A veces uno tiene hermosos sueños, y a veces
se hacen realidad. Muy pocos y en contadas ocasiones, por desgracia, pero hoy
toca hablar de uno que sí se ha cumplido: ver publicados en un solo volumen
todos los cuentos de terror en el mar de William Hope Hodgson (1877-1918), uno
de los escritores de literatura fantástica más admirados en este blog. Maestro
absoluto del relato de horror, Hodgson anticipa en parte toda esa nueva
vertiente del moderno cuento de terror que florece de manera macabra con el
gran H. P. Lovecraft como epicentro. Adentrarse en las oscuras aguas de este
libro supone un placer que me temo no lograré expresar como merece en las
siguientes líneas, pero no dejaré de intentarlo.
Este magnífico volumen se abre con un par de
artículos introductorios de su antólogo, José María Nebreda. El primero de
ellos es una excelente presentación que nos deja unas notas sobre el estilo y
la manera de hacer de Hodgson, una categorización de sus relatos, la cual será
la que vertebre la presentación de los aquí seleccionados, y cuáles y por qué
han sido elegidos para esta antología. En el segundo, unas palabras acerca de
las dificultades de la traducción, sobre el extenso y complicado lenguaje
marítimo, lo específico de la terminología marinera y la ayuda en la labor de
trasladar de manera correcta determinadas palabras y expresiones que el mismo
Nebreda ha recibido en forma de cartas de marinos. Esto último supone una
maravillosa manera de acercarnos a ese trabajo de traducción, a sus problemas
pero también a sus logros, sin el cual muchos de nosotros jamás tendríamos
acceso a estos autores que amamos. Nebreda, además, confecciona un glosario de
términos y frases marítimos para hacernos la tarea más sencilla si cabe. Ante
tal cuidado por acercarnos de la manera más correcta posible a la obra original
solo podemos estar agradecidos. Que traductores como él trabajen nuestro género
predilecto es un regalo que deberíamos ponderar de continuo.
Pero pasemos ya a la obra de Hodgson. El
libro comienza con Diario de navegación
(1898), que como indica su título es el diario que el autor llevó en su viaje
en el barco Canterbury desde Nueva Zelanda a Inglaterra. Sencillez y concisión,
sin literatura que embellezca los hechos: un diario real en el que Hodgson
apunta las tareas cotidianas de manera esquemática. Esta misma falta de
pretensiones es lo que nos hace sentir en primera persona y de manera verídica
el viaje, con las múltiples ocupaciones habituales en su trabajo en el barco y
sus breves distracciones y momentos de ocio. De estos destacan los dedicados a
la lectura, a practicar deporte y a su afición a la fotografía. Afición que
podemos admirar pues algunas de ellas acompañan el texto dotándolo de una vida
que está más allá de las palabras. Quizá la anécdota más curiosa de las que nos
narra sea cuando nos describe el fenómeno del rayo verde, un extraño efecto del
sol al ocultarse sobre el horizonte que tiñe el mar durante unos segundos de un
irreal tono verde, tal y como Jules Verne nos diera a conocer en su novela
titulada así: El rayo verde (1882).
Lo más chocante es que Hodgson ignora de qué se trata esa breve y fantástica
visión. Solo tiene 21 años.
A
través del vórtice de un huracán (1909) es una narración verídica de un viaje
a un lugar del que muy pocos logran volver: el corazón de un huracán en alta
mar. ¡Hodgson no solo estuvo allí, sino que además consiguió hacer fotografías!
Magnífico “relato” que, como en el caso anterior, de forma sencilla y sin
adornos, estremece solo por lo terrible y lo magnífico de los hechos narrados.
Un viaje al horror real que tiene la fuerza de un relato oral, la historia
increíble y alucinante que te contaría un viejo lobo de mar en una noche de
tormenta. Con una descripción escalofriante del fenómeno del Mar Piramidal, un
espectáculo que supone la antesala de la muerte porque solo los que están a
punto de morir logran verlo. Bueno, casi todos, porque Hodgson sobrevivió.
Estas imágenes que quitan de verdad el aliento las utilizaría más de una vez en
sus relatos fantásticos. No es de extrañar, ya que por sí mismas conforman el
horror en su estado más puro y espeluznante.
Con estos dos relatos verídicos se abre el
volumen. Nebreda los ha agrupado bajo el epígrafe “En aguas profundas”, y no
creo posible concebir palabras más adecuadas. Todo un paseo tenebroso por el
lado más infernal y terrorífico del mar en su estado más violento y salvaje.
A continuación encontramos una selección de
poemas de Hodgson, “Poemas del mar”. Mi favorito es, sin dudar, el que da
título al libro, un grito desesperado dirigido a fuerzas que están muy por
encima de todo lo humano.
Y ya desde aquí entramos de lleno en los
cuentos de terror. Bajo el epígrafe “Cuentos del Mar de los Sargazos”
asistiremos a un crucero maldito por estas aguas estancadas y mefíticas
plagadas de criaturas abisales en las cuales el tiempo parece detenerse en un
compás de horror. Porque para Hodgson, si os sorprende a estas alturas es que
me estoy explicando realmente mal, las míticas aguas de los Sargazos suponen el
mismo infierno. No deja de resultar una bonita paradoja que el infierno aquí en
la tierra se desate en el mar.
En Desde
el mar sin mareas. Primera parte (1906) Hodgson ya aprovecha su alucinante
experiencia en el centro de un huracán, la que narrara en el artículo anterior,
para contar cómo el Homebird es atrapado en el imposible fenómeno, la antesala
de la muerte. El manuscrito que narra el viaje al corazón de la pesadilla del
Homebird es hallado en el interior de una barrica abandonada en el mar, una
idea que bebe del gran Edgar Allan Poe. Nadie como Hodgson para contarnos la
soledad de unas aguas malditas, el aislamiento, el vacío de la existencia y el
hálito final que lleva al hombre a resistir ante el mayor de los horrores… o a
resignarse ante la muerte inevitable. Ya observamos en este relato otro de los
grandes temas que recorren toda su obra: el grupo de humanos acosados por
criaturas del abismo. Aquí, un gigantesco pulpo que poco a poco va haciendo
desaparecer de la cubierta del barco a toda la tripulación. Cómo se levanta un
parapeto alrededor del mismo, sobre las amuras, y cómo las embestidas del pulpo
lo hacen temblar son momentos terribles narrados con una fuerza que marea por
su crudeza y sensación de realidad. Los desgraciados supervivientes, los
autores del manuscrito, se resignarán a vivir en el corazón de un infierno
desolado en el que hasta, momentáneamente, les sobrevendrá algún breve destello
de felicidad. Pero todo ello ahogado por la fatalidad de un destino que ha
elegido para ellos un futuro despiadado de soledad y horror. Uno de los grandes
cuentos de Hodgson, y uno de los que mejor nos muestran su estilo, sus
temáticas y sus obsesiones.
Tan magistral cuento tuvo una continuación: Desde el mar sin mareas. Segunda parte
(1907). No se complicó Hodgson con el título. Aquí se nos narra el contenido
del quinto mensaje enviado por los supervivientes de la primera parte, que en
esta ocasión han sufrido un ataque bestial por parte de unos cangrejos
gigantes. El relato funciona a la perfección cuando aún ignoramos qué produce
esos rítmicos y repetitivos golpes contra el casco del barco en las noches
solitarias. La sensación de terror es poderosa mientras desconocemos su origen.
Y pido perdón porque si leéis esto ya os lo he desvelado, ejem. Hodgson resulta
angustioso y conmovedor, su tumba flotante (otro de los temas que se repiten de
continuo en su obra, la del barco como gigantesca tumba, fruto quizá del odio
que le tomó a la vida marinera) es infernal, pero allí hay tres personas que se
aferran con desesperación a la vida. Los sostiene el amor, ese sentimiento que
los lleva a no rendirse y luchar contra lo imposible sin desfallecer. En la más
profunda oscuridad Hodgson no deja de mantener cierta luz de esperanza
brillando entre la negrura, aunque en ocasiones es una esperanza que suena más
bien a ironía.
Aunque no se haga explícito en ningún
momento, la odisea del Homebird llega a su fin, o tendremos conocimiento del
mismo, en el relato El misterio del buque
abandonado (1907). Su triste desenlace y el de su mermada tripulación no
serán los protagonistas directos, pero lo que le acontece al barco en el que se
centra la acción nos ayudará a descubrir qué ocurrió con aquel. Aunque la
explicación al horror no deja de ser racional al tratarse de criaturas reales,
el tono es de absoluta pesadilla, tan alucinante en su devenir que no deja la
historia en una posición muy lejana al fantástico más puro. Podríamos
considerar así estos tres primeros relatos como un todo, una odisea infernal en
la cual los hombres se ven abocados a sufrir la calma mortal de ese Mar de la
Quietud que no deja de ser el de los Sargazos, toda una metáfora de la misma
muerte que toma forma en las aguas infestadas del más inhóspito de los lugares
que se puedan concebir. A la tripulación del Tarawak le será dada la horrible
respuesta del misterio que encierra el caso del buque abandonado, y su
atmósfera terrorífica se crece de manera magistral al acompañarla y sernos
mostrada como si de una investigación criminal se tratase.
En La
cosa en las algas (1912) tenemos de nuevo otro barco acosado por un
gigantesco pulpo en el Mar de los Sargazos, el infierno particular de Hodgson.
El hecho de que haya una tripulación bien dotada, que los hombres no estén
solos, hace más soportable el horror pues este no está teñido de desolación,
del abandono y de la insoportable sensación de vacío y soledad que sufren los
otros protagonistas de los relatos leídos hasta ahora. El tono aventurero de El descubrimiento del Graiken (1913) no
dejará de hacernos sentir toda la angustia claustrofóbica del encierro en aguas
abiertas. De nuevo un barco que se defiende de infernales ataques de criaturas
imposibles (más por su tamaño que por tratarse de verdad de criaturas del todo
fantásticas) con una estructura defensiva semejante a la que construyeran los
tripulantes del Homebird. Y atrapados, como este, en el mismo mar vegetal. El
punto de vista es el de un narrador que nos cuenta los hechos desde su posición
de prisionero en su propio camarote. Aunque por una vez el desenlace no es de
un pesimismo demoledor, ya os podéis imaginar que leyéndolo a uno hasta le
cuesta trabajo respirar de la angustia.
La
llamada al amanecer
(1920) es uno de los cuentos más extraños y oníricos del libro. De arrebatadora
belleza en sus descripciones del amanecer en un mar abierto atravesado por un
horror de esencia sobrenatural, de unas aguas sobre las que se escucha una voz
humana que rompe el silencio en el cual se desvanecen las sombras. Un resto
flotante del Mar de los Sargazos a la deriva tras una tormenta, una pequeña
isla en sí, parece ser el lugar de origen de la voz. Los marineros rodean e
investigan este islote desde una chalupa, pero solo encuentran un derrelicto
sin vida humana. Sin embargo, al amanecer vuelven a escuchar la voz, sin
sentido, sin explicación, el misterio del mar mostrando todo su poder. Y no hay
solución ni explicación al suceso. Todo queda sumido en las sombras en este
relato fascinante y estremecedor, hermoso como a veces solo lo inexplicable y
lo desconocido pueden serlo.
El último de los relatos que se desarrollan
en el Mar de los Sargazos es La balsa
(1905). Hay cierta dosis de humor negro en él, algo que no suele ser habitual
en Hodgson. Pese a narrar una situación angustiosa, esta no se hace sentir con
la fuerza de la desesperación que nuestro autor sabe transmitir con tanta
maestría. Nebreda habla de que en esta ocasión el autor quizá sea un imitador
de Hodgson, pues fue publicado bajo las inidentificables iniciales C. L. Pero
por las fechas en que fue editado tal vez se trate más bien de que en la época
no era tan extraño utilizar el misterioso Mar de los Sargazos como telón de
fondo en el cual desarrollar las historias de terrores marinos. No sería pues
solo Hodgson quien escogiera tan misterioso entorno para desarrollar sus
historias. Al final, lo que nos impacta de él es su capacidad única de
transmitir la agonía de la desolación, la angustia de saberse perdido sin remedio
en lugares donde solo puede habitar el horror. El hombre siempre se enfrentará
en soledad a la pesadilla, y esta saldrá triunfante en casi todas las
ocasiones.
A continuación, Nebreda selecciona dos
relatos protagonizados por el capitán Jat y su ayudante el muchacho Pilby
Tawles. En La isla del Ud (1912) es
maravillosa la forma de dar inicio a la historia, con la descripción de la isla
surgiendo a la vista del capitán y del joven como si emergiera de un sueño,
como si estuviera tomando forma de la nada. Así nace el territorio de lo
fantástico. Se trata de una aventura con puro sabor pulp, luminosa y trepidante
sin estar exenta de los típicos terrores hodgsonianos: seres de pesadilla que
se mueven en la oscuridad, un cangrejo de proporciones gigantescas, las
sacerdotisas de un extraño culto que en lugar de brazos tienen pinzas de
cangrejo… En fin, un cuento que sin renunciar a ciertos tópicos de este tipo de
aventuras está dirigido con mano maestra llevándonos sin aliento hasta su
desenlace.
Lo mismo podría valer para La aventura de la punta de tierra
(1914). Por más que la trama en esta ocasión consiste en la búsqueda de un
tesoro en una isla misteriosa, pronto Hodgson deriva el relato hacia una
angustiosa persecución con Jat y Pilby corriendo a centímetros de las terribles
fauces de unos perros carnívoros gigantes guiados por unos sacerdotes que
corren como sus perros y que también como ellos tienen una especial
predilección por la carne humana… En fin, pese a la relación llena de chascarrillos
y se supone que divertida entre nuestros héroes, que demuestra que Hodgson no
nació para el humor, la historia brilla en su parte macabra: esa inolvidable
estampa de los humanos corriendo a la par que los terribles y enloquecidos
sabuesos que los acosan y la angustia de la persecución a muerte a la que son
sometidos.
(Continuará…)