jueves, octubre 02, 2008

Cuatro aventuras de Perry Mason por Erle Stanley Gardner: la justicia también es para los débiles

El tío Erle en su estudio en el Rancho Paisano, Temecula, California

Las aventuras de Perry Mason quizá sean hoy más conocidas por la televisión que por su original literario, obra de la rápida pero eficaz pluma de Erle Stanley Gardner. Y, desde luego, muchos identificarán al gran Perry Mason con ese estupendo actor con aspecto brutote que es Raymond Burr gracias a los nada más y nada menos que 271 episodios que protagonizó, de 1957 a 1966, posteriormente de 1985 a 1993, encarnando al genial abogado detective. A esto súmenle películas para la pequeña pantalla y otras 6 rodadas en el segundo lustro de la década de los años 30, en la mayoría de las cuales el personaje es interpretado por ese curioso actor (al menos a ojos de hoy: un galán estiraducho y con bigote fino de malote que pasaba por guapo, pero muy buen actor) llamado Warren William. Hasta hay una película con Ricardo Cortez de Mason, que imagino impagable. Para más detalles, podéis consultar la IMDb, lugar de donde he extraído esta información. Porque en mi cabeza el Perry Mason televisivo, menos aún el cinematográfico de los 30, no existe: no he visto jamás un solo episodio de esta interminable serie.

Me he leído cuatro novelas de este personaje una tras otra, como si de un volumen de relatos se tratase, y aunque no me han gustado tanto como la protagonizada por Bertha Cool y Donald Lam (vean, si se atreven, la entrada anterior), sí que puedo afirmar que el estilo de Gardner me gusta y sus historias me atrapan. Casi siempre, al menos.


El caso del gatito imprudente (The Case of the Careless Kitten, 1942). Número 21 de la serie.


Dar el primer paso en el mundo del abogado defensor Perry Mason con la que hace la novela número 21 de la serie no es para mí, tan maniático con esto del orden, lo que hubiera preferido. Pero esto es lo que hay. Nada grave pues no es que haya una clara continuidad entre ellas, pero sí que se nota una leve evolución de la relación entre Mason y su fantástica secretaria Della Street. Evolución amorosa, se entiende.

En este caso del gatito de marras, Gardner expone una trama complicada con una claridad admirable. En este tipo de novelas el final explicativo, la cháchara de turno en la cual se desenreda el embrollo, como ya he dicho en alguna ocasión, me suele resultar indiferente. Pero confieso que no aquí: uno desea realmente saber qué demonios ha pasado, qué hilo de razonamiento ha seguido Mason para resolver el caso. Y Gardner no hace trampas: como el mismo Mason afirma, tiene la misma información que el resto acerca de lo sucedido (un lío tremendo, creedme), solo que es él el único que ha sabido atar los cabos. Y nada más cierto, pues Gardner nos ha dado todas las claves, no nos ha ocultado nada, pero hasta que no leemos la explicación del sensacional abogado no hay manera de poner la casa en pie. Eso sí, como curiosidad destaco algo que desconocía y que me hacía estar en desventaja, una ley universal que yo, en mi ignorancia, no tuve en cuenta: a un reloj jamás se le da cuerda a las cuatro de la tarde; se le da por la mañana o por la noche, pero jamás a esa hora tan intempestiva.

Me gustaría destacar que, en plena Segunda Guerra Mundial, Gardner es capaz de dar la cara por un personaje oriental y poner en su sitio el fanatismo patriotero racista. Algo que se adecua a la leyenda del propio autor, abogado también, famoso por lo visto por su defensa de las condiciones de vida dignas para los inmigrantes que se refugiaban en su país.

Los personajes resultan apasionantes, todo lo que les pueda suceder nos afecta y preocupa, nos interesa, porque Gardner deviene genial en su dibujo. Mason no se enfrenta a una partida de tontos ante los que lucir su ingenio, sino ante tipos que hacen bien su trabajo. Así, su rival el teniente Tragg (siempre investigando a favor del fiscal), un policía despierto e inteligente cuyo continuo duelo con Mason por esclarecer el caso es de una intensidad apabullante: ante la genialidad de uno por sacar al entrometido abogado del caso, siempre surge otra de Mason para llevar al empecinado teniente por el camino que le interesa. El bueno de Perry debe estar siempre haciendo gala de su ingenio, siempre alerta, porque tanto la policía como los criminales a los que se enfrenta no son contrincantes fáciles, no en todas las ocasiones consigue engañarlos y veces hay en que el engañado resulta él. Solo su férrea convicción en sacar a la luz la verdad y defender al más débil cuando es inocente le alza moralmente frente a sus adversarios. En fin, si sois fanáticos seguidores de las historietas de Batman como el que aquí os aburre, creo que no tendré que insistir en que un buen malo es lo mejor para una historia. Para Mason, solo el ser más inteligente aún si cabe que sus rivales le dará la victoria. Bueno, y el contar en este caso con la desinteresada ayuda de un gatito algo temerario. No por nada es una de las más celebradas aventuras de Perry Mason.


El caso de la heredera solitaria (The Case of the Lonely Heiress, 1948). Número 31 de la serie.


En esta novela, si bien todo se plantea en un tono más divertido y en apariencia menor que la anterior, pronto Gardner nos ha vapuleado tanto con los alucinantes giros de la trama que nos tiene agarrados por el cuello incapaces de abandonar la lectura. El propio Mason se toma el caso más a la ligera, y así le va al pobre. Una metedura de pata tras otra le lleva siempre a estar por detrás tanto del avispado teniente Tragg como de los criminales, que en esta historia asemejan una partida de idiotas, y nos engañan tanto como al poco concentrado Mason. Resulta sorprendente (¡y estimulante: contribuye a enrarecer la narración y enganchar al lector!) cómo, bien por no prestar la suficiente atención al caso nuestro abogado defensor, bien porque cuando su ingenio se enciende de manera brillante sus adversarios le dan un buen baño de humildad, los malvados no dejan de engañarlo y burlarse de él de manera continua. Perry Mason debe estar casi de capítulo en capítulo superándose para darse de cabeza contra las triquiñuelas de los malotes. De verdad que sentí deseos de saltar al cuello del detestable (¡pero muy inteligente!) matrimonio Caddo en un momento de la historia. ¡Vaya par de espectaculares fulleros! Y esto por no mencionar a los viejos y endiablados hermanos Endicott, una familia de odiosos crápulas más viejos que el mal que ostentan.


Gardner también nos describe un brutal interrogatorio de la policía, uno de esos que tantas veces hemos visto aplicado como correctivo a alguien en las películas clásicas (personaje enfocado con una potente luz recibiendo una andanada de preguntas buscando confundirlo y agotarlo, y otras artimañas de persuasión que no desvelaré pero que están lejos de lo que podríais entender como poesía romántica del siglo XIX). Aquí el teniente Tragg y los suyos hacen sufrir en serio a un personaje inocente, y la denuncia de Gardner resulta de lo más efectiva. Sin panfletos ni proclamas baratas nos hace compartir con su personaje, narrando de manera que la identificación con él sea absoluta, lo que es el terror ante la brutalidad y la violencia, la impotencia ante la injusticia (que al ser aplicada por la policía acrecienta la sensación de indefensión) y cómo el ciudadano de a pie puede ser presa fácil del engranaje ciego de la ley. Solo la entereza ante la adversidad y el afán por llegar a la verdad de los hechos de Perry Mason forman la pequeña esperanza de que la abyección no resulte triunfante.

Aun con esto, es la novela más divertida de las cuatro, en especial en su inicio: Gardner nos sumerge en el apasionante mundo de la escritura para revistas baratas de relatos rosas. Y vamos sin oxígeno.


El caso de la ninfa negligente (The Case of the Negligent Nymph, 1950). Número 35 de la serie.


A pesar del impactante inicio, una joven que aparece nadando desnuda en la playa privada del islote de un ricachón frente a los alucinados ojos de Perry Mason, esta aventura del sensacional abogado funciona solo a medias. La ninfa nadadora, más veleidosa e inconstante que negligente si buscamos la precisión, nunca termina de tener ni el interés ni el misterio que se le atribuyen, y el resto de personajes que se reparten la función menos aún. Es raro que a Gardner le falle precisamente esto, pero es superior la fuerza de la original situación a la que debe hacer frente Mason: su propia cliente, y su alocado proceder, será el mayor enemigo en este caso.


Da la sensación de que Gardner escribió esta aventura un poquito con el piloto automático. Mason aparece tan brillante como siempre, pero al no estar los oponentes a la altura (en esta ocasión ni tan siquiera cuenta con la oposición del teniente Tragg) sus destellos de ingenio brillan con menos fulgor. Della Street, su secretaria, no aporta nada nuevo en su papel de fiel compañera de aventuras aunque su sola presencia sea un regalo (ya, ya, esto último es odiosamente parcial por mi parte). Bueno, eso sí, se da un pasito más en ese continuo juego en que se mantiene al lector sobre si serán finalmente pareja o no, si bien a mí no me cabe la menor duda de que lo son aunque Gardner jamás lo haga explícito. Y el detective Paul Drake, colaborador habitual de Mason, pues eso: repitiendo los gestos, las posturitas y el papel de novelas anteriores. Es normal y de agradecer que en una serie de novelas con los mismos protagonistas se repitan esquemas narrativos: en el fondo es siempre lo mismo con variaciones. Los personajes ganan en credibilidad al tiempo que el lector se siente recompensado por el rápido reconocimiento de los mismos. Depende pues de la inspiración del momento o del desarrollo más o menos brillante que haga el autor que el resultado final sea satisfactorio o no. Aquí lo dejaremos en un regular, pues aunque Gardner no está a la altura de otras ocasiones, esta aventura de Mason se lee en un ratito, entretiene de manera honesta y, tampoco se puede negar, algún truquillo se guarda el autor en la manga para mantener en todo momento vivo el interés.

Interés que en este caso viene dado por, como he dicho, el impredecible proceder de la joven clienta de Mason que pondrá a este una vez y otra contra las cuerdas, más que sus poco inspirados antagonistas. Y por la astucia con la que Mason va salvando los obstáculos, por supuesto.


El caso de la chica vacilante (The Case of the Hesitant Hostess, 1953). Número 41 de la serie.


Los personajes están mejor definidos que en la anterior, lo cual deviene en que la aventura resulte más interesante. La trama es compleja, por lo que Gardner procura que, por medio de conversaciones, todos los pasos e hipótesis queden claros al lector. Esto provoca que en ocasiones estos diálogos sean un tanto repetitivos y artificiales: más que conversar, los protagonistas repasan en voz alta el caso. No molesta demasiado, pero en el caso del gato traviesillo Gardner supo ser claro y preciso sin que se le notaran tanto los trucos.

Gardner estructura la novela de forma distinta a las otras tres. Ya no se trata de la presentación de un suceso chocante o extraño, la primera exposición del caso, la aceptación del mismo por parte de Mason, la petición de habeas corpus para su cliente, la investigación, el juicio y la pertinente explicación final. Entramos de lleno a mitad del juicio de rigor y así vamos enterándonos de lo sucedido. La investigación se lleva a cabo en un receso del juicio, por lo que de nuevo Perry Mason y los suyos (Della Street y Paul Drake) actúan con poquísimo tiempo para resolver el misterio y los hechos se muestran, como es habitual, nefastos para su defendido.

Este planteamiento estructural juega a favor de la novela, pero también el ambiente en el cual se desarrolla gran parte de la historia: garitos ilegales de juego, antros de dudosa reputación, chicas misteriosas de comportamiento cuando menos equívoco y hombres de billetera gruesa y nula moral.

A la contra tenemos que el teniente Tragg ya no es tan hostil a Mason. Incluso este deja que Tragg propine una tremenda paliza a un malote: no solo consiente, sino que se vuelve para no mirar. Cierto es que tienen sus razones para actuar así, pero este Mason no parece el mismo, el defensor a ultranza de los derechos civiles sea uno culpable o no. Es él quien, por desgracia, se muestra vacilante ante la ley.



GARDNER, Erle Stanley. El caso del gatito imprudente. Traducción de Julio Vacarezza. Madrid: El País, 2004. 266 p. Serie negra; 26. ISBN 84-96246-87-6.

GARDNER, Erle Stanley. El caso de la heredera solitaria. Traducción de Carmelo Saavedra Arce. México, D. F.: Editorial Cumbre, 1957. 181 p. Laberinto.

GARDNER, Erle Stanley. El caso de la ninfa negligente. Traducción de Anna Muria. México, D. F.: Editorial Cumbre, 1956. 173 p. Laberinto.

GARDNER, Erle Stanley. El caso de la chica vacilante. Traducción de Ramón Margalef Llambrich. Madrid: El País, 2004. 267 p. Serie negra; 10. ISBN 84-96246-71-X.