lunes, marzo 31, 2014

Barsoom: la revista del pulp y la literatura popular, número 20 (primavera 2013)



No me extenderé en explicaros el tipo de literatura y las temáticas que abarca la revista Barsoom porque ya veis que sus editores lo dejan bien claro en la portada. Tomando su nombre del planeta Marte de Edgar Rice Burroughs en su saga marciana, Barsoom es hoy día una de mis publicaciones favoritas, tanto por sus apasionantes contenidos como por su apabullante apartado visual: maravillosas portadas de revistas pulp y gran cantidad de ilustraciones acompañando la selección de relatos y los artículos. De los primeros, pues ya sabéis, casi siempre títulos fascinantes que esconden relatos que no siempre lo son tanto, pero al tratarse de pequeñas antologías selectas el nivel se mantiene alto, o cuando menos no falla que en cada número uno se lleve como mínimo varias fantásticas sorpresas. Los artículos ofrecen un nivel excelente, informativos y rebosantes de amor por el género, contagiosos en su pasión. Una delicia enfrentarse a cada número, esa es la verdad, y al presentarse en cada entrega centrados en una materia suponen una clase magistral concentrada. En este número 20 serán los pulps spicy los protagonistas. Las publicaciones baratas que salpicaron sus páginas habituales de crímenes, horrores, fantasía, aventuras y viajes siderales con notas de un sexo naif e inocentón en ocasiones, pero siempre divertido y, para qué negarlo, hasta entrañable. Confieso que este número de Barsoom se me ha antojado de los mejores que he leído hasta la fecha, y eso que no hay entrega que no disfrute como un bellaco. Vamos con él.





Un fantástico número pues de la revista Barsoom dedicado a los spicy pulps, la sección más picantona de las publicaciones pulp norteamericanas, donde el erotismo naif es el rey. Chicas ligeras de ropa y hombres vestidos tal que si estuvieran en el polo, que así mandaban y lo ordenaban los editores. Y siempre sugerir, nunca mostrar. En definitiva, guarrindonguis pero sin pasarse… Las huestes de Barsoom nos presentan una entrega apasionante, muy divertida y loca donde nada más empezar ya encontramos la primera joya: el relato Trapos sucios (1934) del gran Robert Leslie Bellem, protagonizado por su personaje Dan Turner, el detective de Hollywood, toda una estrella él mismo de estas publicaciones, sin duda el más popular. Ya comentamos una recopilación de sus aventuras editada por Valdemar AQUÍ. En esta ocasión, Turner acaba envuelto en un caso de chantaje en el que una actriz ve enturbiado su brillante presente debido a una peliculita subida de tono en la cual participó antes de saltar a la fama. Turner, con su habitual desparpajo, se pondrá a resolver la papeleta. Diversión, como siempre cuando él está al mando de la acción, de manos de un Bellem que había acertado en su creación con ese tono justo entre cachondeo desaforado y novela negra al uso que le funcionaba a la perfección. Y justo a continuación, como era de prever, la redacción de Barsoom nos regala un estupendo artículo, Dan Turner y otros detectives picantes, que reúne en sus páginas a toda una nutrida troupe de detectives duros, despiadados y de eficacia a prueba de bombas que se desenvuelven sin problemas entre villanos malencarados y chicas en ropa interior venga o no a cuento. Acompañado de ilustraciones fabulosas, incluye también una página del único personaje que llegaría a hacerle sombra al mismo Turner, esta vez en forma de cómic: Sally the Sleuth, Sally la Sabuesa, dibujada con verdadero acierto por Adolphe Barreaux, que en lo que a mí respecta ha supuesto todo un divertidísimo descubrimiento. Escritores como Catherine L. Moore, Hugh B. Cave y E. Hoffmann Price entre otros estarían implicados en este caso alucinante de detectives clónicos del gran Dan Turner.

Aunque Asesinato en el Lago Iroqués (1934) no deja de ser un relato algo tontuelo e insípido perpetrado por un ilustrador habitual de estos pulps, Charles Maxwell Plaisted, nos da una idea bien diáfana de cómo las gastaban los autores del sector más verderón de la literatura popular de los 30. Le preferimos como ilustrador, eso sí. Como también preferimos disfrutar de otra fantástica aventura de Sally la Sabuesa, esta vez a toda página, lo cual nos permite apreciar en todo su valor este quizá algo tosco cómic, pero sin duda divertido y, si me lo permitís, hasta encantador. Y como no podía faltar el terror amarillo a la hora de navegar estas aguas, pues aquí tenemos a Guy Russell con Hoja de loto (1937) ofreciendo un cóctel delirante de detective súper duro con chicas en ropa interior, eso cuando visten algo, y chinos malvados que deviene tan simpático como olvidable. Lo exagerado de su trama es lo que nos ayuda a llegar al final con una sonrisa.





Más que especiados… ¡picantes! es otro sensacional artículo que recorre la historia de los Spicy Pulps. Una auténtica maravilla, repleta de documentación y datos bien expuestos, un acercamiento imprescindible para conocer y comprender el origen, desarrollo y muerte de estas publicaciones. Otra joya en este número de Barsoom en el que estos pequeños ensayos analizando este tipo específico de pulps suponen un verdadero regalo para el amante de las mismas. Sigue la novela inédita La aventura perdida de Tarzán de Edgar Rice Burroughs que se viene publicando por entregas, aquí la novena. Y en el afán completista de presentar obras de Robert E. Howard también inéditas en español, se incluye una historia del personaje por él creado John Gorman. Partiendo de un fragmento y una sinopsis, Mark Cesarini y Charles Hoffman dieron forma, por decir algo, en los años 80 a Las gatas de Samarkanda (1984), un relato que se me ha antojado insoportable, con referencias mal llevadas (no se da vida a un personaje por la simple mención de su nombre, como sucede al recurrir a otro héroe de Howard, Steve Corcoran) y una narración apresurada carente de la más mínima atmósfera y encanto. Lo peor con diferencia de este número, una cacafuti que poco honor hace al legado de Howard, pero que pese a su impotencia narrativa y su soporífera trama no ensombrece el resto de contenidos.




En los habituales portafolios dedicados a ilustradores pulp que suele incluir Barsoom en sus páginas, esta vez es el turno del excelente portadista H. J. Ward y del ilustrador (del que poco antes hemos podido leer una de sus pocas incursiones literarias) Charles Maxwell Plaisted. Cabe destacar el impresionante trabajo de Ward, el N. C. Wyeth de las publicaciones pulp, sin duda. Negro asesinato (1935), firmado por Carl Moore (no está probado que sea un seudónimo de la escritora Catherine L. Moore), es un exagerado y desarmante relato que aúna vudú haitiano, chicas semidesnudas en trance hipnótico, sacerdotes y sacerdotisas malvados y el héroe salvador de turno. Morbosillo y oscuro, su ingenuidad no juega a su favor (por una vez) y acaba resultando una curiosidad simpática pero intrascendente. Ya, ya sabemos que no se trata de otra cosa, pero con las mismas intenciones nació el siguiente que comentaremos y sin embargo sí que es un cuento de esos que se recuerdan.



Murciélago humano (1936), de Lew Merril (sobrenombre del gran Victor Rousseau), es un completo dislate en el que, aquí sí, su ingenuidad lo ayuda de manera notable. La idea central del relato es sencillamente imposible: un hombre que se cree un murciélago y, vete a saber por qué, necesita alimentarse de la sangre de jóvenes desnudas. Lo más bonito de este delirante y decididamente loco cuento es que adopta el punto de vista del protagonista, esto es, está narrado en primera persona por el murciélago humano del título. Acaba resultando tan divertido como macabro, y a mi gusto es uno de los mejores incluidos en esta en verdad excelente entrega de Barsoom. En El botín del Kurdistán (1935), escrito por otro grande de los pulps, E. Hoffman Price, un fornido héroe repartiendo ñoños sin compasión y una joven con una preocupante facilidad para perder la ropa son los protagonistas. Un relato de aventuras que, en fin, no deja de contarnos lo de siempre con un Price que no se muestra tan inspirado como en otras ocasiones. Por supuesto lo leemos con placer, aunque confieso que ha pasado ya un tiempo desde que lo leyera y soy incapaz de escribir una línea acerca de su trama. ¡La he olvidado por completo, ay! No así Con “M” de misterio, otro sensacional artículo firmado por la Redacción de Barsoom. Los Spicy o relatos picantones acabarían invadiendo de una forma u otra todos los géneros que habitaban felices en los pulps. Las publicaciones de Weird Menace, las más cercanas al género negro, caerían pronto en la red. Nace así en 1935 Spicy Mystery. Se nos ofrece aquí todo un documentado repaso a esta publicación acompañado de una selección de impactantes y magníficas portadas de Hugh Ward.



Y nos adentramos ya en la sección dedicada a la ciencia ficción. El tramo final de la revista se centra en este género pero en su versión erótica, nacida ante el auge del éxito de los otros pulps spicy. Aunque permanecen dudas, parece que tras el nombre de Lew Merril se ocultaba el fantástico escritor Victor Rousseau, que hace doblete en este número con El despertar de los robots (1940), un cuento entretenido sobre la tópica revolución frente a la tiranía y demás, con la curiosidad de que quienes se sublevan son robots que empiezan a sentir, padecer y amar como los humanos. Y también a desear ya sabéis qué, aunque en la ciencia ficción lo picantón siempre fue menos evidente que en el resto de los géneros. O así al menos nos lo explican en otro fantástico artículo, La ciencia ficción picante, en lo que sin duda compone el punto fuerte de este número 20 de Barsoom, los artículos. De nuevo nos ofrecen una absoluta maravilla que nos lleva a la época en un parpadeo y nos retrata el mundo de este tipo de publicaciones de forma diáfana y apasionante. Con el relato Shawn de las estrellas (1940), de Hugh Speer, se cierra la revista. Una opereta espacial breve y predecible desde su primera línea hasta la última. Tampoco destaca de manera especial por los tontuelos escarceos seudo eróticos que ofrece. No importa demasiado: hemos llegado felices, que nadie malinterprete esto, al final. Y esperamos ansiosos nuevas entregas de Barsoom.  


BARSOOM: la revista del pulp y la literatura popular. Número 20. Primavera 2013. La Hermandad del Enmascarado. 100 p.

viernes, marzo 21, 2014

Nuestra Señora de las Tinieblas (1977), de Fritz Leiber



No sé por qué he leído tan poco al escritor norteamericano Fritz Leiber (1910-1992) cuando todo lo que de él ha caído en mis manos me ha encantado. En especial su relato de ciencia ficción Un cubo de aire (A Pail of Air, 1951), uno de los mejores que he devorado del género, o al menos uno de mis favoritos. Hacía ya mucho tiempo que me apetecía leer su novela de terror Nuestra Señora de las Tinieblas (Our Lady of Darkness, 1977) y me he encontrado con una obra excelente, de atmósfera absorbente y maligna y personajes muy bien definidos, que muestran una naturalidad y una personalidad que los hace no solo creíbles desde el primer momento, sino quererlos y preocuparnos por ellos. Esto de por sí es un logro sobresaliente, pero hay que añadir que en algunos momentos resulta en verdad escalofriante, así que no hace falta que insista mucho en lo que he disfrutado leyéndola.

El protagonista, Franz Westen, un escritor de historias de terror y novelizaciones de un programa de televisión dedicado a temas paranormales, Profundidades extrañas, pareciera un trasunto del propio Leiber. Ambos acaban de sufrir la pérdida traumática de sus respectivas esposas y de salir de una destructiva adicción al alcohol. Los efectos de esta aún los sacude a ambos. También era un gran jugador de ajedrez como lo es Westen, y para rematar ambos se dedican a escribir novelas de horror. Un alter ego que funciona a la perfección pues como personaje posee una vida que trasciende con fuerza la ficción. Franz está leyendo un extraño libro titulado Megapolisomancy: A New Science of Cities, Megapolisomancia: una nueva ciencia de las ciudades, escrito por el enigmático Thibaut De Castries en la década de 1890, acompañado de un breve diario que atribuye a Clark Ashton Smith. Realidad y literatura se confunden pues este moderno Necronomicón con su inventado autor vienen avalados por un personaje real relacionado con el círculo de Lovecraft. Esta sensación del lector es la que también embarga a Franz, que en todo momento se ve atrapado en ese espíritu crepuscular de sueño vívido en el que las cosas reales parecen perder sus contornos. El diario de Ashton Smith está datado en 1928, y al parecer recoge una visita de este a De Castries en su apartamento, que resulta no ser otro que el que ahora ocupa Franz. Cuando este suba a la cima de Corona Heights, una colina que domina la ciudad de San Francisco, buscando respuestas a ciertos misterios que se empiezan a mostrar a sus ojos, viviremos uno de los sucesos más aterradores de la novela cuando sepamos qué contempla desde allí con sus prismáticos. Dos veces realizaremos con él este camino y por dos veces sentiremos un estremecimiento glacial cuando Franz se lleve los binoculares al rostro y descubramos que ve con ellos en la distancia. A mi gusto, son los dos grandes momentos escalofriantes de la novela. Hay más, claro, pero en estos Leiber muestra un gran cuidado en mantener la tensión y la sorpresa para que cuando el relato nos desvele sus visiones nos produzcan un impacto inolvidable.


Son muy interesantes dos conceptos que Leiber utiliza en la novela, de los cuales se sirve para trasladar los terrores ancestrales a nuestras modernas ciudades sin que se pierda un ápice de horror. Uno es la megapolisomancia, esta cualidad de presciencia y capacidad de predecir acontecimientos, la clarividencia asociada a ciertos lugares místicos de las grandes ciudades, y el otro la metageometría neopitagórica, un invento del ínclito De Castries: “(…) una especie de matemática con la que podían manipularse las mentes y los grandes edificios (¿y las entidades paramentales?)” (pp. 113-114). Leiber se basa en esto para crear una alucinante secta de elegidos entre los que cabe contar a los mismos Ambrose Bierce y Jack London: la Orden Hermética de Ónice. Su nombre devenga tal vez como reflejo de la real Orden Hermética del Amanecer Dorado, la cual también contó en sus filas con reputados escritores como Sax Rohmer, William Butler Yeats o Arthur Machen, el cual salió de allí, recordemos, molesto porque consideraba que la susodicha Orden no era más que un grupete de crédulos que confabulaban y teorizaban con grandes palabras sobre la nada. No es de extrañar que entre ellos se contara también el fatuo Aleister Crowley, que los superaba a todos en tontuna hasta el punto de que acabaron echándolo. Todavía hoy hay quién da crédito a esta Orden y a su corpus teórico, Magick, por lo que la confusión entre fantasía y realidad se multiplica en una espiral de confusión que literariamente es apasionante. Leiber suma caos a la trama haciendo aparecer en ella a Dashiell Hammett como el último discípulo de De Castries y trayendo a colación a H. P. Lovecraft, a M. R. James, a Carl Gustav Jung y a Thomas De Quincey (una cita suya, de la cual Leiber extrae el título de la novela, abre el presente libro) en una conjunción formidable. En fin, un locurón tremebundo que nos arrastra compulsivamente sin dejarnos tomar respiro. Porque Leiber, de manera más que inteligente, sabe introducir de vez en cuando notas de humor que lejos de romper la atmósfera ominosa de su relato lo hacen más cercano y real, más vívido pues.

Es muy bonita la forma en que Leiber incide en algunas de las ideas centrales subyacentes en la novela. Así las entidades paramentales, en una pregunta que no es sino diáfana afirmación: “¿Por qué no iban a tener las ciudades sus fantasmas especiales, como los castillos y los cementerios y las grandes mansiones antiguas?” (p. 42), le dirá en una conversación Cal, la joven y bonita vecina de Franz, a este. Y la megapolisomancia, relacionando siempre los edificios de San Francisco en sus descripciones con joyas, estrellas y estructuras antiguas y milenarias. La ciudad mostrada como un moderno Egipto en el cual las pirámides serían los altos rascacielos cuyo interior no albergaría a los muertos sino a los vivos. ¡Es el terror y el horror que supuran y expanden las grandes ciudades! “En verdad, las ciudades modernas eran los misterios supremos del mundo, y los rascacielos sus catedrales seculares” (p. 74). Inteligente también aquí el ocasional uso del lenguaje religioso para potenciar el carácter esotérico y espiritual que se desliza entre las líneas de este libro magnífico. Y repito, muy divertido sin que renuncie a ofrecer excelentes momentos de puro terror.       





LEIBER, Fritz. Nuestra Señora de las Tinieblas. Traducción de Rafael Marín Trechera. Alcalá de Henares (Madrid): Pulp Ediciones, D. L. 2002. 189 p. Avalon; 2. ISBN 84-95741-19-9.

martes, marzo 04, 2014

La Atlántida (1919), de Pierre Benoit



Puedes leer el comentario a este libro en la página de cine El antepenúltimo mohicano, bajo el título Reina en la ciudad perdida, AQUÍ.


“Desde el primer momento tenía la sensación de que caminábamos con rumbo a algo desconocido, a alguna monstruosa aventura. No en balde se viven meses y años en el desierto. Tarde o temprano, acaba éste por apoderarse de nosotros, por dar al traste con el buen oficial, con el funcionario timorato, atenuando su preocupación de la propia responsabilidad. ¿Qué habrá detrás de esas peñas misteriosas, de esas opacas soledades, que desafiaron victoriosamente la curiosidad de los más ilustres exploradores de misterios?... Y uno sigue adelante.” (p. 91)




BENOIT, Pierre. La Atlántida. Traducción y notas de Rafael Cansinos-Assens; ilustración de cubierta de Freixas. Nueva edición revisada. Madrid, Barcelona: Sociedad General Española de Librería, Diarios, Revistas y Publicaciones, S. A., 1952. 289 p.