Antes de iniciar este comentario, quiero
dedicar estas líneas al señor Pesanervios. Vos cumplisteis con vuestra parte.
Ya veis que hice igual con la mía. Que nadie deje de decir de nosotros pues que
“por su reputación habían conseguido un puesto de honor entre las sombras.” (p.
12)
Primera parte de la conocida como Trilogía
de Titus o Trilogía de Gormenghast, completada por Gormenghast
(1950) y Titus solo (Titus Alone,
1959), Titus Groan es una novela tan monumental como extraña, única, un
eslabón solitario en su estilo. Tal es así que ni tan siquiera se la puede
considerar como la primera pieza del tablero de una trilogía, pues la idea
original de Peake era realizar una serie de libros en la que se iría narrando
la vida de Titus a lo largo de los años. No llegó ni a terminar el tercero,
pues Titus solo no es más que un proyecto de novela: el autor murió sin
poder darle fin. Aparte permanecería su novela Boy in Darkness (1956), cuyo protagonista quizá fuera el mismo
Titus.
La sensación que domina el espíritu al leer Titus
Groan es la de contemplar un gran cuadro, un enorme fresco antiguo
procedente de otro tiempo repleto de figuras y detalles, o más propiamente un
tapiz de un castillo abandonado del cual, entre el polvo acumulado por los
siglos, solo pudiéramos entrever sombras iluminadas por breves notas de color.
A cualquier lugar donde uno mire siempre encuentra algo en lo que detenerse y
extasiarse. Cientos de historias que se suceden en un lugar limitado, un marco
formado por el alucinante castillo de Gormenghast, pero con tantos meandros,
muros, pasillos y escaleras, recovecos y rincones que se antoja inabarcable. Es
el infinito contenido en una estática fotografía. Y al moverse, desplazarse por
el oscuro lienzo los personajes, una película en la que no dejan de suceder
cosas a cámara lenta. El efecto es hipnótico hasta lo enfermizo, embriagador
hasta lo alucinatorio. Un cenagal de aguas estancadas en el que crecen las
flores más bellas y extrañas, en el cual el olor nauseabundo del limo se
entremezcla con el aroma mágico y mareante que desprenden las páginas de un
libro antiguo. Es la más extasiante belleza del horror. Y todo expresado con la
más hermosa forma, las más oscuras desesperación y tristeza, el sentido del
humor más elevado y desencantado.
A los doce días del nacimiento de Titus, su
futuro como heredero del castillo de Gormenghast parece caer sobre él como una
fría y pesada losa. Pero justo antes de que esto se haga realidad incuestionable
para el lector, Titus ya ha golpeado esa fría losa con su cabeza al dejarlo
caer el viejo Agrimoho (el apergaminado maestro de ceremonias de Gormenghast)
de entre sus manos en la ceremonia del bautizo. Más exacto: Titus cae de entre
las páginas del libro que lo abrazaban y que el pobre Agrimoho apenas podía
sostener. Uno más de los inacabables ritos y formalismos que rigen la vida en
el castillo de Gormenghast que lo ahogan con un vaho de carroña. Este continuo
vaivén entre lo siniestro y lo ridículo, lo oscuro y la caricatura, el dolor y
la risa (enloquecida, se entiende) es el tono que Peake impone a su obra y la
hace irresistible. Justo cuando intentamos pensar en lo exagerado de la
narración, justo ahí retorna la voz más burlona de Peake para recordarnos que este
es el juego.
Así, la ceremonia del bautizo de Titus, que
ya hemos visto cómo contiene este momento chocante y ridículo que induce a la
burla ante tanta pompa, no deja de resultar la expresión de un mundo decadente
que agoniza encerrado en sí mismo, que desde el nacimiento clama a la
oscuridad, la tristeza y la melancolía. Desde su rito y representación
ridículos, tan antiguos como incomprensibles, hasta las palabras ominosas de
Agrimoho presidiendo el ritual.
En la novela no dejan de suceder cosas en un
tiempo que parece no avanzar. En su inicio, Peake dedica cien páginas a contar
el nacimiento de Titus (bueno, vale, exactamente son 81 páginas) y la reacción
de los habitantes del castillo de Gormenghast. Así Peake nos introduce de manera
magistral en el mundo cerrado, laberíntico y rígido del castillo al tiempo que
nos presenta un buen puñado de extrañísimos personajes. El bautizo de Titus, el
siguiente gran acontecimiento de la novela, se desarrolla a lo largo de 43
páginas. Quizá el ejemplo más característico de cómo Peake detiene el tiempo y
se extasía en la descripción de un momento ínfimo para cargarlo de poesía
malsana, pero siempre de una belleza mareante, es cuando, en la página 165,
dedica diez líneas para contar cómo Pirañavelo muerde una pera. ¡La repera!
Fucsia Groan dibujada por Mervyn Peake.
Los personajes que se deslizan por este
decorado son de una originalidad y una fuerza increíbles. Me detendré
brevemente en solo dos de ellos: en la joven Fucsia, hermana de Titus, y en el
viejo Rottcodd, el guardián de la Sala de las Tallas Brillantes. Tan distintos,
pero que para mí no dejan de resultar dos iguales. Ambos representan el anhelo
de la soledad, la felicidad del aislamiento. En Fucsia, se trata de la fantasía
adolescente preñada de figuras e ilusiones iridiscentes. En el caso de Rottcodd,
de la sepulcral vejez teñida de sombras y polvo. Cuando Fucsia ya no pueda
vivir por más tiempo en esa soledad es cuando nuestro corazón comenzará a
romperse junto al de ella.
El estilo de Peake es deslumbrante, poderoso
y poético hasta el desmayo, siempre con el apoyo de la soberbia traducción de
Rosa González y Luis Doménech. El doctor Prunescualo le hace un regalo a Fucsia
y así lo describe Peake: “Fucsia tomó la bolsa que le tendía el doctor y sacó a
la luz de la lámpara un rubí como un terrón de cólera.” (p. 198) Mantiene por
sí solo momentos tan intrascendentes como la reunión final de algunos
personajes al borde del lago como el alucinante enfrentamiento definitivo entre
Excorio, el mayordomo, y Vulturno, el jefe de cocina, en la Sala de las Arañas,
tanto tiempo postergado, con el telón de fondo de los filamentos de plata
iluminados de manera espectral por la luna. Sobrecogedor y brutal. Y su
horrenda culminación, de una poesía macabra, oscurísima, una imagen surrealista
(¡pasa por alto las siguientes líneas entre paréntesis si aún no has leído la
novela!: el cuerpo blando de Vulturno que al ser arrastrado por las escaleras
va tomando sus formas, adaptando su cuerpo a los escalones; y los búhos
devorándolo, junto a Lord Sepulcravo, padre de Titus, ante la fría mirada de la
luna y los espantados ojos de Excorio) tan sórdida como fascinante debido a su
tremenda fuerza.
Peake pone fin a su novela con otra envarada
y ancestral ceremonia, Titus ya con dos años de edad, listo para continuar con
sus espectrales aventuras en el tomo siguiente.
PEAKE, Mervyn. Titus Groan. Traducción de Rosa González y Luis Doménech.
Madrid: Minotauro, 2003. 567 p. Pegasus. ISBN 84-450-7456-3.