lunes, noviembre 24, 2014

Las mejores historias diabólicas (1975), antología de Albert van Hageland (tercera y última parte)



Vamos ya con la última entrega de estas entradas dedicadas a comentar los 33 relatos que conforman esta sensacional antología. Nos encontraremos algunos no muy buenos, la verdad, pero no lo suficiente como para desmerecer el brillante conjunto. Ellis (1864) es un fragmento del cuento Apariciones (Prizraki) del magnífico escritor ruso Ivan Turgueniev del cual lo único que lamentamos es que no se haya incluido completo. El protagonista del mismo viaja con la bella Ellis desplazándose por el espacio de forma alucinante, atisbando en algunos de los sitios que visitan las sombras de quienes allí habitaron en el pasado. Prodigioso, como todo Turgueniev, es otra de las joyas que hemos disfrutado en esta compilación. No ha sido así con el interesante si bien no muy inspirado y algo tópico El demonio del pantano (The Devil on the Marsh, 1893), con la espeluznante pero también un pelín ridícula aparición de un súcubo que habita en una pestilente marisma. Una ciénaga es un lugar más que perfecto para provocar y vivir el espanto, pero el tono exagerado de su autor, E. B. Marriott-Watson (Henry Brereton Marriott Watson) desluce bastante toda posibilidad de provocar no ya miedo, sino ni tan siquiera inquietud. Esto no quita que nos encante tener la posibilidad de leer una historia de terror de finales del XIX, algo que, de manera independiente del resultado, siempre nos da placer. Albert van Hageland no se priva de incluir dos obras de su autoría en el libro: El trasplante (La transplantation) y El pozo del diablo (Le puits du diable). Son dos relatos muy breves pero simpáticos y sardónicos, un buen intermedio lúdico sin que ello sea sinónimo de inferior calidad. Se trata de casi pequeñas bromas, aunque no se puede negar que tienen su gracia. Macabra, claro.


Aunque ya las conocemos bien, releer de vez en cuando alguna de las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer es una tarea más que gozosa. La cruz del diablo (1860) está narrada con el poderoso brío que Bécquer supo infundir en todas ellas: es su genio al describir los lugares, las acciones y los sentimientos de sus personajes lo que engrandece esta historia de un señor feudal diabólico y su retorno de ultratumba entre los vivos. Si es en verdad él o se trata de un demonio surgido de lo más profundo del infierno es una duda que nunca nos será resuelta. Da igual: la armadura que viste es el símbolo de todo mal. Lo desconocido (The Unknown!, or The Knight of the Blood-Red Plume) es un relato de Ann of Swansea (1764-1838), sobrenombre de Ann Hatton (Ann Julia Hatton después de casada y Ann Julia Curtis en su primer matrimonio), una señora de atribulada vida. Contrajo nupcias a los 19 años con un actor que ya tenía esposa, el muy bígamo; trabajó como “modelo” en un burdel, donde recibió un disparo en pleno rostro; y en 1792 se volvió a casar encontrando al fin algo de tranquilidad y el éxito literario. Lo desconocido es un relato gótico de ambientación medieval plagado de espectros, mágicas apariciones, romanticismo trasnochado y una figura diabólica de temer. Si bien no es nada del otro mundo, sí que resulta muy agradable de leer, y siempre es de agradecer el tener la oportunidad de llevarse a los ojos alguna obra de estas grandes damas góticas hoy olvidadas. Provoca un fuerte contraste con Las babosas (Les limaces, 1972), un cuento del belga Claude Daumont extraído de su recopilación En la piel del diablo (Dans la peau du diable) que da mucho asquete pero sin demasiada inspiración. Es curioso que ni el demonio, ni el mal ni nada por asomo parecido haga acto de presencia aquí.

Del ignoto (o ignota) C. S. Rodemick se presenta Seis y míster Pitt. Bien entrado el año 1769, en el puerto de Mahón (Menorca) entonces bajo dominio inglés, una ronda de enganche (marinos de la Armada Británica en busca de “voluntarios” para su tripulación) busca a quien raptar en mitad de una desapacible noche. Ya son varias rondas las que han desaparecido esos días ejerciendo tal tarea. Diríase que los isleños han pactado con el Diablo para librarse de ellos… Esta noche devendrá infernal para míster Pitt y los seis marineros a su cargo en este excelente relato negro, macabro, de espesa atmósfera invadida por el frío y la niebla que si leéis a altas horas de la madrugada os helará la sangre en el cuerpo. Aunque sólo sea por su perfección a la hora de describir la maldita noche de marras. Otro autor belga ofrece otra historia divertida, al menos un tanto, en un cuento que no es sino otra broma un poco al estilo de las que ya hemos leído de Hageland apenas unas pocas páginas antes. Cuestión de rivalidad (A Matter of Competition, 1975) de Eddy C. Bertin quizá hubiera funcionado mejor en formato cómic. De tono del todo opuesto es Arenas Eternas (Sands of Eternity, 1975), de R. Lionel Fanthorpe, en el cual se nos narra que el mal toma la forma de antiguos y desconocidos dioses y se oculta en las arenas del desierto. Muy buen relato, con una conseguida ambientación y una atmósfera vívida, con cierto regusto pulp de lo más notable. Una aventura desértica bien fundida con el horror lovecraftiano más clásico que no desmerece nada de sus modelos.     


La esclava de la luna (The Moon-Slave, 1901) de Barry Pain es uno de esos relatos extravagantes y extraños que nos encantan. La pasión por el baile puede conducir a encontrar curiosos compañeros de danza, y Pain nos hará conocer a uno infernal. Casi toda la acción se desarrolla en el interior de un laberinto, así que cierta falta de intensidad no ha impedido que me haya cautivado por completo. El retorno de Abel Behenna (The Coming of Abel Behenna, 1914) es la magistral aportación de Bram Stoker extraída de su Dracula’s Guest and Other Weird Stories. Es la historia de una rivalidad y una venganza ultraterrena, y una de las pocas historias de la antología que cumple con mostrar el típico pacto diabólico, si bien Stoker lo deja en off confiriéndole de esta forma una inusitada fuerza en nuestra imaginación.


La sombra de la película La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, Roman Polanski, 1968) ronda sobre todas las presentaciones de Hageland de los cuentos por él seleccionados. La nombra abiertamente en varias ocasiones y remata esta idea, de forma accidental pues al pedirle una colaboración al autor confiesa que no esperaba algo como lo que recibió, incluyendo el breve artículo Nuevo final para “La semilla del diablo” (A New Ending to Rosemary’s Baby, 1969) de Ray Bradbury. A éste no le gustó el final de la peli, queda bien clarito, y propone otro. Y no está mal su resolución, pero la imagen que nos ofrece del grupo satánico corriendo en bandada tras Rosemary con su niño diabólico en brazos en un amanecer lluvioso por las calles de la ciudad no puede resultar más anticlimática, por no decir propia de una comedia slapstick de Mack Sennett, aquellas tan maravillosas de los policías corriendo detrás de todo el mundo y golpeándose con todo lo imaginable. En fin, admiro a Bradbury, pero su opción de final se me antoja un pequeño dislate.

Y con esto hemos acabado. Tengo el presentimiento de que a Bradbury tampoco le hubiera gustado el desenlace que le acabo de dar a este trío de entradas, pero seguro que nos habría perdonado. No podemos menos que esperar lo mismo de ti, querido lector, si algo en estas líneas no te ha agradado.



HAGELAND, Albert van (comp.). Las mejores historias diabólicas. Traducción de Ignacio Rived. Barcelona: Bruguera, 1975. 443 p. Libro amigo, Antologías; 338. ISBN 84-02-04502-2. 

miércoles, noviembre 19, 2014

Las mejores historias diabólicas (1975), antología de Albert van Hageland (segunda parte)



Continuamos comentando los relatos incluidos en esta excelente antología, Las mejores historias diabólicas, elaborada por Albert van Hageland. Ya dijimos que en ella el Maligno es el gran protagonista, aunque adopta miles de formas diferentes y engañosas. Así en El infierno de las doncellas (The Paradise of Bachelors and the Tartarus of Maids, 1855), la segunda mitad del relato cuyo título completo reproducimos en su idioma original, Herman Melville traza a la perfección un dibujo oscuro y triste de la miserable condición, casi de esclavitud, de un grupo de mujeres que trabaja en una fábrica de papel. El lugar donde ésta se alza ya es toda una admonición de lo que el viajero protagonista va a encontrar en su interior. En lo más profundo de un valle denominado, con certera precisión, el Calabozo del Diablo, la fábrica es un gigantesco demonio de ladrillo y máquinas infernales que devora la vida de quienes en su interior se afanan por subsistir. Para Melville el infierno está en la Tierra y sus nidos siniestros están formados por estas enormes edificaciones, que convierten a sus moradores en pálidos fantasmas al servicio de la inhumana industria, y los feroces capitalistas que las comandan. Un retrato desolador y despiadado narrado con la maestría poderosa del inmortal autor de Moby Dick. Bastante más sencillo es La muchacha poseída por un demonio (cuento popular) (La fille possede du demon), recogido por Adolphe Orain en su libro De la vida a la muerte (De la vie à la mort, 1898), que no es otra cosa sino una versión chusca y gamberra de la habitual historia de poseída en plan El exorcista. La tradición oral también sabía tomarse a choteo las posesiones diabólicas.


A Kurt Singer ya lo conocemos, al igual que a Hageland, como compilador de historias fantásticas. Aquí accedemos a uno de sus relatos de terror, coescrito con su esposa Jane, Los extraños espíritus del fuego (The Strange Fire Spirits, 1975), faceta que bien nos podíamos haber ahorrado, al menos con este torpón artículo, pues de eso se trata más que de un relato en sí, sobre la combustión espontánea, que los autores desechan llamar así aplicándoles el nombre de fuegos misteriosos. Es la típica relación atropellada y sin interés de un caso “real” tras otro, como si el hecho de enumerarlos y amontonarlos ya les concediera carácter de veracidad, dando a entender que son inexplicables y de origen sobrenatural. Hasta aquí, el único “cuento” que no está a la gran altura de la compilación. Una chorrada de campeonato. Menos mal que justo después llegaba El espejo de las tinieblas (Mirror of Darkness), de Bill Meilen, un excelente y aterrador relato con un espejo maléfico de singular protagonista que resulta ser no otra cosa que un portal a un mundo terrible y terrorífico. La narración se reserva una sorpresa que, aunque no es tan sorprendente como fuera de esperar, sí que es efectiva al máximo y cumple muy bien su función: hacernos estremecer por completo. Desconocía a este escritor, también autor de novelas policíacas, y sólo puedo decir que ojalá tenga oportunidad de leer alguna de ellas, y por descontado más cuentos fantásticos de su mano, aunque a día de hoy sólo hay traducido a nuestra lengua éste que se incluye en esta selección.

En El trasgo campestre (Le lupeux, 1858), un relato incluido en su libro Légendes rustiques (Leyendas campesinas), la baronesa Amandine Aurore Lucile Dupin, que no es otra que la celebérrima por sus amoríos George Sand, nos explica cómo los trasgos con sus bromas y sus fascinantes historias apartan a los viajeros de sus caminos para, una vez conseguido esto, ahogarlos en cualquier ciénaga solitaria. La autora sabe mantener ese tono de narración contada en voz baja al amparo de la noche, el perfecto para este tipo de fantasías.


Barrabás (Barabbas 1967, 1967) es un relato del escritor belga Walter Beckers incluido en el volumen recopilatorio Anno Atlantae (1971). La noche de San Lorenzo es la que elige el cazador salvaje Barrabás para comandar su horda de espíritus en busca de almas pecadoras. Se nos narra cómo encuentran una de ellas y le dan su merecido a lo bestia. No es un buen cuento, tampoco disgusta demasiado, resultando en exceso lineal y predecible, de casi nula atmósfera a pesar de que el clímax transcurre en una tormentosa e infernal jornada nocturna. Se agradece que esta antología diabólica nos haga llegar obras de autores belgas y franceses, que no se centre siempre todo en el mundo anglosajón por mucho que nos guste. De forma independiente a la calidad de lo seleccionado, el tener la posibilidad de acceder a ellos ya goza de nuestra máxima atención. Como es el caso de Paul Morelle y El joven que hizo un pacto (Le jeune homme qui pactisa, 1945), incluido en Historia de la brujería (Histoire de la sorcellerie), en el cual creo que no hace falta ser muy sagaz para adivinar que el pacto que hace el joven de marras no es otro que con el Diablo. Es el caso típico del humano acuciado por las deudas que pacta con el Maligno para que lo ayude. Y así acontece. Pero llegado el momento en el que es el joven quien debe cumplir con su parte éste se retracta, como suele suceder. Una historia que bebe del acervo popular y cuyo objetivo resulta más que evidente: tranquilizar al lector ofreciéndole la vana ilusión de que siempre es posible la redención, escapar de las garras de nuestro acreedor.


Pero lo bueno de verdad viene justo a continuación: ¡tres relatos de Jean Ray (Jean Raymond Marie de Kremer)! Eso sí, bajo su sobrenombre John Flanders, con resonancias anglosajonas para camelar a los lectores que sólo aceptan lo fantástico cuando procede de regiones bien conocidas. A las puertas del infierno (Aux portes de l’enfer) es un fascinante relato de mundos perdidos, de civilizaciones sumergidas bajo el mar. Pero todo en un tono aún más extraño de lo habitual: este reino escondido está conformado por una enorme puerta que da a un largo pasillo, el cual termina en una sala abovedada que se abre a doce puertas y un anticuado despacho. ¡Y eso es todo! Manipulando un mecanismo se activa un psicodélico juego de luces. Cada color abre una de las mentadas doce puertas: algunas dan a mundos maravillosos, otras a visiones infernales. En su primera parte, es una fantástica mezcolanza de relato aventurero a lo Jules Verne con fantasía terrorífica, basculando entre lo espeluznante y lo asombroso. La segunda parte cambia de protagonistas y de escenario: una isla del Polo Norte sólo habitada por un grupo de cazadores y pescadores daneses y dos científicos ingleses que van a estudiar el inhóspito lugar durante tres meses. Con la aparición de la increíble Esfera de Fuego entramos en el terreno de la más hermosa y delirante ciencia ficción. La imagen de esta máquina prodigiosa surgiendo de las aguas es de esas que nos deja sin aliento. Aunando leyenda, ciencia, mundos perdidos, islas volcánicas en mitad del Polo e intrépidos aventureros, Jean Ray nos deja un excelente relato, uno de esos muchos, por suerte, que nos hacen fácil amar la literatura. El diablo de cera (Le diable en cire) es un intenso y breve cuento narrado con toda la perfecta sencillez de la que era capaz de hacer gala el gran maestro que era Jean Ray. Una vela de cuatro siglos de antigüedad y un libro que oculta entre sus páginas una maldita fórmula mística es lo que se precisa para abrir un portal por el cual puede entrar en nuestra realidad el demonio. ¿O son gases lo que emana del viejo cirio fabricado por brujos lo que provoca psicotrópicas visiones y una obsesión suicida? Una duda maravillosa que nos atenaza y nos hace avanzar con placer por las venenosas líneas de esta historia. El último relato de Ray incluido en esta antología, que a estas alturas ya no podía amar más, es El diablo y Peter Stolz (Le diable et Peter Stolz; lamento no poder indicar las fechas de los cuentos, pero ni en La tercera fundación, mi página de referencia junto a ISFDB en estas cuestiones, las he hallado). Ray nos cuenta la hermosa historia de amor entre el Peter del título y un súcubo, un relato sensacional que muestra el genio brillante de nuestro admirado autor para el género fantástico de pura tradición europea. En conjunto, sus tres aportaciones me han parecido tres pequeñas piezas maestras plenas de emoción y verdadero sentido de lo extraño y lo maravilloso.