lunes, diciembre 22, 2014

EAM # 55 y 56: Fritz Lang




Recupero hoy mis dos artículos para la revista digital de cine El antepenúltimo mohicano dedicados al supremo Fritz Lang. En el primero me centraba en su película del año 1928 Los espías (Spione), un absoluto prodigio de locura folletinesca y vértigo visual. Una delicia total con planos que hoy son iconos del cine mundial y repleta de secuencias e ideas de una modernidad apabullante. Podéis leerlo 





En el segundo realicé una selección de las que creo que pueden ser las diez mejores películas de Fritz Lang, un entretenimiento (pues no se trata de otra cosa) que disfruté al máximo, aunque no tanto cuando llegué a ese momento en que tuve que dejar alguna de mis favoritas fuera. El intríngulis no estriba en afirmar que falta ésta o la otra, que eso está chupao: lo difícil es decir cuál apartarías de esta lista de diez películas insuperables. Podéis leerlo y disfrutar con la fantástica selección de imágenes que hizo Emilio Luna para el mismo 


  




Por lo general mis artículos sobre películas antiguas son los menos visitados de la página, pero con éste de las diez de Lang no fue así, de manera tal que a día de hoy resulta el artículo de más éxito y con más visitas de cuantos he realizado. Por si pensáis que me voy a poner engreído o tontorrón, no temáis: soy consciente de que ostento la autoría del artículo menos visitado de EAM. Pero éste no os diré cuál es.


miércoles, diciembre 03, 2014

El carnaval de Wolfville (2014), de Miguel Ángel Wolfville (Lord Michaelus Wolfville III)



Hay libros secretos que deberían ser lecturas obligatorias. Quizá ya lo sean en algún mundo paralelo sin duda mucho mejor y más avanzado que el nuestro. Este pequeño volumen que recoge varios artículos del gran Miguel Ángel Wolfville (o Lord Michaelus Wolfville III, manteniendo la debida cortesía) es sin duda uno de ellos. El carnaval de Wolfville, además de ser el título del mismo, es también el nombre del blog (AQUÍ) de su autor, una página de referencia absoluta en La décima víctima. El comentario acerado e inteligente, nunca exento de humor, nos ganó desde el primer día en que fijamos nuestros gastados ojos en él. El señor Wolfville, además y como corresponde a un carácter erudito e inquieto, lleva adelante o participa en otros proyectos igualmente apasionantes: el e-zine, fanzine digital, realizado por Wolfville y Maese Alb, EMBRYO dedicado en su totalidad al genial guionista de cómics y escritor inglés Alan Moore; la revista digital La caja de Pandora, en la cual es colaborador; y Retazos de Syldya, que sin duda es el que más intrigados nos tiene y del cual esperamos saber más con ansiedad.  

En El carnaval de Wolfville (2014) se recogen 13 (gran número) artículos que resumen a la perfección el estilo deslumbrante de ingenio de maese Wolfville. Recordadlo siempre: la sabiduría no tiene, incluso me atrevería decir que no debe, estar reñida con la diversión, tanto como ésta no tiene por qué huir despavorida ante la documentación precisa y la erudición. Así, el volumen se abre con una búsqueda sobre la verdad acerca del caso Jerry Lewis y su película nunca estrenada El día que el payaso lloró. Confieso que desconocía por completo la existencia de esta delirante tentativa cinematográfica hasta que leí sobre ella por primera vez hace ya unos años en La caja de Pandora. Un esfuerzo inenarrable el de nuestro admirado Lewis por realizar un filme que, no puedo evitarlo, de alguna manera se me antoja un antecedente de esa otra sobre el holocausto visto con humor y sensibilidad (o sensiblería, a vuestro gusto) que es La vida es bella (La vita è bella, Roberto Benigni, 1997), sólo que desde una perspectiva cuyos apenas imaginados resultados apuntan hacia el dislate más absoluto. Nunca, o al menos por ahora, llegaremos a poder ver qué demonios fraguó Jerry Lewis en esta película. Quizá para bien que así sea.


Amamos a Lovecraft.

Continuamos con H. P. Lovecraft: los sujetadores malignos, donde se juega con la posible autoría de Lovecraft de un relato sicalíptico, Yo usaba el sostén de la perdición. Un título semejante justifica cualquier diatriba que se precie. En los repasos o recorridos por las obras de autores escogidos el talento del señor Wolfville se muestra en verdad excepcional. Los dedicados a las piezas fantásticas de Pedro Antonio de Alarcón y el japonés Ryûnosuke Akutagawa así lo confirman, como también lo hace el protagonizado por Bram Stoker, su novela La guarida del gusano blanco (The Lair of the White Worm, 1911) y su relato El invitado de Drácula (Dracula’s Guest, 1914). ¡Me ha hecho replantearme seriamente una relectura desde otro punto de vista de La guarida! O el apasionado e intenso estudio centrado en el Ripley de Patricia Highsmith, que ha conseguido ruborizarnos por no haber empezado ya mismo a leer las cinco novelas por él protagonizadas. Si bien mis predilectos de este grupo sean los dedicados a los mundos fantásticos creados por las hermanas Brontë (y su hermano Branwell) de Angria y Gondal y el de Richard Matheson, un homenaje a la altura del genial escritor norteamericano.


Las hermanas Brontë
(de LA CASA VICTORIANA, otro magnífico blog)

Unas emocionantes líneas a propósito de la muerte de Ray Bradbury y el extenso artículo Inocencia seducida: Fredric Wertham vs. los superhéroes, éste acerca del siniestro psicólogo que asestó un golpe de muerte a los cómics en los años 50, son otras dos gemas de las aquí recogidas. Aunque la historia de Wertham es bien conocida, me ha encantado de manera especial el tratamiento de Wolfville sobre este oscuro affaire, uno de esos ensayos que iluminan y dan luz allí donde otros se estrellan contra el lugar común y lo mil veces repetido. Con un par de divertidísimos y salvajes artículos analizando dos películas de temer con mayúsculas (el Drácula versión Jesús Franco y el panfleto terrorífico-cristiano-fascista nacido de la mente enferma de Ron Ormond If Footmen Tire You, What Will Horses Do?) llegamos casi al final del libro, que no estamos repasando por el orden en el cual aparecen en el mismo, por lo que el último que comentaré no es el último que leímos. Y éste no es otro que un sensacional Top Ten Vintage, una maravillosa relación de lo mejor del año 1912 planteada justo cuando cien años después, en el 2012, comenzaban a pulular por internet las listas habituales señalando los diversos eventos más importantes de los doce meses perdidos.

Se nos ha antojado brevísimo este volumen recopilatorio, apenas un rápido vistazo al mundo según Lord Michaelus Wolfville III, pero ha sido un gran placer haber tenido la oportunidad de pasearnos por sus luminosas avenidas una vez más. Lo seguiremos haciendo, por supuesto, desde las autopistas de la red, pero confiamos en que bien pronto podamos de nuevo acceder a él desde nuestras veneradas páginas de papel.





WOLFVILLE, Miguel Ángel. El carnaval de Wolfville. GasMask Editores, 2014. 107 p.  

martes, diciembre 02, 2014

La última aventura de Sherlock Holmes (1978), de Michael Dibdin



Parece ser, sin temor a equivocarnos demasiado, que La última aventura de Sherlock Holmes (The Last Sherlock Holmes Story, 1978) de Michael Dibdin es uno de los pastiches más odiados por los fans del famoso detective consultor. Esto ya hace de entrada que nos resulte simpático. No puedo evitarlo: cuando todos odian (aunque hay excepciones: el gran Alberto López Aroca en su monumental Sherlock Holmes en España la reivindica un tanto) algo, no puedo evitar un sentimiento de calidez y reconocimiento. ¡A mí también me odia mucha gente! ¡Nadie nos comprende! (Etc.) Pero dejando a un lado este cariño entre hermanos, la verdad es que la novela de Dibdin no es ninguna maravilla. Se deja leer, ofrece una buena ambientación y una lograda atmósfera a ratos, pero nos entrega una historia que exige demasiada suspensión de la incredulidad, en especial en su tramo final, ése en el cual determinado personaje tiene a dos palmos frente a sí a otro y es incapaz no sólo de reconocerlo, sino que lo toma por un archiconocido villano. Esto resulta tan ridículo, por muchas páginas que mal que bien Dibdin haya dedicado a hacérnoslo creíble (valoramos su dedicación, y creedme que hay veces en que se siente el sudor provocado por el esfuerzo entre párrafo y párrafo), que consigue que la gamberra y desmitificadora idea central del libro no importe demasiado.

Dibdin cumple a rajatabla con el canon pastichero holmesiano: todos los objetos del 221 B de Baker Street, todas las manías de Holmes, las costumbres de sus protagonistas (¡esos desayunos!), los personajes… En fin, todo el listado habitual que Arthur Conan Doyle fue distribuyendo a su buen albur en sus relatos de Holmes recopilado sin piedad y lanzado al lector con la esperanza de que esto refuerce la idea de encontrarnos inmersos en una aventura de Holmes. Otro que gana la batalla de ese concurso de “a ver quién sabe más sobre Sherlock en esta sala” que, al menos a mí, me aburre a muerte cuando el guiño se convierte en golpe en la cabeza. A su favor, hay que alabar las muy conseguidas descripciones de los barrios de Whitechapel en la noche londinense, sus callejones como laberintos diseñados por el mismo demonio y la espesa y fría niebla que se arrastra con la misma fuerza del mal.

En conjunto, la novela muestra un tono serio y circunspecto que no casa bien con lo delirante de la propuesta. Dibdin avisa desde el principio que esto será así con la reproducción de la anécdota de Doyle cuando le contestó al actor William Gilette, ante le petición de éste de introducir una trama amorosa en su adaptación de Holmes a los escenarios, “haga con él lo que quiera”. Y justo eso es lo que nos trae aquí Dibdin: su forma de cumplir con creces el deseo de Doyle. Pero su descarada (y en principio divertida) anécdota casi seguro que hubiera funcionado mejor si en lugar de formalmente haber intentado ser tan fiel al canon holmesiano (el de las obras firmadas por Doyle) se hubiera lanzado sin red a contarnos lo que con los ojos como platos acabamos descubriendo. Como platos digo no por el secreto que se nos desvela, sino porque tenemos que creernos que Watson es capaz de quedarse dormido de pie durante dos horas en mitad del callejón más miserable y sórdido de Whitechapel en el momento más importante de la novela. Una vez más (como ya ocurriera en la inferior a ésta que nos ocupa Adiós,Sherlock Holmes), encontramos un exceso de contención en un pastiche que pide a gritos locura, delirio, desmadre y diversión.

Hay que reconocer, también, que juega un poco en contra el que haya momentos en los que nuestros héroes resultan irreconocibles. ¡No se trata solamente de tocar el violín, inyectarse cocaína, ser un antipático imposible y que guarde su tabaco en una babucha persa para tener ante nosotros a Sherlock! O un Watson tan desconfiado desde el principio de su eterno compañero. No hubiera pasado nada si el tono elegido por Dibdin hubiera sido otro, pero optando por la extrema seriedad todo esto nos chirría. Es en definitiva, pese a esto, una lectura muy entretenida, al menos hasta el tedioso, extenso y algo tontuelo desenlace en Reichenbach, en el cual la novela se viene abajo y se echa en falta el riesgo en su composición que Dibdin sí muestra en su desafiante argumento.

Y sí, sale Jack el Destripador, no es un error de la ilustración de portada, pero de este pobre sí que se burlan un rato…

DIBDIN, Michael. La última aventura de Sherlock Holmes. Traducción de Carlos Gardini. Madrid: Valdemar, 1993. 203 p. Los archivos de Baker Street; 12. ISBN 84-7702-082-5.

lunes, noviembre 24, 2014

Las mejores historias diabólicas (1975), antología de Albert van Hageland (tercera y última parte)



Vamos ya con la última entrega de estas entradas dedicadas a comentar los 33 relatos que conforman esta sensacional antología. Nos encontraremos algunos no muy buenos, la verdad, pero no lo suficiente como para desmerecer el brillante conjunto. Ellis (1864) es un fragmento del cuento Apariciones (Prizraki) del magnífico escritor ruso Ivan Turgueniev del cual lo único que lamentamos es que no se haya incluido completo. El protagonista del mismo viaja con la bella Ellis desplazándose por el espacio de forma alucinante, atisbando en algunos de los sitios que visitan las sombras de quienes allí habitaron en el pasado. Prodigioso, como todo Turgueniev, es otra de las joyas que hemos disfrutado en esta compilación. No ha sido así con el interesante si bien no muy inspirado y algo tópico El demonio del pantano (The Devil on the Marsh, 1893), con la espeluznante pero también un pelín ridícula aparición de un súcubo que habita en una pestilente marisma. Una ciénaga es un lugar más que perfecto para provocar y vivir el espanto, pero el tono exagerado de su autor, E. B. Marriott-Watson (Henry Brereton Marriott Watson) desluce bastante toda posibilidad de provocar no ya miedo, sino ni tan siquiera inquietud. Esto no quita que nos encante tener la posibilidad de leer una historia de terror de finales del XIX, algo que, de manera independiente del resultado, siempre nos da placer. Albert van Hageland no se priva de incluir dos obras de su autoría en el libro: El trasplante (La transplantation) y El pozo del diablo (Le puits du diable). Son dos relatos muy breves pero simpáticos y sardónicos, un buen intermedio lúdico sin que ello sea sinónimo de inferior calidad. Se trata de casi pequeñas bromas, aunque no se puede negar que tienen su gracia. Macabra, claro.


Aunque ya las conocemos bien, releer de vez en cuando alguna de las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer es una tarea más que gozosa. La cruz del diablo (1860) está narrada con el poderoso brío que Bécquer supo infundir en todas ellas: es su genio al describir los lugares, las acciones y los sentimientos de sus personajes lo que engrandece esta historia de un señor feudal diabólico y su retorno de ultratumba entre los vivos. Si es en verdad él o se trata de un demonio surgido de lo más profundo del infierno es una duda que nunca nos será resuelta. Da igual: la armadura que viste es el símbolo de todo mal. Lo desconocido (The Unknown!, or The Knight of the Blood-Red Plume) es un relato de Ann of Swansea (1764-1838), sobrenombre de Ann Hatton (Ann Julia Hatton después de casada y Ann Julia Curtis en su primer matrimonio), una señora de atribulada vida. Contrajo nupcias a los 19 años con un actor que ya tenía esposa, el muy bígamo; trabajó como “modelo” en un burdel, donde recibió un disparo en pleno rostro; y en 1792 se volvió a casar encontrando al fin algo de tranquilidad y el éxito literario. Lo desconocido es un relato gótico de ambientación medieval plagado de espectros, mágicas apariciones, romanticismo trasnochado y una figura diabólica de temer. Si bien no es nada del otro mundo, sí que resulta muy agradable de leer, y siempre es de agradecer el tener la oportunidad de llevarse a los ojos alguna obra de estas grandes damas góticas hoy olvidadas. Provoca un fuerte contraste con Las babosas (Les limaces, 1972), un cuento del belga Claude Daumont extraído de su recopilación En la piel del diablo (Dans la peau du diable) que da mucho asquete pero sin demasiada inspiración. Es curioso que ni el demonio, ni el mal ni nada por asomo parecido haga acto de presencia aquí.

Del ignoto (o ignota) C. S. Rodemick se presenta Seis y míster Pitt. Bien entrado el año 1769, en el puerto de Mahón (Menorca) entonces bajo dominio inglés, una ronda de enganche (marinos de la Armada Británica en busca de “voluntarios” para su tripulación) busca a quien raptar en mitad de una desapacible noche. Ya son varias rondas las que han desaparecido esos días ejerciendo tal tarea. Diríase que los isleños han pactado con el Diablo para librarse de ellos… Esta noche devendrá infernal para míster Pitt y los seis marineros a su cargo en este excelente relato negro, macabro, de espesa atmósfera invadida por el frío y la niebla que si leéis a altas horas de la madrugada os helará la sangre en el cuerpo. Aunque sólo sea por su perfección a la hora de describir la maldita noche de marras. Otro autor belga ofrece otra historia divertida, al menos un tanto, en un cuento que no es sino otra broma un poco al estilo de las que ya hemos leído de Hageland apenas unas pocas páginas antes. Cuestión de rivalidad (A Matter of Competition, 1975) de Eddy C. Bertin quizá hubiera funcionado mejor en formato cómic. De tono del todo opuesto es Arenas Eternas (Sands of Eternity, 1975), de R. Lionel Fanthorpe, en el cual se nos narra que el mal toma la forma de antiguos y desconocidos dioses y se oculta en las arenas del desierto. Muy buen relato, con una conseguida ambientación y una atmósfera vívida, con cierto regusto pulp de lo más notable. Una aventura desértica bien fundida con el horror lovecraftiano más clásico que no desmerece nada de sus modelos.     


La esclava de la luna (The Moon-Slave, 1901) de Barry Pain es uno de esos relatos extravagantes y extraños que nos encantan. La pasión por el baile puede conducir a encontrar curiosos compañeros de danza, y Pain nos hará conocer a uno infernal. Casi toda la acción se desarrolla en el interior de un laberinto, así que cierta falta de intensidad no ha impedido que me haya cautivado por completo. El retorno de Abel Behenna (The Coming of Abel Behenna, 1914) es la magistral aportación de Bram Stoker extraída de su Dracula’s Guest and Other Weird Stories. Es la historia de una rivalidad y una venganza ultraterrena, y una de las pocas historias de la antología que cumple con mostrar el típico pacto diabólico, si bien Stoker lo deja en off confiriéndole de esta forma una inusitada fuerza en nuestra imaginación.


La sombra de la película La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, Roman Polanski, 1968) ronda sobre todas las presentaciones de Hageland de los cuentos por él seleccionados. La nombra abiertamente en varias ocasiones y remata esta idea, de forma accidental pues al pedirle una colaboración al autor confiesa que no esperaba algo como lo que recibió, incluyendo el breve artículo Nuevo final para “La semilla del diablo” (A New Ending to Rosemary’s Baby, 1969) de Ray Bradbury. A éste no le gustó el final de la peli, queda bien clarito, y propone otro. Y no está mal su resolución, pero la imagen que nos ofrece del grupo satánico corriendo en bandada tras Rosemary con su niño diabólico en brazos en un amanecer lluvioso por las calles de la ciudad no puede resultar más anticlimática, por no decir propia de una comedia slapstick de Mack Sennett, aquellas tan maravillosas de los policías corriendo detrás de todo el mundo y golpeándose con todo lo imaginable. En fin, admiro a Bradbury, pero su opción de final se me antoja un pequeño dislate.

Y con esto hemos acabado. Tengo el presentimiento de que a Bradbury tampoco le hubiera gustado el desenlace que le acabo de dar a este trío de entradas, pero seguro que nos habría perdonado. No podemos menos que esperar lo mismo de ti, querido lector, si algo en estas líneas no te ha agradado.



HAGELAND, Albert van (comp.). Las mejores historias diabólicas. Traducción de Ignacio Rived. Barcelona: Bruguera, 1975. 443 p. Libro amigo, Antologías; 338. ISBN 84-02-04502-2. 

miércoles, noviembre 19, 2014

Las mejores historias diabólicas (1975), antología de Albert van Hageland (segunda parte)



Continuamos comentando los relatos incluidos en esta excelente antología, Las mejores historias diabólicas, elaborada por Albert van Hageland. Ya dijimos que en ella el Maligno es el gran protagonista, aunque adopta miles de formas diferentes y engañosas. Así en El infierno de las doncellas (The Paradise of Bachelors and the Tartarus of Maids, 1855), la segunda mitad del relato cuyo título completo reproducimos en su idioma original, Herman Melville traza a la perfección un dibujo oscuro y triste de la miserable condición, casi de esclavitud, de un grupo de mujeres que trabaja en una fábrica de papel. El lugar donde ésta se alza ya es toda una admonición de lo que el viajero protagonista va a encontrar en su interior. En lo más profundo de un valle denominado, con certera precisión, el Calabozo del Diablo, la fábrica es un gigantesco demonio de ladrillo y máquinas infernales que devora la vida de quienes en su interior se afanan por subsistir. Para Melville el infierno está en la Tierra y sus nidos siniestros están formados por estas enormes edificaciones, que convierten a sus moradores en pálidos fantasmas al servicio de la inhumana industria, y los feroces capitalistas que las comandan. Un retrato desolador y despiadado narrado con la maestría poderosa del inmortal autor de Moby Dick. Bastante más sencillo es La muchacha poseída por un demonio (cuento popular) (La fille possede du demon), recogido por Adolphe Orain en su libro De la vida a la muerte (De la vie à la mort, 1898), que no es otra cosa sino una versión chusca y gamberra de la habitual historia de poseída en plan El exorcista. La tradición oral también sabía tomarse a choteo las posesiones diabólicas.


A Kurt Singer ya lo conocemos, al igual que a Hageland, como compilador de historias fantásticas. Aquí accedemos a uno de sus relatos de terror, coescrito con su esposa Jane, Los extraños espíritus del fuego (The Strange Fire Spirits, 1975), faceta que bien nos podíamos haber ahorrado, al menos con este torpón artículo, pues de eso se trata más que de un relato en sí, sobre la combustión espontánea, que los autores desechan llamar así aplicándoles el nombre de fuegos misteriosos. Es la típica relación atropellada y sin interés de un caso “real” tras otro, como si el hecho de enumerarlos y amontonarlos ya les concediera carácter de veracidad, dando a entender que son inexplicables y de origen sobrenatural. Hasta aquí, el único “cuento” que no está a la gran altura de la compilación. Una chorrada de campeonato. Menos mal que justo después llegaba El espejo de las tinieblas (Mirror of Darkness), de Bill Meilen, un excelente y aterrador relato con un espejo maléfico de singular protagonista que resulta ser no otra cosa que un portal a un mundo terrible y terrorífico. La narración se reserva una sorpresa que, aunque no es tan sorprendente como fuera de esperar, sí que es efectiva al máximo y cumple muy bien su función: hacernos estremecer por completo. Desconocía a este escritor, también autor de novelas policíacas, y sólo puedo decir que ojalá tenga oportunidad de leer alguna de ellas, y por descontado más cuentos fantásticos de su mano, aunque a día de hoy sólo hay traducido a nuestra lengua éste que se incluye en esta selección.

En El trasgo campestre (Le lupeux, 1858), un relato incluido en su libro Légendes rustiques (Leyendas campesinas), la baronesa Amandine Aurore Lucile Dupin, que no es otra que la celebérrima por sus amoríos George Sand, nos explica cómo los trasgos con sus bromas y sus fascinantes historias apartan a los viajeros de sus caminos para, una vez conseguido esto, ahogarlos en cualquier ciénaga solitaria. La autora sabe mantener ese tono de narración contada en voz baja al amparo de la noche, el perfecto para este tipo de fantasías.


Barrabás (Barabbas 1967, 1967) es un relato del escritor belga Walter Beckers incluido en el volumen recopilatorio Anno Atlantae (1971). La noche de San Lorenzo es la que elige el cazador salvaje Barrabás para comandar su horda de espíritus en busca de almas pecadoras. Se nos narra cómo encuentran una de ellas y le dan su merecido a lo bestia. No es un buen cuento, tampoco disgusta demasiado, resultando en exceso lineal y predecible, de casi nula atmósfera a pesar de que el clímax transcurre en una tormentosa e infernal jornada nocturna. Se agradece que esta antología diabólica nos haga llegar obras de autores belgas y franceses, que no se centre siempre todo en el mundo anglosajón por mucho que nos guste. De forma independiente a la calidad de lo seleccionado, el tener la posibilidad de acceder a ellos ya goza de nuestra máxima atención. Como es el caso de Paul Morelle y El joven que hizo un pacto (Le jeune homme qui pactisa, 1945), incluido en Historia de la brujería (Histoire de la sorcellerie), en el cual creo que no hace falta ser muy sagaz para adivinar que el pacto que hace el joven de marras no es otro que con el Diablo. Es el caso típico del humano acuciado por las deudas que pacta con el Maligno para que lo ayude. Y así acontece. Pero llegado el momento en el que es el joven quien debe cumplir con su parte éste se retracta, como suele suceder. Una historia que bebe del acervo popular y cuyo objetivo resulta más que evidente: tranquilizar al lector ofreciéndole la vana ilusión de que siempre es posible la redención, escapar de las garras de nuestro acreedor.


Pero lo bueno de verdad viene justo a continuación: ¡tres relatos de Jean Ray (Jean Raymond Marie de Kremer)! Eso sí, bajo su sobrenombre John Flanders, con resonancias anglosajonas para camelar a los lectores que sólo aceptan lo fantástico cuando procede de regiones bien conocidas. A las puertas del infierno (Aux portes de l’enfer) es un fascinante relato de mundos perdidos, de civilizaciones sumergidas bajo el mar. Pero todo en un tono aún más extraño de lo habitual: este reino escondido está conformado por una enorme puerta que da a un largo pasillo, el cual termina en una sala abovedada que se abre a doce puertas y un anticuado despacho. ¡Y eso es todo! Manipulando un mecanismo se activa un psicodélico juego de luces. Cada color abre una de las mentadas doce puertas: algunas dan a mundos maravillosos, otras a visiones infernales. En su primera parte, es una fantástica mezcolanza de relato aventurero a lo Jules Verne con fantasía terrorífica, basculando entre lo espeluznante y lo asombroso. La segunda parte cambia de protagonistas y de escenario: una isla del Polo Norte sólo habitada por un grupo de cazadores y pescadores daneses y dos científicos ingleses que van a estudiar el inhóspito lugar durante tres meses. Con la aparición de la increíble Esfera de Fuego entramos en el terreno de la más hermosa y delirante ciencia ficción. La imagen de esta máquina prodigiosa surgiendo de las aguas es de esas que nos deja sin aliento. Aunando leyenda, ciencia, mundos perdidos, islas volcánicas en mitad del Polo e intrépidos aventureros, Jean Ray nos deja un excelente relato, uno de esos muchos, por suerte, que nos hacen fácil amar la literatura. El diablo de cera (Le diable en cire) es un intenso y breve cuento narrado con toda la perfecta sencillez de la que era capaz de hacer gala el gran maestro que era Jean Ray. Una vela de cuatro siglos de antigüedad y un libro que oculta entre sus páginas una maldita fórmula mística es lo que se precisa para abrir un portal por el cual puede entrar en nuestra realidad el demonio. ¿O son gases lo que emana del viejo cirio fabricado por brujos lo que provoca psicotrópicas visiones y una obsesión suicida? Una duda maravillosa que nos atenaza y nos hace avanzar con placer por las venenosas líneas de esta historia. El último relato de Ray incluido en esta antología, que a estas alturas ya no podía amar más, es El diablo y Peter Stolz (Le diable et Peter Stolz; lamento no poder indicar las fechas de los cuentos, pero ni en La tercera fundación, mi página de referencia junto a ISFDB en estas cuestiones, las he hallado). Ray nos cuenta la hermosa historia de amor entre el Peter del título y un súcubo, un relato sensacional que muestra el genio brillante de nuestro admirado autor para el género fantástico de pura tradición europea. En conjunto, sus tres aportaciones me han parecido tres pequeñas piezas maestras plenas de emoción y verdadero sentido de lo extraño y lo maravilloso.

jueves, octubre 23, 2014

Las mejores historias diabólicas (1975), antología de Albert van Hageland (primera parte)



La editorial Bruguera editó allá a mediados de los años 70 varias antologías de cuentos fantásticos seleccionados por Albert van Hageland, todas con una pinta estupenda y de las cuales sólo ahora he podido leer una de ellas: Las mejores historias diabólicas (1975). A pesar de este llamativo título, su contenido no se ciñe de manera estricta a la temática prometida. Hageland opta por considerar el Mal una derivación de la misma, o bien el término que resume la acción y el deseo de las criaturas diabólicas en su conjunto, por lo cual podemos afirmar que éste sería el nexo de unión real de los diversos relatos que componen el libro. En cualquier caso, lo ecléctico de la selección y la misma declaración de principios de Hageland en el prólogo, en el que anuncia que su única pretensión es ofrecer unas cuantas horas de buena lectura, hacen que importe poco que el tema elegido los englobe de mejor o más difusa forma. En Introducción: la huella demoniaca, el escritor belga realiza un diáfano, entretenido y no falto de humor recorrido por la concepción, la existencia y el sentido del demonio. Desde las civilizaciones y culturas antiguas, donde carecía de acepción peyorativa o maligna, hasta las diversas religiones que lo han adoptado y reinterpretado a su gusto, pasando también por la cultura popular, sobre todo la de tradición oral, la literatura y el cine. Y aclara, además de lo expuesto antes, que no pretende crear un corpus o una relación cronológica de relatos diabólicos, sino tan sólo reunir un buen puñado de historias con el demonio de protagonista estelar o bien de invitado especial, una “guest starring” de lujo. ¡Más que suficiente para este morador de las tinieblas!


La antología se abre, cómo no, con una Carta sobre demonología y brujería, en realidad un fragmento editado de la primera carta incluida en Letters on Demonology and Witchcraft (1830) de Walter Scott, un ensayo dedicado a las apariciones espectrales de todo tipo y no, como haría pensar su título, sólo a demonios y brujas, un poco como el mismo Hageland estaba haciendo aquí. El gran Scott no duda en considerar a estos entes y sus visitas como habituales en aquellos lugares donde triunfa la superstición, o bien que no son sino fruto de ella. Pero va más allá en su empeño en verdad cientificista y racional por explicar tales fenómenos: no le tiembla el pulso al afirmar que se deben a enfermedades, alteraciones de la consciencia y la imaginación cuando no del sentido de la visión, de algún desarreglo de los órganos oculares. Scott, para dar fuerza a sus opiniones, sazona su texto con múltiples historias de apariciones consideradas reales a las cuales da una explicación racional, bien por sí mismo o bien citando a reconocidos médicos o eruditos filósofos, y cuando no es así, sin dejar por un instante de plantear que el hecho de que un fenómeno espectral carezca de explicación no lo convierte en verídico, sino que estamos ante un caso de desconocimiento de sus causas, un desarreglo mental o físico. El no creer en el origen sobrenatural de las apariciones (no las niega: las explica ofreciendo una razón naturalista de origen fisiológico) no impidió a Walter Scott escribir algunos excelentes relatos de terror, distinguiendo a la perfección gusto y emoción de pedestre credulidad y superstición. Se incluye además de su autoría El demonio tranquilo (The Fortunes of Martin Walbeck), un cuento moral en el que un joven carbonero de los bosques de Hartz, en Alemania, ve ascender su fortuna con la misma facilidad y rapidez con la que caerá después. Sus tratos con un demonio local con forma de gigante no podían terminar de otra manera. Un funesto designio para quien se ha dejado tentar por el mal.   


Del excelente escritor francés Claude Seignolle se incluyen también dos relatos. El milésimo cirio (Le millième cierge, 1965) se publicó en su libro Histoires maléfiques. Partiendo de la historia ya típica de un enamorado arruinado, humillado y despechado por una tan hermosa como despiadada mujer, el autor da un bonito giro hacia la mitad del cuento embarcando a su más que desafortunado protagonista en un encuentro con el Maligno y sus funestas consecuencias. No se trata del consabido pacto entre un humano ambicioso y el diablo, sino de una casualidad desastrosa que convertirá a nuestro héroe en su esclavo, o al menos en esclavo de una acción que deberá repetir de continuo si no quiere morir: encender una vela tras otra para que así no se apague nunca la llama, la cual no sólo lo mantendrá con vida sino que le impedirá envejecer. Tiene tan mala suerte este hombre que esto le sucede a mediana edad, no es ningún joven, y con su espíritu ya derrotado por la vida. Su única ambición es ver cómo llega la desgracia en su senectud a la joven que lo engañó. Un buen relato en el que la tristeza y una mórbida melancolía se imponen a cualquier otro sentimiento. La posada del Larzac (L’auberge de Larzac, 1967) fue incluido originalmente en la compilación Les chevaux de la nuit et autres: récits cruels. Una espiral de crímenes espectrales se suceden, y los criminales gozan de una base de operaciones en una abandonada posada en una comarca vencida por la desolación. El fatalismo suele ser el denominador común en las historias protagonizadas por el demonio o que cuentan con apariciones de su satánica majestad. Aunque no se trata en esta ocasión de estrictamente eso, sucede como si tal fuera. Y es que tanto da que se nos aparezca el demonio como que de repente nos encontremos viviendo una existencia de ultratumba en el mismo infierno: Seignolle puede con ello.


Aparte de la introducción, Hageland escribe breves presentaciones de cada uno de los cuentos y sus autores. De El diablo Leeds (Cuento popular americano) (The Jersey Devil, 1903), nos explica que está “tomado de la obra de Charles M. Skinner American Myths and Legends (Mitos y leyendas norteamericanos)” (p. 63). Justo al contrario que la carta de Walter Scott, éste es un ejemplo del poder de la superstición. Se toma nota de la existencia de este terrible monstruo nacido de una comadre y que durante años se dedica a aterrorizar la comarca. Pareciera una noticia periodística en su breve exposición de los hechos, dando como verdaderos todos los rumores e historias contadas de padres a hijos, o bien un informe para conocer a este diablo cuya descripción da origen a todo un puzzle de lo extraño: “(…) teniendo la forma de un dragón, con cuerpo de serpiente, cabeza de caballo, pies de cerdo y alas de murciélago.” (p. 63) Algo así como el Padre Transformer de los demonios.

Un buen salto en el tiempo y nos encontramos con el escritor belga Michaël Grayn en Como un olor de azufre (Comme une odeur de soufre, 1967), dejando claro que el infierno es ese lugar donde las cosas que más te pueden gustar se tornan detestables. Entre burlón y terrible, Grayn construye una buena broma macabra. Otro cuento suyo cierra la antología, La hija del diablo (L’enfant du diable, 1967), del que resulta muy chocante que se hagan referencias a la profesión de psicólogo en una historia que se desarrolla en el año 1532… Aunque su estilo es algo precipitado, incluye una descripción de un aquelarre de brujas y demonios presidido por el mismo Diablo de verdad excelente, infernal, consiguiendo un gran efecto de extrañeza y desazón totalmente… sí, diabólicas.

“El relato que sigue forma parte de sus recuerdos sobre el París antiguo, Contes et facéties (Cuentos y fantasías)” (p.73), presenta Hageland El castillo del diablo (Le monstre vertLe diable vert, légende parisienne, 1849) de Gérard de Nerval. Éste nos introduce con gran intensidad en las catacumbas de la ciudad luz para ofrecernos una visión espectral cómica y terrible a la vez: ¡el baile de las botellas!


El ojo implacable (The Hungry Eye, publicado por primera vez en la revista Fantastic en mayo de 1959) de Robert Bloch nos narra la increíble aventura de un hombre que trabaja de humorista en un club (curiosa profesión para un relato de terror) al que va a parar a sus manos un extraño meteorito. Un meteorito asesino, nada menos, un ojo venido del espacio ávido de sensaciones fuertes, aquéllas que sólo el crimen puede proporcionar. Los humanos serán tanto víctimas como ejecutores a su servicio dando forma a sus anhelos de violencia. Al parecer ha habido muchos de estos ejecutores desde el inicio de los tiempos: ¡así explica Bloch por qué a Jack el Destripador le dio por matar a golpe de bisturí! En fin, ya veis que la cosa es delirante un rato. Llama la atención, si ya parecía poco, la furibunda andanada que de paso lanza Bloch contra los beatniks, la moda tontorrona del momento, y el alto contenido gore del relato. Este horror ultra físico no termina de encajar bien del todo con la trama de horror cósmico que lo envuelve, pero sin resultar un gran cuento sí que, desde luego, es muy entretenido. Quizá incluso debido a la incongruente mezcolanza de cosas tan distintas.

A continuación, la antología nos regala un relato del magnífico Joseph Sheridan Le Fanu: Ultor de Lacy (Ultor de Lacy: A Legend of Cappercullen, publicado en su origen por la Dublin University Magazine en diciembre de 1861). Le Fanu nos presenta en forma literaria lo que él mismo había oído narrar en su juventud en noches tormentosas junto a un acogedor fuego de leña. Espectros y tradiciones irlandesas que se desarrollan en un semi abandonado castillo donde las dos jóvenes hijas del señor venido a menos Ultor de Lacy serán acosadas por fantasmas vengativos del pasado, siendo el más terrible el que traerá la desgracia a la menor de ellas. Fatalismo no exento de un regusto romántico y lúgubre, que si bien no trasciende por completo su origen gótico sí que da muestras de cierto distanciamiento, eje de la obra de Le Fanu, de este estilo literario gracias a las notas de humor que puntean la primera parte del relato. El resto es desolación, y una maldición que se ceba sin piedad en la más inocente de las criaturas. 


jueves, octubre 16, 2014

No hay sangre como la sangre de la Hammer: Terence Fisher (2013), de Joaquín Vallet



Apabullante el trabajo de Joaquín Vallet en su libro dedicado al director británico Terence Fisher: sus inicios como montador, sus años en la serie b más oscura ya como director y su segunda llegada a la productora Hammer Films donde brillaría como uno de los mejores autores de la historia del cine. Análisis concienzudos y de pasión contagiosa de todas sus películas y un repaso a su devenir que, de alguna manera, también es el de la mítica Hammer. Imprescindible, en mi humilde opinión, para amar aún más si cabe a quien ha hecho felices a tantos apasionados del cine fantástico. Puedes leer la reseña en la página web de cine El antepenúltimo mohicano, AQUÍ.


Cualquier película con Peter Cushing, por muy mala que sea, ya nos parece buena sólo porque aparece él. Hala, dicho está. 


"De la perfección de su Drácula a la abstracción prodigiosa de El cerebro de Frankenstein (Frankenstein Must Be Destroyed, 1969), de la belleza mórbida de Las novias de Drácula (Brides of Dracula, 1960) a la que a mi gusto es tal vez una de las mejores películas sobre satanismo jamás rodadas, La novia del diablo (The Devil Rides Out, 1968). Joaquín Vallet ha escrito un libro a la altura de su protagonista que se lee con absoluto placer y que nos ayuda a conocer mejor a Terence Fisher y su obra." 


Unos candelabros igualitos, pero igualitos a esos lucen sobre la chimenea de mi gran mansión. La única diferencia es que a mí ni en uno de mis peores accesos de demencia se me ocurriría darles el uso que les dan en La novia del diablo (The Devil Rides Out, 1968).


Terence Fisher con la actriz Susan Denberg repasando el guión de Frankenstein creó a la mujer (Frankenstein Created Woman, 1967). 

VALLET, Joaquín. Terence Fisher. Madrid: Cátedra, 2013. 297 p. Signo e imagen / Cineastas; 96. ISBN 978-84-376-3164-6.

One of us!: Tod Browning (2011), de José Manuel Serrano Cueto



Tod Browning es un director de cine adorado en La décima víctima. ¡Cómo no! Comentamos para la página de cine El antepenúltimo mohicano el libro que sobre él ha escrito José Manuel Serrano Cueto, AQUÍ


Garras humanas (The Unknown, 1927) es una de nuestras películas favoritas de su filmografía. Lon Chaney, su aliado en el horror y el melodrama más descarnado, estaba en ella, una vez más, insuperable.


"El cine de Tod Browning está plagado de imágenes inolvidables, de escenas extrañas y fascinantes que se graban en la mente con la fuerza de un inusitado fuego: la oscuridad de la jungla punteada por las fosforescencias de sus miasmas en Los pantanos de Zanzíbar (West of Zanzibar, 1928); el rostro terrorífico de Lon Chaney en las fotografías que se han conservado de La casa del horror (London After Midnight, 1927); (...)." 


La verdad es que hay en su cine obras para elegir sin cansarse, pero dejadme que me decante por La marca del vampiro (Mark of the Vampire, 1935), tal vez no una obra maestra pero sí una película por la que sentimos un cariño especial. Y quizá también la película con la colección más impactante y gloriosa de fotografías vampíricas gracias a contar con nuestro admirado y mítico Bela Lugosi y la impresionante presencia hipnótica de Carroll Borland.





SERRANO CUETO, José Manuel. Tod Browning. Madrid: Cátedra, 2011. 267 p. Signo e imagen / Cineastas; 87. ISBN 978-84-376-2880-6.

La razón y la pasión: Michael Powell y Emeric Pressburger (2002), de Llorenç Esteve



Adoro las películas de Michael Powell y Emeric Pressburger, por lo que reseñar este libro para la página de cine El antepenúltimo mohicano ha sido todo un placer. Llorenç Esteve ha escrito un ensayo a mi gusto fundamental para conocer la obra de estos dos genios: profundo, documentado y apasionante de leer. Consigue lo más bonito que puede pretender un libro de este tipo, y esto es que amemos más aún la obra de sus protagonistas.


Dos imágenes de la prodigiosa e inolvidable secuencia del duelo en una de mis películas favoritas de todos los tiempos, Vida y muerte del coronel Blimp (The Life and Death of Colonel Blimp, 1943), obra maestra de Powell y Pressburger, 


"Muchas películas te marcan de niño. En mi recuerdo, brillan de manera especial dos de ellas: Las zapatillas rojas (The Red Shoes, 1948) y Narciso negro (Black Narcissus, 1947). Primero por su impacto estético: pocas había visto tan hermosas como aquellas. Y segundo porque hicieron que me fijara en quién las había hecho, su director, que en ambos casos eran dos, algo inhabitual."

Puedes continuar leyendo la reseña AQUÍ



Sé adonde voy ('I Know Where I'm Going!', 1945) es otra maravilla, una película quizá con un punto de partida algo más modesto pero que conmueve y emociona como la más grande. 


ESTEVE, Llorenç. Michael Powell y Emeric Pressburger. Madrid: Cátedra, 2002. 370 p. Signo e imagen / Cineastas; 55. ISBN 84-376-1950-5.

jueves, octubre 09, 2014

Hotel Infierno (1981), de Adam Surray



“Nicholas Grahame nunca fue un individuo atractivo.
Tenía los ojos demasiado saltones. Unos ojos de sapo adornados con unas cejas muy pobladas y negras. La frente abombada. Como si hubiera recibido un martillazo en ella. Pelo escaso. Tirando a semicalvo. De ahí que sus grandes orejas destacaran poderosamente.
No.
Nicholas Grahame no era atractivo.
Y ahora, en aquella caja de madera, lo resultaba menos.
Estaba muerto.” (p. 5)

Resulta del todo imposible que semejante comienzo para una novela no me resulte atractivo. Aunque nuestro admirado Adam Surray (sobrenombre de José López García) ofrece en esta ocasión sus galas más recortadas a lo Joseph Berna, la efectividad de su golpe macabro inicial es fantástico. Nicholas Grahame nos es presentado en el día de su triste y solitario funeral. Sólo su socio Walter Lemon le hace compañía en tan luctuosos momentos, y no muestra muchas ganas de estar con él. Eran socios de un serpentarium instalado en un destartalado edificio de tres plantas por el que Arthur Driscoll, el administrador de un gran hotel, ha hecho una oferta de compra que será efectiva justo al día siguiente al del entierro. El bueno de Lemon, ya en su deslucida casa cohabitada por toda clase de especies de serpientes en sus urnas, recuerda lo mal tipo que era su poco agraciado compañero de negocios. ¡Vaya elemento! Mejor que esté muerto y bien muerto. Pero Lemon apenas si ha podido dar un primer trago de güisqui en libertad cuando un visitante inesperado le interpela desde el sillón donde permanecía oculto. Y sí, habéis acertado: ¡se trata del mismo Nicholas Grahame de cuerpo presente! Pero ojo, que no está vivo. O eso le cuenta al estupefacto Lemon. El caso es que lo han mandado al infierno al morir, pero lo han echado porque no había plaza para él. Con semejante arranque no sé vosotros, pero yo ya estaba disfrutando como un poseso con este Hotel Infierno.

Surray continúa su relato fundiendo lo macabro y un humor negro desatado con una sencillez que no nos puede resultar más entrañable. Así, nos enteramos de que el malvado Grahame, ése al que no quieren ni en el infierno, ha sido reclutado por el mismo Lucifer para seleccionar almas, reclutarlas para, atención, hacerlas trabajar de albañiles en una nueva construcción del infierno para hacer sitio, que la cosa está apurada de espacio, ya lo vimos. Esto nos lleva a pensar para qué demonios, nunca mejor dicho, necesitan reclutar más condenados si ya sobran, pero dejemos esta cuestión en el aire mefítico de la nada y volvamos a este edificio infernal cuyos planos ha realizado Satanás, también arquitecto además de Príncipe del Mal al parecer, y que ha sido nombrado con el rimbombante título de Círculo de las Eternas Sombras: “Un nuevo círculo del infierno que jamás será colmado.” (p. 15)

Grahame tiene tres días para sembrar el caos en la Tierra, tiempo que es el que se demorará la construcción de este nuevo lugar de castigo infernal que superará todo lo visto hasta ahora en el infierno, y hasta puede ser premiado, cosa que Lemon no duda ni por un instante que su socio conseguirá, por su trabajo y pasar de ser un condenado de a pie y grillete a espíritu infernal de pro, además de guardián y castigador en el Círculo de marras. Las referencias a Dante, por descontado, se suceden. Siempre indicando, con toda la alegría del mundo, que el pobre bardo italiano se quedó corto en sus descripciones… Grahame se dispone a desatar el horror en el hotel cuyos dueños lo son ya también de su serpentarium, que para algo en su retorno del averno se ha traído consigo un montón de maléficos súper poderes. Y así descubrimos al fin cuál será ese Hotel Infierno que nos anunciaba el título.

Tras dos capítulos a modo de introducción presentándonos a los “malos” de la historia, Surray nos da a conocer a una joven pareja justo en el momento más inoportuno para ellos, vaya, pues están a punto de refocilarse entre las sábanas. Mickey Kellerman es el atractivo protagonista, el detective del hotel, de carácter burlón y algo traviesillo con las clientas. En fin, está más pendiente de dejarlas satisfechas que de atender las tartamudeantes y coléricas llamadas de su jefe. La chica es una belleza de gordezuelos y húmedos, como es de rigor en las chicas Surrey, labios. Walter Lemon a su vez también ha sido contratado por los gerifaltes del hotel para que instale allí su serpentarium. Hasta aquí todo resulta muy delirante y locuelo, por lo que me estaba gustando a rabiar. Pero, ay, a partir de este momento, y aún quedaba mucho por delante, todo deviene funcional y algo mecánico. La normalidad y lo previsible comienzan a campar a sus anchas, y si esto hace que la novela sea cada vez menos interesante según se avanza en ella, Surray sabe mantener el pulso. Tras unos excelentes capítulos iniciales, nuestro autor se dedica a contarnos tres crímenes horripilantes estilo giallo no muy diferentes a los que hemos leído en otras novelas suyas (destaquemos su perversa obsesión por las víctimas femeninas brutalmente violadas y asesinadas), como es de esperar con serpientes de por medio recurriendo al facilón truco de que el hecho de que aparezcan estos reptiles será suficiente para provocar el máximo horror. A esto debemos añadir un desenlace que por desgracia desmonta toda la trama fantástica. Como relato criminal es verdad que no disgusta, pero es una lástima que su locura inicial sea olvidada con tanta prontitud. Quizá empuja más a que la sensación final sea negativa el hecho de que el texto acusa un exceso de erratas tipográficas que afean el conjunto sin remisión.


SURRAY, Adam. Hotel Infierno. Ilustración de portada: Antonio Bernal. Barcelona: Bruguera, 1981. 94 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 452. ISBN 84-02-02506-4.

jueves, septiembre 25, 2014

El libro de Lovecraft (1985), de Richard A. Lupoff



Nos hemos acostumbrado tanto a imaginar al maestro de la literatura de terror Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) como una persona marginal y solitaria, rara, llena de complejos y miedos, que cuesta pensar que en realidad no era un tipo tan distinto a lo que somos los habituales lectores de este género: retraídos, algo ariscos, melancólicos y con una fuerte tendencia a detestar el contacto humano normal, eso que llaman socializar. Es más, si le preguntáis a cualquiera cómo se describiría no sería difícil comprobar, con las habituales excepciones que conforman ese grupo que hace que nos reafirmemos más en que no hay nada como la soledad, que casi todo el mundo se define así, bien sea verdad o tan sólo un deseo más o menos exteriorizado. Lovecraft se ha convertido en un personaje casi tan grande como su obra, por lo que no es sorprendente encontrárnoslo protagonizando novelas y cómics, casi siempre alimentando ese mito de individuo extrañísimo, pareciendo casi siempre más una especie de psicópata reprimido que un sencillo escritor de cuentos de miedo. Con rarezas notables, eso sí, pero vamos, estoy seguro que no muchas más o no muy diferentes de otras que padecemos (o disfrutamos) el resto de la humanidad. De hecho creo que hasta era más normal que la mayoría de sus lectores: ¡él tenía pareja!


Howard Philips Lovecraft y su esposa Sonia Green, 
arriba en plan formal y debajo casi desatados. 


Justo una de las cosas que más me ha gustado de la novela de Richard A. Lupoff El libro de Lovecraft (Lovecraft’s Book, 1985) ha sido que se aleja de esta visión estereotipada del bueno de Howard, presentándonos un tipo que sí, que algo rarito es, pero que ni se convierte en hombre pez cada noche ni tiene su hogar en una calle de la perdida R’lyeh. Lupoff construye una historia muy divertida, sobre todo porque parte de los habituales topicazos con que solemos imaginar a Lovecraft para jugar con ellos y acabar mostrándonos un personaje cercano al que es difícil no tomar cariño. Entremezclando ficción y realidad haciendo posible lo que nunca ocurrió pero que, vete a saber, bien pudo ser que sí, no podemos sino disfrutar con ese Lovecraft que se ve en el brete de escribir un remedo para el público norteamericano del nefando libro de Adolf Hitler Mi lucha (Mein kampf, 1925): New America and the Coming World Order. Todo un título. Aunque es bien conocida la ceguera ideológica de Lovecraft, Lupoff nos acerca a lo que probablemente, en este caso sí, hubiera podido ser su posición al respecto. La acción se desarrolla partiendo de la biografía del escritor para revivir encuentros que fueron, imaginar los que no y construir sobre todo esto una trama de hálito aventurero y corazón pulp.


No es un grupo post punk: son Donald Wandrei, H. P. Lovecraft y Frank Belknap Long.

Nos encontramos pues con la oportunidad de asistir en la ficción a uno de los encuentros que tuvo Lovecraft con el gran Frank Belknap Long, y contar además con las apariciones estelares de otros grandes escritores de la época como fueron Vincent Starrett, Robert E. Howard y Clark Ashton Smith. En todos estos casos, Lupoff sabe mostrarlos tan divertidos como entrañables, consiguiendo que sintamos no sin emoción que se nos ha dado una oportunidad única de estar cerca de estos autores que amamos. Sin embargo, el desarrollo de la historia, si bien muy entretenido, obliga a que el protagonismo de Lovecraft decaiga a partir de cierto momento para que pase a manos de Hardeen el Misterioso, escapista hermano del mítico Houdini y no menos genial que éste, y de la esposa de aquél, Sonia Greene. Si los apuntes biográficos, la realidad, ofrecen un buen punto de partida para elaborar una trama delirante, también es cierto que acaban por encorsetar su desarrollo pues debe mantenerse en ese punto en el que lo imaginado no acabe resultando increíble y destruya el puzzle. Una historia con espías nazis y mafiosos de por medio, que requiere de alguna que otra proeza casi inhumana, obliga a que Lovecraft quede aparcado para dar paso a un personaje bajo cuyo rostro sí que nos sea más sencillo imaginarlas. Así, si es divertida e imaginativa la forma en que Lupoff entrelaza a una gran cantidad de personajes en un alocado entramado totalmente basado en acontecimientos históricos, para que la acción tome forma y llegue a alguna parte tiene que elegir bien qué personajes prevalecerán. Al final, si ese bonito diálogo entre Lovecraft y Belknap Long es uno de los capítulos que más me ha emocionado del libro, junto a la aventura en solitario de Ashton Smith, no acaba de ser un desvío ocasional del todo prescindible si nos atenemos a la historia que se nos cuenta. Pero nos alegramos infinito de que esté ahí, claro.


Frank Belknap Long y Howard Philips Lovecraft. 

Según iba avanzando en la lectura iba perdiendo algo de interés, más que nada porque me estaba gustando mucho y el ver cómo Lovecraft debía ir quedándose al margen poco a poco, después de que Lupoff lograra una tan excelente recreación, me pareció una lástima. La novela se iba haciendo más trepidante, claro que sí, pero me habían cautivado tanto las partes que no lo eran que el estallido de ficción histórica pulp final no me apasionó de igual forma que lo acontecido con anterioridad. Así, si El libro de Lovecraft me ha parecido muy entretenida pero quizá algo falta de intensidad, el retrato que realiza Lupoff de Lovecraft y su entorno se me ha antojado soberbio, rebosante de vida y contagioso en su poderosa capacidad de revivir lo que, a partir de ahora, sólo podremos tener en mente poniendo siempre un ojo en la forma en que Lupoff nos los ha devuelto.       


LUPOFF, Richard A. El libro de Lovecraft. Ilustración de portada de Peter Goodfellow; traducción de Elías Sarhan. Madrid: Valdemar, 1992. 237 p. Avatares; 2. ISBN 84-7702-056-6.