán toda la noche posterior a su lectura consiguiendo que nuestro sueño se llene de pesadillas, todo un muestrario de lo que el género estaba desarrollando y adelantando casi todo lo que vendría después. Si bien en su conjunto no es un relato perfecto, sí que afirmamos sin titubear que resultará inolvidable.


BULWER-LYTTON, Edward. La casa y el cerebro: un relato victoriano de fantasmas. Introducción y traducción de Arturo Agüero Herranz. Madrid: Impedimenta, 2013. 101 p. ISBN 978-84-15979-02-9.