Nos hemos acostumbrado tanto a imaginar al
maestro de la literatura de terror Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) como
una persona marginal y solitaria, rara, llena de complejos y miedos, que cuesta
pensar que en realidad no era un tipo tan distinto a lo que somos los
habituales lectores de este género: retraídos, algo ariscos, melancólicos y con
una fuerte tendencia a detestar el contacto humano normal, eso que llaman
socializar. Es más, si le preguntáis a cualquiera cómo se describiría no sería
difícil comprobar, con las habituales excepciones que conforman ese grupo que
hace que nos reafirmemos más en que no hay nada como la soledad, que casi todo
el mundo se define así, bien sea verdad o tan sólo un deseo más o menos
exteriorizado. Lovecraft se ha convertido en un personaje casi tan grande como
su obra, por lo que no es sorprendente encontrárnoslo protagonizando novelas y
cómics, casi siempre alimentando ese mito de individuo extrañísimo, pareciendo
casi siempre más una especie de psicópata reprimido que un sencillo escritor de
cuentos de miedo. Con rarezas notables, eso sí, pero vamos, estoy seguro que no
muchas más o no muy diferentes de otras que padecemos (o disfrutamos) el resto
de la humanidad. De hecho creo que hasta era más normal que la mayoría de sus
lectores: ¡él tenía pareja!
Howard Philips Lovecraft y su esposa Sonia Green,
arriba en plan formal y debajo casi desatados.
Justo una de las cosas que más me ha gustado
de la novela de Richard A. Lupoff El
libro de Lovecraft (Lovecraft’s Book,
1985) ha sido que se aleja de esta visión estereotipada del bueno de Howard,
presentándonos un tipo que sí, que algo rarito es, pero que ni se convierte en
hombre pez cada noche ni tiene su hogar en una calle de la perdida R’lyeh.
Lupoff construye una historia muy divertida, sobre todo porque parte de los
habituales topicazos con que solemos imaginar a Lovecraft para jugar con ellos
y acabar mostrándonos un personaje cercano al que es difícil no tomar cariño.
Entremezclando ficción y realidad haciendo posible lo que nunca ocurrió pero
que, vete a saber, bien pudo ser que sí, no podemos sino disfrutar con ese
Lovecraft que se ve en el brete de escribir un remedo para el público
norteamericano del nefando libro de Adolf Hitler Mi lucha (Mein kampf,
1925): New America and the Coming World
Order. Todo un título. Aunque es bien conocida la ceguera ideológica de
Lovecraft, Lupoff nos acerca a lo que probablemente, en este caso sí, hubiera
podido ser su posición al respecto. La acción se desarrolla partiendo de la
biografía del escritor para revivir encuentros que fueron, imaginar los que no
y construir sobre todo esto una trama de hálito aventurero y corazón pulp.
No es un grupo post punk: son Donald Wandrei, H. P. Lovecraft y Frank Belknap Long.
Nos encontramos pues con la oportunidad de
asistir en la ficción a uno de los encuentros que tuvo Lovecraft con el gran
Frank Belknap Long, y contar además con las apariciones estelares de otros
grandes escritores de la época como fueron Vincent Starrett, Robert E. Howard y
Clark Ashton Smith. En todos estos casos, Lupoff sabe mostrarlos tan divertidos
como entrañables, consiguiendo que sintamos no sin emoción que se nos ha dado
una oportunidad única de estar cerca de estos autores que amamos. Sin embargo,
el desarrollo de la historia, si bien muy entretenido, obliga a que el
protagonismo de Lovecraft decaiga a partir de cierto momento para que pase a
manos de Hardeen el Misterioso, escapista hermano del mítico Houdini y no menos
genial que éste, y de la esposa de aquél, Sonia Greene. Si los apuntes
biográficos, la realidad, ofrecen un buen punto de partida para elaborar una
trama delirante, también es cierto que acaban por encorsetar su desarrollo pues
debe mantenerse en ese punto en el que lo imaginado no acabe resultando
increíble y destruya el puzzle. Una historia con espías nazis y mafiosos de por
medio, que requiere de alguna que otra proeza casi inhumana, obliga a que
Lovecraft quede aparcado para dar paso a un personaje bajo cuyo rostro sí que
nos sea más sencillo imaginarlas. Así, si es divertida e imaginativa la forma
en que Lupoff entrelaza a una gran cantidad de personajes en un alocado
entramado totalmente basado en acontecimientos históricos, para que la acción
tome forma y llegue a alguna parte tiene que elegir bien qué personajes
prevalecerán. Al final, si ese bonito diálogo entre Lovecraft y Belknap Long es
uno de los capítulos que más me ha emocionado del libro, junto a la aventura en
solitario de Ashton Smith, no acaba de ser un desvío ocasional del todo
prescindible si nos atenemos a la historia que se nos cuenta. Pero nos
alegramos infinito de que esté ahí, claro.
Frank Belknap Long y Howard Philips Lovecraft.
Según iba avanzando en la lectura iba
perdiendo algo de interés, más que nada porque me estaba gustando mucho y el
ver cómo Lovecraft debía ir quedándose al margen poco a poco, después de que
Lupoff lograra una tan excelente recreación, me pareció una lástima. La novela
se iba haciendo más trepidante, claro que sí, pero me habían cautivado tanto
las partes que no lo eran que el estallido de ficción histórica pulp final no
me apasionó de igual forma que lo acontecido con anterioridad. Así, si El libro de Lovecraft me ha parecido muy
entretenida pero quizá algo falta de intensidad, el retrato que realiza Lupoff
de Lovecraft y su entorno se me ha antojado soberbio, rebosante de vida y
contagioso en su poderosa capacidad de revivir lo que, a partir de ahora, sólo
podremos tener en mente poniendo siempre un ojo en la forma en que Lupoff nos
los ha devuelto.
LUPOFF, Richard A. El libro de Lovecraft.
Ilustración de portada de Peter Goodfellow; traducción de Elías Sarhan. Madrid:
Valdemar, 1992. 237 p. Avatares; 2. ISBN 84-7702-056-6.