Lecturas anteriores de obras de Law Space
(Enrique Sánchez Pascual) me habían dejado algo frío (ver AQUÍ), pero como esto no afecta a mi carácter gélido para nada
pienso renunciar a seguir aventurándome en su extensa obra. En esta ocasión es
su novela Al final del cosmos (1958)
la que ha llamado mi atención, y debo confesar que tras adentrarme en su
poderoso arranque creí que había acertado. Un planeta moribundo, Kumus, asiste
en sus días finales a cómo sus últimos habitantes parten en busca de un nuevo
mundo que los acoja. Este inicio está marcado por un cierto tono entre
nostálgico al contemplar el fin de una gran civilización y melancólico pues
ésta se enfrenta a la muerte cósmica, un concepto que implica su extinción
absoluta por más que intenten huir de ella, que lo hace muy sugerente. Vayan
adonde vayan jamás podrán eludir su fatal destino. Así, el fin de Kumus es para
sus moradores el final de todas las cosas. Esta idea subyacente en el éxodo,
feliz porque los kumianos aún mantienen la esperanza pero amarga porque tal vez
sea un fútil movimiento elusivo ante lo inevitable, es quizás lo más bonito de
este relato que tiene un comienzo si no brillante sí al menos muy entretenido y
no carente de fuerza evocadora. Somos partícipes de los sueños, de las glorias
pasadas y de los anhelos futuros de los kumianos, los cuales pese a tener
cuatro brazos, un solo ojo y ser telépatas resultan demasiado semejantes a los
humanos.
Emprenden pues su viaje abandonando su hogar
y pronto encuentran que hay cierto planeta en el lejano Sistema Solar que puede
ser reemplazo perfecto de Kumus. Así que para allá que se van con la Tierra
como objetivo. El viaje es tranquilo y apacible, pero justo al acercarse a su
destino los problemas comienzan a acumularse. Este maldito Sistema parece estar
repleto de planetas inhabitables o poblados por criaturas hostiles que los
rechazarán provocando grandes pérdidas de vidas kumianas. Los buenazos de los
kumianos desterraron el uso de las armas hace siglos, pero la nueva situación
de peligro los lleva a replantearse la fabricación de las mismas tras la toma
del poder de las mujeres, la instauración de un matriarcado potente que
arrincona a un patriarcado débil y comodón. Ya dije que estos kumianos parecían
terrestres por su carácter. Hasta aquí la narración, con sus más y sus menos,
fluye entretenida. Entonces llegamos a Marte y todo atisbo de diversión
desaparece, y eso que no será porque Law Space no ofrezca material para que
esto no suceda. Pero narrativamente pierde el norte.
Unos zombificados marcianos, resecos porque
los canales de su planeta madre se han secado, también quieren adueñarse de la
Tierra para convertirla en su hogar. Se alían con los kumianos, a los que
engañan de manera miserable liándolos en un plan de exterminio terrestre de lo
más maquiavélico. Lo único que consiguen en realidad es adueñarse del relato,
pasando los kumianos a un triste segundo plano. Al estar los marcianos
modelados al más clásico estilo de malotes sin piedad pudiera parecer que la
acción iba a resultar arrolladora. Pero no: estos marcianos son malvados pero
también aburridos a muerte. Law Space se embarranca al detallarnos el tontuelo
plan marciano y apenas nombrar a los kumianos que pasaban por allí. El desastre
se torna mayúsculo cuando de repente entran los terrestres en juego. El tono
trágico impuesto en la narración por el fin de los kumianos queda ahogado por
el típico enfrentamiento de humanos buenos contra extraterrestres malignos. Y
los pobres kumianos ven llegar el fin de sus días antes en el argumento de la
novela que de verdad cuando éste les alcance sin remisión.
La colección Espacio. El mundo futuro de la editorial Toray en la que fue
publicada Al final del cosmos solía
incluir, si la novela no alcanzaba las 124 o 125 páginas de rigor, un relato
del autor firmante de la principal para completar el volumen. Law Space se
despacha con ¡Por fin en Marte!
(1958), un material tal vez concebido como relleno pero que a mí me ha
encantado. Muy superior a la novela que lo precede, este cuento sencillo y casi
cotidiano en su desarrollo acaba convirtiéndose en una triste historia que nos
narra cómo el más hermoso de los sueños puede devenir locura. El científico
protagonista, del cual no sabemos según avanzamos en la lectura si está pirado
o es un maldito genio, está dibujado con fuerza, y el apunte de su amistad con
un niño que lo admira y que daba la sensación de que derivaría hacia una
aventura más juvenil y diáfana no es más que un espejismo. Recurre a alguna
caracterización trillada (ese noviete de la hija del protagonista que pretende
quedarse con la pasta de nuestro héroe de andar por casa), pero su sorprendente
final, que juega la baza de la derrota cuando pensamos que será justo la
contraria la que se impondrá, nos ha conquistado.
Las contraportadas de la colección Espacio. El mundo futuro de Toray
incluían en su primera época un fotograma
de alguna película de ciencia ficción del momento.
SPACE, Law. Al final del cosmos. Ilustración
de portada: Chábril. Barcelona: Toray, 1958. 125 p. Espacio – El mundo futuro;
80.